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BOSNIA: 30 AÑOS DESPUÉS DE LA BARBARIE

Cuando en marzo de 1991 Croacia buscó caminar solo, siguiendo los pasos de Eslovenia, desgajándose de la República Federal de Yugoslavia y entrando en una cruenta guerra, la misma sirvió como espejo en la que se observaron bosnios croatas y bosnios musulmanes y, por último, serbobosnios también, pero con otras miradas y estos prontamente se irguieron como amos y señores de todo el territorio, alimentando intenciones y acciones por medio del mentor de quien despóticamente desde Belgrado insistiera en su ambición y sueño totalitario para la creación de “la gran Serbia”, Slovodan Milosevic. “Todos los serbios deben vivir en un solo país que defenderemos” dijo tratando de elevar el ánimo radical de sus seguidores.

30 años computados y transcurridos desde el comienzo de la guerra que asoló al país, no pueden ni deben quedar en el olvido como un homenaje a las víctimas, evitando así que vuelva a repetirse, aunque una guerra mal comenzada y peor acabada difícilmente puede no caer en la tentación de repetirse. El odio y rencor creado en las tres comunidades aún continúa latente, sin faltar la sospecha que recae sobre quienes enciendan la mecha que vuelva a erosionar el territorio. Muchos son quienes han olvidado la barbarie y otros ni siquiera habían nacido. La memoria, unas veces frágil y otras cruel, obliga a ser refrescada rescatando parte de lo sucedido y dirigiendo la mirada hacia aquellos días de 1992. 

Para intentar comprender, con cierta dinámica, lo ocurrido es menester no perder de vista algunas imágenes que trascienden al tiempo, incluso, hacer un somero recorrido a través de la historia.

El 1 de diciembre de 1918, tras la derrota en la Primera Guerra Mundial del imperio austro-húngaro, nace Yugoslavia bajo el nombre de el reino de los serbios, croatas y eslovenos  después de una cadena de acontecimientos que dieron lugar a diversas denominaciones: República Federal de Yugoslavia, en 1943 y en 1945; República Federal Popular de Yugoslavia, hasta adoptar la definitiva, República Federativa Socialista de Yugoslavia, en 1963.Luego, tras la desintegración,  recorrió otros tantos títulos de menor  incidencia.

En definitiva, seis repúblicas, cuatro culturas, tres lenguas– serbocroata, esloveno y macedonio– dos alfabetos –latino y cirílico–y tres religiones –católicos, ortodoxos y musulmanes–. Un galimatías, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y las dos provincias autónomas, Voivodina y Kosovo, todas encerradas dentro de un estado ficticio difícil de mantener, un laberinto de idiomas y nacionalidades.

La llegada al poder del partisano, héroe contra los nazis y secretario general del Partido Comunista de Yugoslavia, Josip Broz Tito, en 1953, aunque su poder emergió desde el final de la Segunda Guerra Mundial, dio cierta estabilidad política al país. Y, a pesar de su origen croata, sustentó el poder, apoyado en un poderoso ejército de mayoría serbia; nunca se fio de sus paisanos croatas, más proclives a girar a la derecha. Con su fuerte personalidad y gran poder logró –con mano de hierro– mantener la frágil unión, que no tardó en romperse, dada la radicalidad de los nacionalistas integrantes de la Federación que se rebelaron tras la muerte del líder en 1983. 

Con la muerte de Tito culminaba un ciclo encabezado por quien en 1963 fuera elegido como Presidente de por vida, Tito. Sus sucesores, elevando la radicalidad serbia y tratando de mantener poderío y hegemonía territorial, se lanzaron a la aventura de intentar evitar el desmembramiento utilizando como sostén principal al ejército yugoslavo, y poniendo en pie a la población serbia y a bandas de criminales que aprovechando un sospechoso nacionalismo patriótico atormentaron con crímenes y  acciones espantosas. 

La salida pacífica de la Federación preconizada por el gobierno bosnio, aprobando un referéndum,  desencadenó acciones reprobables y dio  pie al inicio de la guerra. “¿Está usted a favor de una Bosnia y Herzegovina soberana e independiente, un Estado de ciudadanos, el pueblo de Bosnia y Herzegovina, musulmanes, serbios croatas y otros pueblos que viven en él?”. Con dicha papeleta, el gobierno bosnio intentaba por medio del referéndum dar cauce legal a la segregación de Yugoslavia. Del 29 de febrero al 1 de marzo de 1992, se llevó a efecto la consulta, siendo boicoteada por los serbios.

El sí ganó por abrumadora mayoría, un 99%, teniendo en cuenta la demografía del momento: 45% de musulmanes; 18% croatas y 30% de serbios. El triunfo de croatas y musulmanes no ofrecía dudas, los serbios estaban destinados a perder.

Dos días después del referéndum, el 3 de marzo, el presidente de Bosnia, Alija Izetbegovic declaró la independencia, ratificado por el Parlamento el seis de abril. Tanto los Estados Unidos como la Comunidad Económica Europea dieron su aprobación y reconocimiento al nuevo Estado. 

La multitudinaria manifestación del 6 de abril, festejando la independencia, ofreció en Sarajevo un colofón inesperado que no dejó de sorprender. Desde una ventana del Hotel Holliday Inn, un franco tirador disparó sobre los manifestantes, originando el pavor; el retumbar de los disparos resultó ser el aldabonazo para dar comienzo a la guerra que asoló el país desde el 6 abril de 1992 hasta el 14 de diciembre de 1995. 

La multitud bosnia terminó asaltando el cuartel Mariscal Tito para hacerse con las armas halladas allí, abandonadas por los serbios que trasladaron parte del armamento a las colinas que circundan Sarajevo. A partir de estos hechos, los serbios se convirtieron en sitiadores durante 43 meses, aterrorizando a la población civil, bombardeando de forma indiscriminada y dando pie a la destrucción de la ciudad. Estos hechos resultaron ser la fotografía exacta de lo ocurrido en otras ciudades y pueblos. La limpieza étnica de todos los pueblos y ciudades en manos serbias comenzaba a ser rutinaria. Con solo un 30% de población, los serbios llegaron a controlar el 70% del territorio.

Lo que aparecía como un tratado duradero, pacto entre croatas y musulmanes, se rompió convirtiendo el conflicto en tres partes y el todo contra todos hacía uso de presencia.“Herzegovina es 10% croata y no hay razón para que los musulmanes ejerzan poder en ella”, aseguraban los líderes croatas y entre unos y otros colaboraron durante los combates para la destrucción de gran parte de su capital, Mostar.

La aparición de  muyahidines, llegados desde Irán y países árabes e integrados en las fuerzas bosnias musulmanas, resultó ser una de las excusas para que los croatas rompieran el pacto con los musulmanes porque se sentían discriminados y crearon sus propias Fuerzas Armadas. Más adelante, aparecerían nuevas informaciones al respecto, trascendiendo el pacto secreto entre serbios y croatas, los acuerdos de Cardodervo, pactos de Graz que señalaba la unión para deshacerse de los musulmanes, porque, finalmente, resulta más rentable dividir por dos que por tres, aunque esto dio escasos resultados porque en la mayor parte del territorio las tres partes continuaban despachándose a gusto.

La Armija, ejército bosnio-musulmán que abarcaba a la liga patriótica, Segundo Cuerpo del Ejército, y otras brigadas, boinas verdes, los Cisnes negros y numerosas milicias. Los croatas dieron luz el HVO, Consejo Croata de Defensa. Los serbios de Bosnia,  a su vez, terminaron creando su propio ejército, con el fin de que la comunidad internacional no acusara a Yugoslavia por su intervención. El VRS, ejército de los serbios de Bosnia, desde su ensoñada y recién creada República Srpska, con su capital en Pale a solo 20 kms. de Sarajevo y el fanático Radovan Karadzi, como presidente, dirigían las operaciones, aunque su más importante cuartel se hallara en Banja Luka, a cuyo frente estaba el general serbio radical y despiadado Ratko Mladic. La comunidad internacional aportó su grado de hipocresía, decretó un embargo de armas a las tres comunidades que resultó más perjudicial para bosnios musulmanes; los serbios no la necesitaban, les llegaba con gran generosidad desde Belgrado y los croatas de Bosnia las recibían de sus hermanos desde Croacia.

A la sombra de la guerra proliferaron poderosos grupos de asesinos y delincuentes, Zeljko Razanatovic, el tristemente Larkan que lideró Los Tigres de Larkan –milicia serbia integrada por 10.000 hombres–, reconocido por sus  sanguinarias acciones que quedarán en la memoria, tras hacerse con Vukovar ciudad croata, tras 89 días de asedio, donde terminaron asaltando el hospital, asesinando a todos los heridos.

Entre 20.000 y 40.000 mujeres resultaron violadas durante la guerra, la mayor parte de ellas por las milicias serbias, los despiadados chetniks. ”Ahora llevas un serbio en la barriga” aducían tras violar a la mujer musulmana. 

Yusuf Prazina, más conocido por Yuka, estuvo al frente de una milicia musulmana de 5.000 hombres en su mayoría y algunas mujeres, milicia integrada por un buen número de ex presidiarios –él mismo fue uno de ellos– y delincuentes, todos ataviados con uniformes negros. Yuka, primero fue considerado como héroe tras defender Sarajevo y ya con el poder en sus manos dedicó sus días a delinquir, tráfico de armas, de drogas y un sin fin de negocios turbios. Ambos terminaron mal, el primero, acribillado en el hall de un lujoso hotel en Belgrado y,  el segundo, hallado con un disparo en la cabeza en una cuneta de Lieja en Bélgica. 

El aspecto político mezclado con religión y un nacionalismo exacerbado no siempre ofrece panorama esperanzador y todos ellos surgieron en torno a la guerra. 

Bosnia, con una población que numéricamente rondaba los cuatro millones, se vio embarcada en problemas de difícil solución, 700.000 parejas mixtas desconocían el lugar que debían ocupar, se rompieron vínculos familiares y se perdieron amistades. Finalmente, algunas parejas mixtas hallaron la solución en el divorcio –muchas de ellas corroboradas por quien firma este artículo– y otros lograron huir.

En 1992, la mano del vándalo serbio no tembló al apretar el disparador del obús que convirtió en ruinas la rica y admirada biblioteca de Sarajevo, donde se atesoraban historia y cultura, los libros también se convirtieron en enemigos silenciosos. El cementerio no dio más de sí y se extendió por el Estadio Nacional de Fútbol que lindaba con el cementerio, una imagen siniestra. Tan solo por dar a conocer las  atrocidades desarrolladas entre croatas y musulmanes se relatan aquí, sintetizadas, dos de ellas, las de mayor cantidad de víctimas ocurridas entre las dos comunidades.

Los habitantes de Ahmici un pequeño pueblo de 1.178 habitantes –504 musulmanes y 593 croatas–, y alguna otra comunidad, en el valle de Lasva, bordeando la carretera Zenica-Vitez a cinco kms. de esta última y frente al cementerio católico, despertaron sobresaltados, alterando la quietud del amanecer de aquel 16 de abril de 1993, por el fuerte bombardeo sobre las viviendas y las dos mezquitas explosionadas. 

Instantes después, milicias radicales croatas irrumpieron, incendiaron las viviendas y a medida que los atemorizados pobladores intentaban la huida, fueron ametrallados. De las 200 viviendas de musulmanes, 180 resultaron incendiadas y 116 personas fueron asesinadas, entre ellas 32 mujeres y 11 niños. No había opción para la confusión, en Bosnia las viviendas de musulmanes se construyen con el tejado a cuatro aguas y las de croatas a dos aguas, con cierto parecido a las de los serbios. 

Los musulmanes tardaron siete meses en fraguar la venganza, desde Sivirino Selo, Gorna Dubanica y Poculica, tres colinas en poder de las milicias musulmanas también del entorno de Vitez. Controlaban todo el movimiento de los alrededores, entre ellos, Crizancevo Selo, pueblo croata hallado en la parte llana. 

La noche del 21 de diciembre de 1993 marcaría una fecha luctuosa para la comunidad croata. Los musulmanes descendieron de las colinas, incendiaron las viviendas de Crizancevo y asesinaron a una buena parte de los habitantes, 74 croatas fueron masacrados, a muchos de los asesinados los colocaron sobre leños en forma de cruz, parodiando la crucifixión. Un hecho más para acrecentar el odio entre ambas comunidades.

Si hubiera que resaltar las atrocidades de la guerra imposible no incluir a Srebrenica en el este de Bosnia, lo ocurrido en ella sobrepasa los límites de toda comprensión.  La ciudad, luego de haber permanecido sitiada, fue declarada zona segura por Naciones Unidas. Los cascos azules holandeses destinados a ese menester fueron incapaces de detener la entrada del general serbio Ratko Mladic y sus muchachos y mucho menos de evitar la posterior masacre. Las mujeres fueron separadas de los hombres y expulsadas de la ciudad y los hombres desaparecieron de la escena. Se lograba la limpieza étnica y tan solo años después se conocería el triste final de los hombres al hallarse las fosas comunes donde las osamentas de 8.000 musulmanes esperaban ser inhumados y hallar un entierro digno mientras los familiares reclamaban justicia.

Los mortíferos obuses lanzados sobre el mercado Markale en el centro de Sarajevo–el primero el 5 de febrero de 1994, con 64 víctimas–, además de la repulsa internacional, no generaron acciones contra los serbios y sí los cinco impactos que cayeron en el mismo lugar el 25 de agosto de 1995 produciendo 43 víctimas mortales y 75 heridos. Debido a la presión internacional, la OTAN finalmente reaccionó bombardeando posiciones serbias. Estados Unidos siempre se negó a actuar aduciendo que Bosnia era un problema europeo y de Europa.

Finalmente, una vez contabilizados alrededor de 100.000 muertos y 1.800.000 desplazados, el 21 de noviembre de 1995, en Dayton, con el testimonio del Presidente Bill Clinton, se firmó el acuerdo entre las tres partes y se dio por finalizada la guerra. Un final a medias, con futuro incierto porque odios, rencores y ansias de venganza continúan  latentes. Los acuerdos señalan que serbios, croatas y musulmanes en turnos rotatorios ocuparan la presidencia. Todo continúa igual, cada parte ocupando su lugar en el territorio y con ánimos de hacer pocas concesiones.  Todos se consideran ganadores y perdedores al mismo tiempo.

Tal vez los serbios terminaran comprendiendo las sabias palabras incluidas en los escritos de Zun Tzu  en el arte de la guerra: “Los ejércitos que sitian ciudades terminan perdiendo la guerra”.

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