Preámbulo
Allá por el mes de febrero, todavía renqueantes por las secuelas y las medidas Covid-19, desde el festival de Berlín se informaba que el Oso de Oro de este año se otorgaba a la película española Alcarrás (Carla Simón), no podíamos imaginar el año que se avecinaba. Teníamos en la mano una lista de películas interesantes, pero el cansancio y la depresión causada por estos años de abandono de las salas y de crecimiento de las plataformas no nos dejaron ver que era mejor de lo que pensábamos. No hay mal que por bien no venga, y en este caso las bajas expectativas han jugado a favor del factor sorpresa.
En la historia del cine ha habido años míticos en los que parece que los astros se alinean y en los que se acumulan estrenos difíciles de superar por cantidad y calidad, algunos ejemplos: 1939 (Lo que el viento se llevó, El mago de Oz y La diligencia), 1960 (Psicosis, La dolce vita, El apartamento), 1977 (Encuentros en la tercera fase, Star Wars, Annie Hall) o 1994 (Cuatro bodas y un funeral, Pulp Fiction, Forrest Gump). Todos ellos años importantes, en los que uno se sorprende aún más si se profundiza en la lista de películas estrenadas. Parece imposible que en tan corto espacio de tiempo se condense tal cantidad de talento, emoción y diversión.
Si se analizan en profundidad cada uno de estos hitos seguro que encontramos causas mucho más allá de la pura casualidad. En 1939 el cine llegó a su madurez industrial y artística; en 1960 confluyeron la experiencia de los maestros americanos con la efervescencia de los jóvenes directores europeos; en 1977 el cine americano encontró el filón del cine comercial en forma de éxitos universales junto con el nacimiento de lo independiente; 1977 fue el año donde se sentaron las bases del cine actual, con la posmodernidad por bandera. Se trata de puntos de inflexión que vienen provocados por una serie de circunstancias y eventos que nos llevan hacia un nuevo paradigma, que a su vez desemboca en otro punto de inflexión. Así es la historia de cualquier arte y así seguirá siendo. Más allá de agrupaciones más o menos forzadas en forma de corrientes, movimientos, generaciones o quintas (término más español), es el tiempo el que pone las cosas en su sitio y el que nos permite mirar hacia atrás para descubrir el porqué de las cosas.
De lo anterior deberíamos extraer una primera lección antes de precipitarnos a analizar lo sucedido este año: todavía no tenemos perspectiva temporal suficiente para comprenderlo. Sabemos lo que ha sucedido antes y durante 2022 pero no lo que sucederá después. Si la cosecha del año puede o no ser histórica lo dirá la influencia que tenga en lo que venga a partir de ahora, de otra manera se quedaría en un año para recordar pero sin ese peso histórico verdadero. Si se revisa la historia del cine español resulta complicado encontrar años concretos que supongan una ruptura o un pico. No tenemos esos hitos que permitan concentrar una serie de eventos en el corto espacio de tiempo que abarca un solo año. Sí que son importantes los años en que ganamos Óscar u otros premios internacionales, los años en los que se estrenaron los trabajos esenciales en las carreras de autores como Buñuel, Berlanga, Saura o Almodóvar, o corrientes como la denominada nuevo cine español en los años 60, generación muy reivindicable que se subió al carro de las nuevas olas europeas y del enaltecimiento de la figura del autor. Hemos tenido momentos importantes, no cabe duda, pero se encuentran más dispersos en una historia que todavía es corta si se compara con la de otras disciplinas artísticas.
Películas
Volviendo al año 2022 y partiendo de aquel Oso de Oro por Alcarrás, nos hemos ido encontrando en cascada: Cinco lobitos, Tenéis que venir a verla, Voy a pasármelo bien, Pacifiction, En los márgenes, Modelo 77, Los renglones torcidos de Dios, Girasoles silvestres, Un año, una noche, El agua, As bestas, La maternal o Mantícora. Quizás con algo menos de repercusión, pero también destacables han sido los estrenos de La consagración de la primavera, Cerdita, Ramona, Historias para no contar, Suro o El cuarto pasajero. No debemos aquí extendernos en los detalles de cada una de las anteriores, aunque lo merezcan, sin embargo, creo que profundizar en algunas de ellas nos puede dar pistas de por qué estamos ante un año excepcional y de por qué deberíamos estar esperanzados.
Alcarrás es la segunda película de Carla Simón, que ya triunfó en 2017 con Verano 1993. Simón vuelve a terrenos conocidos, sociales y familiares, para llevar a la pantalla una historia coral con tensión interna y una puesta en escena sencilla y naturalista. Actores no profesionales aportan un punto de verdad con la idea de amortiguar el impacto de una historia que sin duda pretende trasladar un fuerte mensaje político. La tragedia no está en la pérdida material que supone adaptarse a la modernidad sino en la dificultad de mantener el núcleo familiar y las redes personales, ahí se encuentra el gran reto. Alcarrás será la película que opte a ser candidata al Oscar por España y nos consta que dispone de los medios para llegar a ser valorada por los académicos.
Cinco lobitos es la primera película de Alauda Ruiz de Azúa, en ella plantea los conflictos que se generan en el núcleo familiar a partir del (feliz) nacimiento de un bebé, el primero para sus padres y para sus abuelos maternos. En esta película todo se entiende bien pero no todo se asimila a la primera. Cada gesto y palabra dicha esconde una historia particular, quizás tan ancestral como la propia maternidad. Los gastos, las decisiones, las fiebres y el insomnio provocados por la nueva criatura son solo el corcho de botella de lo que se destapará tras el alumbramiento. Conocerse a uno mismo y a los demás es la tarea titánica de una vida entera, de la que solo salimos indemnes si nos relacionamos con empatía y solidaridad. Laia Costa y Susi Sánchez interpretan con fuerza y sensibilidad a dos mujeres que se quieren, se admiran y se temen, el equilibrio masculino en este caso añade toques de conflicto pero también de unión. “A veces somos felices y no nos damos cuenta”, quizás sea la frase del año en nuestras salas de cine.
Jaime Rosales es un veterano del cine español. Director que tiene un público fiel y que despliega un particular ritmo y punto de vista a sus películas, podríamos decir que lento pero contundente, como un goteo sobre un mismo punto durante mucho tiempo. Rosales no elude los riesgos que supone mostrar situaciones que, con la sensibilidad de hoy día, podrían considerarse políticamente incorrectas. En Girasoles silvestres es otra actriz joven y a la vez veterana como Anna Castillo la que nos presenta tres relaciones con tres hombres que le marcan. La montaña rusa en la que se sube el personaje principal la lleva a pasar por mil y un sentimientos y situaciones, derivadas de una personalidad generosa y volcánica con gran preminencia del corazón sobre la razón. No salen aquí bien parados los hombres que la acompañan, incapaces de ver ni entender. Se trata de un viaje hacia la madurez personal y la autoestima con una escena final en la que un selfi se puede considerar un acto de adultez, quién lo podría imaginar.
Un año, una noche es la nueva película de Iñaki Lacuesta, un autor muy personal que gusta e irrita a partes iguales. Es posible que esta obra sea la más discutible dentro del grupo de las destacadas, pero tiene muchos elementos de interés que merece la pena destacar. Se trata de una coproducción entre España y Francia, rodada en París, con actores de ambos países. Esto ya la hace diferente. El argumento gira en torno a lo sucedido en los atentados de la sala Bataclán de París, durante un concierto de rock, en la que murieron 130 personas y más de 400 resultaron heridas, en el año 2015. Las diferentes formas de sobrevivir a los atentados son la base del conflicto entre los personajes, sobre todo entre la pareja protagonista, que se ve incapaz de dar una respuesta conjunta al trauma vivido. Si uno lo quiere contar la otra lo quiere callar, si una no quiere moverse el otro necesita cambiar. El punto de partida, sin duda, es bien interesante y solo eché de menos algo más de química entre los personajes y algo más de fuerza e inventiva visual para representar el momento del atentado. Un poco parecido a lo sucedido con Un año, una noche, en cuanto su imperfección (si es que eso se puede considerar como defecto), tendríamos el caso de El agua, primer largo de Elena López Riera. Se trata de un cuento con toques nada disimulados de realismo mágico, ubicado en un polígono de un pueblo del levante español. Película muy original en esa combinación tan compleja que tiene que haber entre fondo y forma, utiliza elementos incluso de falso documental para contar una historia costumbrista y legendaria al mismo tiempo. Como si las princesas, las madrastras y los ogros estuvieran escondidos a la salida de cualquier autovía. Los cuentos y los chismorreos populares contienen sabiduría y lecciones de vida, mejor escucharlos que ignorarlos, la dificultad reside en saber interpretarlos.
Haciendo un chiste fácil y obvio, As bestas es nuestra bestia de la lista. Lo de Rodrigo Sorogoyen ya no puede sorprender a nadie y aquí se supera. Recuerdo haber visto meses antes del estreno el tráiler de esta película, en la que solo se ve en cámara lenta a unos hombres agarrando a unos caballos salvajes al modo de la tradicional rapa as bestas, fiesta cultural gallega de una belleza plástica fuera de lo común. Nada más. Solo el tráiler transporta a esos inquietantes y a la vez bellos montes gallegos, llenos de misterio y de curiosos personajes. La película cumple con creces con las expectativas generadas por su campaña de promoción y nos plantea dilemas que son tan antiguos como aquellos valles. La llegada de una pareja francesa a una comarca perdida en busca del sueño burgués de la huida de la urbe y de las ansiedades que lleva aparejadas, choca frontalmente con un espíritu local que está cansado de ser lo que es y que no acepta que, para colmo, vengan de fuera a recordárselo. La película tiene dos partes diferenciadas y un tono de creciente tensión que no se ve afectado por los puntos de inflexión y de sorpresa. Personajes trazados en lo físico y en lo moral, de los que cuesta trabajo olvidar, y algunas escenas en particular que unen paisaje, personajes y diálogo de manera asombrosa.
La maternal, de Pilar Palomero, es como una continuación lógica de su primera y aclamada película: Las niñas (2020). Película sensible, profunda y dura, levanta ampollas sobre un tema casi tabú en nuestra sociedad: el de las madres adolescentes. Personalmente desconocía que existieran centros para personas en esta situación, Pilar Palomero entra hasta el fondo en uno de ellos desarrollando una ficción que es realidad, y en este caso, también verdad. La combinación entre personajes interpretados por actores y personajes interpretándose a sí mismos no siempre funciona por la gran dificultad que acarrea esa sinergia, en este caso no solo se consigue, sino que se supera de forma brillante. Resulta imposible distinguir entre unos y otros. El centro de acogida es el nido de protección contra todo, pero también puede generar claustrofobia, el baile sirve para desahogarse y seguir adelante. La vida se abre paso de forma arrolladora.
Si Carlos Vermut no existiera lo tendríamos que inventar. Rara avis donde los haya, heredero de la tradición del Buñuel más perturbador pasado por la thermomix de las referencias culturales más actuales (manga, videojuegos, virtualidad, sexualidad indeterminada, multiverso), un auténtico artista de la postmodernidad. Mantícora se acerca al cine de terror psicológico planteando un complicadísimo dilema en el espectador que no esté acostumbrado a que le molesten, a que le inquieten, a que le obliguen a dudar. Mantícora es una especie de semilla que se planta en el interior del que la ve, conforme avanza el metraje la planta va creciendo. Al terminar, no sabes si cortarla o dejarla vivir. Esta no va a ser la película a recomendar para “pasar el rato”, será para “sufrir el rato”. Sufrir en el buen sentido, en el de vivir algo sin pasar por encima, sintiéndolo.
Mi favorita del año, no me resisto a decirlo, es Pacifiction de Albert Serra. No sé si es la mejor de todas o la peor, qué más da. Esta obsesión por hacer rankings nos lleva a callejones sin salida absurdos que nos impiden disfrutar de lo único que realmente es útil en una lista: generar la curiosidad por aquello que no hemos visto, escuchado o leído. Y nada más. Pacifiction es la película de un director que ve más allá, que se descompensa pero sigue manteniendo un rumbo, que se dispersa pero al mismo tiempo tiene un mensaje que ofrecer. El cine de Serra puede que se olvide o puede que lleve a múltiples análisis y revisiones en el futuro, quién sabe, pero lo que no se puede negar es su innegable apuesta por el riesgo y por la imaginación, y al mismo tiempo por el respeto a lo que es puramente cinematográfico, por el cine total. El personaje Albert Serra es odiado y amado, si no se conecta con su sentido del humor es casi imposible que se toleren las casi tres horas de balanceo sobre las olas de su película. Política, corrupción, globalización y, sobre todo, una profunda soledad, se combinan en esta película única e inclasificable.
Conclusiones
Hay medios de comunicación que empiezan a hablar de una nueva generación del cine español debido al altísimo nivel actual y a la proyección de futuro de los autores. Dicen que en momentos de crisis se agudiza el ingenio, o puede ser que solo se trate de algo puntual al haber dado salida durante este año a muchos proyectos atascados por la pandemia. No olvidemos la influencia de las plataformas, que han inyectado con dinero la necesidad de llenar sus estanterías de contenidos. No siempre la cantidad lleva a la calidad, pero este año se han alineado los astros. Si esta situación puede continuar o no será algo que dirá el tiempo: fomentar la financiación público-privada y las coproducciones entre países (muy llamativa la habitual presencia de producción francesa en algunas de las grandes películas de este año, no puede ser casualidad), no vivir en la autocomplacencia, promover el verdadero talento por encima de otros criterios políticos o coyunturales, cuidar la depauperada imagen pública en el entorno del cine español e incluso ser justos y exigentes a la hora de premiar; se me ocurren como puntos de mejora y de continuidad.
Resulta muy complicado hacer común denominador sobre las películas anteriormente comentadas, pero haciendo un esfuerzo de simplificación se me ocurre que puede haber algunos elemento comunes: los asuntos familiares y sociales como contexto; la mirada sobre la persona, sobre el ser humano; unos escenarios reconocibles pero empleados con imaginación y originalidad; películas que emplean con ingenio la tensión dramática, películas que avanzan; la frescura (y la incorporación de la mujer) en la dirección, en los apartados técnicos y en los elencos de actores. Veremos si todo lo anterior, más muchos otros aspectos, pueden derivar en la mencionada nueva generación, si el cine español ha implosionado para llegar a otro estado, harto de críticas, endogamia y callejones sin salida.
La situación es buena, el año es fantástico, sin embargo, la taquilla y los espectadores parece que siguen sin responder de manera significativa. Se percibe alguna tímida mejora, que no resulta a todas luces suficiente. A pesar de todo lo bueno que está sucediendo parece que no tiene una causa o causas concretas que atacar. Conocemos los síntomas, pero no la enfermedad y aun menos el tratamiento. Mientras el público ha vuelto masivamente a otros espectáculos como los conciertos en directo, los museos o las exposiciones, al cine le cuesta mucho. El sector editorial ha repuntado en los últimos años, la gente lee. Sin embargo, esta oferta en cantidad y calidad; heterogénea, interesante y también entretenida, no consigue que los espectadores vuelvan a las salas como antes de la pandemia, no sería mucho pedir. Es como si hubiéramos esperado a la excusa perfecta para no volver. Lo de encontrar nuevas generaciones de cinéfilos se antoja incluso más complicado.
Es pronto para lanzar las campanas al vuelo, el cine sigue en crisis sobre todo en las salas. Mi experiencia personal sigue siendo el apostar por ellas, la experiencia como espectador sigue estando a años luz de lo que ofrece la TV casera, esta experiencia se tiene que volver a recuperar de alguna manera, es otro punto de mejora que está faltando. La combinación sala-plataformas podría considerarse un mundo casi ideal en el que tenemos todo a nuestra disposición, sin embargo, está costando mucho hacer ver que se trata de algo complementario que nos enriquece en lugar de algo excluyente que nos obliga a elegir.
Mientras escribo estas líneas nos encontramos en plena vorágine de nominaciones, listas del año e incluso listas de la historia (polémica enorme incluida con la lista de la prestigiosa revista británica Sight&Sound). El 2023 comienza con entregas de premios de todo tipo que, si bien ayudan a la promoción de las películas, por otro lado, desvían la atención de lo importante. No hay premio que no se considere discutido y genere polémicas inútiles y carentes de interés, propongo considerarlos vacantes durante unos años. O mejor aún, como solicitaba el gran Rafael Azcona, que los premios sean “secretos y dotados”. De forma que el premiado recibiría una carta del siguiente estilo: “Le concedemos el premio XXXX, por su talento y mérito, remunerado con YYY.YYY€. Con la condición de que no se lo diga a nadie”.
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