Olivia Laing, en su libro La ciudad solitaria (2017), manifiesta que, desde un edificio de cualquier urbe, la ciudad se presenta como un conjunto de celdillas, miles de ventanas iluminadas en la noche. La presencia física es numerosa en las calles de las ciudades, pero esta realidad puede no bastar para eliminar la sensación de aislamiento interior, ya que las ciudades pueden ser espacios muy solitarios por la imposibilidad de encontrar la intimidad que necesitamos, de acuerdo con Laing.
En las investigaciones que llevamos a cabo en el marco del ecosistema urbano proponemos la construcción de ecobarrios funcionales socialmente, con espacios para la convivencia donde la proximidad entre personas sea posible. Estos espacios para la convivencia facilitan la vida entre los edificios, como defiende Jan Gehl en su propuesta de la humanización de las ciudades (La humanización del espacio urbano, 2006). Los barrios de las ciudades constituyen la base existencial de la ciudadanía, donde las personas están mirando la vida pasar en sus calles y también deambulando por las mismas. Los parques y jardines de las ciudades son espacios esenciales para el encuentro de unas personas con otras y también para favorecer el encuentro con uno mismo. La estancia solitaria en un parque sentado en un banco, o caminar solitario por una calle o bulevar de la ciudad o un espacio verde no implica una soledad tóxica sino, como defendemos en este artículo, una oportunidad, a través del encuentro con uno mismo, para la concurrencia con la comunidad favoreciendo la socialización.
Las personas cuando están solas mantienen un monólogo interior, también conocido como flujo (corriente) de conciencia, aunque existe alguna diferencia entre ambos conceptos. En la literatura, el monólogo interior se muestra de una forma más ordenada que la corriente de conciencia, con conjuntos de pensamientos más aleatorios, de pasado y presente. En nuestra mente, cuando caminamos por la ciudad los pensamientos fluyen, de forma más o menos ordenada, continuamente, de forma no lineal. El monólogo interior o la corriente de conciencia han sido utilizados indistintamente como recurso narrativo en la literatura. Por ejemplo, por James Joyce en Ulises, por Virginia Woolf en Las olas, Al faro o La señora Dalloway, Samuel Beckett en Molloy, Marcel Proust en En busca del tiempo perdido, T.S. Elliot en La canción de amor de J. Alfred Prufrock, o por Miguel Delibes en Cinco horas con Mario. Tanto el monólogo interior como el flujo de conciencia representan una secuencia de pensamientos generados por la actividad pensante. En la literatura favorece la captación realista de la forma de pensar de un determinado personaje, mostrando una corriente de pensamientos en la mente consciente. Este concepto se puede encontrar en los primeros escritos budistas cultivando el conocimiento de uno mismo.
El pensamiento para William Hamilton (1890), explicado por diferentes investigadores está constituido por una serie de actos indisolublemente conectados influyendo unos en otros, por ello, de acuerdo con este autor, la conciencia humana fluye como un río que constantemente enlaza pensamientos y sentimientos. Para algunos investigadores de comportamiento, el 90% de las personas utilizan el monólogo interior como forma ordenada de secuencia de pensamientos o bien el flujo de conciencia si estos aparecen de forma menos ordenada. María Asunción Gutiérrez (A parte rei, 2000) tiene un excelente artículo sobre el fluir de la conciencia en la obra de Virginia Woolf, autora que en sus obras puso de manifiesto la importancia de la relación de lo privado a nivel de personas con lo público como comunidad. Oliver Remaud ha escrito un libro que resulta esencial para entender el papel social de la soledad, su título es Soledad voluntaria (2022). La obra resulta fundamental para entender la importancia de la vida en las ciudades con generación de espacios conviviales saludables donde el ciudadano pueda hacer fluir su conciencia y también encontrarse con los otros, facilitando la socialización en el medio urbano. Los espacios conviviales favorecen el encuentro, las calles arboladas y los parques facilitan el retiro de las personas auspiciando el fluir de la conciencia (monólogo interior), que más que aislar genera un camino de encuentro tras haber hecho fluir los pensamientos analizando realidades y promocionando la meditación, buscando en el interior de cada persona.
Jesús se retiró en soledad para meditar (Marcos, 1, 12-15), en una soledad voluntaria, y luego volvió para encontrarse con las personas y transformar el mundo con su mensaje.
De acuerdo con Olivier Remaud, la soledad voluntaria no idealiza el aislamiento. Cuando paseamos solos por la ciudad o por un parque manifestamos un flujo de conciencia, un monólogo interior con nosotros mismos que nos hace comprendernos e identificar nuestro papel en la comunidad y, con ello, encaminar nuestras acciones hacia la transformación de la misma bajo la óptica del bien común. En la soledad voluntaria, una pausa indispensable para Remaud, la persona se afana en recuperar la calma mental y la capacidad de análisis de la realidad perdida en la tormenta de las obligaciones o en el marco de la sociedad hiperconectada tecnológicamente.
Henry David Thoreau, podemos visitar su obra más conocida Walden (1954), se retiró a una cabaña para desarrollar su pensamiento sobre cuestiones esenciales, pero era un retiro parcial, ya que llevó una vida a la vez conectada y desconectada, conocida como la paradoja de Thoreau, puesto que el lugar de su retiro estaba próximo al pueblo donde se relacionada con la comunidad, viendo en su soledad voluntaria una experiencia de libertad y un motor para la crítica, movilizando conciencias. Los episodios de soledad estimulan la facultad de disfrutar los momentos en sociedad. Para Olivier Remaud, todas las experiencias de soledad voluntaria desvelan momentos de una intensidad sin precedentes, ofreciendo la ocasión de vivir muy cerca de uno mismo, pero provocando el encuentro con los otros en la vida de la comunidad.
Martin Heidegger se retiró parcialmente durante cincuenta años a una cabaña en la Selva Negra donde, en el marco de la soledad voluntaria, desarrolló una gran parte de su esencial obra para el pensamiento moderno. Se ha acuñado el concepto de “cabaña de Heidegger” para esos espacios para pensar que cada persona tiene, en su casa o en la ciudad, un parque por ejemplo. Estas estancias de soledad voluntaria nos permiten a través del flujo de conciencia tener un tiempo, que puede ser breve, de alejamiento que favorece el conocimiento necesario para vivir en sociedad de forma activa y consciente, facilitando una mayor capacidad de transformación de la sociedad en un marco colectivo, es decir, incrementado la socialización en la realidad de nuestras ciudades. Hannah Arendt diferencia soledad y aislamiento (La condición humana, 1993), manifestando que el aislamiento es pretotalitario, ya que el individuo aislado pierde la fe en sí mismo como compañero de sus pensamientos y la confianza elemental en el mundo, necesaria para cualquier experiencia colectiva.
La soledad es un problema en España actualmente. El 11% de los españoles se ha sentido solo o sola durante el último año, según un informe de la Comisión Europea (durante la pandemia generada por la Covid-19 la cifra se elevó al 18,8%). Las personas mayores son las más vulnerables, según un informe del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada. No es esta la soledad que describimos. La soledad no deseada es un mal social que debemos erradicar.
La soledad voluntaria llevada a cabo de forma consciente en la ciudad, en nuestros espacios conviviales, calles, avenidas, en los parques y jardines, nos permite desarrollar el flujo de conciencia encontrándonos con nosotros mismos y favoreciendo el encuentro con los demás en nuestras ciudades.
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