Es indudable que Estados Unidos es una nación construida por inmigrantes. Está en la base de su historia. Lo dice clara y expresivamente la leyenda en la base de la Estatua de la Libertad. “Dadme vuestras pobres, cansadas masas, deseosas de libertad…”. Así de evidente y así de fácil… ¿o no?
Cuando Emma Lazarus escribe el poema de esa inscripción, la inmigración en Estados Unidos es una bendición, más que una crisis. Pero ahora y desde hace algunas décadas, es crisis. Después de la semi-bonanza de los años 80, cuando Ronald Reagan promulgó una amnistía que permitió a miles de inmigrantes indocumentados regularizar su situación, una serie de leyes, reglas y acciones de gobiernos de diversos signos, tanto republicanos como demócratas, han complicado y hecho enormemente complejo el problema. Trump fue mucho más estruendoso que los anteriores presidentes, y que el siguiente, pero la realidad es que todos, de un signo u otro, han tenido políticas restrictivas, se han estancado, en propuesta tras propuesta de reforma migratoria y, de diversos modos, han contribuido a la edificación del famoso muro de la infamia. Aunque Obama pasó, por decreto ley, una propuesta de legalizar temporalmente a los Dreamers, lo cierto también es que en su administración se dieron cifras récord de deportaciones.
Ahora, la situación se exacerba por el fin del Título 42 que exigía que las personas, procedentes de Venezuela, Honduras, El Salvador, y Nicaragua, que atravesaban México para solicitar asilo político en Estados Unidos, permanecieran en México durante las restricciones de Covid-19. Mientras que el Título 42 previno a muchos de pedir asilo, éste no tenía consecuencias legales sobre los distintos intentos de entrada. El Título 8, sin embargo, hace que quienes intentan entrar y son devueltos a sus países, no puedan volver a intentarlo al menos por cinco años. Tal título, con el levantamiento de la alerta, ha expirado y miles de personas que habían acampado durante meses en la frontera, están ahora dispuestas a cruzar con la esperanza de que se escuche su caso. De hecho, ya están entrando.
Del sueño americano a la pesadilla en frontera
El problema es que el país no está preparado para absorber a tal cantidad de personas que se añaden a las que ya habían cruzado la frontera, a los afganos, ucranianos, venezolanos y cubanos ya presentes en suelo estadounidense. Y mientras tanto, aunque los medios insisten en que la situación no está siendo tan alarmante como habían temido, hay miles de emigrantes durmiendo en los gimnasios de escuelas públicas, en campamentos y bajo puentes en condiciones infrahumanas. Se han agotado los recursos de las ciudades demócratas a las que algunos estados fronterizos de signo republicano habían enviado a los emigrantes que no podían absorber… Y ahora, ¿qué se puede hacer?
Ahora, después de la pandemia, tal crisis, en extremo agudizada, se convierte en una auténtica pesadilla. Añade la demografía… ya no mexicanos sino venezolanos, centroamericanos, ucranianos, afganos… Trump grita más que los demás, pero lo cierto es que los Bush, Clinton, y Obama impulsaron también políticas restrictivas e incluso más crueles. Si se piensa en el famoso muro por el que tanto se criticó a Trump, resulta haber estado iniciado por Clinton y continuado por Obama. Y lo mismo ocurre con las deportaciones que alcanzaron cifras de récord con Obama… Pero lo que ocurre ahora parece incluso más grave.
El Título 42, una regulación impuesta por Trump durante la pandemia, que obligaba a quienes buscaban asilo a esperar en México, ha expirado ahora y los miles que esperaban en la frontera se apresuran a entrar… para encontrarse con una antigua regla modificada: el Título 8 que tiene restricciones incluso más fuertes. Según el título 8, aquellos que pasaron por otros países antes de llegar a Estados Unidos, deberían haber solicitado asilo en tales países.
Además, cualquier persona que cruce la frontera ilegalmente será sujeta a la deportación rápida con la prohibición añadida de entrar de nuevo en el país por al menos cinco años. La administración Biden insiste en que esta regla es distinta, argumentando que no es una prohibición estricta, sino que impone más escrutinios para probar la necesidad de asilo… y que coloca estas restricciones junto con otras medidas legales recién abiertas. Pero hay que recordar que promesas semejantes se hacen siempre antes de una campaña electoral presidencial y Estados Unidos pronto entrará en ella. Y que las promesas suelen ser como humo.
Los países emisores de emigrantes, como todo el mundo, han sufrido las graves consecuencias de la pandemia, además de nefastas políticas que han conducido a la hambruna y la violencia. Se trata, sin duda, de un terrible drama humano, sobre el que la Iglesia se ha apresurado a declarar su disconformidad ante una situación que condena a miles de personas a la miseria… y que incluso las enfrenta a una muerte segura al ser deportadas a sus países de origen o ser mantenidas en la clandestinidad. Pero la propia Iglesia reconoce la necesidad de una política que defienda la seguridad de las fronteras y que tenga en cuenta el bienestar de los ciudadanos estadounidenses.
Indudablemente, el dolor y la angustia de los migrantes y exiliados tienen que ser atendidos y acompañados. Pero quizá una política de puertas abiertas de par en par no sea lo mejor para todos, ya que se está viendo que puede llevar a situaciones aún más dramáticas. Hay diversos factores que tendrían que ser tomados en cuenta a la hora de elaborar y poner en práctica una política de inmigración justa y compasiva.
Del crisol a la ensaladera
En un principio, el idealismo norteamericano contemplaba la inmigración como un maravilloso proyecto de creación de un nuevo país: una nación de inmigrantes. Una nación de inmigrantes donde, como dijo Tocqueville, todos deberían despojarse de su identidad patria para fusionarse, como en un crisol, en una nueva cultura totalmente americana, el famoso Melting Pot. En tal crisol, los inmigrantes asumían totalmente la cultura, el idioma, el sentido patriótico de Estados Unidos.
En algunos casos, por la presión de la búsqueda de un estatus social, perdían incluso su religión, al asimilarse a los WASPS (White Anglo-Saxon Protestant). Pero en los años 80, con las corrientes de globalización y liberación, el modelo ideal cambió al de una ensaladera, donde todas las culturas se unían, pero cada una mantenía su sabor e identidad. Se pasó entonces a una tensión entre asimilación e integración. Mientras que los antiguos inmigrantes asumían con toda facilidad el idealismo de su propio progreso dentro del sueño americano, las nuevas olas tienen como principal objetivo su propia supervivencia, y no la construcción de una nueva realidad. El E pluribus unum del logo de Estados Unidos pasa a ser más bien Y de muchos, muchos más… Lo cual complica el sentido de unidad, además de generar problemas en una educación que ahora se puede exigir bilingüe, y a la que todo ciudadano tiene derecho, dado que no hay idioma oficial en Estados Unidos. La diversidad tiene un atractivo indiscutible, pero, en la práctica de la vida ordinaria y cívica presenta muchas dificultades.
A esta nueva identidad polimórfica, o casi más bien identidades dispersas en un mismo lugar, se añade el hecho innegable de la disparidad en niveles de educación. Al vivir en comunidades homogéneas, en muchos sectores se mantiene el lenguaje nativo lo cual, junto con la frecuente insuficiencia de niveles académicos de un alto porcentaje de la población inmigrante, dificulta el acceso a trabajos mejor remunerados y a un progreso real. Algunos proponen una política migratoria que atraiga a profesionales (sobre todo en el campo de la tecnología) que le permita a Estados Unidos competir en situación de igualdad o superioridad con China… pero tal política, lógicamente, excluiría a los verdaderos necesitados y conduciría a una fuga de talento que ocasionaría un gran daño a otros países.
Los diversos impactos de las olas masivas de inmigración
La Great Resignation, es decir, el abandono masivo del trabajo después de los confinamientos de Covid, produjo graves vacíos en el mercado laboral. Pero tales vacíos estaban principalmente en las áreas de trabajos profesionales y de oficina.
Al haber, simultáneamente, necesidad de trabajadores en el país y oferta de mano de obra barata por parte de las masas inmigrantes, los salarios de esos oficios y áreas de servicio se reducen, provocando resentimientos y tensiones en los ciudadanos. Bajos salarios significan también bajos impuestos… A menudo se ha dicho que los impuestos que pagan los emigrantes son casi equivalentes a los gastos en servicios que ocasionan, pero el casi en altas cifras de población supone falta de ingreso fiscal.
Evidentemente van a darse múltiples efectos en infraestructuras. No se pueden construir viviendas a la velocidad de entrada de quienes esperaban en la frontera, añadidos a los miles de ucranianos y afganos. Ni tampoco escuelas, hospitales, medios de transporte… condenando a muchos a una vida infrahumana que podría ser caldo de cultivo de criminalidad… Si bien la despiadada afirmación de Trump de que lo que entra por las fronteras es narcotráfico y violencia de las maras es una generalización peligrosa y falsa, también es verdad que es difícil controlar una situación prácticamente invasiva.
Hay también un impacto en los países emisores, que, aunque se benefician enormemente de las remesas que envían los emigrantes a sus familias, sufren también el vaciamiento de sus bancos de talento.
Y, por último, hay un efecto político fuerte. No todos los que llegan tienen, claramente, un proyecto de democracia, ni unos valores de raíz cristiana como los de los signatarios de la Declaración de Independencia y la Constitución. El choque de valores se puede traducir en polarización política que profundiza la ya extrema polarización del país. Y esto, abre, además, una oportunidad a la manipulación política de los inmigrantes.
Nada de esto tiene fácil arreglo. La solidaridad humana y cristiana obliga a recibir, auxiliar y acompañar a seres humanos en extrema fragilidad y peligro. El sentido común exige que se examinen las posibilidades reales de hacerlo. ¿Es posible tal equilibrio? En años recientes, la ONU propuso un Pacto Global de Migraciones… pero eso se convierte en papel mojado cuando gobiernos nefastos, dictaduras, e intereses globalistas oscuros se interponen en las líneas de migraciones racionales, escalonadas y seguras que proponía el Pacto. Además, quienes tienen hambre o están amenazados de muerte no suelen esperar a que un plan escalonado se elabore y entre en vigor.
Después de siglos de continuas olas migratorias, algunas muy beneficiosas y otras peligrosísimas, se diría que Estados Unidos debería saber cómo manejar situaciones como la presente… Y que sería un modelo para todo el panorama de inmigración en Europa… ¿o no?
Los equilibrios entre sentimiento y racionalidad, justicia y posibilidad, solidaridad y seguridad son, si no imposibles, terriblemente difíciles.
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