Nadie podría decir a priori que La caza (1966) y Las paredes hablan (2023) son películas del mismo director, Carlos Saura. La razón de sus profundas diferencias de estilo, temática y género no está solo en los casi sesenta años que separan las dos obras, sino en el recorrido artístico interior de un cineasta que no ha parado de probar y experimentar a lo largo de toda su carrera.
Saura era un artista total: fotógrafo, dibujante, escritor, cineasta, director operístico, director teatral… y sus aficiones se extendían además a la música, la escultura y en general a cualquier manifestación cultural. Vamos a asomarnos muy sucintamente a su carrera cinematográfica, por la que es universalmente conocido. Pero no podemos evitar tener en el rabillo del ojo su vida personal, pues en cualquier creador son dimensiones inseparables. Teniendo en cuenta toda su filmografía podemos aventurar que hay seis temas generales a los que ha dedicado gran parte de su obra: la violencia como expresión de la dimensión animal del ser humano, la infancia como un mundo complejo incomprendido por los adultos, las problemáticas relaciones sentimentales entre hombre y mujer, la Guerra Civil española, la música digamos “folklórica” y, por último, la indagación creativa sobre determinados personajes históricos. También podemos distinguir en la carrera de Saura varios periodos creativos, curiosamente relacionados con las cuatro mujeres de su vida.
El padre de Saura era murciano, un funcionario de Hacienda republicano. Al comenzar la Guerra Civil fue con su familia de Madrid a Valencia, siguiendo al gobierno, luego a Barcelona y de ahí a Huesca al terminar la contienda, que era dónde había nacido Carlos. Pero en seguida se instalaron en Madrid. Su madre, Fermina, era pianista, católica y le infundió el amor a la música. Desde muy joven, Saura fue un apasionado por la realidad. Su primera pasión fue la fotografía, que le acompañó toda su vida, como demuestran las más de seiscientas cámaras que ha dejado en su casa. Trabajó de fotógrafo profesional, por ejemplo en Granada, donde se rindió de por vida al amor por el flamenco. Su segunda pasión fueron las motos, como usuario y como amante de las carreras deportivas. Cuando llegó a la edad universitaria empezó una ingeniería industrial, pues tenía una gran habilidad para montar y desmontar piezas, fueran de una moto o de una cámara fotográfica. Pero la ingeniería requería más matemáticas de las que era capaz de soportar, así que suspendió. Decidió cursar Periodismo, que no le llenaba y que también abandonó. Finalmente, y siguiendo el consejo de su hermano Antonio, ingresó en la Escuela de Cine de Madrid, en la que poco tiempo después sería profesor durante seis años.
Así que esa variedad de intereses, unida a su incapacidad de someterse a cualquier forma de vida que él considerara que mermaba su libertad, por fin encontró acomodo en el mundo del cine, a pesar de que en la España de entonces estaba muy condicionado por la censura.
Su primer largometraje fue Los Golfos (1960), rodado cámara en mano por las calles de Madrid, con aire documental, y que en España se estrenó con una merma de doce minutos a causa de la citada censura. Una película remotamente inspirada en El Jarama de Sánchez Ferlosio (1956), una novela neorrealista que le encantaba a Saura. Y es que eran los años del neorrealismo español, eco hispánico del italiano. Pero a Saura no le interesaba quedarse en un realismo seco, naturalista. Buscaba retratar la realidad entreverada de lo imaginario, lo onírico y lo simbólico. Y esa dimensión se la enseñó Buñuel, cuya filmografía descubrió realmente en una edición del festival de cine latino de Montpellier, aunque a él ya le conocía personalmente desde el estreno de Los Golfos en Cannes. No hablamos, pues, de una imaginación al estilo del cine fantástico, sino una especie de subversión de la realidad. Junto a Buñuel, Saura reconoce otros dos maestros indiscutibles en esto: Ingmar Bergman y Federico Fellini.
Después rodó una película menor pero no carente de interés, a pesar de que Saura se la tomó como una forma de no quedarse en paro. Hablamos de Llanto por un bandido (1964), un western hispano de bandoleros, en el que ofreció un personaje a su amigo Buñuel, que quería un papel de galán y le dio uno de verdugo. Esa escena en la que Buñuel ejecutaba concienzudamente a siete bandidos mientras Buero Vallejo leía la sentencia fue suprimida en su mayor parte por la censura. Según Saura, Buñuel fue el peor actor que había visto en su vida. En esta película ya tiene una importante presencia el flamenco, como la bulería de Rafael Romero, El gallina. Los coproductores italianos le impusieron un montaje que a Saura no le gustó nada, y que arruinaba los planos largos que había rodado. Decidió que a partir de ese momento no haría ninguna película sobre la que no tuviese un control absoluto.
En 1966 estrena una de sus cintas más emblemáticas, La caza. El argumento se le ocurrió a Saura en Calanda, donde asistía a la famosa tamborrada de Viernes Santo con Luis Buñuel, al que dedicó no solo la película sino varios guiños dentro de ella. Nadie quería financiar el proyecto hasta que se lo propuso al productor Elías Querejeta, con el que trabajaría en nueve películas más. La violencia de su anterior film se vuelve aquí una violencia interna, psicológica, en blanco y negro, que se masca bajo el sol sofocante de Seseña, donde se rodó el film. Sin un solo foco, únicamente con un travelling de cinco metros y cuatro actores, Saura rodó el guion por orden cronológico, cosa que intentó hacer siempre a partir de ese momento. La caza ganó en el Festival de Berlín, siendo presidente del jurado Pier Paolo Pasolini, con el que Saura empezó una relación de amistad. En aquellos años Saura se definía como darwinista -en realidad se consideró como tal toda su vida-, y quizá ello explica en parte esa violencia animal que se retrata en estos films. Podemos considerar esta como la primera etapa de su carrera, que coincide más o menos con la de su primer matrimonio con Adela Medrano, de la que tuvo dos hijos.
En Berlín es donde Saura conoce a Geraldine Chaplin, con la que rueda un año después Peppermint Frapé, y que será su pareja hasta 1979, dándole a su hijo Shane. Geraldine influye tanto en Saura que podemos considerar ese momento como el inicio de su segunda etapa cinematográfica, más centrada en cuestiones personales, familiares, sentimentales y en recuerdos de infancia. Una etapa que se prolongará hasta Mamá cumple cien años (1979). Peppermint Frapé, que también coprotagonizaban José Luis López Vázquez y Alfredo Mayo, era una historia de intrigas amorosas con cierto aire de Vértigo de Hitchcock. En aquel momento Charles Chaplin y Oona no querían saber nada del novio de su hija, al que la prensa francesa había presentado como un playboy español. Pero su secretaria les convenció para que fueran a ver Peppermint Frapé a París. Al día siguiente de verla, Saura recibió un telegrama de Chaplin en el que le daba la enhorabuena y calificaba a López Vázquez como uno de los mejores actores que había visto. Hay que decir que durante mucho tiempo López Vázquez fue el protagonista de las películas de Saura, mostrando su gran talla de actor dramático. También a Stanley Kubrick le encantó el film y llamó a Saura para pedirle que a partir de ese momento dirigiera los doblajes españoles de sus películas.
En esa línea de indagación en las relaciones de pareja, con una Geraldine cada vez más involucrada, ocasionalmente incluso en el guion, Saura estrena Stress (1968) y La madriguera (1969), en la cual empieza una relación con el guionista Rafael Azcona, que se prolonga en El jardín de las delicias (1970), una película muy simbólica y en cierto modo contracultural. En esa película ya está presente explícitamente la guerra civil, que será tema central en La prima Angélica (1974).
Y así llegamos a Cría cuervos (1976), una de sus obras más emblemáticas de temática familiar. Saura había descubierto a la niña actriz Ana Torrent en El espíritu de la colmena. A Saura le interesaban los niños como pequeños seres que la sociedad quiere encauzar contranatura de una determinada manera, sin entenderlos. En aquel rodaje Saura dio muestras de su carácter aragonés con la canción de la película Porque te vas de Jeanette, que había lanzado Hispavox dos años antes sin éxito. Geraldine Chaplin se opuso a que se usara en la película, lo mismo que Querejeta y que unos niños consultados por Saura. Pero este se empeñó, la incluyó, y la canción vendió millones de vinilos gracias al film. Con Mamá cumple 100 años Saura termina su colaboración profesional y relación sentimental con Geraldine Chaplin, y en cierto modo supone el fin de su segunda etapa cinematográfica.
En 1978 comenzó a salir con Mercedes Pérez, con la que se casó en 1982 y de la que tuvo tres hijos, Manuel, Adrián y Diego. Es en esos años cuando hace su incursión personalísima e imaginativa a la vida de ciertos personajes históricos como el conquistador Lope de Aguirre en El Dorado (1988), San Juan de la Cruz en La noche oscura (1989), Francisco de Goya en Goya en Burdeos (1999), y Dalí, Buñuel y Lorca en Buñuel y la mesa del Rey Salomón (2001). Pero son los años también de sus primeras películas musicales, como Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) o El amor brujo (1986), cintas para las que fue decisiva su colaboración con Antonio Gades como bailaor y con Emiliano Piedra como productor.
Finalmente Saura entra en su etapa musical, con varias excepciones significativas en las que va a volver a sus temas de siempre: en ¡Ay, Carmela! (1990) a la Guerra Civil; en Pajarico (1997) a la infancia; en Taxi (1996) y El 7º día (2004), a la violencia. El último tramo del siglo XX y el siglo XXI conoce la madurez más estilizada y serena de Saura, coincidiendo con la última relación sentimental de su vida, con Lali Ramón, que le dio su única y deseada hija, Anna.
Es la época de los documentales de creación musical, exposiciones fílmicas bajo la luz del maestro Storaro, deslumbrantes antologías de música y danza como Sevillanas (1992), Flamenco (1995), Tango (1998), Iberia, (2005), Fados (2007), Flamenco, flamenco (2010) o Jota de Saura (2016) entre otros.
Saura muere el mismo fin de semana que estrenaba su interesante documental Las paredes hablan, sobre la naturaleza del arte y la pintura. Muere coincidiendo con el estreno de la obra teatral musical Lorca por Saura. Muere el día antes de recibir el Goya de Honor. Es decir, a sus 91 años muere con las botas puestas, buscando, experimentando, indagando, a pesar de su enfermedad. Toda una lección contra el desencanto y el escepticismo.
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