¿Qué opinar de unos recién casados que quisieran dedicar su luna de miel a ver un eclipse de luna? Buena opción si el eclipse lo van a ver desde las islas Seychelles, Tailandia, Nueva York o Punta Cana. Pero a principios del siglo XX, en 1900, eso era impensable; también lo era un poco el 6 de mayo de ese año cuando, al día siguiente de casarse, María Goyri (1873-1954) y Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) se disponen a empezar su vida de casados siguiendo la ruta del Cid en el destierro con la finalidad de estudiar la topografía del Cantar de Mío Cid.
La pareja se había conocido en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo madrileño; Ramón era ya profesor universitario y ambos se habían matriculado en el curso que impartía Marcelino Menéndez Pelayo. “Ramón hacía su tesis doctoral sobre don Juan Manuel; yo preparaba una edición crítica del Conde Lucanor y hablábamos sobre nuestras lecturas comunes”. Años antes, en 1896, ya María había puesto sus ojos en Ramón y con el deseo de abrirle a la causa feminista le enviaba una obra de doña Concepción Arenal “por si quiere leerla y continuar su conversión, si es que ha comenzado. Ya sé que se reirá Vd. no de la autora, porque no es posible, sino de mi propaganda”.
Más discretas que sabias
La situación de las mujeres y concretamente de las universitarias a finales del siglo XIX no era muy halagüeña. Severo Catalina (1832-1871), catedrático de la Universidad Central, opinaba que no era necesario que “la mujer sea sabia, basta con que sea discreta” aunque los hechos demostraban que la falta de discreción venía por el lado masculino.
En 1892 se celebró un importante Congreso Pedagógico Hispano-Americano-Portugués en el que una respetable Concepción Arenal, con 72 años encima, se atrevía a decir: “Esperamos que los hombres se irán civilizando lo bastante para tener orden y compostura en las clases a que asistan mujeres, como la tienen en los templos, en los teatros, en todas las reuniones honestas donde hay personas de los dos sexos. ¡Sería fuerte cosa que los señoritos respetasen a las mujeres que van a los toros y faltaran a las que entran en las aulas!”. Esta y otras opiniones no fueron del gusto de algunos asistentes. María Goyri, dieciocho años, se levantó para defender a doña Concepción lo que le valió el abrazo y felicitación de otra ilustre: doña Emilia Pardo Bazán. No es extraño, pues, que tratara de convertir a sus ideas al joven Ramón Menéndez Pidal que procedía de una familia asturiana conservadora no solo enviándole libros de Concepción Arenal sino también poniéndole en relación con la Institución Libre de Enseñanza y su deseo de renovar la sociedad por medio de la educación.
Las pocas jóvenes que iban a la Universidad no lo tenían fácil. Así explica María su situación: “Cuando fui a la Facultad me advirtieron que necesitaba una autorización especial… Para conseguirla fue necesario que todos los catedráticos con quienes había de dar clase informasen a la Superioridad mediante oficio que mi presencia entre los alumnos no provocaría disturbios ni alteraría el buen orden de la clase.
Cuando al fin se admitió mi matrícula, se juzgó oportuno tomar medidas prudentísimas para evitar posibles manifestaciones funestas para la buena disciplina escolar. Tan pronto llegaba yo a la Universidad, me conducían al Decanato y encerradita en ese lugar permanecía hasta la llegada del Catedrático con quien iba a dar la primera clase del día. Este me colocaba en el primer banco del aula, con objeto de observar cuanto ocurría a mi alrededor, y cuando el bedel anunciaba la terminación de la clase, volvía conducirme celosamente al Decanato”. María Goyri fue la segunda mujer en licenciarse en Filosofía y Letras en 1896; se doctoró en 1909 con una tesis sobre el cuento La difunta pleiteada de El conde Lucanor escrito por don Juan Manuel.
Una educación especial
Todos estos problemas sin duda resultaban más duros de asimilar a María que se había educado en un ambiente muy distinto. Las biografías resaltan, o constatan, un hecho curioso: María era hija de madre soltera y su madre también lo había sido lo que no fue impedimento para que tuviera una educación exquisita pero fuera de lo normal. En su piso de la calle Goya de Madrid, su madre Amalia, que siempre le hablaba en francés, organizó sus estudios en casa, pero también añadió clases de gimnasia con un profesor y chicos como compañeros; asistió también a una academia de dibujo “en una clase pequeñita en la que no cabían más que cinco chicos y yo”, nos dice. A esta formación se añadía los paseos al aire libre por el Retiro madrileño inusuales en aquellos tiempos. La realidad es que, a veces, tuvo a chicos por compañeros de juegos como “el peón, el chito, el salto y algunas acrobacias”.
Estudió después Comercio, pues estaba capacitada para los números, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer creada en 1870 por el institucionista Fernando de Castro. En 1891 obtuvo el título de institutriz de la Escuela de Institutrices y un año después el de bachillerato con sobresaliente en todas las asignaturas. También estudió en la Escuela Normal de Maestras de Ávila para poder ejercer de profesora de Lengua y Literatura en la Residencia de Señoritas y en el Instituto-Escuela ambos relacionados con la Institución Libre de Enseñanza.
Su paso por la Universidad acabó exitosamente con la presentación de su tesis. Un año después, en 1910, la Universidad abrió las puertas a las mujeres; “nuestra causa ha triunfado” dirá María al ver cómo en la vieja casona de San Bernardo, donde estaba la Universidad, “mezcladas con los muchachos, centenares de jovencitas discurren por los pasillos”.
Con su madre compartió el amor a la naturaleza y el gusto por el excursionismo; fue también una pionera de la fotografía.
Un romance de regalo
El viaje de los novios María y Ramón concluyó con un buen regalo; tan importante para ellos, que eclipsó el eclipse que iban a ver. Estaban en Osma, final del viaje que habían programado siguiendo la ruta del destierro del Cid. De conversación con una lavandera, María empezó a recitar el romance La boda estorbada o La condesita:
Se ha publicado la guerra
por Francia y Portugal
y al conde de Girasoles
lo nombran de capitán,
la condesa, como niña,
no dejaba de llorar:
-Conde, si te vas ahora,
dime cuándo volverás.
-Si a los seis años no vuelvo,
viuda te puedes llamar…
La lavandera también conocía ese romance y otros muchos que se dispuso a cantar, entre ellos uno desconocido por los dos jóvenes esposos sobre la enfermedad del infante don Juan, primogénito de los Reyes Católicos:
Voces corren, voces corren,
voces corren por España
que don Juan, el caballero,
está malito en la cama.
Le asisten cinco doctores
de los mejores de España:
uno le mira los pies,
otro le mira la cara
y otro le coge la sangre
que de su cuerpo derrama;
otro le dice a don Juan:
El mal que tenís no es nada…
Ramón Menéndez Pidal nos relata así este descubrimiento tan importante para sus estudios sobre el Romancero: “A medida que avanzaba el canto, mi mujer creía reconocer en él un relato histórico… era un romance del siglo XV, desconocido a todas las colecciones antiguas y modernas. Era preciso, en las pocas horas que nos quedaban de estancia en Osma, copiar aquel y otros romances; era necesario también anotar aquella música, evitando el defectuoso sistema de recoger solo la letra. Y buscando al Maestro de la Capilla de la Catedral, haciendo repetir sus cantos a la bondadosa lavandera, se nos pasaron las horas, sin tiempo apenas para contemplar el gran eclipse solar que ya poco significaba para nosotros ante el sol de la tradición castellana que allí alboreaba tras una noche de tres siglos”.
Fruto de estos descubrimientos son el artículo Romances que deben buscarse en la tradición oral, que María Goyri publicó entre 1906 y 1907 en la Revista de Archivos, y el libro Una docena de romances tradicionales de los que “la mitad los creo inéditos, la otra mitad raros hasta ahora en la tradición oral de España”.
Posteriormente, en 1953, Menéndez Pidal publicó Romancero hispánico con esta dedicatoria: “A María Goyri de Menéndez Pidal que, con perseverante afecto, desde la juventud a la vejez ha colaborado durante medio siglo en el acopio, ordenación y estudio del Romancero hispánico, enriqueciéndolo con innumerables aportaciones”, palabras que demuestran que María pasaba a engrosar la larga lista de mujeres relegadas por la fama de sus maridos. Su nuera Elisa Bernis dice: “Conociendo la obra de Menéndez Pidal, no sospechan siquiera el papel que en esta tarea ha correspondido a su mujer. No se concibe a Pidal sin trasladarse continuamente al despacho donde María trabaja mañana y tarde para asegurarse algún dato o pedir nuevas lecturas”.
Además de su pasión por el Romancero, María Goyri también fue una estudiosa de Lope de Vega. “Yo fui la última conquista de Lope”, afirmó.
“El maestro debe saberlo ser”
Muy joven, con veinte años, da clases a niñas de ocho a diez años de Lengua española y Literatura en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer donde ella había estudiado. Opinaba que “la escuela primaria debe ser cuidada maravillosamente, porque la pedagogía no es una palabra baldía ni insensata como se empeñan en demostrar los que la desconocen. Enseñar exige maestro. El maestro debe saberlo ser”.
En el recién creado Instituto Escuela, donde fue directora de la sección preparatoria, María implanta el proyecto pedagógico que había trabajado anteriormente con programas y métodos nuevos como el desarrollo de la expresión oral con la recitación de textos que ayudaban a la desinhibición de los alumnos, a la ejercitación de la dicción y al descubrimiento de la belleza de los textos.
En 1922 Menéndez Pidal era el director de la Biblioteca Literaria del Estudiante publicada bajo los auspicios de la Junta para Ampliación de Estudios en la que colaboró María. La Biblioteca constaba de una selección de textos clásicos de la Literatura española, complemento ideal para la enseñanza de estas asignaturas y nueva forma de acercar la literatura a los bachilleres. Aunque no llegaron a publicarse todos, la Biblioteca constaba de treinta volúmenes que recorrían la literatura española de todas las épocas; en ella se primaba el texto original del autor, sin cambios ni censuras y un precio asequible junto una presentación atractiva.
Su actividad también se desplegó en la política social; en 1916 formó parte del Patronato del Niño Delincuente como secretaria hasta su desaparición en 1925.
La familia Menéndez Pidal-Goyri
Decía María que en la vida de los Menéndez Pidal había habido vicisitudes pero que las vivían hacia adentro. Primero fue la alegría: el nacimiento de su hija Jimena a finales de 1901 a quien sigue Ramón que inauguró las penas pues murió con cuatro años. En 1911 nace su último hijo, Gonzalo. La muerte de su madre, Amalia Goyri, también fue un duro golpe; había sido una mujer carismática y vanguardista, que siempre les había dado cariño, apoyo y protección.
Como a todos los españoles, la familia sufrió la guerra civil. El matrimonio tuvo que separarse, María en Segovia y Ramón exiliado; ella, Ramón, su hija Jimena y su marido fueron denunciados e intervenidas sus cuentas bancarias. El Servicio de Información Militar daba malos informes de ellos; así era el de María: “Menéndez Pidal, Señora de: persona de gran talento, de una gran cultura, de una energía extraordinaria que ha pervertido a su marido y a sus hijos; muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España; es sin duda una de las raíces más robusta de la revolución”.
El 28 de noviembre de 1954, María Goyri murió en Madrid. Ramón Menéndez Pidal escribía desolado: “Su falta me deja en completo desconcierto…, la desaparición de la persona más querida…, ella me deja en toda su vida ejemplo de fortaleza austera, consagrada al bien en sí misma y al bien de los demás”.
Su legado sigue vivo en el colegio Estudio fundado por Jimena y en la Fundación Ramón Menéndez Pidal enclavada en la casa donde vivió la familia, donde Jimena junto con su marido Ramón Catalán, su hermano Gonzalo, su nieto Diego Catalán y su bisnieta Sara Catalán han promovido la labor investigadora de María Goyri y su marido.
Para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de María, la Fundación Ramón Menéndez Pidal ha organizado la exposición Abriendo camino en la Casa del Lector del Matadero de Madrid y con la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense de Madrid otra muestra bajo el título María Goyri en la Universidad. Investigación y creación (1892-1909) sobre su etapa universitaria y su interés por la fotografía.
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