Cuando tanto desgarro y dolor nos circunda, en una tarde primeriza de verano, llega a las pantallas de mi móvil la experiencia de unas vidas asentada en la poesía. Una poesía que se derrama, se extiende, se amplía por una cuidada y antigua plaza de Archidona, la plaza de San Roque y allí, enredadas en abrazo, se entrañan y se hermanan palabras de poetas que saltan al aire de un intenso junio de cal y luz. Es la XIV edición de Plazas para la poesía y las voces jóvenes de unas niñas cantan al poeta de Orihuela, Miguel Hernández, que revive su queja y su lamento en el verso que desgranan. Y la voz rotunda del otro poeta invitado, Joaquín Pérez Azaústre, resuena con intensidad en el agua de la fuente que incesante acompaña de ritmo y borboteo el deslizar de sus versos. Versos que cumplen 20 años en la interpretación de la vida que proponen y que hoy nos llegan con una nueva luz. Porque la poesía vive, crece y proyecta el ayer en el presente que hoy muestra su fuerza, una fuerza que devuelve el espejo a la mirada del poeta.
Sí, por que él busca “las ruinas que quedaron de su casa…busca sus restos, espera encontrar las miradas, las voces de los suyos…”. Más allá una mujer espera, cuidó de su casa como lluvia lenta que escapó de las horas y entretejió la historia que hoy sube hasta los hondos pliegues del recuerdo. Y de ese recuerdo brota, desde la fuente, un latido que las hondas concéntricas del agua expanden y dice: “Hubo aquí alguna vez una esperanza / hubo aquí alguna vez / un hombre alto con un sueño / y mundos que nacían de su herida / una herida de luz y amor oscuro […] Hubo aquí alguna vez un hombre alto/un poeta de la vida y peregrino / que arrancó del sendero / la misma flor que ahora toco / que murió en la tierra y hace un siglo / que me susurra entre líneas / que está volviendo a vivir / en lo que escribo”.
Sí, la poesía nos hace entender y asumir este tiempo nuestro que vivimos. Volver a la poesía es como volver al útero materno que llenaba de vigor nuestros pequeños pulmones y nos devolvía el calor, color y cariño de la mujer que nos llevaba dentro.
Porque esa poesía en versos de Raquel Lanseros, “nos asciende al cielo […](se) aposenta en el corazón con sus ramos de sombra y sus frutos de ánimo / con su herida de siglos que tú sanas /. Bendito sea el día, el mes, el año / y la estación, el tiempo, la hora, el punto / en que nació: Poesía / que sabe hablar con Dios y nunca muere”.
Sí, esa poesía que expresa y anhela gratitud y en la que Raquel nos habla de fusión, de comunión: “Cruzo mis manos calientes sobre el mundo/sobre la gratitud a salvo del olvido./ […]“…Pienso en todas las manos/las que abrieron ventanas en los muros/las que besan el trigo para que haya pan/las que cortan el cuero que nos calza./
Amo todas las manos/ ¿Qué son? ¿Qué pueden solas?”.
Sí, la poesía nos devuelve el mundo y la mirada que con ella hacemos de él, nos lo transforma más limpio, más puro, más lleno de sentido y también acompaña el dolor que se filtra por el cuerpo y la vida de aquellos que sienten su herida penetrante y aguda, como expresa Ana Castro en su Cuadro del dolor: “Los moratones y las cicatrices son solo marcas/Se ven. Se reconocen/La gente es capaz de intuir/si aquello o lo otro. / Pero el dolor, no, / el dolor es transparente-casi-invisible, / acaso una vibración en el rostro/o una súbita contracción del vientre./
Por eso hay que nombrarlo, MI DOLOR, /reivindicar su existencia como parte / de un compromiso con la salud pública, / porque a menudo ni siquiera/los diagnósticos médicos o el amor lo creen. / Por eso cada día cruzo las puertas del metro / y salgo al campo de batalla. /
Encaro este pulso entre la normalidad con prisas y el dolor y yo. / Asisto a él como las mujeres acuden cada día a trabajar:/con uñas, con dientes. /
Este es mi compromiso político/hacer que corra una suave brisa en los ojos, / que se vea lo que golpea dentro. / MI DOLOR es mi dolor y existe:/existe más que yo”.
Hoy las voces antiguas y nuevas de la poesía se encontraron en la vieja plaza de Archidona y retornaron a una voz nueva que sonó en mi alma. Venía de la mano de Claudio Rodríguez y decía:
Lo que no es sueño
“Déjame que te hable en esta hora/de dolor con alegres / palabras. Ya se sabe que el escorpión, la sanguijuela, el piojo, / curan a veces. Pero tú oye, déjame decirte que, a pesar / de tanta vida deplorable, sí, / a pesar y aun ahora que estamos en derrota, nunca en doma, / el dolor es la nube, / la alegría, el espacio, /el dolor es el huésped, / la alegría, la casa. / Que el dolor es la miel, símbolo de la muerte, y la alegría/es agria, seca, nueva,/lo único que tiene verdadero sentido. / Déjame que con vieja/sabiduría, diga: / a pesar, a pesar de todos los pesares / y aunque sea muy dolorosa y aunque / sea a veces inmunda, siempre, siempre/la más honda verdad es la alegría. / La que de un río turbio / hace aguas limpias, / la que hace que te diga / estas palabras tan indignas ahora, / la que nos llega como / llega la noche y llega la mañana, / como llega a la orilla/la ola: / irremediablemente”.
Sí, la poesía nos reencuentra en esta cálida tarde de verano con la alegría.
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