El cálido tiempo del verano trae a mi memoria aquellas siestas interminables en las que los mayores dormían y los niños nos internábamos en las historias prohibidas que poblaban nuestra mente de personajes, amores, países extraños, a través de las páginas amarillas de unos gruesos tomos, Amores célebres, que nos dieron a conocer a Romeo y Julieta, Otelo y Desdémona, Catalina II y Potenkin y tantos otros. A través de ellas, viajamos hacia rutas desconocidas, intrigas palaciegas y trágicos amores. Esas largas siestas cultivaron nuestro amor a la lectura, una lectura que nunca abandonó la piel de nuestras manos, aunque tuviéramos que hacerla escondidos bajo el somier de metal de la cama de nuestra habitación. Ese era el espacio mágico para leer.
En este tiempo también de verano, la lectura es propuesta para el descanso y llegan hasta nosotros la selección de lecturas que nos ofrecen diversos medios. Y entre ellos, encontré una joya de gran valor, El manifiesto por la lectura de Irene Vallejo. El contenido de sus páginas me hizo recordar este tiempo de intensos debates, de proliferación de gritos a través de la pantalla y pensé que quizá si los participantes lo hubieran leído sus palabras y tonos habrían tenido otro color. Libro importante para crecer en democracia, para entablar diálogo, para tener empatía con la o el oponente. En el capítulo Alas y cimientos, la autora nos anima a sumergirnos en el lugar del otro, porque “bucear en aguas distintas, no solo enriquece nuestra intimidad, sino nuestra vida privada, la convivencia cotidiana, las habilidades sociales que desplegamos […] (porque) leer no nos hace necesariamente mejores personas, pero nos enseña a observar con el ojo de la mente la amplitud del mundo y la enorme variedad de situaciones y seres que lo pueblan”. Y nos aproxima en esa profunda reflexión a la propuesta de Marta Nussbaum, Premio Princesa de Asturias 2012, que defiende la lectura como herramienta imprescindible para la vida en democracia e inspirándose en ella nos anima a tratar de implicarnos en la experiencia del otro, acción que hay que cultivar y pulir “si queremos guardar alguna esperanza de afianzar la dignidad de ciertas instituciones, a pesar de las abundantes divisiones que albergan todas las sociedades modernas.” Nussbaum en palabras de Vallejo pretende “crear una convivencia que no se sustente en la fuerza, sino que se apoye en una delicada urdimbre de acuerdos y en una conversación incesante”.
Y para ello, hay que volar y balancearse sobre el abismo sin red, como trapecista “capaces de esa pirueta que nos coloca en la mirada ajena” y así, nos dice que se fortalecerá nuestra democracia y será más sólida la democracia que edifiquemos, porque “el ejercicio de volar fortalece nuestros cimientos”.
Ponernos en la experiencia del otro, anidar en su piel, acariciarla, hundirnos en su mirada, ¿no puede ser el paso necesario para establecer el diálogo y volar en el trapecio que nos acerque a sus razones? Quizá así podríamos pasar de los gritos a los susurros, del orgullo y autosuficiencia a las palabras que se entrelazan y contribuyen a entretejer las diversas miradas, todas necesarias, para construir ese bien común que anhelamos. La diversidad entendida como riqueza y no como muro que enfrenta a los hermanos, porque todos tenemos algo de verdad y solo desde el diálogo la podemos alcanzar.
Pero esta joya, nos revela otros aspectos en su lectura que dejarán un poso de serenidad, de calma, de belleza, si nos acercamos a sus páginas, tocamos el papel y leemos desde la experiencia, lo que los libros han supuesto en la vida de la humanidad y en la de cada uno de nosotros desde aquella fecha, ya olvidada, en que aprendimos a leer y en la que ofrecimos a los ojos y miradas expectantes de los hermanos pequeños las aventuras que tejieron nuestros sueños.
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