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EL BUCLE NICARAGÜENSE. TODOS A POR EL BOTÍN

Todos los días aparecen repetitivos titulares de prensa: Daniel Ortega cierra, Daniel Ortega expulsa, Daniel Ortega prohíbe… Pero ya desde hace muchas décadas la película parece ser siempre la misma; con personajes de familias entrecruzadas, enfrentadas y ambiciosas de poder… Los apellidos se repiten. En el caso de Daniel Ortega, hasta la propia persona se repite. El botín no es otro que el control de todos los poderes (las riquezas naturales de Nicaragua como el café y la minería; el poder político y el poder de los medios).

Recientemente se celebró en Venezuela el aniversario de la muerte de Hugo Chávez. En la celebración estaban presentes, cómo no, presidentes de los países pertenecientes al Grupo de Puebla y al Foro de Sao Paulo. Y entre ellos también, inevitablemente, Daniel Ortega de Nicaragua.

Los recientes excesos en las políticas y acciones de Daniel Ortega en Nicaragua, que han recabado incluso el repudio de la ONU, siempre tan cauta en sus pronunciamientos sobre países concretos, no han impedido su presencia en Caracas. Y es que, en el fondo, lo que pasa en Nicaragua parece constituir una muestra de escaparate de lo que sucede por casi toda Iberoamérica… Pero en este momento, incluso tal muestra parece exagerada.

En los años 70, casi como ahora, se produjeron simultáneamente por toda Iberoamérica movimientos de liberación.

Pero, ¿de qué había que liberarse? 

La historia de esos años en Nicaragua comienza con la consabida concentración de riqueza, que se podría considerar injusta. En Nicaragua, las familias Somoza, Sacasa y Chamorro controlan política, gobierno, tierra y medios de comunicación. 

Como en tantos otros países iberoamericanos, los movimientos de liberación, fomentados y apoyados en muchas ocasiones por los seguidores de la llamada Teología de la Liberación, elaborada y celebrada a raíz del Concilio Vaticano II y de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas (CELAM) en Medellín (1968) y Puebla (1979), con la metodología de concientización sobre las raíces de la pobreza y la injusticia, originan rebeliones aunque no fueran intencionadas. Tales levantamientos se consideraban razonables ante casos flagrantes de injusticia social y de disparidad.

La causa ahora se dirigía contra algunas de las familias de más poder (terratenientes y políticos que construían sus propias dinastías y hacían alianzas y también traiciones entre ellos). Entre esas familias estaban los Somoza, los Sacasa y los Chamorro (que hasta la fecha son propietarios de medios de comunicación). Los Chamorro habían sido enemigos acérrimos de los Somoza y, en principio, se aliaron con los sandinistas al final de la revolución que dio el poder precisamente a Daniel Ortega. Pero pronto algunos miembros de la familia se alejaron de los revolucionarios por empezar a ver los visos dictatoriales del régimen. La familia se dividió, con algunos de sus miembros favoreciendo a la contra, que estaba apoyada por el gobierno de los Estados Unidos.

El movimiento marxista-leninista FSLN de Nicaragua tomó el nombre de Augusto Sandino (1895-1934), considerado héroe nacional por su anterior lucha por la justicia a comienzos de siglo. El 19 de julio de 1979, el FSLN, apoyado por México, Cuba, la Unión Soviética y los países del bloque comunista, derrocó a Somoza y se alzó con el poder.

Muchos de los abusos a los derechos humanos ocurrieron durante el conflicto, incluido el uso del terrorismo por parte de los contras. Los sandinistas fueron acusados de graves abusos contra los derechos humanos, incluidas torturas, desapariciones y ejecuciones masivas. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos investigó y confirmó los abusos cometidos por las fuerzas sandinistas, incluida una ejecución de 35 a 40 Miskitos en diciembre de 1981, y una ejecución de 75 personas en noviembre de 1984. Uno de los resultados de este periodo fue el exilio masivo de miles de personas a otros países centroamericanos así como a Miami, donde se unieron a los cientos de miles de exiliados cubanos.

Violeta Chamorro se convirtió en presidenta de la República a raíz de las primeras elecciones democráticas celebradas en 1990.  Chamorro inició un programa de reconstrucción nacional, que alcanzó grandes logros económicos, de salud y educación y el auge de la empresa privada. En 1996 ganó las elecciones Arnoldo Alemán, quien pronto vio su presidencia amenazada al ser acusado de nepotismo. Pero la crisis fue interrumpida por el huracán Mitch, que resultó en miles de pérdidas humanas y materiales. Después del desastre, Alemán emprendió una serie de acciones para depurar al Ejército donde había muchas personas implicadas en el sandinismo. A Alemán le sucedió Enrique Bolaños Geyer, del Partido Liberal Constitucionalista.

¡Pero volvieron los sandinistas!

Y, con ellos, siguieron las crisis, como de costumbre. Daniel Ortega volvió a ocupar el gobierno de la nación en 2006 y continuaron las protestas, los problemas económicos. En 2018 Ortega decide establecer reformas al seguro social, afectando a pensionistas y cotizantes, lo cual provocó una serie de acciones que, como era de esperar, fueron reprimidas con violencia con un saldo de al menos 380 muertes de civiles. Nuevas elecciones en 2021 vuelven a dar la victoria a Ortega a pesar de las múltiples denuncias de ilegalidad y de represión de opositores, que son denunciadas incluso por la ONU y la Organización de Estados Americanos. Pero a Ortega parecen resbalarle tales críticas, quizá en la confianza de que los países de su misma ideología seguirán apoyándole aparentemente sin restricciones.

Y, quizá con tal convicción, o con la de un delirio chavista que parece haberse adueñado de tantos países iberoamericanos, el ritmo de represión (lo cuentan los machacones titulares) ha ido en aumento hasta llegar a una especie de paroxismo extraño.

La ONU informó recientemente de que más de 300 personas han sido asesinadas con violencia desde mediados de abril en esta nación centroamericana. El país vecino, Costa Rica, ha sido inundado con miles de solicitudes de asilo por parte de nicaragüenses. El reporte describe arrestos ilegales, torturas y tribunales cerrados. Hay también doctores, profesores, y jueces que se han pronunciado o protestado y han sido despedidos de sus empleos en acciones que pretenden desanimar a otras personas a que participen o apoyen las protestas. Todas estas personas, al sentirse despojadas de su identidad como nicaragüenses, desaparecen civilmente y son aniquiladas. Es, para la mayoría de ellas, peor que perder la vida física.

Además, al no existir, no tienen derecho a tener nada, con lo cual, todas sus posesiones pasan a poder del estado. Un listado incompleto de las personas afectadas incluye al director del diario Confidencial, Carlos Fernando Chamorro; al obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez; la presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos, Vilma Núñez; los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli; la exguerrillera Mónica Baltodano o el exministro de Exteriores Norman Caldera.

De acuerdo con el informe de la ONU, “el nivel de persecución es tal que muchas de las personas que han participado en las protestas, defendieron el derecho de otros a manifestarse o simplemente expresaron desacuerdo se han visto forzados a esconderse, han salido de Nicaragua o están intentando salir”. Zeid Ra’ad al-Hussein, jefe de Derechos Humanos de la ONU, dijo en Ginebra que “la represión y represalias en contra de los manifestantes continúa en Nicaragua mientras el mundo mira hacia otro lado”. El gobierno nicaragüense rechazó los reportes llamándoles “parciales” y dijo que usaban fuentes de información de fuerzas anti-gubernamentales. 

Ortega había dicho que las Naciones Unidas no habían sido invitadas a evaluar la situación de derechos humanos sino invitadas para acompañar a la comisión de verificación establecida como parte del diálogo nacional. Acusó al cuerpo global de exceder su autoridad”. Y, al mismo tiempo, confiscó las viviendas de diversos opositores, incluidos algunos de los que anteriormente se habían declarado sandinistas y habían colaborado con el régimen en sus comienzos.

Por su parte, también Amnistía Internacional ha señalado el uso de armas de guerra por parte de la Policía Nacional y paramilitares vestidos de civiles. Y, aunque las armas principales sí son las armas físicas, Ortega tiene una aún más poderosa: el seguir una política de aniquilamiento moral del contrario.

Borrar la identidad del contrario

Una de las acciones más llamativas e insultantes ha sido la retirada de la nacionalidad nicaragüense a más de 300 ciudadanos. Parece que convertir en apátridas a los mismos a los que según el sandinismo se había tratado de liberar no suena a buena política.

La comunidad internacional, incluyendo a organizaciones no sospechosas de ser de derechas, como Amnistía Internacional, ha condenado tales acciones que parecen irracionales. Pero las condenas no parecen estar haciendo mella en Ortega y su amada esposa, Rosario, que –¡hablando del nepotismo que habían condenado en Alemán y su familia!– resulta ser la vicepresidente o, como a él le gusta llamarla, la “co-presidente”.

La extraña relación de tira y afloja con la Iglesia

Oí hablar de Ortega por primera vez por los años 80, cuando trabajaba en la Revista Maryknoll (misioneros católicos) en Nueva York. Por entonces, el Padre Miguel D´Escoto, de Maryknoll, era miembro activo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

D´Escoto pasaría a convertirse en Ministro de Exteriores del gobierno sandinista después de la guerra civil. Junto con D´Escoto, destacaron en el movimiento sandinista original el sacerdote asturiano Padre Laviana, guerrillero, que fue asesinado durante la guerra y el cisterciense Ernesto Cardenal (el famoso promotor de comunidades de base a quien Juan Pablo II reprendió en su visita a Nicaragua en 1983 y que, curiosamente, estaba emparentado con los Somoza.)

Tanto D´Escoto como Cardenal se sintieron más tarde decepcionados ante los desmanes y represión del gobierno de Ortega al que llegaron a tildar de dictador y se distanciaron, aunque continuaron predicando y escribiendo en la misma línea de Teología de la Liberación.  Por un tiempo, los sandinistas, a través de los sacerdotes en el gobierno, mantuvieron un buen tono de relación… hasta que los sacerdotes empezaron a distanciarse. El exilio del Obispo Vega fue otro punto de ruptura de relaciones. Ortega se declara católico no practicante y su unión con Rosario Murillo no había sido bendecida por la Iglesia. Sin embargo, en su segunda presidencia, se acercó al Cardenal Obando y Bravo, entonces arzobispo de Managua y, de alguna manera, consiguió una mayor conexión con la Iglesia Católica.

No parecía ser, sin embargo, un acercamiento sincero, sino una maniobra electoralista que jugaba con la devoción católica del pueblo. En ese momento, el Cardenal pareció morder el anzuelo. Pronto, las cosas cambiarían de nuevo, cuando Obando advirtió al pueblo de no votar por una “víbora agonizante”…

Las tensiones mayores entre Ortega-Murillo y la Iglesia se han dado desde 2018, cuando acusaron a la Iglesia (que protegía a los activistas en el problema de la seguridad social) de terrorismo y conspiración. Y es que Ortega no parece ser capaz de soportar críticas y en los últimos meses, no ha podido soportar las del Obispo Rolando Álvarez a quien, al negarse a marchar al exilio, ha condenado a 26 años de prisión de máxima seguridad. Con lo cual ha decidido arremeter contra la Iglesia Católica a la que acusa de ser “una mafia organizada”, después de que el papa Francisco, a menudo tan cauto en otros momentos en opinar sobre la región iberoamericana, criticara la condena del obispo. Ortega acusa a la Iglesia, además, de cometer muchos crímenes porque “eran somocistas” en la época de Somoza. Además de exiliar a numerosos sacerdotes y encarcelar al Obispo Álvarez, Ortega ha cargado con todas sus fuerzas contra la religión católica prohibiendo ahora viacrucis y procesiones de Semana Santa en todo el país.

En otra acción de persecución a la Iglesia, Ortega ha eliminado el status jurídico de Cáritas Nicaragua y ha clausurado la Universidad Católica. Ha pedido además, a la Santa Sede, el cierre de las respectivas embajadas, como ruptura final y definitiva con la Iglesia.

¿Cómo se podría salir de esto?

Varias informaciones indican que Humberto Saavedra, hermano de Daniel Ortega, se ha ofrecido a ser el enlace de la comunidad internacional para una salida negociada de la crisis. Esto, por supuesto, más que esperanza ha generado en muchos una gran desconfianza sobre la posible neutralidad de tal negociación.

Ambos hermanos Ortega han sido señalados por organismos de Derechos Humanos de crímenes de lesa humanidad durante la primera dictadura sandinista, por hechos como la Navidad Roja -la operación que desplazó contra su voluntad a 42 comunidades de indígenas misquitos hacia el interior del país a nuevas comunidades conocidas como Tasba Pri (Tierra Libre)-.

Daniel Ortega también fue señalado por segunda vez por los crímenes que cometió su régimen en las protestas de 2018. Pero además, una de las principales razones de la desconfianza acerca de Humberto Ortega es la sospecha fundada de su paradójica conexión con las familias oligárquicas (las mismas antes mencionadas) del país.

Es decir, lo mismo de siempre. Los mismos en lucha por el botín detrás del parapeto de la ideología, pero sin un compromiso más allá que el poder absoluto y la riqueza del país.

Por su parte, el presidente Biden, que había señalado su disposición a entrar en negociaciones, parece ahora retirar tal oferta ante la negativa de Ortega de liberar a los presos políticos. Y eso se extiende a los tres países que Trump había denominado “eje del mal”: Cuba, Nicaragua y Venezuela, que tienen cárceles llenas de presos políticos y que además, día tras día dan muestras de un control social opresor y abusivo. Y tampoco Ortega parece dispuesto a dialogar con Estados Unidos. “¿Qué diálogo puede haber con el diablo?”, pregunta Ortega.

No parece que la situación, como la de Cuba o Venezuela, tenga mucho arreglo mientras los poderes entren y vuelvan a entrar como en una puerta giratoria. Y mientras tanto, Ortega, los Castro y Díaz Canel, y los chavistas de Maduro, siguen fotografiándose juntos jubilosos… Mientras dure (y parece que va a durar).

¡A por el botín!

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