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JOE BIDEN TIENE RAZÓN (Y TRUMP TAMBIÉN)

Diversas olas y vientos erosionantes han ido minando a lo largo de muchos años la primera democracia de los tiempos modernos, la de Estados Unidos y, como consecuencia, cualquier otra democracia, tanto la establecida como las incipientes.  

El presidente Biden eligió un buen lugar para hacer un discurso –que quiso llamar El alma de la nación– sobre las amenazas a una democracia que ya lleva años en erosión y que él ahora asegura estar abocada a una guerra civil. El lugar era el Freedom Hall, de Filadelfia, donde se encuentra la campana de la libertad, la que primero llamó a la Independencia de Estados Unidos. La amenaza, según Biden, la crean los trumpistas. 

Lo que no se sabe si eligió premeditada, o accidentalmente, es el fondo fantasmagórico en tonos rojos y negros que, si pretendían dar la imagen de amenaza y peligro que se pretendía proyectar, al mismo tiempo estaba echando leña al fuego de quienes dicen que la verdadera amenaza a la democracia es la dirigida globalmente por fuerzas oscuras y casi demoníacas… Para colmo, estaba flanqueado por miembros del Ejército, mientras hablaba un lenguaje de guerra civil.  La amenaza, según Trump, la crean Biden y sus demócratas. 

Fue un discurso extraño, duro y, (no sorprendentemente), aplaudido por los demócratas como algo necesario;  recibido con horror por los republicanos, a los que Biden había acusado de fascistas e incitadores a la guerra civil. Un discurso sorprendente y escandaloso precisamente por el espíritu antidemocrático que supone acusar a casi la mitad de la población de antidemócrata, en un país que blasonaba de su lema Et pluribus unum…

El Presidente se refirió –con razón– a “las duras polaridades que no dejan oxígeno para un terreno común, una base necesaria para la construcción de la paz”. Esto es algo que pueden asegurar los dos lados. Lo único es que cada uno ve al otro como  quien impide la construcción de la paz. En el espíritu de polarización tremendo que vive, no solo Estados Unidos, sino el mundo entero y toda la sociedad, hay un punto en el que todos están de acuerdo: la democracia está en peligro. Lo que es distinto, es la identificación de la fuente de la amenaza o las amenazas a tales democracias. Se podría decir que son los vientos que han venido, ya por años, erosionando el primitivo y tan distintivo espíritu democrático del pueblo estadounidense. La erosión no es, ni mucho menos, algo repentino: ha sido un proceso gradual, quizás imperceptible para muchos, sospechosamente teledirigido, e ineptamente manejado probablemente por ambas partes. 

Las olas erosionadoras de la diversidad étnica

Irónicamente, uno de los vientos –alentados además, por la retórica de ambos partidos, en una y otra dirección– es el de la propia diversidad. Estados Unidos es un país construido por inmigrantes que, en sus principios, compartían un sueño y una filosofía. Lo que ocurre es que, posiblemente ahora, como consecuencia de una globalización que podría unir, pero tiene también un efecto divisorio, los sueños y las filosofías de los nuevos inmigrantes no siempre coinciden con los de los fundadores de la nación. Muchos inmigrantes llegan con distintas confesiones religiosas, distintas perspectivas sobre la vida, distintos valores, entran en choque directo, no ya con la filosofía democrática de los comienzos, sino con la de un mundo secularizado y entregado a una relatividad moral difícil de asumir para quienes llegan de otros mundos. Y esto se exacerba más entre los grupos que no vienen con la clara decisión de integrarse, sino por necesidad desesperada de sobrevivir de cualquier modo, en el mejor de los casos; o bien a mantener su cultura sin intento alguno por entrar en diálogo con otros; o de destruir la cultura a la que llegan en el peor de los casos. A menudo, todos estos elementos conducen a acciones desesperadas, problemas mentales, o directamente a acciones violentas. 

El discurso (o falta de un verdadero discurso) político sobre la inmigración va sobre las defensas de las fronteras abiertas, de las que es fácil hablar si se trata de las del norte, por donde entra una inmigración blanca y preparada. Mucho más complicado es el tema de la frontera sur con México, con miles y miles de migrantes que llegan de estados más pobres y con menos recursos. 

Recientemente, los gobernadores de estados como Arizona, Texas o Florida han estado enviando a migrantes indocumentados a los estados del norte y del medio oeste, para escándalo de quienes piensan que es injusto e inhumano… sin preguntarse si pedir a unos cuantos estados que absorban todo el peso migratorio es justo y si ellos estarían dispuestos a abrir sus propios estados y proporcionar los fondos necesarios para crear las infraestructuras que se requerirían para la absorción e integración de multitudes. 

Estas aguas, que antes eran muy peculiares de Estados Unidos, son ahora comunes a todo el mundo occidental

El viento de la desigualdad económica y educativa

La campaña de Trump puso de manifiesto algo que se veía venir desde antiguo. El mapa de votaciones, que clara y contundentemente daba los estados más rurales interiores a Trump mientras que las dos costas –más ricas y con un nivel más alto de educación– apostaban por el partido demócrata, resultó ser un resumen de la inversión de posturas. Tradicionalmente, el partido republicano se asociaba con el privilegio y el elitismo, pero ahora se había convertido en bastión de las áreas menos privilegiadas y de las clases más bajas. La división se ha ido haciendo lentamente, desde instituciones educativas, sindicatos, empresas y política. Mientras que en la última campaña electoral los demócratas abiertamente expresaban el desprecio por los “ignorantes”, o los “indeseables”, como dijo Hillary Clinton, los republicanos defendían –de manera que a muchos les resultaba desagradable y antipática– los valores tradicionales de las clases más bajas. Ambos, asegurando defender la bandera de las libertades y del espíritu americano. 

Como se ha señalado, la democracia está dando paso a la meritocracia, un 9,9% de la población que domina el pensamiento y las políticas para el 90% restante (de un lado y del otro). 

El surgimiento de las ‘autocracias’ vs. la erosión orquestada de la democracia

Hay ríos de tinta sobre el fenómeno creciente del surgimiento de las autocracias iliberales en todo el mundo y echan en un mismo saco a movimientos tanto de derecha como de izquierda. Por ejemplo, Venezuela y China, Hungría y Polonia, que tienen filosofías y sistemas tan opuestos, son alegremente incluidos en la lista de autocracias sin distinción ni análisis de lo que diferencia profundamente a estos países. Se acusa a estos movimientos (pero sobre todo a los de la derecha) de negar las libertades democráticas de los ciudadanos y de imponer valores y leyes que están diametralmente opuestas a las ideas liberales y a derechos fundamentales… Por el otro lado, la acusación, o el temor, o la realidad de que algunos poderes oscuros están teledirigiendo el fin de todos los valores que se creían sagrados (defensa de la vida, familia, identidad sexual, ideologías de género, etc…) quizá no con el resultado explícito de acabar con la democracia, pero sí con el resultado implícito de controlar mentes y corazones e imponer, no una ideología, sino un adoctrinamiento de personas que las convierte en robots… capaces de votar, sí, pero solamente al pensamiento único. Cuando las políticas y los discursos (particularmente) son los que tienen que ver. 

Evidentemente, esto no empezó con Trump… Es un proceso mucho más antiguo al que quizá contribuyeron los trumpistas con su defensa-ataque furioso a algo que muchos apenas vislumbran o analizan, pero que intuyen representa un grave peligro a su acostumbrado modo de vida y a sus creencias más profundas. 

El escuchar el discurso político a nivel internacional, que viene redactado a menudo con exactamente las mismas palabras, el adentrarse en algunas de las consecuencias más profundas del asumir indiscriminadamente la Agenda 2030, ahonda este sentido de sospecha y sentimiento de estar teledirigidos por poderes que no representan siquiera ideologías políticas sino otros intereses cuyo alcance se escapa. Cuando el mensaje no tendrás nada y serás feliz alcanza al pueblo, quienes tienen y pueden guardar, no se inquietan y siguen alentando el mensaje… quienes no tienen dudan mucho de esa rara feliz miseria. Cuando los Zuckerbergs, Soros, o Gates del mundo se sientan a decidir el destino de la humanidad, el panorama es alarmante. A las ideologías políticas, parecen haberse sucedido convicciones cuasi religiosas, con sus propios ritos inapelables: la carne roja es mala, los productos animales son producto de la crueldad, las mascarillas son absolutamente necesarias, quien no se vacuna está pecando gravemente… etc. Y este fenómeno, también, es común a todas las sociedades modernas, y está erosionando, por tanto, todas las democracias.

El miedo como arma de erosión de la democracia

Ambos lados de la polaridad utilizan en sus campañas el miedo como arma para conseguir adeptos a su lado… El miedo no informado, la demonización del otro. Arma común. El tú más autoritario y dictador que yo, no es un argumento filosófico aceptable, pero funciona en la movilización de las masas valiéndose en gran medida de la vertiginosidad de las noticias y de la incapacidad de analizar los mensajes con realismo y contando con todos los datos. Tal análisis exigiría unas bases filosóficas y académicas a las que muchos no tienen acceso, y a las que los medios sistemáticamente impiden tal acceso con sucesivas y rápidas avalanchas de palabras y mensajes que son prácticamente imposibles de digerir. 

Los vientos de la tecnología y las redes sociales

Una situación de dependencia de las tecnologías y las redes sociales , agravada por dos años de Covid-19 sirve para posibilitar que, quienes alcanzan el control de tales redes, puedan adueñarse fácilmente de las mentes de las personas… muy llamativamente las de los más jóvenes, pero también  a quienes, precisamente durante la pandemia, han descubierto una manera de evitar hasta cierto punto el aislamiento y se han hecho dependientes de internet y las redes sociales para sus relaciones, compras, entretenimiento… Y, cuando Amazon y Facebook parecen omnipresentes, también están presentes las mentes y los hilos que los dirigen… y que por tanto dirigen las mentes de todos. Al hacer a las personas dependientes no ya de sus necesidades de relación, sino incluso de las físicas, los poderes pueden asumir el control del pensamiento.  

Los vientos de las extrañas alianzas internacionales y de lo que se ve como hipocresía en la política internacional

Históricamente, Estados Unidos ha mantenido la doctrina idealista, una especie de evangelización democrática. Si lo que descubrieron de el gobierno del pueblo para el pueblo era tan bueno, su obligación moral era exportarlo. Se llamó tal doctrina el destino manifiesto, la misión ética para con toda la humanidad.  A lo largo de los tiempos, sin embargo, el ideal se ha encontrado con fuertes retos en la realización: extensión de las democracias, ¿a qué costo, o con qué beneficios? 

En décadas recientes, en nombre de la democracia, Estados Unidos ha intervenido en múltiples conflictos internacionales, a un alto costo económico y personal, y también de imagen. Se ha ganado la dependencia económica de muchos países, y también el odio de muchos otros. Es cierto, que muchas de tales intervenciones estaban también dirigidas a proteger la seguridad del país contra ataques terroristas, así como el petróleo tan necesario… pero los resultados de varias (ejemplos claros, Afganistán o Irak) no ha sido precisamente la implantación de la democracia en los países afectados.

Las extrañas alianzas con Venezuela y otras dictaduras de signo socialista-comunista a raíz de la invasión de Ucrania y la crisis energética hacen a muchos sospechar de una cierta hipocresía en las intenciones de acciones, intervenciones y alianzas. El hecho de que muchos países estén sufriendo también dictaduras,  movimientos antidemocráticos o persecuciones religiosas ante el silencio cómplice de los países demócratas ahonda el sentido de erosión de la democracia americana y de las de todos los países. Si la supuesta convicción de valores democráticos no se traduce en acciones decididas en favor de la paz y la libertad auténtica de las naciones, la confianza, incluso a nivel doméstico, se hace cada vez más frágil. 

¿Una persona, un voto?

Todo lo dicho anteriormente evidentemente, no es obra (del todo) de Biden; ni tampoco (del todo) de Trump. Ha sido más bien una lenta erosión de identidad y de valores que ahora ha llegado a un punto insostenible. Trump y sus trumpistas, y Biden y su cohorte solo han recogido y avivado descaradamente antiguas tensiones. 

Y, mientras que es innegable que la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos cree firmemente en la democracia, y la defenderá hasta el fin, el problema está en desentrañar contra qué enemigos habrá que defenderla. 

Es casi inútil pelear contra un enemigo sin rostro. Y, sin esa identificación, el una persona, un voto puede resultar algo ingenuo. Habrá que seguir votando, claro está, pero habrá también que buscar la luz. No es eficiente el buenismo sin crítica. Tampoco lo es el ataque estridente que no deja oír lo que se está diciendo ni deja escuchar al contrario. Es necesario desenmascarar enemigos reales. Y están muy dentro, y muy escondidos. 

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