LITERATURA

AMAR AMÉRICA (A TRAVÉS DE CINCO RETABLOS)

LA VOZ DE SU AMO

Soy una aprendiz de América.

América está en mi biografía.

Vivía en un lugar de La Mancha pequeño y universal. Tenía once años.

Mi vida es el recuerdo de un verano inmenso, sin fin, bajo el azul de un gran toldo, ballena suspendida en lo alto con sus cuerdas y anclajes.

Entre la naturaleza y el juego, nada me obligó, sólo los límites de la vida, dormir, jugar, comer, besar a las visitas, volver a jugar, volver a dormir. Aprender alguna oración. Respetar el orden cosido al ritmo de la vida.

Y allí estaba América.

En la Casa del Rumor, como la llaman, yo era una niña solitaria. Tenía a mi disposición un tesoro: el tiempo y la música.

¡Ah, los viejos discos microsurcos a setenta y ocho revoluciones! En su centro, la graciosa etiqueta La voz de su amo. Así, como el perrito de la famosa marca discográfica, estaba yo ante el altavoz, amando a América.

Aprendí tantas canciones, recorrí tan largos caminos, conocí tantos países de mi misma sangre y lengua, que aquel perrito del sello discográfico, se convirtió en mi gran maestro.

Sonaban las pampas de Argentina, y estaba yo en ellas:

Yo las pampas recorría en mi potro soberano.

Allí fui ranchera y gaucha.

Con una milonga, conocí el gran río Paraná. Allí empezó mi fascinación, de por vida, por los ríos.

Junto al Paraná cantan los jaguares en la noche fría

Aprendí la bravura mexicana, el brío de su alma, en aquella voz que orgullosamente narraba la Guadalajara de México:

Tienes el alma de provinciana

hueles a limpio, a rosa temprana.

Y tantas otras canciones que aprendí en el tiempo de la inocencia en el territorio Mancha.

El aburrimiento era la antesala de la imaginación.

Aquellas canciones fueron mi lírica, a la que muchos años después, se sumaron la prosa ondulante en su laberinto de García Márquez, el logos que alarma de aventura de Borges, y tantos más.

Aquellas canciones me hicieron ser una escritora. También una niña soñadora y alegre.

En el país de los sueños, haga calor o frío, o brisa tropical, se está bien. Es un estado de gracia.

Bien lo sabía Miguel de Unamuno:

“Agranda la puerta, Padre

porque no puedo pasar.

La hiciste para los niños,

yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame, por piedad,

vuélveme a la edad aquella,

en que vivir es soñar”.

 

RUBÉN DARÍO Y YO

En la Casa del Rumor, la casa grande perdida en la llanura, entre romana y cervantina, mi joven madre me dio una educación sentimental que hoy deseo recordar.

Primera ráfaga de mi memoria.

Quiero hablar del poema Margarita está linda la mar. Con él he gozado del lazo de amor con el que me fue leído. La voz de mi madre, recitándolo para mí. Con este acto me daba afecto y enaltecimiento, era querida y llamada princesa, mucho antes de que el poeta cantante Sabina pusiera de moda este apelativo.

Segunda ráfaga.

Con ese poema escuché por primera vez la mágica palabra malaquita. El quiosco de malaquita que tenía el rey, padre de la princesa.

La reconocí, de súbito, al verla en el palacio de Aranjuez, como regalo del Zar de Rusia a la Reina de España. Aquella gran mesa de malaquita verde.

¡Ah, la inteligencia de Rubén Darío, la pedagogía poética de sus enumeraciones!

―¿Qué tenía el rey?, me preguntaba mi madre.

Y yo decía la maravillosa enumeración de sus seis posesiones:

― Un palacio de diamantes,

una tienda hecha de día,

un rebaño de elefantes,

un quiosco de malaquita, 

un gran manto de tisú,

una gentil princesita.

― ¿De qué estaba hecho el broche de Margarita?

Y de nuevo venía el ejercicio de fijación, en un recuento precioso:

― Estrella, verso, perla, pluma y flor.

A mí no me importaba lo infinito, lo incontable, solo me importaba lo que es, lo que existe.

Me gustaba la repetición, escuchar todas las noches el mismo cuento. Ahora, me sigue gustando lo seriado, por ejemplo, en arte.

Este tiempo tranquilo, monótono, reiterativo, fue pieza fundamental de una educación antigua, la mía. Casi en el tiempo del Ancien Régime, el tiempo detenido, congelado en el agro ibérico.

Yo tuve una educación pitagórica. Fui una niña pitagórica.

De este modo escribí este apunte en mi autobiografía Años de Luz y Niebla (Contra la conjura del olvido):

Toda mi educación fueron enumeraciones:

cuatro puntos cardinales

siete virtudes,

diez mandamientos…

cuentos con siete cabritillos (y ni uno más),

relatos de tres hermanas

 

APRENDIZ DE AMÉRICA (UNA JOVEN VIAJERA CON LOS CRONISTAS DE INDIAS)

Soy lo que admiro, escribió Gustavo Adolfo Bécquer certeramente.

Deseo hoy hacer un ejercicio de admiración y poner en valor ciertos nombres que me han acompañado en mis viajes amando a América.

Recuerdo aún la inocencia con la que leí a los antiguos Cronistas de Indias, la circunstancia y el lugar.

Viaje por el Golfo de México, viaje lento por Tlaxcala, Hidalgo, el Peñón de Bernal, Quiahuiztlán, el lugar de la lluvia, y tantos otros lugares míticos que los cronistas describieron palmo a palmo.

Los cronistas de Indias estaban allí, a pie de obra, bisagras vivientes entre un mundo y otro. No relataban de oídas. Eran sus vidas las que estaban al servicio del relato, las que lo estaban viviendo, y encarnando, haciéndolo carne de su carne.

Verbi gratia: relatan los dieciséis nombres de llamar al oro (Colón). Con gran minucia, la disposición de los mercados y los muchos frutos nuevos que ven (Bernardo de Balbuena). Las penalidades de bajar atado con sogas por el cráter de un volcán (Popocatépetl) y subir atufado de azufre, sintiendo que era peor que los dolores de parto que luego se olvidan, y volvería a bajar tantas veces lo mandase el Señor Cortés, escribe Bernal Díaz del Castillo.

¡Quién fuera cronista de Indias, allí, in situ, viviendo la película mientras sucede!

Recuerdo aún la emoción con la que leí al soldado Bernal Díaz del Castillo.

Iba yo en el humilde camión del Golfo, con la gente aún más humilde, sobre la que he escrito algunos poemas.

Siento que, leída la magnífica obra de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, yo he estado en esa conquista, más que nada, descubrimiento.

Después vino la lectura del nunca acabado de ponderar, José Luis Martínez, con su obra Hernán Cortés, en el Fondo de Cultura Económica, que también leí en aquel tiempo y en aquella circunstancia viajera.

Recuerdo los debates que mantuve con intelectuales de la Ciudad de México sobre el Imperio Azteca, la Conquista, la identidad, el mestizaje, que los más preclaros escritores de la República Mexicana (Carlos Fuentes, Octavio Paz, entre otros) han admitido como un hecho histórico, identitario, sin más, contra toda polémica y revival de lo llamado natural, de lo originario.

Por mi parte, he escrito un poema contra la idolatrización de un mundo puro y sin mezcla alguna. Su título y su crítica lo sugieren: Todos hemos visto a César.

Carnets de viaje

No ignoro otras realidades de América. Lo mío, además de la literatura, es el estudio de las sociedades, y he dado muchas vueltas y bastantes conferencias por la Región, analizando y criticando la desigualdad de género y otras muchas desigualdades, cuestiones típicas de la sociología.

Sin embargo, elijo deliberadamente otra dimensión para mi escritura. Tal vez la del sueño. De toda la memoria solo valen los sueños, el poeta debe hacerlos valer (Antonio Machado dixit).

Al modo de Ortega y Gasset, digo que el mundo de los sueños y de las alucinaciones se diferencia solamente del de las realidades en que en este ejercen su función policíaca las leyes de la física o de la fisiología.

Esto aconteció mientras escribía aquellos carnets de viaje, y lluvias torrenciales cayeron toda la noche.

¿O acaso no se mueve también en la región del ensueño este extasiarse de Bernardo de Balbuena (natural de Valdepeñas, La Mancha) al contemplar la magnificencia mexicana? Escribe:

En ti se junta España con la China, Italia con Japón, y finalmente, un mundo en trato y disciplina. (Bernardo de Balbuena, Grandeza mexicana).

Esta dimensión del sueño con la que he trabajado México, me da el sosiego de los cromos antiguos y las visiones beatíficas de las viejas enciclopedias para la infancia. Y me digo a mí misma:

Allí está la montaña, el sol sobre el cielo, la casa, un árbol, el perro guardián en su caseta. A lo lejos, el río con sus meandros. Y más lejos aún, en la lontananza, el tren con su máquina echando un humillo suave, tenue, gris.

Todo es cierto y seguro en ese cromo. Nada por barlovento, ni por sotavento. Ningún riesgo.

Otro grande, Bernardino de Sahagún (1499-1590).

¡Ah, maravilla! Me emociono, me entusiasmo con ese orden perfecto de abundancia y de cromo enciclopédico que vio, y que para fortuna plasmó en una exacta descripción que conforta aún.

Qué mundo perfecto, qué calma, qué sentido de la vida. Escuchémoslo:

Ponían por orden todas las cosas que se vendían, cada cosa en su lugar (…) Estaban en una parte del tianquez los que vendían oro y plata y piedras preciosas, y plumas ricas de todo género. En otra parte, se ordenaban los que vendían cacao y especias aromáticas (…) En otra parte se ordenaban los que vendían mantas grandes, blancas o labradas.

Colofón

Hace tiempo que había tomado una grande y muy determinada determinación (dicho al modo firme de Teresa de Ávila). Y esta era dedicarle unas páginas a nuestra América1, o lo que es igual, escribir sobre esta pasión: somos españoles de América y americanos de España, como dijera con orgullo el inigualable poeta Rubén Darío.

1 Este texto reúne fragmentos recreados de mi obra titulada Amar América ed. Sial, 2020. A ella dirijo al lector interesado para más información.

 

POETAS DE IBEROAMÉRICA, MI GRAN FAMILIA

Asumir la mayor cantidad posible de humanidad: esa es la buena fórmula (André Gide)

Escribir es una compleja arquitectura.

Ráfagas, iluminaciones, migajas sentenciosas (al modo de Quevedo) y otros, siguen a continuación.

No soy la Otra

No soy americanista, no soy hispanista, no soy la mirada de la Otra sobre América.

No soy ninguna etiqueta profesional.

Soy una voz antigua, moderna y postmoderna a la vez, sobre la Tierra del Sol.

Yo soy una fantasía del Siglo de Oro.

De todos los yoes que he sido,

ninguno tan Yo como el que habita en mi Torre de Adobe en América.

Estrés de Castilla

Leer, leer, leer a toda velocidad, en el avión, en vuelo aéreo, antes de que el fiero aire de la meseta castellana, borre el rastro de la Región más transparente.

Contraste

Sin embargo, aquel almendro delgado, pobre, que he visto esta mañana de marzo, entre los roquedales escasos de la Alcarria, me impacta como todo un jardín botánico tropical.

Camelia blanca

Como de novia coronada,

el deseo de los que no fueron a América:

Cervantes, San Juan de la Cruz, y tantos otros

¿Qué les hubiera parecido el trópico, qué la guacamaya, tan opuesta al pájaro solitario que no luce color,  de los páramos de Castilla?

Gran juego para una noche de insomnio.

Vi a Teresa de Ávila, la monja andante,

pasear por un frondoso jardín,

viajar por aquella inmensa selva oscura,

tal vez tan oscura como sus Moradas.

Éxotico tú

Siempre se puede contestar al Otro, exótico tú.

¿Quién es el centro?

¿Dónde está el centro? ¿Dónde la periferia?

Lo abundante, lo escaso. Estas antinomias son altamente significativas. Son todo un paradigma, americano / español.

Somos tierra, somos tierra. Hijos e hijas de una tierra exuberante o escasa, que nos engendra, que nos hace, que nos trabaja como piezas de fina orfebrería. Así, somos poetas entre una y otra orilla.

 

LA LENGUA QUE HABLAMOS, PATRIA NUESTRA

Qué sentimos nosotros viajando por una y otra orilla de la mar Océana, América y España, tan radicalmente distintas, sin embargo, tan hermanadas por lo que es todo, la lengua.

Lo dice bien Pablo Neruda: Lo americano no estorba a lo español, porque a la tierra no estorba la piedra ni la vegetación.

Decir lengua es decir: padre, madre, raíz, tierra, barro, fuego, río, agua, viento, y el aire perfumado de todo, con todo, por todo.

Viene en mi auxilio Carlos Fuentes, el gran escritor. Nadie mejor que él ha escrito la idea de nuestra unidad, con este texto que considero magnífico:

¿Qué nombre nos nombra? ¿Qué resumen lingüístico nos une y reúne? ¿Qué título, simplificándonos, da cuenta verdadera de nuestra complejidad? He venido proponiendo un nombre que nos abarca en lengua e imaginación, sin sacrificar variedad o sustancia. Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo. Mancha manchada de pueblos mestizos. Luminosa sombra incluyente. Nombre de una lengua e imaginación compartidas. Territorios de La Mancha, el más grande país del mundo.

Pongo fin a este escrito con este, mi singular mantra:

Gracias al Cielo por no ser de nadie ni de nada.

Gracias al Cielo por haber nacido en el Territorio Mancha,

una tierra tan real, que es irreal,

que es hiperreal

que sólo es en la literatura.

Gracias al cielo por haber nacido en una tierra abstracta

que me permite ser de todas.

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