En Irán no llevar el hijab, el velo, en público se considera un delito de prostitución. Es lo primero que por la megafonía del avión se advierte a las pasajeras mientras se aterriza en el aeropuerto internacional de Teherán: el código de vestimenta islámico obliga a las mujeres a cubrirse el cabello en público desde los siete años. Bajo ese velo las iraníes ocultan melenas muy largas: el código tradicional de belleza les prohíbe cortárselas. Por eso quitarse ese pañuelo y ondear la cabellera al viento se ha convertido en todo un gesto de rebeldía y rabia de muchas de las jóvenes de ese país, cansadas de esa imposición que para ellas simboliza su sumisión. Saben que ese desafío puede llevarlas a la cárcel y a ser azotadas. A la abogada Nasrin Sotoudeh defender a esas mujeres le ha supuesto una sentencia de 38,5 años de prisión y 148 atigazos por los delitos de atentado contra la seguridad nacional y promoción de la corrupción y la prostitución. No ha recurrido la pena argumentando que hacerlo sería aceptar el delito. “Si consiguen obligarnos a llevar este medio metro de tela, podrán hacer con nosotras lo que quieran”, denuncia Nasrin en el documental sobre su historia que en 2020 se grabó en Irán, en secreto, por el riesgo de que los cámaras pudieran ser detenidos. Esta letrada, Premio Sajarov del Parlamento Europeo, es la defensora de los derechos humanos más reconocida dentro y fuera de su país. Se la llama la voz de los sin voz. Representar a las víctimas de malos tratos; a los niños sometidos a abusos del padre; a los menores condenados a muerte; a las minorías religiosas; al colectivo LGTBI la ha llevado a prisión en varias ocasiones. Incluso se llegó a prohibir que ejerciera la abogacía.
En 2018 Nasrin aceptó un caso que pocos juristas querían: la defensa de una joven, Narges Hosseini, que, siguiendo una protesta organizada en las calles y en las redes sociales, se quitó el pañuelo en público y lo agitó como una bandera. Fue detenida y acusada de cometer un acto pecaminoso, de violar la moral pública y de fomentar la inmoralidad y la prostitución, cargos que conllevan hasta 20 años de cárcel. “¿Cuál es la base legal de esas condenas? Esta es una pregunta importante que llevamos haciéndonos 40 años, pero no hemos encontrado una respuesta legal”, comenta Nasrin en el documental.
Después de a esta joven, condenada a dos años de prisión, la abogada representó a muchas otras, conocidas como las Chicas de la calle de la Revolución Islámica (Enghelab Street) en la que este desafío comenzó. Chicas que, subidas a autobuses, bancos, cajetines del sistema eléctrico, ondean su hijab al viento. En nombre de la modernización el padre del último Shah prohibió el velo en público. Dijo que la que no quisiera ser vista que no saliera de su casa. Había policías que pegaban a quienes incumplieran la orden. En vísperas de la Revolución Islámica las mujeres se echaron a la calle con el velo puesto reclamando su derecho a llevarlo. “No se trata de prohibir o de permitir”, argumenta Nasrin. “Si nos dicen hoy que todas las mujeres son libres de quitarse el velo al salir a la calle”, afirma, “no tendría valor para nosotras: mientras esté en sus manos dictaminar si el hijab es obligatorio o no nuestras decisiones siempre dependerán de ellos, pero si a través de este esfuerzo conseguimos ganar la libertad de decidir qué ponernos, esta será permanente”. Por eso el caso de Narges Hosseini fue tan importante para ella.
Entre las mujeres que Nasrin ha defendido está la también abogada iraní Shirin Ebadi, la primera mujer musulmana galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Lo recibió en 2003, por “sus esfuerzos por la democracia y los derechos humanos”, y su “lucha por los derechos de mujeres y niños”.
Reconocida por su defensa de disidentes, Ebadi lucha por una nueva interpretación de la sharia en armonía con los derechos humanos como la Democracia, la igualdad ante la Ley, la libertad religiosa y la de expresión. Según esta letrada, Occidente debería mirar más allá del velo. Para ella el problema no es la obligatoriedad del hijab sino el apartheid legal en el que viven las mujeres, como ciudadanas de segunda. En Irán la vida de ellas vale la mitad que la de ellos: en caso de accidente de tráfico, por ejemplo, a lesiones iguales, el hombre recibe el doble de indemnización; el testimonio de un hombre ante un tribunal equivale al de dos mujeres; en el divorcio (muy difícil para ellas) el padre se queda con la custodia de los hijos. A un padre se le puede condenar a nueve años de cárcel por matar a su hija o declararlo inocente si se considera justificada su acción y esa hija, sin no lleva el velo en público, a 20. Y un largo etcétera de leyes discriminatorias.
Paradójicamente, la imposición del hijab, tras la Revolución islámica, hizo posible el acceso generalizado de la mujer a la Universidad. La prohibición del velarse por parte del Shah había dejado encerradas en casa a muchas jóvenes. En la actualidad, según los datos de la ONU, la tasa de alfabetización en Irán es de un 98% (incluyendo mujeres y hombres), frente a la situación que existía antes de la revolución, en 1978, cuando el 60% de las mujeres era analfabeta. Y el 65% de los estudiantes universitarios son mujeres lo que no implica que su situación en el mercado laboral sea positiva: según el Banco Mundial, menos del 20% de la fuerza laboral iraní es femenina.
Posiblemente una de las formas más sencillas de entender lo que vivió Irán y, especialmente la mujer iraní, con el cambio que llegó de la mano de la Revolución Islámica es la novela gráfica, convertida en una película deliciosa, Persépolis de Marjane Satrapi. Cuenta la historia de la propia Satrapi, nacida en el seno de una familia progresista de Teherán, y del sufrimiento que vivieron al ver cómo lo que en principio muchos consideraban como algo necesario para acabar con la Monarquía totalitaria, la Revolución, acababa convirtiéndose en una autocracia que despojaba a muchos de los derechos que ya consideraban conquistados. Marjane recuerda el apoyo de su padre a esa Revolución (“habrá justicia y libertad. Todo irá mejor”, les decía) y las posteriores detenciones y ejecuciones ordenadas por el Régimen Islámico. De los tres mil prisioneros políticos del Shah, denuncia Persépolis, se pasó a los 300.000 de la República. A su tío el Shah lo encarceló por disidente y Jomeini lo ahorcó. “Teníamos tantas ganas de ser felices”, comenta su personaje, “que nos acabamos olvidando de que no éramos libres”. Y con tristeza recupera la memoria de su padre cuando le dijo: “hace 15 años tu madre y yo paseábamos cogidos de la mano por la calle. ¡Dios mío! ¡Y era el mismo país! Eres una mujer libre. El Irán de hoy no es para ti. Te prohíbo que vuelvas”. Desde entonces, hace 25 años, Marjane vive autoexiliada en París. “La Libertad es mi razón”, declara en una entrevista publicada en El País (El País Semanal. 16 de febrero 2020): “Yo estoy totalmente en contra del velo. Sé lo que quiere decir: que yo, como mujer, soy un objeto sexual y que este objeto sexual no debe verse porque la mera visión de los cabellos puede provocar una erección general en la calle. Pero más importante son los derechos humanos. La gente tiene el derecho a ejercer la religión que quiera y a vestirse como quiera. Pelearé por que si lo desean las mujeres puedan llevar el velo, aunque yo lo deteste”.
Siguiendo los pasos de Satrapi, otros dibujantes iraníes exiliados han convertido sus obras en una herramienta de denuncia, tanto contra la dictadura del shah como la de los ayatolás. Entre estos figuran Mana Neyestani que narra su encarcelamiento en la prisión de Evin; Parsua Bashi que describe satíricamente la vida en Irán en Nylon Road o Amir y Khalil cuyo comic, El paraíso de Zahra, sigue los pasos de una madre en busca de uno de sus hijos, de 19 años, desaparecido en Teherán durante las manifestaciones de 2009, en protesta contra el fraude en la elección del presidente del gobierno. Su periplo la llevará a morgues, hospitales, tribunales, cárceles intentando demostrar algo que el gobierno no reconoce: que hay personas desaparecidas en prisiones gubernamentales, presos cuyos derechos humanos se violan a diario.
Denuncia y solidaridad con esta Revolución de las Mujeres también de escolares y universitarios quienes, aún a riesgo de ser detenidos, han llenado las paredes de las calles iraníes y de sus centros de grafitis con el lema Mujer, Vida, Libertad. Voces a las que se han sumado los deportistas, como los jugadores de la selección del Mundial de Qatar que se negaron a cantar el himno de su país, o las dibujantes que utilizan en su protesta símbolos como los colores (rojo, verde y blanco) de la bandera iraní; el tulipán, imagen de la sangre de los mártires; una mujer, en representación del propio Irán. Incluso usan elementos de obras maestras de la pintura persa para unir la esencia de la historia iraní con los acontecimientos actuales.
“El hijab es como el Muro de Berlín, si lo derribamos caerá el régimen”, declara en una entrevista publicada en El Mundo, el 12 de diciembre de 2022, Masih Alinejad una de las líderes más conocidas de la disidencia iraní. En su opinión, “si las mujeres dicen no a la imposición del hijab pueden decirlo a cada humillación que sufran”. Periodista, escritora y bloguera, nacida en Irán, desde hace años vive exiliada en Nueva York, lo que no la ha protegido de un intento de secuestro y otro de asesinato. En 2014 lanzó la página de Facebook My Stealthy Freedom (Mi Libertad clandestina), desde la cual convoca a las mujeres iraníes a que los miércoles usen pañuelos blancos en sus cabezas y se los quiten en señal de protesta. Muchas hacen videos o fotos clandestinas cuando se quitan el velo en sitios públicos y los envían a la página para su publicación. La primera de esas fotos fue un selfi de la propia Alinejad. La página tiene una extraordinaria repercusión internacional y el apoyo de cientos de miles de personas en todo el mundo. “El pañuelo”, sostiene Masih, “es el pilar de la dictadura religiosa: toman un país como rehén y después tratan de mostrar su poder usando nuestros cuerpos”.
Llevar el velo mal puesto en público es lo que le costó la vida, el pasado 13 de septiembre, a la joven Masha Amini. Detenida y golpeada, según los testigos, por la Policía de la Moral, no salió del hospital en el que la ingresaron tras el interrogatorio. Su muerte la ha convertido en una mártir e incendiado las ciudades iraníes. Miles de detenidos; centenares de víctimas de la represión policial en la que se utiliza fuego real; condenas de muerte; ejecuciones públicas en la horca, no frenan esta rebelión. El velo es el símbolo, pero detrás late el descontento generalizado, sobre todo entre los jóvenes, por la situación del país y su propia situación. A pesar de los ingresos del petróleo Irán está hundido económicamente. La inflación galopante alcanzó el verano pasado el 50%. El paro juvenil es del 25%. Miles de personas, un 35% de la población, viven por debajo del umbral de la pobreza. Hay protestas de los profesores por sus pésimas condiciones; de las madres de las víctimas de la represión; de los obreros de las industrias petroquímicas.
“¿Puede el régimen iraní caer?”, se preguntaba el New York Times en su edición del 27 de octubre.” Lo que es cierto”, respondía el propio periódico, “es que el líder supremo desde hace 33 años, Ali Khamenei y el Régimen Islámico afrontan la situación más difícil de su historia, similar a la que provocó la caída del Shah. Vacilan entre aumentar la represión o ceder terreno. Las protestas podrían desvanecerse, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, pero todo parece indicar que seguirán. Esta vez se avista el principio del fin del Régimen Islámico”. Es la primera vez que se percibe tal unanimidad en la sociedad iraní y no solo en las ciudades ni en la clase media. Es la primera vez que se vuelve a escuchar el grito “¡muerte al dictador”. La última fue hace 43 años con la caída del último Shah y el triunfo de la Revolución Islámica.
En su número de diciembre la revista Time ha declarado heroínas del año a las iraníes. “El movimiento que lideran”, destaca esta publicación, “es educado, liberal, secular, basado en expectativas como vivir con normalidad, viajar al extranjero, estudiar, conseguir un trabajo decente, participar en la política, tener la libertad de decidir cómo vestirse”. ¿Ganarán ahora las mujeres? Cuando estuve en Irán realizando un reportaje para Informe Semanal, en 2015, se palpaba ya la fuerza de esas mujeres, su capacidad de liderazgo, su determinación y que ellas serían el motor de la siguiente revolución. Ante la cámara asumían el hijab como parte de su cultura y como una protección. Of the record la mayoría reconocía que si pudieran no lo llevarían. En cuanto nuestro avión despegó de Teherán de regreso a España casi la totalidad de las pasajeras, muchas de ellas iraníes, se quitaron sus pañuelos y la cabina se convirtió en una fiesta de velos al viento, en una danza de Libertad como la que ahora desafía a los ayatolás.
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