El economista ambiental, ha sido asesor en el Ministerio para la Transición Ecológica de 2018 a 2020. Acaba de publicar Necesidad de una política de la Tierra, un profundo análisis donde nos pone en alerta. “Estamos a tiempo”, asegura esperanzador.
Lourdes Durán: En su anterior libro Crisis climática ambiental. La hora de la responsabilidad ya planteó la delicada situación en la que nos encontramos por la destrucción del ecosistema en lo que podría denominarse humanicidio. ¿Qué aporta su nuevo libro Necesidad de una política de la Tierra?
Antxon Olabe: Mientras que mi anterior libro se centraba en explicar las causas profundas y las causas directas de la crisis ecológica sistémica en la que nos hemos adentrado, el presente libro está dedicado en exclusiva a la crisis climática.
La actual situación de emergencia climática planetaria es el aspecto más grave y el que requiere una actuación global más urgente de entre los elementos que configuran dicha crisis ecológica sistémica. Supone una amenaza de carácter existencial para nuestro mundo, el mundo de los seres humanos. En ese sentido, considero que el libro aporta una visión de conjunto integrada y poliédrica sobre dicho problema. Contiene mucha información procesada desde el conocimiento generado a lo largo de tres décadas de dedicación al tema. Añadir que ha sido escrito desde una perspectiva crítica, en especial la recapitulación que se realiza sobre la posición de las grandes potencias ante este tema en los últimos treinta años. Aporta un análisis detallado de Estados Unidos, China, India, Rusia y la Unión Europea.
L.D.: A su juicio, ¿cuáles serían las emergencias más acuciantes y cree de verdad que estamos a tiempo o nos vamos a extinguir como especie?
A.O.: La emergencia más acuciante es la climática. Todavía estamos a tiempo de reconducir una desestabilización del sistema climático de carácter catastrófico. Es preciso luchar sin descanso por el objetivo de que el incremento de la temperatura se mantenga a finales del presente siglo XXI lo más cercano posible a 1.5 grados centígrados. La especie humana no se va a extinguir como consecuencia de este problema, pero una desestabilización muy grave del sistema climático, lo que desde las Ciencias de la Tierra se ha denominado un escenario Tierra Invernadero, podría conducir en varias generaciones a un colapso civilizatorio.
L.D.: ¿Ha sido la pandemia de la Covid-19 un aviso? No parece que hayamos salido mejorados tras ella.
A.O.: Ha sido un aviso muy importante que en mi opinión se debería de leer así: La destrucción de los ecosistemas naturales y de la biodiversidad antes o después se vuelve contra nosotros mismos. La Tierra es nuestra casa común, es literalmente nuestro hogar. Mientras no despertemos a esa realidad y sigamos tratando a la naturaleza desde un marco de referencia depredador, esquilmador o como un gigantesco vertedero, las agresiones se volverán contra nosotros en un inevitable efecto bumerán.
En todo caso, estamos hablando de cambios culturales profundos y es, por tanto, inevitable que precisen mucho tiempo para cristalizar. La economía-mundo que se ha desarrollado desde la Revolución industrial hace doscientos cincuenta años lo ha hecho bajo un marco de referencia o paradigma de la no existencia de límites para el crecimiento de la economía. Es un marco de referencia agotado. Hemos colisionado con los límites ecológicos planetarios, empezando por la crisis climática.
L.D.: Frente a la destrucción de los ecosistemas que hemos llevado a cabo en los últimos dos siglos, nunca vista en millones de años, ¿qué conclusiones extrae de este homo sapiens?
A.O.: Homo sapiens es una especie joven. La duración media de las especies de mamíferos es de alrededor de un millón de años y nosotros llevamos caminando sobre la Tierra unos trescientos mil años. Si lo ponemos en proporción a una persona que vive 80 años, tendríamos apenas 24 años. Necesitamos madurar en el tipo de relación que tenemos con el sistema Tierra del que formamos parte. Se precisa un salto en nuestra conciencia semejante al que supuso en su momento la Declaración de los Derechos Humanos. Hemos de transitar desde una relación inmadura basada en la depredación cortoplacista, a una relación madura de preservación, cuidado e interdependencia de las funciones de soporte de la biosfera.
L.D.: La Cumbre de Egipto tuvo un arranque polémico al excluir a dos de las grandes potencias, Rusia y China, cuya acción es clave para el futuro del planeta. ¿Cree que se les debería haber invitado?
A.O.: Las dos potencias han participado en la cumbre por medio de sus delegaciones técnicas. No han asistido sus líderes por propia decisión, nadie les ha excluido.
L.D.: ¿Podría enumerar los logros, si los ha habido, más importantes?, y a la vez, ¿qué ha faltado?
A.O.: Lo más importante ha sido el avance en el concepto de pérdidas y daños, es decir las ayudas a los países del Sur Global para hacer frente a los numerosos y graves impactos climáticos que ya están sufriendo. Ha faltado avanzar en la ambición climática, es decir en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. En ese sentido la COP-27 ha sido muy decepcionante.
L.D.: La sensación a pie de calle es que estos encuentros internacionales no sirven para nada.
A.O.: No es cierto que dichos encuentros no sirvan para nada. La respuesta de la comunidad internacional ha avanzado de forma notable en los últimos 10 años. Por supuesto no lo ha hecho con la ambición y la velocidad que demanda la ciencia del clima, pero hoy no estamos, ni mucho menos, donde estábamos por ejemplo en 2014. Hace diez años, el escenario al que conducía la trayectoria de las emisiones era hacia un aumento de la temperatura a finales del siglo XXI de entre 4.5 y 5 grados centígrados. En este momento, con las medidas que ya se han aprobado por los gobiernos la trayectoria sería de un incremento de la temperatura de unos 2,5 grados a finales de siglo. Si además, tenemos presente en la modelización del escenario futuro las propuestas y promesas que se han realizado por parte de la mayoría de los gobiernos de neutralidad en carbono para 2050 o 2060 en el entorno de la cumbre de Glasgow, el aumento de la temperatura a finales de siglo sería de 1,8 grados. El Proceso de París sí está funcionando, si bien no con los ritmos y la ambición que demanda la ciencia del clima.
L.D.: Este pasado verano ha sido una evidencia del cambio climático, sin embargo, los negacionistas lo desmienten. ¿Qué piensa de ellos?
A.O.: En España el negacionismo climático es un fenómeno marginal, lo mejor es ni siquiera hablar de los negacionistas para no darles importancia.
L.D.: Usted ha trabajado intensamente en el Ministerio de Transición Ecológica en España, ¿en qué punto estamos en un país en el que los pronósticos sitúan como punto caliente, es decir, que va a sufrir más las consecuencias del cambio climático?
A.O.: En los últimos cuatro años y medio de gobiernos progresistas España se ha posicionado como uno de los Estados miembros de la Unión Europea que está traccionando la agenda climática-energética. Somos el país europeo en el que en ese tiempo se están instalando más energías renovables, hemos reducido de forma significativa las emisiones de gases de efecto invernadero como consecuencia sobre todo de la salida del carbón del mix eléctrico y somos una referencia internacional en lo que se ha denominado transición justa.
Al mismo tiempo, es bien cierto que el sur de Europa es un punto caliente. Es muy importante que las políticas de adaptación pasen a ocupar un lugar mucho más importante en la agenda política nacional. Este verano ha sido, en ese sentido, un punto de inflexión. Cuarenta y dos días de olas de calor, incendios de sexta generación, sequía extrema en buena parte del país, tormentas e inundaciones muy virulentas, etcétera, son la prueba de ello. El ciudadano de la calle empieza a percibir desde su propia experiencia lo que significa la crisis climática. Hay que hacer de la adaptación una prioridad nacional, una estrategia de país, que habría de contar en mi opinión con el apoyo directo y explícito del Jefe del Estado, el rey Felipe VI, porque está en juego de manera literal la preservación del capital natural de la nación. España se ha de preparar de manera urgente y sistemática para un cambio climático feroz, que nos va a golpear muy duro. No hacer de este tema una prioridad nacional al más alto nivel sería una irresponsabilidad.
L.D.: ¿Qué aportaciones puede hacer la ciudadanía para aliviar esta emergencia climática?
A.O.: Priorizar el uso del transporte público y los modos no emisores (caminar, bici, patín). Calefacción en invierno, máximo 20-21 grados. Aire acondicionado en verano, mínimo 25 grados. Comida de proximidad y si es posible ecológica. Consumo responsable, no dejarnos manipular por la vorágine consumista. Reutilización, reciclaje y compostaje. Contacto pleno con la naturaleza, sus bosques, sus ríos, sus montañas, su flora y su fauna. Nunca destruiremos aquello que amamos y para amar la naturaleza hay que conocerla y sentirla. Colaborar con las organizaciones de defensa ambiental y conservacionistas. Demandar a nuestros alcaldes y alcaldesas ciudades y pueblos preparados para los embates de la crisis climática, en especial las olas de calor. Los árboles son nuestros mejores aliados para crear ciudades y pueblos resilientes, limpios, amables. Informarnos y formarnos sobre estos temas, el conocimiento es clave para forjar una ciudadanía crítica y consciente. Y, lo último pero muy importante, elegir a quienes de verdad se preocupan y luchan por estos temas porque las transformaciones que hemos de realizar son de gran calado y sólo pueden abordarse desde las políticas públicas.
L.D.: El pasado diciembre Europa fijó el tope del precio del gas a 180 euros por MW/hora. ¿Qué significa esta medida y cómo va a repercutirnos?
A.O.: En el contexto de la crisis de oferta de gas posterior a la recuperación macroeconómica global post-Covid, fuertemente agudizada con las repercusiones de la invasión rusa de Ucrania, el gas utilizado para la generación eléctrica llegó a alcanzar máximos históricos en la Unión Europea, lo que repercutió de forma muy importante y directa en el encarecimiento del coste de la vida, situándose la inflación en niveles no vistos en los últimos 40 años. Fijar un tope al precio del gas utilizado en la generación eléctrica ha sido una medida dirigida a evitar o al menos limitar esa “contaminación” por parte del precio del gas en la formación de precios del mercado eléctrico mayorista.
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