ACTUALIDAD ARTÍCULOS

LA FRÁGIL ESPERANZA

A principios del siglo XX, Charles Péguy representó el destino de la esperanza en una niña frágil que camina entre una mujer joven (la Fe)que custodia una fortaleza; y una mujer mayor, (la Caridad) que sostiene sobre sus hombros los heridos y las miserias del mundo. La niña Esperanza tira de sus hermanas y las anima cuando se cansan y las sostienen cuando desfallecen. “Esa criatura es tan frágil que cualquiera puede cortar su yema con la uña”. Sin este pequeño brote, las catedrales de la fe y los hospitales de la caridad serían desiertos y cementerios.

En julio de 2022 se celebraba en  el Patio de Armas de Madrid, el  Memorial a las víctimas de la Covid-19; en  él, la esperanza camina entre la investigación científica y la fortaleza europea. El representante de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios aseguró que “la solución a la pandemia vendría de mano de la ciencia”, y que “las vacunas recuperarán, la forma de vida anterior a la pandemia”. La representante de la Dirección general de Salud de la Comisión Europea subrayó el éxito de la “colaboración sin precedentes de Europa para la producción, compra y distribución de vacunas en tiempo récord”. Los horizontes de expectativas eran volver a la normalidad anterior y a la colaboración europea. El discurso del Rey amplió los horizontes al proponer “fortalecer todo aquello que la pandemia reveló como relevante e impostergable: la inversión en ciencia, la cooperación internacional, el cuidado de los mayores, la solidaridad ciudadana o la solidez de los sistemas de salud”. 

Se cerraba el Memorial con la canción Lucha de Gigante, de Antonio Vega, compuesta en 1987 para expresar la descomunal fragilidad en la lucha contra la drogadicción y la eterna batalla entre el bien y el mal; con letra desgarrada expresaba la  profunda desolación de quien “no se sabe oído ni sabe contra quien va”. En conversación con el autor manifestaba en 2006 que intentaba “manifestar la profunda relatividad entre la grandeza del hombre y su pequeñez en un entorno grandioso e infinito. Es un juego de palabras que lleva un poco a pensar en el juego relativo entre infinitud y lejanía”. (Rolling Stone 2006) La prensa la consideró “un tributo a las emociones”.

En código religioso o en un marco secular la esperanza, que anima, sostiene y alivia, está permanentemente en búsqueda de mediaciones en cada contexto real e histórico y en confrontación con las expectativas de quienes  han sufrido la desolación de la pandemia. El relato institucional necesita encontrarse con el dolor de los sufrientes, con sus preguntas, dudas e indignaciones, ya que en el lugar de la pérdida está la esperanza. Las historias de vidas narradas en singular ofrecen las experiencias y horizontes de expectativas para recrear la esperanza post-pandémica. El resultado de este encuentro estará más cerca de la sabiduría práctica y del juicio moral que del uso teórico de la razón y de los marcos administrativos. 

Esperanza herida  

Las experiencias y expectativas de las víctimas, que perdieron sus vidas y todavía arrastran sus duelos y secuelas, se distancian del optimismo institucional.  Juan, desde Toledo, ante la muerte de su padre le solicitaba que “perdone a los que, de una manera u otra, decidieron no trasladarte a la UCI del hospital 12 de octubre y haberte dejado morir, así, sin más”. Mientras el optimismo es el idioma de los satisfechos, que se acompaña de discursos autosuficientes, la esperanza anda encapsulada en la densidad de lo real y en lentos procesos históricos. Sospecho que los 106.000 españoles fallecidos en España y los 6 millones en el mundo albergarían más dudas acerca del sistema sanitario que fue radicalmente insuficiente para mantenerle en vida, y acerca de la investigación científica, que llegó tarde para evitar sus muertes. La investigación biomédica, los sistemas sanitarios, las políticas del bienestar y la coordinación europea han sido grandes productores de la salud, pero no pierden nada si reconocen la “ecología de los saberes” como ha mostrado Boaventura de Sousa en El futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía (2021).

En los relatos de las víctimas, se ha vivido el sufrimiento evitable como un capítulo de la injusticia. Julia escribía a su padre Juan de 75 años que “sigo sin entender cómo te hemos perdido, de manera injusta, cumpliendo lo que se nos pedía desde los centros sanitarios”. Monserrat le escribe al amigo de 36 años: “¡No puede ser! No te has podido ir, aún no, y ¡así no!”. “No te vimos, no te acariciamos, no te escuchamos”. Y Marta Gómez constata haberse acercado “al abismo y haber sentido una bofetada, un puñetazo, un dolor insoportable, un aluvión repugnante de cifras que deberían provocar vergüenza,  miedo, y rabia”. 

La muerte de Juan, el dolor de Monserrat y la desolación de Marta no son las tramas de un destino inevitable sino expresiones de una historia inacaba e injustamente construida. 

El relato institucional del Memorial ignora cualquier alusión a la espiritualidad; sin embargo en la pandemia se oró, se invocó el Misterio, se experimentó el Compasivo. Cuenta Javier Vitoria que la Covid-19 “alimentó su confianza en el Misterio de Dios que da y cuida de la vida. La providencia de Dios son las mujeres y los hombres buenos, que hacen posible el gobierno divino del mundo”.  “Sobre la cama del hospital, sostiene Víctor Codina, he vivido de forma nuclear, intuitiva, sintética, cercana una experiencia fundante de cercanía que sitúa ante un Misterio de Trascendencia, Amor, Luz, Perdón, Alegría y Gozo. Me encontré llamando a Alguien Padre y voy rezando”. 

El silencio sobre la trascendencia en el espacio público no hace justicia a las víctimas más bien confirma “el sustrato intelectual reticente a valorar el potencial aporte del fenómeno religioso a los procesos democráticos y a la propia secularización” un sustrato persistente en la reciente historia española como ha mostrado Ruiz Andrés en La secularización en España (2022).

Rastros de esperanza

Los miedos, incertidumbres e inseguridades golpean decididamente la capacidad individual y colectiva de esperar, confiar e imaginar. Estas heridas de la esperanza han abierto nuevos anclajes y yacimientos ocultos en un contexto secular: el gusto por la vida ante el roce de la muerte, el auxilio ante el desamparo; los cuidados ante los descuidos, y la creatividad ante las inercias socioculturales.

1. Un anclaje de la esperanza acontece en la esfera íntima donde se vive la juntura del roce de la muerte con el deseo de supervivencia. Arraiga en la experiencia interior “No vayas fuera, sugería San Agustín: la Verdad (la esperanza) habita en tu interior”  En contextos de fragilidad, nos sentimos abrazados por la vida, e invitados a conservarla. La esperanza y la vida caminan por el mismo rail. Invitados y no propietarios de la tierra, del cuerpo, del clima, de la naturaleza. El individualismo propietario, que ha sido la sombra alargada de la esperanza, ha convertido la tierra en basurero de residuos, el cuerpo en mercancía, el clima en amenaza y la naturaleza en enemiga. Los que viven como propietarios, destruyen las cosas y acaban destruyéndose unos a los otros ya que la propiedad es excluyente, viven la ansiedad por tener el arma más potente, y reducen el plural en conflicto de civilizaciones. La pandemia nos convirtió en huéspedes, en simples inquilinos, en supervivientes. Cuando Violeta Parra escribe la canción Gracias a la vida no hace un largo listado de propiedades y de cosas. Le basta con poco: pan, casa y canto.  Ese poco es mucho, porque es lo esencial, la herida infinita como afirma Josep Maria Esquirol en Humano más humano. Una antropología de la herida infinita (2021). 

La escritora Susanna Tamaro, en Escucha mi voz (2007) se preguntaba: “¿Qué significa sanar? Ver caminar, sentir de nuevo, pero ¿para qué?  ¿Para tener apetito, dormir bien, poder correr veloces? ¿O acaso para acceder a otro nivel de conciencia del vivir?” La pregunta resonaba en los espacios confinados y en los tiempos incontaminados por las prisas, por el vértigo, por la agitación. Tras muchos años de estar sometidos a la velocidad, al tráfico continuo y permanente, hemos podido oír el requerimiento de Juan Ramón Jiménez: “¡No corras, ve despacio, que a donde tienes /que ir es a ti solo!/¡Ve despacio, no corras, que el niño de tu yo, recién nacido eterno,/no te puede seguir!”.

2. La experiencia del auxilio y del amparo han abierto sus venas a la esperanza. El confinamiento y la distancia social despertaron el hambre de cercanía, de encuentro y de contacto entre personas de carne y hueso. Auxiliar y sentirse auxiliado se convirtieron en sede de la confianza colectiva y se hermanaron con la proximidad, ya que nadie auxilia a distancia ni hay una humanidad que socorre, sino que están Ana y Juan que auxilian, acogen y aman. En la práctica del Galileo, la esperanza de curación va precedida por la pregunta: “¿Cómo te llamas? ¿Qué deseas?”  Sin embargo el politólogo indio Amartya Sen en Idea de la Justicia (2009) atribuye al Nazareno la revolución de la vecindad al responder a la pregunta de unos juristas “¿quién es mi prójimo?”. En el relato del samaritano respondió: “Aquel que ayuda”. Lo contrario de la proximidad no es la lejanía, sino la indiferencia. Nacía de este modo la vecindad global que es yacimiento de esperanza colectiva. 

La esperanza no sólo amanece en el auxilio a los cercanos y afines, sino en la solidaridad con los distantes, extranjeros y extraños. En el interior de la pandemia se creaba esperanza en la ayuda entre vecinos, en el contacto humano de los sanitarios con las personas desahuciadas, en la acogida de comunidades a las personas sin hogar. Pero también se creaba esperanza cuando las vacunas y los tratamientos llegan a los países empobrecidos, cuando los desposeídos, desplazados y descartados del mundo se hacen próximos a través de la ayuda y la cooperación. La esperanza amanece cuando se siente como propio el sufrimiento de los que murieron en soledad, de los millones de personas que perdieron su empleo y caerán en la pobreza severa, de los que quedaron sin comida y deambulan por la ciudad. Proximidad y universalidad son la doble llama de la esperanza social. Tan esperanzador es mantener el carácter personal y gratuito del auxilio como producir servicios locales y globales de protección. En la esperanza, se articulan la proximidad con la universalidad, la inmediatez con los procesos, la singularidad con la estructura de servicio.

3. La práctica del cuidado ha sido en la pandemia un anclaje de la esperanza personal y colectiva.  Los descuidos con el mundo animal, el deterioro de las relacione afectivas, el olvido de la hospitalidad y el nacionalismo de Europa, primero apremian el nacimiento de un mundo común y compartido. En la construcción del nosotros asoma la esperanza política. Gracias a esta nueva conciencia, la tierra puede llegar a ser la casa común que debe ser cuidada, la seguridad y la salud un bien de justicia protegido en todo el mundo, y la vacuna no tendrá patria porque las tendrá todas.  

Un mundo común convoca a una pluralidad de actores, desde las empresas a los sindicatos, desde los partidos a las asociaciones, desde las organizaciones culturales a las confesiones religiosas, desde los gobiernos a los movimientos sociales; cada persona produce un hilo de esperanza, y sólo cuando se entrelazan forman el tapiz de la confianza colectiva, vínculos comunitarios y redes de solidaridad internacional, que pueden traer esperanza para los desesperanzados. El mayor aprendizaje de esta crisis es la conciencia colectiva de que solo un nosotros interdependiente a escala planetaria estará en condiciones de responder ética y políticamente a los desafíos del mundo global. 

El valor de la conectividad por el que se vinculan los seres humanos a la tierra, a sus habitantes, a sus causas es hoy el estatuto político de la esperanza; lo que se consideraba separado y autónomo, interactúa de forma inevitable. Por la conectividad e interdependencia sabemos que la tierra es única y su destrucción afecta a las condiciones de vida; sabemos que el hambre es un problema de todos; por la conexión, la crisis sanitaria es también ecológica, laboral, cultural, ética y religiosa. Como propone el documento de la Pontificia Academia de la Vida  La vejez: nuestro futuro (2021) “sólo una alianza cuidadosa y creativa entre las familias, el sistema sociosanitario, los voluntarios y todos los actores implicados pueden evitar que una persona mayor tenga que abandonar su hogar por problemas económicos o por falta de vínculos afectivos”. Son tiempos de construir alianzas a favor de la esperanza. Se puede dudar en la fe, se puede desistir en la caridad, pero resulta mortal no mantenerse fieles a la esperanza. Como decía José Gomez Caffarena  en El enigma y el misterio (2015) “no es ninguna necedad ni locura esperar. El enigma que somos puede tener en el misterio al que abren las religiones una clave para una esperanza fundada”.

4. En tiempos de emergencias, la capacidad de comienzo es un anclaje de la esperanza. El poder de iniciar algo nuevo en el mundo abre oportunidades inéditas. Gracias a esta capacidad se desactivó el poder destructivo del virus, se postuló una nueva normalidad, se proclamó la condición póstuma de un tiempo y el nacimiento de un nuevo roen mundial frente a lo que se nos había impuesto. El acontecimiento caprichoso del virus no alimenta el fatalismo del destino sino múltiples iniciativas sociales que reducen el sufrimiento, innovaciones tecnológicas que amplían el campo de lo real, organizaciones solidarias que activan la responsabilidad colectiva, trabajos cívicos que apuntan a la creatividad del don. Creación y esperanza caminan por el mismo rail.  

Decía Hanna Arendt en Vida activa (2020) que “el prodigio que interrumpe una y otra vez la marcha del mundo y el curso de los hombres, y salva de la destrucción es en definitiva el hecho de la natalidad, de llegar al nacimiento, a un nuevo comienzo que se puede realizar actuando en virtud de su condición de nacidos”. Sólo en ese segundo nacimiento, comenta Rüdiger Safranski en Ser único. Un desafío existencial (2022) se realiza la acción existencial que puede fundar confianza y aspira a una cultura política que permita a cada uno poner un comienzo, o por lo menos, buscarlo. 

La creatividad abre al asombro y a la sorpresa que son compañeras de la esperanza. Sorprende y asombra que a la vida le baste una grieta para crecer y pueda convertir la caída en vuelo; que el llamado a la paz no enmudezca ante la irracionalidad de la guerra. Asombra y sorprende la gratuidad y el coraje de tantas personas que en la pandemia se han entregado a los demás, dispuestos cada día a reducir el sufrimiento evitable. Sorprende y asombra sentirse amenazados de resurrección. Una creatividad que sugiere Paul Riquer en Amor y justicia  (2011) “lanza un puente entre la poética del amor y la prosa de la justicia” .  La esperanza necesita de la poética del amor que se traduce en donación, gratuidad y fiesta; y de la prosa de la justicia que requiere compromiso, lucha y estructuras de servicio. 

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close