LITERATURA

LA MANCHA EL MÁS GRANDE PAÍS DEL MUNDO

Este curioso titular debe tomarse como una alabanza a la lengua española. Ese es el auténtico territorio lingüístico, cultural y poblacional al que alude. Nada que ver con la cuestión espacial.

No he encontrado formulación más hermosa para expresarlo que lo escrito por el gran escritor mexicano Carlos Fuentes en el acto de aceptación del premio Cervantes: “¿Qué nombre nos nombra? ¿Qué resumen lingüístico nos une y reúne? ¿Qué título, simplificándonos, da cuenta verdadera de nuestra complejidad? He venido proponiendo un nombre que nos abarca en lengua e imaginación, sin sacrificar variedad o sustancia. Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo. Mancha manchada de pueblos mestizos. Luminosa sombra incluyente. Nombre de una lengua e imaginación compartidas. Territorios de La Mancha, el más grande país del mundo”.

Hoy estoy hablando de la lengua, nuestra lengua, nuestro patrimonio y cultura. El español es la segunda lengua hablada en el mundo, con casi quinientos millones de hispano hablantes, a lo largo de una extensión territorial inmensa.

De ahí, la expresión de Carlos Fuentes: “Territorio de la Mancha, es decir, la lengua de Cervantes, el más grande país del mundo”. Nadie mejor que él expresa la idea de nuestra unidad, con ese texto que considero magnífico en hondura y belleza.

Qué sentimos nosotros viajando por una y otra orilla del Atlántico, tan radicalmente distinta, sin embargo, tan hermanada por lo que es todo, la lengua. Decir lengua es decir: padre, madre, raíz, tierra, barro, fuego, río, agua, viento, y el aire perfumado de todo, con todo, por todo. Lo diré en frase brillante del gran Rubén Darío: “Soy americano de España, y español de América”.

Abunda en la misma hermandad, esta cita de Pablo Neruda: “Lo americano no estorba a lo español, porque a la tierra no estorba la piedra ni la vegetación (…) Cuando desembarqué en Quevedo, fui recorriendo esas cosas sustanciales de España, hasta conocer su abstracción y su páramo, su racimo y su altura.” (Antología poética, Ed. Hernán Loyola, 1981).

De esta larga tradición civilizatoria, deseo escribir hoy. A fin de cuentas, la vida es un viaje. Todo este asunto nos concierne.

La gran piedra imantada

Dos grandes razones fueron las que hicieron surcar la llanura manchega a los viajeros que conocemos como viajeros románticos, ya toda una archifamosa categoría tanto en archivos, como bibliotecas, y bibliofilia.

La primera razón, como buenos románticos, idealistas y curiosos viajeros, fue ir tras la simpar Dulcinea del Toboso, utilizar su nombre como signo y seña del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y del padre que lo engendró para ser conocido en todo el orbe, Miguel de Cervantes y Saavedra. Ese fue el gran imán que atrajo a los viajeros románticos. Toda la extensa tierra andaluza fue el gran imán y la segunda razón que tenían para atravesar el Territorio de La Mancha.

Andalucía era El Dorado

Sí, Andalucía era (y sigue siendo) el gran arsenal de ensoñaciones y fantasías que el viajero romántico deseaba vehementemente encontrar, pasara lo que pasase, sin importarle penurias, incomodidades y hasta peligros. Es más, todo ello era la singular gasolina que embravecía al viajero, buscada y deseada por él. El viaje sin riesgos, perdía todo su encanto, ni merecía la pena. Y llegar a Ronda, con su tremendo tajo y balcón al vacío, era la Meca a la que adorar, para el viajero romántico.

Hablo de viajeros, pero también hubo viajeras, mujeres ilustradas que nos visitaron en siglos pasados. Las ha rescatado del olvido, la profesora de la Universidad de Granada, Miriam López Burgos, con una sobresaliente tesis doctoral sobre las viajeras inglesas.

Éstas solían llegar a España por mar, a los puertos andaluces, y desde allí dirigirse a Granada por la difícil vía de Alhama de Granada, donde encendidamente recitaban, el Ay de mi Alhama, recordando el lamento del Rey moro, como documenta excelentemente López Burgos que investigó y tradujo los documentos originales de fuentes inglesas.

Preguntadas estas viajeras y sus acompañantes porqué elegían esa ruta tan sinuosa, llena de peligros de toda clase, incluso el descarrilamiento de sus diligencias y espantada de la caballería, argumentaban que era más interesante y bella que llegar a la mítica Granada por el llano de Loja.

Hablando de escritoras inglesas, cómo no citar a la célebre Virginia Woolf que dijo, extasiada desde Granada: “España es el más bello país del mundo”.  También disfrutó de Málaga, la bella, en la célebre casa de Gerald Brenan, en el pueblo malagueño de Churriana, por donde pasaron numerosos viajeros ingleses, célebres escritores e intelectuales, como J. M. Keynes.

Toledomanía, una pasión viajera

Toledo ha sido, y es, una estrella que orientó el viaje hacia España de aquellos viajeros hispanoamericanos del siglo XIX, que luego proseguían viaje hacia la constelación andaluza: Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga. Las consecuencias inmediatas de las guerras de independencia de las viejas colonias americanas contra España produjeron el alejamiento de unas y otra.

Se interrumpe el comercio y con él todo contacto hasta el propiamente lingüístico con la que había sido la Madre Patria. Con el paso del tiempo se fueron calmando las pasiones de la lucha, pero unos y otros siguieron viviendo indiferentes a las imprescindibles relaciones entre España y América.

En estas circunstancias Faustino Domingo Sarmiento viene a visitarnos. Escribe sobre nosotros y se abre toda una nueva etapa. Porque lo irremediable es que ni unos ni otros, hispanoamericanos y españoles, por más esfuerzos que hicieran, podrían ser indiferentes. Ni unos ni otros podían mirarse como extraños. Cabía el amor, cabía también el odio, nunca jamás la indiferencia. Con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento (1892), Rubén Darío viene a Madrid y escribe sobre nosotros. Se inicia así una impagable vía de comprensión y entendimiento. Se crea un nuevo subgénero literario: el de España vista o contada por los escritores hispanoamericanos.

La Mancha: territorio literario

Quizás, de todas las regiones españolas, ninguna como La Mancha goza de prestigio universal. La Mancha es el Quijote y el escenario apasionante de sus increíbles aventuras. Pocos son los escritores del mundo y más si hablan y escriben en español, que no hayan sentido la atracción de su no menos increíble paisaje.

La capital de esta literaria región es Toledo. De todas las ciudades españolas, junto con Madrid y Sevilla, es Toledo la que más enamora a los viajeros de allende el gran mar. Todos ellos la consideran la ciudad madre de España, la que ennoblece y representa a todas las demás viejas ciudades españolas.

Se puede decir que había una toledomanía, la pasión por Toledo. Estoy utilizando en el argot actual, una forma de llamar a una moda, algo en candelero… por ejemplo, kahlomanía, la pasión que la pintora mexicana Frida Kahlo ha levantado en nuestro tiempo.

Los viajeros y escritores hispanoamericanos, siguiendo el claro ejemplo de Sarmiento iniciador de esta corriente literaria que hemos denominado contar España, escribieron abundantemente sobre nuestra geografía y ciudades, y sobre todo, relataron Toledo, la ciudad preferida entre todas las españolas. Nos han dejado textos muy hermosos sobre ella, desde el Diecinueve hasta la actualidad. Cito como mero ejemplo el texto de Adriano González León Toledo en la luz de las espadas, dice así:

“Todo envuelto en una luz desafiante, la luz de Toledo que ha sido hecha por el choque de las espadas (…) El Tajo es cosa artificial, río inventado, porque hace casi un círculo completo (…) El viajero se deposita al fin en una taberna y toma venganza de las subidas y bajadas extenuado por el Greco. Poco a poco uno cobra conciencia de que no va a morir. Semejante emponzoñamiento, ese más allá casi audible que estalla en los rostros de las figuras funerales, solo es patrimonio verdadero del señor de Orgaz, yéndose a las tinieblas y paradójicamente iluminado para los visitantes (…) Entre la catedral, la sinagoga, y el alcázar, los pájaros y la luz están dando sus vueltas infinitas”.

Sarmiento, un hito

El escritor argentino Faustino Domingo Sarmiento llega a España el 3 de octubre y nos deja el veinte de diciembre de 1846. Dice textualmente Sarmiento: “He venido a España con el santo propósito de levantar un proceso verbal, para fundar una acusación que, como fiscal reconocido ya, tengo que hacerla ante el Tribunal de la opinión de América”.

Así pues, Sarmiento viene con intención justiciera en nombre de la América que habla español. Sarmiento, hijo de la revolución independizadora de la nación Argentina, ésta es solo un año mayor que él. No podía ser más antiespañolista. Lo fue también toda aquella generación de hispanoamericanos y sobre todo de argentinos. Sarmiento y una pléyade de escritores hispanoamericanos nos visitan, y escriben sobre nosotros. Muchos de estos viajeros vienen en busca de los dos españoles más españoles de todos los tiempos, Sancho y Don Quijote. En la actualidad, Castilla La Mancha goza para todos los que hablamos español, del prestigio del Quijote y de ser el paisaje literario más famoso del mundo.

Hay una amplia bibliografía sobre este tema que ya es un tópico en catálogos y bibliotecas. Como sucede en todo tema clásico, cada generación de escritores tiene el derecho y tal vez la obligación de volver sobre él. Y así, van sumándose estratos de literatura ad hoc.

Crítica y alabanza de lo español

Cuando Unamuno leyó las críticas de Sarmiento comentó: “No nos ofendemos, porque habla mal de España como español”. Pasado el tiempo, el autor Sánchez Dragó, significativamente, tituló un ensayo suyo: “Y si habla mal de España, es que es español”. Este es, al parecer, un rasgo de los españoles que convendría discutir en nuestros días. Sarmiento se sentía cercano a nosotros, no estaba criticándonos como un francés, o un inglés, que solían mostrar desapego y superioridad.

Es interesante, también, leer y calibrar la alabanza de España. El chileno Lizardi valora así a nuestro país: “España no es ir a los desiertos de África, sino que es el oasis de Europa, donde el americano apaga su sed de ostracismo con el inagotable manantial de cariñosa acogida que insensiblemente le hace pensar que en aquel país no es extranjero”. Manuel Gálvez, en El solar de la raza, escribe: “Si los argentinos viajaran por España, recogerían en cada ciudad castellana una lección espiritualista. Aquel país es el más inmenso foco de espiritualidad que existe en Europa”. Bartolomé Mitre, al despedirse de Ortega Munilla, le dice: “Siento la impresión de haberme hallado en el solar en que viviera antes de nacer”.

El quid de la cuestión

Los viajeros hispanoamericanos del siglo XIX no se interesan por el color local o por el romanticismo. Este es el quid. Insisto en esta idea fuerza: Los viajeros hispanoamericanos del siglo XIX, casi todos ellos periodistas que escriben para sus lectores de la América Hispana, no se interesan, como es usual en los viajeros ingleses o franceses, por el exotismo de las costumbres españolas, es decir, en la valoración estética del subdesarrollo. Ellos vienen de países donde también conviven con el subdesarrollo, y sus costumbres en definitiva son de raíz ibérica.

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