Se produce aquí la siguiente situación: el rodaje de una serie que a su vez es el desarrollo extendido de una película sobre el rodaje de una serie que se basa en un serial realizado en 1915. La serie es Irma Vep, (Olivier Assayas, HBO, 2022); la película es Irma Vep (Olivier Assayas, 1996); y el serial es Les vampires (Louis Feouillade, 1915). El responsable principal de este juego de cajas chinas o de muñecas matrioshkas es el director francés Olivier Assayas, que nace por su fascinación tanto por Les vampires como por su protagonista femenina principal: la malvada Irma Vep, interpretada por la actriz francesa Musidora. ¿Pero quién es Irma Vep y quienes son estos vampiros que no muerden?
Mientras el cine buscaba en los inicios sus propias formas de expresión y sus fundamentos en gramática, sintaxis y estética, se tuvo que apoyar en las herramientas de las que se hacía uso en las artes ya existentes, para contar historias y expresar emociones. Las más importantes sin duda fueron la literatura (novela y teatro, sobre todo), la pintura (encuadre, perspectiva, composición) y, en paralelo al propio desarrollo del cine, la fotografía. En cuanto a los formatos, quizás no es muy conocido el hecho de que en aquellos primeros años ya se realizaban series (tal y como había seriales novelescos de mucho éxito) y que el francés Louis Feouillade, de la productora Gaumont, fue un experto realizador en esta disciplina. Tuvo un importante éxito con Fantomas (1913) y posteriormente a Les vampires también rodó el serial Judex (1916). La buena acogida de Fantomas junto con el empuje de la productora de la competencia, Pathé, hizo que Gaumont se animara a producir Les vampires, pero esta vez con ciertas limitaciones presupuestarias y técnicas. Dichas limitaciones se pueden apreciar en el serial y posiblemente por ese motivo no fue del todo bien acogido por los críticos de su tiempo.
No fue este el único motivo del poco aprecio, hubo otro que fue justo el que motivó a Assayas el sentirse atraído por esta historia y estos personajes: su moralidad engañosa y su encanto enigmático. Les vampires narra en capítulos las aventuras y desventuras de unos delincuentes denominados los apaches, llamados así por su fiereza y pocos escrúpulos, que causaban pavor entre la clase media-alta del París de la época. Irma Vep era una de sus líderes, la más misteriosa y ambigua.
Muchos años después, a comienzos de los años 90, Olivier Assayas ya era un joven director de prestigio con una carrera amplia también como guionista. En Francia, dicha combinación director-guionista, suele desembocar en esa figura ya mítica denominada auteur, término que proviene de la Nouvelle Vague y que identifica al cineasta que ejercita un control absoluto sobre su obra. Esta figura se encuentra en contraposición al cine de Hollywood de la época dorada, en el que la figura totémica era la del productor. Todo eso es opinable y matizable, pero Assayas, sin duda, es heredero de esa tradición autoral. Por aquella época, Assayas buscaba financiación para desarrollar una historia basada en la vida de una persona recién llegada a París, así de simple. De alguna forma, relacionó la Irma Vep de los años 10 con esta premisa e imaginó una nueva versión del serial, esta vez protagonizado por una actriz asiática, estrella en Hong Kong pero no conocida en Europa. La actriz Maggie Cheung fue la seleccionada para el papel principal.
La película llamó la atención por su forma libre, moderna y fresca de contar los entresijos de un rodaje, como si fuese una actualización de La noche americana de F. Truffaut (1973). En aquella película de los setenta, Truffaut interpretó él mismo a un director que tenía que lidiar con los diversos problemas de un rodaje: romances, envidias, retrasos, discusiones; llevando a uno de sus momentos más identificables a esa figura del auteur que todo lo controla. La noche americana es una película de directores para directores.
Esta película no solo tiene vinculación referencial y espiritual con la Irma Vep de los noventa, sino que se dan una serie de paralelismos anecdóticos (o no tanto, como veremos) bastante curiosos: el actor principal de la película que se rueda en La noche americana es el Jean Pierre Leaud, actor fetiche de Truffaut, fundamental para entender la nueva ola francesa. Este mismo actor, años después, es el que interpreta al director de la Irma Vep de Assayas. Pero esta no es la conexión más llamativa, ya que hay otra que implica a lo personal-sentimental: durante el rodaje de la película Truffaut comenzó una relación sentimental con la actriz Jaqueline Bisset. Esa misma situación se produjo entre Assayas y Maggie Cheung, pareja que incluso llegó a contraer matrimonio, entre 1998 y 2001. Pues bien, este hecho está lejos de ser circunstancial ya que resulta clave para entender cómo surgió la idea de la reciente serie de HBO y para comprender la principal aportación a este juego de espejos en el que se ha convertido esta historia que juega con el tiempo y con diferentes formatos expresivos.
Tras el rodaje de la película, la carrera de Assayas continuó con éxito rodando en los últimos años películas bastante recomendables, siendo también habitual de los festivales más prestigiosos sin dejar de tener cierto éxito en taquilla. Las horas del verano (2008), la miniserie sobre el terrorista Carlos (2010), Viaje a Sils Maria (2014) o Personal shopper (2016) forman parte de una carrera sólida e interesante, también heterogénea, sin perder la marca personal. Su posterior matrimonio con la también directora y guionista Mia Hansen-Love de alguna manera los convirtió en la pareja cool del cine francés: el éxito, prestigio y glamour de la intelectualidad. Pero ese matrimonio se disolvió en 2018. Tras la ruptura, la directora de las estupendas Todo está perdonado (2007) o El porvenir (2016), afrontó un proyecto especialmente personal titulado La isla de Bergman (2021), película que transcurre en la isla de Faro, lugar especial y mítico para los cinéfilos de medio mundo al ubicarse allí una de las casas que pertenecieron al director sueco Ingmar Bergman. Hansen-Love trasladó a aquel lugar la crisis de un matrimonio entre un director y una guionista. Más coincidencias.
Ombliguismo, autorreferencias, terapia, exhibicionismo, de todo habrá. Todo como muy francés, o como muy europeo si se quiere. Las manías y prejuicios que podemos tener contra este tipo de cine las vamos a encontrar aquí. Otros aficionados, sin embargo, disfrutarán viendo cómo sus directores favoritos se abren en canal sin esforzarse en ocultar peculiaridades de su vida privada. De todo habrá. Pero sin entrar en esa discusión, este tipo de cine sí que puede llevar a una reflexión sobre esa autoficción que tanto ha triunfado en los últimos años en otros ámbitos como el literario. En cine no está tan bien vista y poco se permite que un cineasta hable de sí mismo si no lo hace ocultándose tras muchas capas y máscaras. Eso no ocurre sin embargo en otras disciplinas: autorretratos por doquier en pintura, libros de memorias a montones, canciones que hablan de las emociones y obsesiones de sus autores. Todos disfrutamos de ello. En cine, sin embargo, no es del todo así ya que esta actitud se penaliza y de inmediato se descalifican este tipo de obras por vanidosas y carentes de interés. No deja de ser curioso cómo el cine sigue arrastrando ciertos complejos que no termina de superar.
Por fortuna, aquí no encontramos ese complejo, bien al contrario. Rizando el rizo de la auto referencia vista como un ejercicio casi curativo, el director francés retomó el personaje donde lo dejó en los 90 proponiendo ahora una serie donde se retorna al rodaje de Irma Vep, pero esta vez en los tiempos actuales y ojo, incorporando lo sucedido en su vida personal durante el rodaje de la película del 95, es decir, su relación fracasada con Maggie Cheung. Casi nada. Pues bien, el resultado no solo es satisfactorio sino sugerente, original y más divertido que la película original. Se trata de una serie de televisión absolutamente diferente a lo que solemos encontrar hoy día, Irma Vep, la serie, actualiza y refresca los personajes y las tramas ya conocidos, acercándose por momentos a la parodia, tejiendo en el transcurso de los seis episodios una especie de folletín intelectual que lejos de aburrir va encajando y calando poco a poco de forma casi milagrosa. Alicia Vikander interpreta en esta ocasión al personaje mítico, añadiéndole una gracia y modernidad muy especial, otro acierto. En este caso a la actriz que interpreta no es una persona perdida en París como en el caso de la asiática, sino una actriz de éxito mundialmente conocida que se encuentra en medio de una crisis artística y existencial. Agobiada por la presión de las recaudaciones y de las redes sociales, busca refugio en una producción de autor. Esta Irma Vep no solo vive dudas profesionales sino también personales y sentimentales, una soledad muy de los tiempos que corren. El resto de los personajes, entre los que se encuentran el propio director de la serie, los actores que la acompañan y algunos miembros del equipo de rodaje y de producción, completan una divertida y compacta tropa en la que cada sujeto respira porque tiene su espacio y su importancia.
La serie actualiza a la experimental película, dando continuidad a la indagación en los oficios involucrados en el cine por un lado y, por otro, ampliando la investigación sobre la personalidad del propio personaje de Irma Vep, que sirve como lienzo (casi) en blanco para poder pintar sobre él. Ambos caminos transcurren en paralelo, cruzándose habilidosamente en algunas ocasiones. Mientras en el primero de los ejes Assayas pone en el asador toda su experiencia como director, saliendo airoso, el segundo resulta aún más estimulante ya que el personaje tiene muchas aristas que son susceptibles de ser actualizadas a lo largo del tiempo como sólo los clásicos pueden serlo. Irma Vep es un personaje del hampa, una malvada, pero también es una mujer libre de personalidad arrebatadora. El espíritu del personaje atrapa y abduce a las actrices que la interpretan (Musidora, Maggie Cheung y Alicia Vikander), cuyas propias dudas y problemas existenciales se ven atrapados en la red que teje el carisma de la mujer-misterio a la que interpretan.
El disfraz y la máscara funcionan como metáfora y como segunda piel para unas mujeres algo perdidas que empiezan a encontrar un camino a través la ficción que están interpretando. El personaje se apodera de la actriz, pero esta vez en el buen sentido. Famosas son aquellas situaciones relacionadas con alumnos del Actor’s studio, en las que los actores se introducían a un nivel enfermizo dentro de la piel de sus personajes (Brando, Newman, de Niro, Pacino). Sin embargo, aquí se trata otro tipo de abducción, más orgánica, no destructiva.
La serie es visualmente muy interesante ya que Assayas realiza paralelismos nada disimulados entre el rodaje y el serial mudo a través de un montaje casi documental. Para ello emplea directamente las imágenes en blanco y negro originales haciendo un encaje milimétrico ente realidad y ficción. Quizás sean los mejores momentos de la serie. Un auténtico disfrute y divertimento para cualquiera que quiera poner un poco de distancia con el opresivo y tedioso entorno visual en el que nos movemos. Con esta serie se demuestra que aún queda espacio para la innovación visual y narrativa, para el juego y el riesgo, para que suceda algo parecido a lo que sucedió hace años, hacia finales de los 50, cuando un grupete de jóvenes franceses se subió encima de la ola más grande sin pensar cuándo ni dónde rompería. Hoy día estamos lejos de eso, tristemente. El reciente fallecimiento de Jean Luc Godard no solo nos debe hacer revisar una carrera singular, sino que nos debe hacer reflexionar sobre la ausencia de este tipo de figuras: libres, talentosas y sí, también irritantes. Figuras que hagan temblar el panorama, que partiendo de la escuela y del respeto a los clásicos sean capaces de desarrollar nuevas miradas. No hay arte que no haya vivido este tipo de crisis y quizás el cine, por ser el más joven, todavía continúe en un aprendizaje.
La buena noticia es que se puede hacer buena televisión, la mala es que hoy día es escasa. Hay autores que se quejan de que otros se hayan vendido a las plataformas, de que hayan entregado su alma al diablo por un buen cheque. En Irma Vep, Olivier Assayas tira de ironía jugando con los formatos y tratando de decirnos que más allá de esas guerras siempre queda el talento y la magia de una historia. Irma Vep es un juego en diferentes planos, tan profundo como se quiera entrar en el mundo meta cinematográfico que plantea y tan superficial como cualquier otra historia entretenida. Irma Vep es también un juego, un rompecabezas y un acertijo: porque empezando por su propio título, ¿alguien se ha dado cuenta de que si ordenamos las letras que lo componen obtenemos una clave oculta que nos puede ayudar a resolver algún enigma?
I-R-M-A-V-E-P => V-A-M-P-I-R-E
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