ENTREVISTAS

ENTREVISTA A FRANCESC TORRALBA. DOCTOR EN FILOSOFÍA, TEOLOGÍA Y PEDAGOGÍA

“Hoy no se cree en la iglesia sino en lo que dice el último youtuber”

Francesc Torralba convierte en liviano asuntos de hilo grueso. Su último libro, Cuando todo se desmorona, nos conduce a un no siempre fácil Kierkegaard, para darnos herramientas con las que profundizar en la realidad. O meditar. Con una abultada bibliografía, el pensador nacido en Barcelona en 1967, confirma de nuevo su habilidad divulgadora para reflexionar sobre las zozobras contemporáneas de la mano del padre del existencialismo.

Lourdes Durán: ¿Por qué eligió al filósofo danés? Tengo entendido que usted aprendió danés para poder leerlo en su lengua.

Francesc Torralba: Sí, así es. Es una fascinación que me viene desde los 20 años gracias a Jose María Valverde que lo tuve de catedrático en la universidad de Barcelona; él fue quien me despertó la curiosidad por este pensador, por su defensa del individualismo, su carácter irrepetible. Irreductible, que no puede petrificarse. Siempre dinámica y en movimiento. Su idea de que cada uno de nosotros somos singulares, que no habrá nadie como tú en la historia, ni nadie después de tu muerte. Y sobre todo me interesó plasmarlo en un momento de mimetismo gregario, donde hay formas gregarias de vivir al modo de los influencers de turno. Y también me fascina de él el silo existencial. Entiende que la filosofía debe pensar lo que es impensable. Uno no debe andarse por lo abstracto sino que el objeto de reflexión es la existencia de cada uno, no en clave de pasado sino en clave de futuro, la vida como proyecto, como ilusión y que la vamos construyendo en cada encrucijada que pasamos.

L.D.: Comenta en el prólogo que le gusta subrayar. Una de sus frases, “leer es un acto de hospitalidad hiriente”, me ha llamado la atención su aparente paradoja.

F.T.: En efecto, es un acto de hospitalidad porque al leer recibimos al otro. Es la acogida de otro ser humano que es extraño, diferente, de otra tradición cultural, espiritual. Y esto puede dar un movimiento intelectual. Eso pasa con los autores de la sospecha. En la medida en que ponen en tela de juicio tus creencias más profundas sobre Dios puedes entrar en crisis, como la vida eterna, el más allá, la construcción de la ética. Te hieren y te obligan a pensar a fondo lo que dabas por pensado. Hacemos trampa con la lectura, solo leemos a autores de nuestra tradicion política, espiritual y eso da endogamia intelectual y tribalismo. Y así me reafirmo con mis tesis, pero cuando lees al otro, de otras convicciones, es cuando sangra la herida. Cuando uno abre la puerta al desconocido, al extraño, te puede pasar de todo. No sabes si ha entrado un ángel, o decir, ¡madre mía qué he hecho abriendo la puerta! Entras en un cuestionamiento que da vértigo. Recibes al otro. Esta situación la evitamos porque no queremos ponernos en una situación de riesgo.

L.D.: En libros anteriores como Inteligencia espiritual o el más reciente Ética algorítmica ha abordado los problemas que acucian a la sociedad del siglo XXI, escapista, dispersa.

F.T.: Por lo general podemos decir que vivimos en una sociedad que se caracteriza por la dispersión. Es la que está en las aulas, en la que los alumnos muestran una hiperestimulacion visual, las pantallas catalizan una dispersión mental y emocional extraordinaria. Ves como los alumnos titubean, buscan, divagan, van de un lugar a otro, estar quietos y atentos a lo otro les es muy difícil. Hay tanto estímulo que es fácil que uno vaya de una pantalla a otra, de un guiño a otro. Es un drama. Y de algún modo tiene efectos en el rendimiento académico. Han perdido el goce de la realidad que puedes encontrar en el paisaje, en una obra de arte. Se produce cultura epidérmica, no hay ahondamiento en nada. Y a mí me fascina la capacidad de estos pensadores como Kierkegaard, Nietsche, Freud, los llamados filósofos de la sospecha. Me agarro como un náufrago para evitar las estimulaciones. Todo anima a no pensar. Huida de uno mismo, de Dios, todo nos aterra, el futuro medioambiental, futuro tecnológico, la dependencia y ¡cómo no!, cualquier enfermedad neurodegenerativa. Ante todo y, sobre todo, no pensar. Lo que hacemos es consumir vidas ajenas. Todo menos pensar la propia vida. Y estos autores andan en esta dirección, te dan un bofetón.

L.D.: Concluye su libro eligiendo el tema de la fe. Surge ahí el teólogo.

F.T.: Kierkegaard se definía como escritor religioso. No soy filósofo, no soy teólogo, soy escritor cuyo fin es intentar comprender qué es ser cristiano en un mundo que cree serlo pero no lo es. Kierkegaard vivió en un contexto en que todos se definían como cristianos. Pero bueno él es teólogo, místico, un filósofo de primer orden. En el comentario de sus textos hablo de la fe, como antítesis, lo que te sustenta cuando todo se desmorona. Para el filósofo danés la fe no es un pasatiempo, es el antídoto contra la desesperación. El mundo, las relaciones, tu salud física.

L.D.: ¿A usted le pasa igual?

F.T.: Sí, participo de esta idea. Cuando se producen crisis, y todavía hay crisis no esperadas, no buscadas, no programadas, ni imaginadas, lo que me sustenta es la fe. Más que el arte, la belleza, la música, un aforismo, por genial que sea, de un estoico. La idea de no estar solo. De estar sostenido por Dios. No estar solo en el mundo a pesar de que uno se siente terriblemente solo. La fe es creer, no es una deducción lógica, no es certidumbre científica, es creer que uno no está solo cuando tiene la experiencia de la soledad radical.

L.D.: Cuando todo se desmorona ¿es un libro consuelo?

F.T.: Toda práctica filosófica es una práctica de consolación, dar un sentido a la realidad. Para mí la filosofía no es un pasatiempo. Razones para desmoronarse hay muchas, basta leer un diario. La cuestión es darme razones para seguir viviendo. Esto es propio de la filosofía, darme razones para seguir, y hay muchos relatos, la familia, la música, la justicia social,… Búsqueda de un sentido que lo dé al radical sinsentido que vemos con las guerras, con las redes sociales.

L.D.: ¿Cómo anima a sus alumnos adolescentes entre los que se ha agudizado el vacío, el descontento, tras la pandemia, y con alarma de aumento de suicidios entre los jóvenes?

F.T.: Solo tenemos una fórmula que es el dar testimonio. Lo único que podemos hacer es hablar en primera persona del singular. Quitarnos la máscara del profe, decirles que a mí esto me ha pasado y lo único que me ha sostenido ha sido la palabra de Dios, la oración, la eucaristía. No exijo a nadie que siga el mismo camino pero doy testimonio. Los académicos no debemos esconder el bulto. Cuando tienes un alumno que se ha intentado suicidar cinco veces en un cuatrimestre, además de sugerirle que necesita terapia seria, también hay que decirle lo que da sentido a tu vida. Al final de tu carrera lo que recuerdas es aquella conversación en un claustro que tuviste con tu profesor. Todo lo demás se olvida. Pongo un ejemplo que me ocurrió en clase hace tres semanas: estaba hablando de la existencia o no de Dios. Y los alumnos callados iban tomando nota. Pero siempre hay un alumno avispado, audaz, que levanta la mano y dice: Profe, usted lleva un mes hablando de la religión según Marx, Nietsche, etcétera, pero le voy a hacer una pregunta: ¿usted cree en Dios? En aquel momento empieza el combate intelectual.

L.D.: ¿Somos una sociedad en permanente huida?

F.T.: No soportamos mirar a la cara ninguna epifanía de la vulnerabilidad, ya sea dolor, frustración. Esto explica muchas cosas, la necesidad que tenemos de una permanente alegría y felicidad. Me preocupa mucho el índice de personas que piensan que es mejor no vivir, o las adicciones, y el trabajo puede ser una de ellas. Huidas de la confrontación con uno mismo. Y las pantallas son catalizadores, no tener que hablar con tu familia, amigos, vamos posponiendo las conversaciones difíciles.

L.D.: En la sociedad tecnológica, usted aboga por la tecnoética. ¿Puede explicarlo?

F.T.: Lo que podemos hacer es ayudar a discernir el impacto que tiene en nuestras vidas, cómo ha cambiado la forma de relacionarnos, la vida sexual, esta disrupción tecnológica, cambios en la educación, en el mundo político. La tarea de la filosofía es aportar criterio y discernir, la tecnología permite esta entrevista, pero también que pederastas o fascistas lo usen o se haga ciberacoso a una niño/a de catorce años que se suicida porque no aguanta. Todo eso, luces y sombras, está en el mundo tecnológico. Defiendo el no caer ni en la tecnofobia ni en el tecnopesimismo. La mayoría de mi gremio es tecnopesimista. Los especialistas en telecomunicación son tecnoptimistas. Creo que es fundamental el discernimiento que aporta, cómo nos libera, cómo nos subyuga.

L.D.: ¿Usted qué es?

F.T.: Tiendo a la tecnofobia y al tecnopesimismo. Todo me conduce a pensar que en la biotecnología están los últimos perversos, los controladores de la inteligencia artificial, ya no hablo de la industria militar. Todo me hace tender a la tecnofobia pero también tenemos que ver la capacidad luminosa que aporta lo tecnológico en el mundo: en el campo médico, cultural, religioso. Lo mejor es mantener la equidistancia.

L.D.: ¿Se le abren las carnes ante la eliminación de la filosofía del bachillerato?

F.T.: Debería defenderlo alguien fuera del gremio pero vivimos la época del utilitarismo educativo, solo sirve lo que da rendimiento económico. Es muy grave. Personas que han acabado bachillerato y siguen siendo ignorantes.

Se produce caída en la credulidad enorme. Lo que pasa es que no se cree lo que dice la Iglesia pero sí lo que dice el último youtuber de qué es la felicidad. Vamos a una credulidad acrítica y mimética. La influencer de turno se cuelga un bolso y 500.000 chicas la imitan.

L.D.: ¿Hay que ir hacia un humanismo tecnológico?

F.T.: Sí, es buena definición.

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