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LOS JÓVENES HABLAN

Siempre, en septiembre, los informativos nos transmiten imágenes de los niños que acceden a las aulas de un nuevo curso escolar. Este año, los alumnos de los cursos impares comenzarán a estudiar con el sistema que propone la nueva ley de educación, LOMLOE, que trata de acomodar la legislación a los retos actuales de la educación, en línea con los objetivos señalados por la UNESCO y la Unión Europea para la década 2020/2030, según se explicita en el preámbulo de la ley. Las novedades que presenta afectan al tipo de aprendizaje, un aprendizaje por competencias, a los libros de texto, a nuevas asignaturas, como la obligatoria de Educación en valores cívicos, ampliación de las modalidades en el bachillerato, de tres a cinco, etc.

Esta de la que hablamos es la octava ley de educación de la democracia, a la que han precedido la LOECE (UCD) 1980, la LODE (PSOE), 1985, la LOGSE (PSOE), 1990, la LOPEG (PSOE)1995, la LOCE (PP) 2002, la LOE(PSOE) 2006, la LOMCE(PP) 2013, hasta la actual. Ocho leyes para un periodo corto de tiempo. ¿No es hora ya de que los distintos grupos políticos hagan un pacto de educación para que esta se independice de la subida al poder de los diversos partidos políticos? ¿No tendrían que participar más en su elaboración aquellos sujetos sobre los que estas leyes recaen: docentes y discentes?

Estamos en un continuo cambio de modelos educativos que debemos de superar y estar atentos a los movimientos y tendencias que emergen continuamente en nuestro mundo global. En una reciente presentación del libro Por una educación humanista. Un desafío contemporáneo, de la editorial Narcea, se decía que había que cambiar el aprendizaje para que la visión eficaz y productiva dejara paso a una visión más humanista que formara a los jóvenes no solo en los conocimientos específicos de su área sino en las capacidades que les convertirán en ciudadanos autosuficientes y comprometidos por el bien común de la humanidad, por una educación donde el emprendimiento, la creatividad, el espíritu crítico, la resiliencia, el trabajo en equipo, la comunicación, el compromiso social, sean competencias inherentes a su aprendizaje. 

Tenemos que implicar a los actores de esta obra en el proceso educativo, porque ellos también lo reclaman, como expresan en la Declaración de la juventud sobre la transformación de la educación, en la Cumbre sobre la transformación de la educación, promovida por Naciones Unidas en este septiembre de 2022, en los días que precedieron a su 77 Asamblea. Una cumbre que se convocó en respuesta a una crisis mundial de la educación en materia de igualdad, inclusión, calidad y pertinencia. Y una crisis –se afirma– que está teniendo efectos devastadores en el futuro de niños y jóvenes de todo el mundo y en el logro de avances en los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con la educación. En su declaración impresiona leer cómo estos jóvenes ven el cambio de los modelos educativos como la solución para “redimir y transformar el mundo”, y a la educación como su principal fuente de esperanza para superar las crisis planetarias y aspirar a la paz y a la justa igualdad.

Denuncian la exclusión o inclusión simbólica que hasta ahora se ha hecho de su participación en los procesos políticos y toma de decisiones que afectan a sus vidas, medios de subsistencia y futuro, por lo que exigen que se escuchen sus voces, que se cuente con sus experiencias, que se atiendan sus demandas y que se reconozca su labor, liderazgo y capacidad de acción. Pretenden ser considerados socios y colaboradores en este proceso y no beneficiarios pasivos: “Nosotros, la juventud del mundo, presentamos nuestra estrategia compartida para transformar la educación. Es el resultado compartido de un amplio proceso de consulta con casi medio millón de jóvenes de toda condición, en más de 170 países (…) esta declaración se fundamenta en la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible, en especial el objetivo 4”.

Se basan en la Declaración Universal de los Derechos humanos y la Carta de la Naciones Unidas que destaca que la educación es un derecho humano fundamental, un bien público mundial y una responsabilidad pública, la Convención de los Derechos del niño, y la Estrategia de la Juventud de la ONU: Juventud 2030.

Defienden la necesidad de un enfoque interseccional, intersectorial y transversal basado en los principios de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, la igualdad de género, la justicia climática, la inclusión, la equidad, la igualdad y la solidaridad en todas las acciones para transformar la educación y sus sistemas a nivel mundial, regional, nacional, local y comunitario.

Hacen un llamamiento a los Estados miembros, a los gobiernos, a la sociedad civil, a las organizaciones internacionales, a las Naciones Unidas y a otros responsables claves en los sistemas educativos para que den respuesta a sus peticiones. 25 peticiones que merece la pena ser conocidas y reflexionadas por aquellos que toman parte en el proceso educativo. En ellas, exigen, instan, al compromiso de esa sociedad en la que viven, pero también formulan su compromiso exigente con esa realidad. 

En la apertura de la 77 Asamblea de las Naciones Unidas, António Guterres señalaba un símbolo que, ante las dificultades y problemas que vivimos, ha sido una imagen prometedora y esperanzadora, la del Brave Commander, el buque que llevó a los habitantes del cuerno de África un cargamento de cereal ucraniano para calmar su desesperada necesidad –“milagro en el mar”-. Esta acción unió a Ucrania y a la Federación de Rusia con el apoyo de Turquía para abrir un puente de solidaridad a otras necesidades y expresa la fuerza del diálogo y el trabajo conjunto. Es “símbolo –decía– de lo que el mundo puede lograr cuando actuamos juntos”.

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