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VULNERABILIDAD Y EDUCACIÓN

Lo que ha supuesto y cuánto está evidenciando lo vivido a causa del Covid-19, ha situado en el ojo del huracán la relación entre vulnerabilidad y educación. Sin lugar a dudas, ha emergido una mayor percepción de cómo el confinamiento ha impactado en nuestra salud mental, en las fuerzas morales, en la dimensión convivencial y relacional, en la comprensión y realización del trabajo, en la visión del mundo y de sus realidades, en el sentido de la vida, en la experiencia -propia o ajena- de la vejez, la enfermedad, la soledad, la indefensión y la muerte.

UNESCO, en su Informe Replantear la Educación. ¿Hacia un bien común mundial? (2015) afirma que “la educación debe servir para aprender a vivir en un planeta bajo presión. Debe consistir en la adquisición de competencias básicas en materia de cultura, sobre la base del respeto y la igual dignidad, contribuyendo a forjar las dimensiones sociales, económicas y medioambientales del desarrollo sostenible. Se trata de una visión humanista de la educación como bien común esencial” (p. 3). Consideramos que, a la luz de lo vivido durante la pandemia, hay que replantear y afinar mucho más las finalidades de la educación desde la perspectiva de la vulnerabilidad, e incorporar más esta realidad haciéndola dialogar con los nuevos paradigmas pedagógicos que abre el nuevo contexto al que asistimos. Urge contribuir más y mejor a la formación de vidas más logradas, más cultivadas en humanidad y más implicadas efectivamente en la plenitud humana de todos.  

El término vulnerabilidad (de vulnus, herida) implica que un ser vulnerable es el que puede ser herido y que, por eso, no es capaz de sobrevivir al margen de la hospitalidad y de la atención del otro, al margen de su comprensión profunda, de su compasión. Pero, lo que resulta decisivo es que, según una antropología de la vulnerabilidad, no existe posibilidad de superar este estadio de dependencia. Somos seres necesitados de acogimiento porque somos finitos, contingentes y frágiles, porque en cualquier momento podemos rompernos, porque estamos expuestos a las heridas del mundo (Melich, 2014).  Para Chambers (1983), la vulnerabilidad tiene dos dimensiones: la exposición a las contingencias y tensiones y también la dificultad de enfrentarse a ellas desde el desvalimiento. Podemos referirnos también a otras dimensiones de la vulnerabilidad, señaladas por Montero (2021): la vulnerabilidad radical (apertura dependencia, fragilidad constitutiva, subjetividad); la labilidad (posibilidad de fracaso en el proyecto vital axiológico y en la dimensión de sentido, capacidad de vulnerar a otros); y la vulnerabilidad vulnerada (posibilidad de la exacerbación de la vulnerabilidad radical por el posicionamiento ante la propia vulnerabilidad y la de los demás).  Solbakk (2011) sugiere una comprensión doble de la vulnerabilidad: una concepción amplia frente a otra restrictiva y minimalista. La segunda restringiría el foco de atención a poblaciones o personas concretas; la primera, aporta una comprensión de la vulnerabilidad como elemento constituyente de la condición humana.

¡Qué apasionante aportación humanizadora la de la educación a la experiencia de la persona en su vulnerabilidad! Planteada está una pedagogía de la fragilidad y del cuidado mutuo, fundamentales en la concepción del ser humano y de sus sociedades y, sin duda, respuesta alternativa y radical a la suficiencia del sistema neoliberal, a sus valores, a su mundo simbólico, a la subjetividad manipulada en la competitividad brutal. Pedagogía de la fragilidad y del cuidado que contrasta hoy con el paradigma dominante basado en la autosuficiencia en la búsqueda de la excelencia y el mérito, el de la autosatisfacción del ganador, de la prepotencia, el individualismo, la filosofía de la conquista del éxito emprendedor y la cultura del esfuerzo para el triunfo y el ascenso social (Rogero,2021). Paradigma totalmente desorientado, que ignora la dimensión de la vulnerabilidad de todo lo humano y, en mucho sentidos, es una gran negación y huida de la realidad. Un verdadero fraude educativo.

Implementar enfoques y propuestas alternativas a este paradigma dominante, desde la perspectiva de la vulnerabilidad, supone priorizar algunos aprendizajes, entre otros:

El conocimiento de lo que es y significa ser vulnerables, individualmente y como humanidad.

Una mayor toma de conciencia de que todo lo humano es frágil, provisional y limitado.

La conciencia doliente y activa frente al sufrimiento humano y sus múltiples causas y ante que los más débiles son los que padecen más y se sientes más vulnerables.

El saber que la vulnerabilidad propia y la del otro requieren siempre una elección ética que es indicio de moralidad.

El conocimiento, por experiencia, de que la atención al otro en el cuidado mutuo produce una satisfacción plena que se asienta en el amor. La fragilidad compartida nos fortalece y capacita.

El intercambio de experiencias donde la inseguridad y el sufrimiento común nos vinculan a los demás para construir un nosotros incluyente de toda la condición humana.

La relación vulnerabilidad-educación postula la formación de sujetos corresponsables de su propia historia, ciudadanos capaces de la búsqueda y realización del bien común, entendido este como el bien propio de todo hombre en cuanto hombre y, por ende, del bien común de todos. Cuando nos referimos a la educación integral de las personas, el mismo deber que impone formar al sujeto de la educación en la búsqueda del desarrollo máximo de sus potencialidades, obliga a formarlo en procurar el bien común.  Podemos afirmar que la base del bien común es el reconocimiento de la propia vulnerabilidad y de la vulnerabilidad de otras personas. Un bien común que, aunque se subordina al particular, es superior cuando se trata de bienes morales. Todo un desafío educativo. 

Un bien común que comporta tres valores que lo hacen posible: en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal y a sus derechos fundamentales e inalienables, valor que, en términos educativos, hace referencia a la comprensión, la acogida, la convivencia, la aceptación de lo común y lo diverso, la subsidiariedad y profunda reciprocidad; en segundo lugar, el bienestar material y el bienestar cultural porque, en el bienestar social, se presentan unidos el bienestar material y los bienes culturales y espirituales. El tercer y último elemento esencial del bien común es la seguridad y la paz de las personas. Valor que remite a la coexistencia pacífica y no violenta, a la convivencia pacífica, al valor de la colaboración, del acuerdo, del diálogo, de la argumentación abierta en la búsqueda de soluciones (Forment, 204).

La relación vulnerabilidad-educación debe contribuir a arrojar luz a la grave crisis cultural y ecológica que vivimos, necesitada de traducirse en hábitos de vida buena. Frente a la vulnerabilidad de nuestra casa común, una educación ambiental, tal como plantea el Papa Francisco en su encíclica Laudato si (2014), llamada a alumbrar una “ciudadanía ecológica” que se irá haciendo posible cuando la mayor parte de los miembros de la sociedad la acepte desde motivaciones profundas que conllevan una transformación personal asentada en virtudes sólidas que den consistencia al compromiso ecológico.

La relación vulnerabilidad-educación debe contribuir a una visión crítica de lo que conlleva la ideología del bienestar, el bienestarismo, como señala Joaquín García Roca (2016), y la promoción de una cultura que corroe las raíces donde se asienta el humanismo cristiano porque nos ciega frente ante toda manifestación de vulnerabilidad, haciéndola invisible ante nuestros ojos.  A la educación se le plantea una finalidad imperiosa: revertir la concepción del bienestar causado por la posesión de las cosas por el gozo del encuentro con los otros, de la alegría de la gratuidad, del contacto con la naturaleza, del disfrute del arte y de la contemplación orante. Contribuir a la formación de personas y grupos que adopten la sobriedad como estilo de vida, busquen la alegría de las pequeñas cosas y dispongan su mente y su corazón a valores que permitan saborear qué es ser humano y afrontar el tipo de vulnerabilidad deshumanizante a que conducen los grandes mitos modernos.

La relación vulnerabilidad-educación nos sitúa de lleno ante el reconocimiento de las capacidades del ser humano en tanto que ser que actúa y sufre y establece una rica dialéctica entre la carencia intrínseca de ser que tiene la persona humana y el desarrollo de capacidades con las que cuenta para dominar esa contingencia, aunque ese dominio sea siempre inacabado y relativo. 

La dialéctica entre carencia y capacidad marca el ritmo de madurez en la biografía de toda persona y también la aceptación de la vulnerabilidad en clave generativa. Cada persona es un universo de necesidades y de posibilidades. Para subsistir en esta existencia, el ser humano debe paliar y resolver determinadas necesidades como la alimentación, la vivienda, el trabajo, el afecto, el reconocimiento social, entre muchas otras, pero además todo ser humano tiene la posibilidad de alcanzar horizontes futuros que en cada uno se vislumbran de un modo u otro, en función de sus hábitos y también de sus capacidades. En este equilibrio entre necesidad y posibilidad arroja mucha luz acoger y transformar la vulnerabilidad.

La relación vulnerabilidad-educación nos conduce a rastrear nuevas búsquedas de Dios entre los jóvenes. De hecho, La cuestión de Dios, de la interioridad, del silencio, de la contemplación está ahí. Es la otra cara de la moneda frente al desvalimiento y la indefensión experimentados en la pandemia. Se ha hecho más evidente la necesidad de aprender a conectarse con el interior de uno mismo y de afrontar, resistir y saborear el silencio abriendo ventanas a la contemplación y la belleza. El sentido de trascendencia, como capacidad del ser humano que siempre está llamado a ser más, plantea a la educación la importancia de contribuir a ensanchar la profundidad del ser y sus posibilidades. Sin el progreso en esta dimensión, quedan muy bloqueadas esas profundas posibilidades a favor de una vulnerabilidad que cercena y recorta al ser humano. 

La relación vulnerabilidad-educación nos conduce también a entrar de lleno en la importancia que tiene la formación del carácter. Consideramos que es una gran carencia en la educación actual de niños y jóvenes.  Hacer frente a la vida, con lo que supone de tarea y proyecto, requiere de la forja del carácter que impacta sobre la vulnerabilidad –como fragilidad o como fortaleza– desde tantas perspectivas.

Heráclito de Éfeso (siglo V a. C.) ya decía que el carácter es para el hombre su destino.  Este representa la línea de conducta con la que se manifiesta la personalidad del individuo y resulta de una progresiva adaptación o regulación del temperamento a las condiciones del ambiente social; depende de la relación social que mantiene la persona con su comunidad, que refleja las condiciones personales y su manera de vivir. Resulta indudable que el carácter de una persona condiciona en muy buena medida cómo recibe los acontecimientos vitales, cómo los aprovecha, cómo saca el jugo a la fortuna para tratar de labrarse una vida buena. Podemos decir que a la necesidad originaria de elegir el propio carácter la llamamos libertad (Cortina, 2015).

La apasionante y exigente aventura de forjarse un buen carácter, grande y verdadera inversión vital, aporta a la educación un plus de calidad frente a otros planteamientos o paradigmas educativos cortoplacistas, cegatos, excesivamente utilitaristas y, a menudo, exentos de verdadero valor humano. Toca de raíz la formación para tomar decisiones que orienten la vida y sean coherentes con lo que queremos hacer con ella, generando, en esta dinámica, personas entrenadas en hábitos buenos, virtuosas, capaces de luchar por metas a largo plazo y de postergar la gratificación inmediata con vistas a un objetivo futuro. La relación vulnerabilidad-educación también pone el foco en la experiencia de éxito y fracaso en la vida humana, experiencia vinculada directamente a nuestras creencias sobre la felicidad y que es tan manipulada en la cultura que nos envuelve.  

Uno de los modos posibles de abordar la comprensión de la experiencia subjetiva de fracaso es concebirla como un fenómeno psíquico que hunde sus raíces en la vivencia temprana de desamparo. Desde la experiencia de este desamparo y vulnerabilidad, el sujeto que la vive concede gran relevancia a quienes están a su alrededor porque son potencial fuente de protección y supervivencia.  La vivencia de fracaso se inscribe entre las angustias más básicas de la persona: sentirse desvalorizado y, por tanto, rechazado, solo y desamparado. Tan importante como la valoración de los otros será la valoración propia que le puede hacer sentir a uno mismo como potencialmente rechazable o víctima de humillaciones varias. Se puede comprender que la tendencia será enmascarar los fracasos, reales o temidos, mediante estrategias varias de ocultamiento que irán desde el autoengaño hasta el engaño a otros de modos más o menos conscientes. Desde esta perspectiva, la educación está llamada a contribuir a que la persona incorpore los avatares de lo cotidiano al fluir de la propia vida, dándose cuenta de que nada de lo que nos pase tiene visos de ser definitivo, experimentando un horizonte de sentido que va más allá del cortoplacismo, desarrollando una constitución psíquica que cuente con un sentimiento básico de consistencia. 

La relación entre vulnerabilidad y educación respecto al uso y abuso de las redes sociales en niños, adolescentes y jóvenes amerita una intencionada intervención socioeducativa. Sin duda, la pandemia lo ha intensificado.  Frente a aspectos positivos, estas nuevas interacciones o relaciones sociales generan preocupación e incertidumbre acerca de las consecuencias e impacto que pueden tener en las subjetividades y en la socialización de niños y jóvenes. A través de ellas se practica el ciberacoso, una de las peores amenazas que pueden sufrir los individuos de estos segmentos de edad para denigrar su imagen y difundirla de forma que se haga eco entre un gran público. Asímismo, a través de las redes se genera una importante recopilación de información personal de menores, ya sea con fines publicitarios o puramente maliciosos, puesto que, en ellas, los menores suelen exponer toda su vida. Una de las formas más sencillas para que los adultos establezcan contacto con niños, adolescentes y jóvenes con fines no adecuados, suelen ser los videojuegos, abriendo estos una puerta a actividades como el grooming (acoso y abuso sexual online). Hay que señalar también la pornografía o la ludopatía, entre otros riesgos y/o adicciones, está aumentando de manera alarmante en menores.  Remitimos a los datos que arroja el Informe del INJUVE (2021) para tomar conciencia actualizada de todo ello.  

El uso y abuso de internet está relacionado con variables psicosociales, tales como la vulnerabilidad psicológica, los factores estresantes y el apoyo familiar y social.  Su abuso puede ser una manifestación secundaria de otra adicción principal o de otros problemas psicopatológicos como la depresión, la fobia social u otros problemas de tipo impulsivo-compulsivo. Alteraciones comportamentales asociadas a un uso excesivo de la red, tales como sentimientos de culpa, deseo intenso de estar o continuar conectado a ella, pérdida de control y de tiempo de trabajo o de clases, síntomas psicopatológicos, etc., han abierto un debate fecundo que debe arrojar luz a la detección y prevención de este impacto en los diferentes ámbitos de la vida del sujeto.

¿Se hace más vulnerable la comunicación o nace un nuevo desafío para intensificar el análisis y estudio acerca de las características de la comunicación humana en un contexto altamente tenológico?  Bauman (2010) señala que la sociedad posmoderna está poniendo de relieve la fragilidad de los vínculos, originándose sentimientos de inseguridad y deseos conflictivos de estrechar lazos, pero, al tiempo, éstos deben ser endebles para poder deshacerlos. Y plantea que los hombres contemporáneos, a la vez que se encuentran desesperados por relacionarse entre ellos, experimentan la desconfianza de una relación permanente, por temor a la carga y a las tensiones que esta pueda implicar, frente a lo cual no se sienten capaces ni deseosos de comprometerse ya que limitarían la libertad que necesitan. Las relaciones se caracterizan por su ambivalencia y ocupan el centro de atención de los individuos modernos líquidos, siendo la prioridad en sus proyectos de vida. Las personas, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de relacionarse y relaciones, hablan de conexiones, de conectarse y estar conectado. 

No podemos restar importancia a los cambios en las relaciones humanas que presenta la nueva cultura virtual porque sería negar, como venimos diciendo, que nos encontramos ante un desafío humano y educativo de primer orden. La educación, en su doble finalidad en cuanto a formación de personas y a ser agente de transformación social, debe encarar con más incidencia y hondura cómo formar para el encuentro humano, para compartir el tiempo y la vida con diálogo, para recuperar la fluidez, espontaneidad y riqueza de la comunicación cotidiana, para el disfrute de la conversación amigable, para el gozo que produce la vida de las palabras cuando se pronuncian y se intercambian ante otros y con otros, para el gozo y la fiesta. Tiempo para la comunicación humana, práctica de la comunicación humana, desarrollo de la comunicación humana, disfrute de la comunicación humana. 

Recapitulando

La Organización Mundial de la Salud, en un informe publicado el 2 de marzo de 2022, subraya que la pandemia ha afectado especialmente la salud mental de los jóvenes y destaca que ha habido un aumento significativo de problemas de depresión y ansiedad. No se encontró evidencia de su efecto sobre el aumento de mortalidad por suicidio, aunque los más jóvenes sí parecen haber sido un colectivo especialmente de riesgo para las conductas suicidas. Entre los principales factores que han influido se destacan la soledad, el miedo al contagio o a la muerte, el duelo por haber perdido un ser querido y las preocupaciones económicas. Es evidente que este hecho, en sus diversas y complejas manifestaciones, está poniendo de relieve una cuestión central para el ser humano y para la humanidad en su conjunto: la conciencia de que, por naturaleza, somos seres vulnerables y, al tiempo, esa vulnerabilidad está expuesta a situaciones y acontecimientos que la afectan profundamente, dejando al descubierto que son más vulnerables los más pobres y que todos somos o debemos ser solidarios en una vulnerabilidad compartida. 

Esa nueva conciencia de vulnerabilidad toca con fuerza la aldaba de la educación y de sus finalidades.  La relación educación-vulnerabilidad entabla una rica dialéctica entre la carencia intrínseca de ser que tiene la persona humana y el desarrollo de las capacidades con las que cuenta para dominar esa contingencia, aunque ese dominio sea siempre inacabado y relativo. Es tiempo de impactar profunda y positivamente en la formación de sujetos capaces de consistencia interior, de carácter, de compromiso con lo propio y lo común; personas con fina conciencia de la sostenibilidad limitada de los recursos, cuidadoras de la tierra de todos y con opciones claras respecto a un estilo de vida congruente con esa sostenibilidad y ese cuidado.

La asignatura más importante, aprender a vivir, requiere de las instituciones y organismos educativos y culturales, de la familia, de la ciudadanía activa en la urdimbre de la sociedad civil, de las religiones y de los gobiernos un compromiso de ejemplaridad, imbuido de valores éticos y morales que ofrezcan referentes y lugares de acogida para hacer el aprendizaje de la vida y para tomar decisiones que fortalezcan la vulnerabilidad, propia y ajena, cuando esta experimente la fragilidad y, en ocasiones, el deterioro de lo que es propiamente humano: el cuidado, la compasión, la reciprocidad, el vínculo afectivo y la esperanza.  

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