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POLARIZACIÓN AFECTIVA

El afecto es definido por la Real Academia Española como cada una de las pasiones del ánimo, como el amor, la ira, el odio,  especialmente el amor y el cariño. El afecto es una emoción que puede ser positiva o negativa, pero generalmente la consideramos como una emoción positiva experimentada por una persona hacia alguien. 

En España se ha comenzado a hablar de la polarización afectiva como un tema de moda. La polaridad puede ser considerada de forma genérica como la acción y efecto de polarizar o polarizarse. En su tercera acepción, la Real Academia Española define polarizar como orientar en dos direcciones contrapuestas. Lluís Orriols, profesor de ciencias sociales de la Universidad Carlos III de Madrid, define la polarización afectiva como la distancia emocional entre el afecto que despiertan quienes simpatizan con nuestras mismas ideas  en contraposición con el rechazo hacia quienes tienen opiniones distintas. Para Orriols, la polarización afectiva tiene efectos adversos para el buen funcionamiento de la democracia: deteriora la cooperación entre ciudadanos, afecta a la confianza hacia las instituciones, reduce la legitimidad de los gobiernos, favorece la desconfianza y rechazo entre adversarios políticos y puede incluso generar la parálisis o bloqueo de las instituciones.

Actualmente, la polaridad afectiva se ha centrado en el mundo de la política, pero consideramos que el tema tiene un mayor calado y puede afectar a la esencia profunda de nuestras relaciones sociales a escalas diferentes. La política, algo noble y esencial para la sociedad democrática, ha tomado un camino equivocado, fomentado por algunos sectores, ya que más que unirnos hacia un futuro común en un escenario deseado parece dividirnos y enfrentarnos personalmente. 

Circula por los medios una gráfica donde figuran los diferentes países hasta un total de 20, estableciendo un ranking relativo a la polaridad afectiva. España figura como el país donde más se manifiesta, liderando la lista. En último lugar, los Países Bajos. Grecia ocupa el segundo lugar, seguida de Francia. En un trabajo publicado en 2021 de Levi Boxell, Matthew Gentzkow y Jesse M. Shapiro, se pone de manifiesto el rápido ascenso en polarización afectiva en los Estados Unidos de América comparando con las cuatro décadas precedentes en un contexto internacional. Con esto queremos llamar la atención que es un problema globalizado. 

Antonio Garrido, María Antonia Martínez y Alberto Mora han publicado en 2021 un artículo titulado Polarización afectiva en España en la revista Más Poder Local (45, 21-40). Manifiestan los autores citados que, a diferencia de la polarización ideológica, que se centra en la percepción de los ciudadanos de la distancia de los partidos políticos entre sí en la escala ideológica, la polarización afectiva se refiere, más bien, a una distancia de tipo emocional, la distancia entre la adhesión o el afecto que generan en nosotros quienes comparten nuestras ideas políticas y el rechazo o la antipatía que despiertan en nosotros quienes defienden ideas distintas. 

La polarización ideológica se mantiene en plano del contraste de ideas para regir el destino de la sociedad, hay alternativas distintas y se plasman en modelos políticos sobre los que se debate. En cambio, la polarización afectiva, iniciada principalmente por el contraste de ideas políticas, se traslada al plano emocional, incidiendo negativamente en nuestros afectos y, no solo impidiendo relaciones dialógicas, sino incidiendo en algo tan necesario como el mundo de los afectos a escalas distintas en nuestra estructura social. 

De acuerdo con el artículo citado, España, a finales de la década pasada, estaba situada en el grupo de media/alta polarización ideológica y alta polarización afectiva. En el mismo estudio se indica que el perfil de alta polarización afectiva de Grecia o de España a finales de la década pasada, caracterizado por un elevado afecto hacia el partido propio y un elevado rechazo a los adversarios, es muy diferente de los perfiles de baja polarización afectiva en otros países de nuestro entorno, como Alemania, con baja polarización ideológica y baja polarización afectiva, o el Reino Unido. Para algunos investigadores en sociología, en nuestro país, hay una mayor tendencia hacia la polarización a medida que la edad es más avanzada. 

El conflicto existe entre polarización ideológica, que conduce al contraste sosegado de ideas para transformar la sociedad, y polarización afectiva, la incrustación de la diferenciación ideológica en el mundo de los afectos debe ser resuelto. En los últimos tiempos hemos vivido en España situaciones donde las diferencias de opinión se han plasmado en el plano afectivo, teniendo consecuencias a distintos niveles, incluido el vecinal o el familiar. La cuestión catalana constituye un buen ejemplo. Una diversidad que nos debe unir porque nos hace más fuertes ha ocasionado fracturas importantes. En el marco familiar, cuando vemos esos programas televisivos donde todos gritan y se pelean, no parece que el ejemplo sea formativo, no representa el mundo que deseamos. En los debates parlamentarios no reina el sosiego y la confrontación de ideas de forma adecuada, se manifiesta la continua descalificación en vez de la confluencia constructiva hacia el bien común. 

Nuestros representantes políticos deben meditar si con su ejemplo no favorecen nada una deseable polarización afectiva que percola el conjunto del sistema social. Lluis Orriols dice que cuanto mayor es la polarización ideológica de los partidos (medido como la distancia en las posiciones ideológicas percibidas por los votantes), mayor es la polarización afectiva de los votantes. Este es un tema que necesita análisis. 

En una España con evidentes desigualdades, económicas y sociales, es natural que haya ideologías enfrentadas en el plano de las ideas constructoras del modelo social, hay alternativas que la ciudadanía debe comprender desde un debate exento de estridencias, insultos y continuas descalificaciones. Lo que no es deseable es la transposición al plano de los afectos. La polarización afectiva en España está llevando al abandono del necesario diálogo, a veces desde posiciones ideológicas diferentes, en el marco de la vecindad o la familia. Hemos oído a veces la frase que expresa la idea de que en casa no se puede hablar de política, porque tiene consecuencias en el plano emocional, el mundo de los afectos. No es un modelo deseable para construir la sociedad que queremos, que necesitamos, y la familia sigue siendo la unidad fundamental de la estructura social. 

Quizás todos debemos ser más comprensivos, tolerantes, capaces de ver el mundo con la mirada del otro. El modelo de ciudad que defendemos, y por el que trabajamos, en una ciudad convivencial, en el sentido de Ivan Illich, es decir, una ciudad, en definitiva, una sociedad, que ofrece al ser humano la posibilidad de ejercer la acción más autónoma y creativa, con ayuda de las herramientas menos controlables por los otros. O bien una ciudad convivial, un concepto defendido por la socioecóloga Teresa Rojo, donde se facilitan espacios saludables para la convivencia en la calle con los vecinos, un espacio entre los edificios, como dice Jan Gehl, donde intercambiar afectos. Estos espacios conviviales, en todos los barrios de la ciudad, deben permitir la estancia confortable donde los unos con los otros puedan intercambiar las ideas y los afectos, alejados de cualquier rasgo de polaridad afectiva. 

En una sociedad que debe ser transformada por la existencia de inequidades e injusticias, es inevitable el contraste de ideas, incluso la polarización ideológica, hasta que la convergencia de fines la haga innecesaria. Pero no deben proyectarse nuestras diferencias de apreciación de la realidad en los afectos, los imprescindibles afectos a cualquier escala, ya que son una piedra angular para la convivencia y el bienestar social y personal.

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