Sudán, uno de los países más extensos y con más posibilidades de África, afronta una encrucijada que puede cambiar su historia, quizás el momento más doloroso desde su independencia en 1956.
La lucha a muerte por el poder y la riqueza de dos generales muy poderosos, Abdelfatah Al Burhan, Jefe del Ejército y, de facto, del Estado y Mohamed Hamdan Dagalo, comandante de los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), ha sumergido a La Tierra de Los Hombres Negros, que es lo que Sudán significa, en una nueva guerra que ha quebrado la transición hacia la democracia por la que los jóvenes de esta República se han jugado la vida en una Revolución que consiguió acabar con la dictadura. Sus sueños de un nuevo Sudán se han roto. En lugar de pensar en su futuro y en construir el país que quieren, la juventud tiene que ayudar a la gente a huir de la devastación y recoger ruinas y muertos. Sudán ha vuelto a perder su camino.
Jartum, la capital de Sudán, es la ciudad en la que el Nilo Azul, hijo geográficamente del lago etíope de Tana y legendariamente del Edén, se encuentra con el Nilo Blanco que antes de llegar a esta ciudad ha recorrido más de tres mil kilómetros desde el Lago Victoria. En Jartum, Blanco y Azul se funden en el único nombre de Nilo, ese río cuna de civilizaciones como la egipcia o la Nubia, la de los faraones negros del reino de Kush. La confluencia entre las dos aguas se llama Al Mogram. Un lugar mítico para exploradores, poetas, aventureros y soñadores que pierde su halo mágico cuando lo conoces, pero al que alguna vez en la vida se debería ir.
Viajé a Jartum en 2004 con un equipo de Informe Semanal para realizar un reportaje sobre la guerra en una de las provincias sudanesas más grandes, Darfur, al Este del país. Y regresé un año después para rodar otra historia, esta vez de la mano de la FAO que me llevó al Oeste de esta República, a los campos de refugiados de otra contienda, la de Eritrea. Me adentré, así, en el mapa de un país salpicado por las conflagraciones, una de ellas, la que enfrentó al Sur y al gobierno central sudanés, catalogada como la guerra civil más larga de la historia y que concluyó con la independencia de Sudán del Sur, la región rica en petróleo. “En Sudan”, me comentaron, ”las guerras y los golpes de estado son una marca de la casa”.
Ahora este país, uno de los más extensos de África, sufre un nuevo estallido de violencia. Es un combate hasta las últimas consecuencias, por el poder y la riqueza entre dos militares, el general Abdelfatah Al-Burhan, Jefe del Ejército y, de facto, del Estado y el comandante de los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, vicepresidente y aliado de Al-Burhan hasta el comienzo de esta pugna. Una nueva guerra civil entendida como el enfrentamiento entre dos ejércitos, ninguno de los cuales cuenta con el apoyo popular. Porque la población, primero en Jartum, donde estalló, y después en las otras ciudades a las que se ha extendido, es la víctima principal de este choque de ambiciones que ha enterrado, de momento, el sueño de un Sudán democrático dirigido por un gobierno civil.
La primera vez que llegué a Jartum descubrí una ciudad desdibujada por el calor seco, la luz apabullante del sol y el polvo del desierto que llueve terroso y se transforma en una tormenta de arena inmisericorde cuando menos te lo esperas. Una ciudad caótica paralizada por la burocracia de la administración que pedía papeles para todo y controlada por una policía que vigilaba con mano de hierro que no dieses un paso sin un permiso sellado. Cuando regresé, un año después, Jartum había dado un paso de gigantes para modernizarse. En el skyline se bosquejaban rascacielos un tanto incongruentes con el desorden urbanístico africano que también a su manera empezaba a organizarse. En aquel momento el presidente de Sudán era el general Omar Al-Bashir quien había llegado al poder tras un golpe de estado en 1989. Durante 30 años, hizo y deshizo hasta que en la primavera de 2019 fue derrocado por otro golpe militar dirigido por sus propios generales e impulsado por las protestas populares, iniciadas tras la subida del precio del pan, la gota que colmó el vaso de la paciencia de los sudaneses, hartos de corrupción, falta de libertad y crisis económica.
“Esa Revolución fue una obra de arte”, explica a Crítica el misionero comboniano Jorge Naranjo, director del Comboni College de Ciencia y Tecnología de Jartum. “El régimen de Al-Bashir estaba muy bien asentado. Tenía unos servicios secretos inmensos, en cantidad y en calidad, temidos por sus torturas. Y aun así la protesta triunfó”. La mente de la revolución fueron los profesionales —arquitectos, ingenieros, médicos, profesores…— de dentro y fuera de Sudán; la mano de obra, los jóvenes. Organizados en grupos, por barrios, en una extensa red informal, los jóvenes demostraron una gran habilidad para esquivar la represión del régimen. Las imágenes de los días previos al derrocamiento de Al-Bashir, el 11 de abril de 2019, publicadas en las redes sociales, muestran un mar de jóvenes, reunidos en resistencia pacífica para reclamar un Sudán diferente. Entre esos soñadores que se jugaban la vida destacaba una joven vestida con la tradicional túnica blanca de algodón, subida a un coche, rodeada de una multitud que la grababa con sus móviles, con un dedo señalando al cielo y la luz del atardecer iluminando sus pendientes de oro. En un video que se hizo viral la joven se proclama nieta de los reyes y reinas del antiguo Imperio de Kushq que alguna vez se extendió desde Jartum hasta el Mediterráneo y canta mientras los manifestantes corean la palabra Thawra (Revolución). Esta joven, estudiante de arquitectura, Alaa Salah, se convirtió en el icono de la rebelión sudanesa. Su cántico, ”mi abuelo era Tahargo y mi abuela Kandake”, expresaba el orgullo de los jóvenes por la valentía de sus ancestros nubios. Por su arrojo a Salah la apodaron la Reina de Nubia. (https://www.youtube.com/watch?v=6FLQWs6Y4IY)
“No tengo miedo a morir” declaró Alaa Salah al periódico The Times (12 de junio 2019). “Todos tenemos que morir en algún momento así que es mejor morir por algo en lo que crees y yo creo en un Sudán diferente y que al final nos devolverán el país que nos han robado. Soy una más entre millones de personas que representan la luz frente a la oscuridad del régimen”.
El 70% de los jóvenes movilizados en la revolución eran mujeres. En aquellos días en Sudán se aplicaba la Ley islámica, la Sharia, con todo rigor y podían ser encarceladas y azotadas, pero se echaron sin miedo a las calles. Los disparos mataron a cuatro amigas de Salah y una quinta perdió la vida a golpes. ”Por cada una que muera –dice ella– surgirán diez más. Estamos construyendo los cimientos para el futuro: no hay alternativa a un Sudán democrático y libre”.
La presión popular derrocó a Al-Bashir y un comité militar tomó las riendas del país. Los jóvenes siguieron con su protesta, acampados frente al cuartel general del Ejército en Jartum, símbolo de la dictadura. Querían el cambio ya, sin concesiones. La madrugada del 3 de junio, víspera del fin del ayuno del Ramadán, los yanyauid, un grupo paramilitar temido por el recuerdo de su violencia en la guerra civil de Darfur, irrumpieron en la concentración disparando y pegando a los manifestantes. Murió más de un centenar y hubo decenas de heridos y desaparecidos. Al frente de los yanyauid, reconvertidos en las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), estaba uno de los generales protagonistas de la nueva guerra: Mohamed Hamdan Dagalo, Hemedti.
Tras esta matanza la presión internacional obligó a los generales a negociar y aceptar un Gobierno de transición compartido por militares y civiles que en un plazo de tres años acometería las reformas necesarias para la convocatoria de elecciones en 2022. Lo presidía un civil, Abdala Hamdok y se basaba “en la capacidad y honestidad de sus miembros”. Se suspendió la aplicación del código penal de la Ley islámica, lo que significó una nueva libertad para las mujeres. Se dieron los primeros pasos para recuperar la riqueza saqueada por la dictadura. Se empezó a negociar con los EEUU que Sudán dejase de ser considerado un país terrorista por haber dado cobijo, entre otros a Osama Bin Laden y así abrir las puertas a préstamos internacionales que permitiesen la reconstrucción.
El estallido de júbilo terminó en octubre de 2021 cuando el general Al-Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo se aliaron para dar un golpe de estado. Miles de jóvenes volvieron a echarse a la calle al grito de “el pueblo es poderoso”. “No estoy dispuesta a perder las libertades que tan duramente he conquistado”, declaraba una estudiante de medicina, Sarah, al Canal Arte en el reportaje Sudán, la revolución de las mujeres. “Los militares no ganarán”, cantaban los jóvenes dispuestos a ser mártires otra vez. “No podemos vivir de nuevo encarceladas por el islamismo”, se rebelaba Sarah. “Las mujeres hemos encontrado nuestra libertad y nuestra voz en esta revolución”. (https://www.youtube.com/watch?v=T-L5IQCj1dY)
La presión popular a la que se sumó la internacional consiguió una vez más que hubiese un acuerdo para retomar el proceso de transición hacia la democracia. En dos años habría un Gobierno civil creíble, democrático y responsable. La hoja de ruta marcaba que el pasado 1 de abril se firmaría el acuerdo marco para la transición; el 6 una constitución y el 11 tomaría posesión el nuevo ejecutivo. Todo se pospuso sine die y el día 15 de abril Jartum se despertó con el ruido de los bombardeos.
“Es impactante ver a los cazas sobrevolar tu cabeza, a la artillería disparando. Es impactante tener que dejar tu casa sin saber cuándo podrás volver. No estar a salvo ni saber cuándo volverás a estarlo”. La voz de la reportera para las emisiones en inglés de la televisión Al Jazeera, Hiba Morgan, se rompe al contar lo que está ocurriendo en Jartum.
La nueva guerra ha devastado la vida de miles de personas, entre ellas la de su propia familia que ha tenido que huir. Esta periodista abrió en directo las emisiones de su canal mientras a sus espaldas las bombas destruían su ciudad. Su voz se pierde entre los disparos. “Si lo necesitas, ponte a cubierto”, le dice el presentador del informativo. “Estoy bien”, contesta ella. “Os tendréis que preocupar cuando desaparezca de la pantalla”. (https://www.youtube.com/watch?v=J_UZjG3LI7A)
Hoy muchos de los barrios de Jartum parecen una ciudad fantasma. Apenas hay comida y aunque algunos mercados siguen abiertos el precio de los alimentos ha subido tanto que es imposible comprarlos. No hay dinero. No se pagan las nóminas. Las personas atrapadas en la ciudad consideran la electricidad un lujo del que pueden prescindir, pero tampoco hay agua corriente y el agua es básica. Hay cadáveres bajo los cascotes. Muchos permanecen encerrados en casa para evitar los disparos de los francotiradores. Maryam que va en silla de ruedas, aprovecha algún momento de tranquilidad para salir de su apartamento y aprovisionarse de lo mínimo. Una bala perdida mató a mediados de mayo a Peter Kiano, director de la sección secundaria del Comboni College. Ante la imposibilidad de llegar a los cementerios los cuerpos de dos hermanas, doctoras, se han enterrado en su jardín. Universidades saqueadas. Hospitales destruidos o bajo mínimos que no dan abasto con las decenas de heridos que llegan todos los días. Más de un millón de desplazados. Los alto el fuego acordados no se cumplen ni siquiera por razones humanitarias. Solo se ha respetado uno para la evacuación de extranjeros porque ninguna de las dos partes enfrentadas quiere víctimas extranjeras que entorpezcan futuras relaciones exteriores. Además, los paramilitares de las fuerzas de Hemedti han traído a Jartum la misma violencia que aplicaron en Darfur: atracos, pillajes, violaciones, asesinatos.
“La juventud en lugar de pensar en su futuro y en construir su país tiene que recoger ruinas y muertos; ayudar a la gente a huir. Nuestro país tiene un gran potencial y ver donde ha caído es devastador” se lamenta Hiba Morgan que define esta batalla como “la lucha entre dos generales muy poderosos, con los civiles pillados en medio. Una lucha por la riqueza de Sudán, por el poder”.
La guerra se ha extendido a otras ciudades y regiones. Se pelea por el control de las carreteras; de los principales centros urbanos; de los recursos. En Darfur la violencia desatada recuerda los peores días del conflicto étnico que en 2004 causó el primer genocidio del Siglo XXI. Hay hambre. En palabras del alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, la situación es “desesperada y desgarradora”.
El pretexto para el enfrentamiento entre el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Al-Burhan y su segundo en el Consejo de Gobierno, Mohamed Hamdan Dagalo, líder de las RSF, es quién estaría subordinado a quién bajo la nueva jerarquía, al acabar la transición a un gobierno civil. ¿Qué hay detrás de todo esto?
Sudán, la tierra de los hombres negros que es lo que su nombre quiere decir, tiene una situación estratégica clave: bordea el Mar Rojo, arteria clave en el paso de mercancías y petróleo hacia el canal de Suez, y domina la región del Sahel y el Cuerno de África lo que ha puesto a este país en el centro del tablero en el que otras potencias dirimen sus fuerzas y sus intereses económicos.
Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, son los países con mayor peso en el devenir de los asuntos sudaneses. Con el derrocamiento de Al-Bashir vieron la oportunidad de incorporar a Sudán a su órbita y para lograrlo regaron al nuevo Gobierno con financiación y apoyo militar.
Ahora Egipto apoya al General Al-Burhan y las monarquías del Golfo a Hemedti.
Además, Sudán posee una enorme riqueza agrícola (podría ser el granero de África) y mineral. Tiene diamantes, hierro, cobre, uranio, cromo, zinc, níquel, aluminio y, sobre todo, oro: es el segundo mayor exportador de oro de África y el décimo mayor productor del mundo.
En enero la Compañía de Recursos Minerales Sudanesa anunció que en tan solo diez días la venta de oro había dado al Tesoro sudanés un beneficio de más de cuarenta y cinco millones de dólares. Son las cifras hechas públicas porque se calcula que entre el 50 % y el 80 % del oro de Sudán sale de contrabando. Es un gran negocio en el que otra superpotencia está muy interesada: Rusia.
“Apoyados por el Kremlin, los mercenarios de Wagner se están haciendo ricos en las minas de oro de Sudán al mismo tiempo que intentan aplastar cualquier proceso democrático respaldando a los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido” así lo asegura Declan Walsh, responsable para África del New York Times, en una investigación publicada por este periódico el 5 de junio de 2022. El periodista desvela que el General Hemedti, que es quien controla en Sudán el negocio del oro a través de su compañía Al-Junaid, visitó a Putin en Moscú, en víspera de la guerra de Ucrania, en febrero de 2022 y que le llevó un cargamento de oro a cambio de armas. Por supuesto el Kremlin rechaza esa conexión.
El general Hemedti es uno de los hombres más ricos de Sudán. Su hoy enemigo, el general Al-Burhan, es el heredero de la cleptocracia expandida por Al-Bashir en sus treinta años de dictadura y controla las grandes empresas del país y sus beneficios. Ambos se reparten esta República como una tarta de la que todos quieren una porción.
¿De verdad pueden estar interesados en un gobierno civil que les privaría de sus privilegios? se pregunta Hiba Morgan. En su Twitter Hemedti se presenta como defensor de los jóvenes revolucionarios y del Gobierno civil. Al Burhan le culpa de haber organizado el golpe para frenar la transición y le ha congelado las cuentas en Sudán, pero el líder de las RSF tiene más cuentas en Arabia Saudí que no está muy interesada en bloquearlas.
Y, ahora, ¿qué?
Declan Walsh en su análisis “Sudán se enfrenta a muchos caminos posibles, ninguno de ellos bueno” (NYT. 18 de mayo de 2023) señala que no se puede descartar nada, ni siquiera la partición de Sudán entre los dos generales rivales. Para este periodista, “sea cual sea su destino, Sudán se encuentra en una encrucijada importante, quizás el momento más doloroso desde su independencia en 1956, lo cual es notable en un país que ha soportado rebeliones, golpes de estado y olas de violencia genocida”.
“¿Qué salida?” se pregunta Jorge Naranjo. “Los dos generales rivales están de acuerdo en que la guerra se acaba si el otro se entrega. No creo que pase. Los dos saben que el otro es un mentiroso y ninguno de los dos confía en un acuerdo”. Según este misionero, una posible salida sería que” la Comunidad Internacional, entendida como Liga Árabe, Unión Africana, EEUU y la UE amenazasen con declarar a los dos criminales de guerra si no paran la guerra”.
En el pasado festival de Cannes la película sudanesa Goodbye, Julia de Mohamed Kordofani, ganó el Prix a la Liberté. Es una película de gran belleza rodada gracias al aire de libertad que durante un tiempo se respiró en ese país. ¿Ha sido tan solo un paréntesis? ¿Volverá a encontrar Sudán el camino perdido?
“Para el mundo somos otro fracaso del Tercer Mundo”, -escribe en su blog, muslimgirl, una estudiante sudanesa con mucho eco en las redes sociales-,“Pero somos seres humanos, con orgullo, con sueños, con una vida. Seres que quieren construir un nuevo Sudán. Estamos cansados, pero no nos rendiremos”. https://muslimgirl.com/poem-our-revolution/
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