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¿ANTE UNA HUMANIDAD DISTINTA?

“Si somos capaces de encontrar respuestas a estas cuestiones, aún en tiempos sombríos y en cierto modo desesperanzados,

podemos señalar el camino que puede ayudar a vislumbrar luces en caminos sombríos como focos de esperanza.”

Hace miles de años, Platón ya estaba preocupado por el medio principal de comunicación. Aseguraba que cambiaba no solo el modo de aprender, sino la propia estructura de la mente. Se adelantaba así a McLuhan cuya afirmación de que “el medio es el mensaje” resultó controvertida, pero al fin certera. En los años 60 del siglo XX, McLuhan aseguraba que los medios no son canales de información pasivos, sino que modelan el proceso de pensamiento. Platón se refería a la escritura, que venía a cambiar no sólo el modo de aprender, sino también el proceso de pensamiento, y en definitiva, la estructura de la mente. La escritura, en la alarma de Platón, venía a destruir la capacidad de memoria. Disminuía, además, el sentido de comunidad.

Culturas orales, culturas literarias, culturas de oralidad secundaria… ¿Y luego?

Muchos siglos más tarde, el filósofo-teólogo-sociólogo jesuita Walter Ong (dándole en cierto modo la razón tanto a Platón como a McLuhan) estudió en detalle los medios de comunicación de las culturas orales, predominantemente rurales, y las culturas literarias, urbanas e industrializadas. La cultura oral, sustituida en gran medida por la cultura literaria, tenía como soporte material la reunión de la comunidad que escuchaba las historias, las noticias, los relatos del pasado en forma poética y rítmica, lo cual implicaba más de un sentido. Transmitía además, de ese modo, los valores y tradiciones de la comunidad. Si bien, la escritura podría hacer esto mismo, el sentido individualista de la letra escrita y leída, disminuiría al ser la lectura una actividad fácilmente realizable a nivel individual. Esto se agudizó lógicamente, con la imprenta de Guttenberg. El tener el libro a mano eliminaba, en gran medida, la necesidad de memorizar, al poder recurrir una y otra vez a los libros para recuperar los conocimientos semi-olvidados.

Si bien la lectura trajo esos inconvenientes, el cerebro se desarrolló entonces, con elementos muy positivos, como un pensamiento más lineal (de principio a fin, con una estructura y organización más fija que la de los poemas épicos y del pensamiento más circular y más fragmentado de las culturas orales). Tal pensamiento dio paso a una capacidad de reflexión y contemplación más generalizada y a un desarrollo de la racionalidad. Un pensamiento así puede sustentar una mayor eficiencia al organizar elementos (tanto materiales, como conceptuales). Es, en cierto modo, ingeniería mental. Se pudieron desarrollar más profundamente todas las ramas del pensamiento humano.

Divertirse hasta la muerte… o matarse de diversión

Pero la tecnología moderna (irónicamente capacitada por esa misma capacidad lectora y filosófica), está de nuevo cambiando toda la estructura cerebral. Aunque, según Walter Ong (Orality and Literacy) que anticipa una segunda oralidad, mantiene algunos de los elementos tanto de la oralidad, como de la cultura literaria, se va separando cada vez más de ambas.

A finales de los años 80 y principios de los 90, diversos teóricos de los medios analizaron esta situación de una segunda oralidad que describe Ong. Sven Birkets en The Guttenberg Elegies en 1994, enumera algunos puntos positivos del uso de la tecnología, tales como la complejidad de relaciones, el aumento de la tolerancia hacia lo diverso, y la capacidad de enfrentar nuevas situaciones sin temor. En el otro lado de la balanza enumera las pérdidas que conlleva tal uso de tecnologías: un sentido del tiempo fragmentado, una capacidad de atención reducida y la impaciencia generalizada con la investigación rigurosa; una caída radical de fe en las instituciones; el divorcio con el pasado, con un sentido vital de la historia; la falta de pertenencia geográfica y comunitaria y la ausencia de una visión fuerte de futuro colectivo. Por su parte, Neil Postman, otro teórico de la comunicación advierte en numerosas publicaciones sobre los riesgos de la tecnología y sus consecuencias para la educación.

Postman señala algunos de los posibles efectos de los medios de comunicación (particularmente, la televisión en su momento, y el comienzo de internet), tales como la eliminación de fronteras de edad para la utilización de los medios y el fácil acceso a contenidos sin barreras, que hace que los más jóvenes se sientan en posesión de todo conocimiento y en igualdad con los mayores, y que muchos mayores queden infantilizados. Comenta en otros libros (Conscientious objections, Divertirse hasta morir, The Dissapearance of Childhood), que parece ser que absolutamente todo tiene que ser divertido, con lo que maestros, padres y comunicadores se sienten obligados a tratar todo un poco a la ligera y se pierde rigor en el estudio, la investigación… o incluso la liturgia. Todo con tal de que los jóvenes no encuentren las cosas aburridas. Esto crea, en opinión de Postman y muchos otros, una generación floja, perezosa, indisciplinada, con un fuerte sentido de que todo se les debe, bastante rechazo al sacrificio y falta de tolerancia ante la frustración.

Una generación, en palabras de Christopher Lasch, (The Narcissistic Society) “narcisista”.

TODO ES YA

Todo esto así enumerado podría parecer un poco amenazador… pero en los treinta años transcurridos desde esos textos, la realidad que observamos a nuestro alrededor parece ser un corolario exacto. Comenzando por la televisión, hay una superficialidad generalizada y, sobre todo, una absoluta fragmentación.

La atención no puede superar más que unos minutos, y así, tanto series de televisión como noticias se tienen que ofrecer en píldoras. El pensamiento no es lineal, sino más bien circular; se pasa de un argumento a otro, de un tiempo a otro y el espectador tiene que descifrar o hacer las conexiones necesarias. Es de dominio público que ya no se lee tanto y que lo que se lee online tiene que tener una extensión limitada. La capacidad de interpretar y hacer conexiones mentales no entra en función. Y lo mismo ocurre con el género epistolar, sustituido por mensajes de whatsapp con gramática y ortografía deficiente, apresurada e (al menos por el momento) incorrecta. Todo está lleno de contenido y a todas horas. En un día, si estás al menos en dos grupos de whatsapp (y muchas personas están en más de dos) pueden llegar al menos 30 mensajes… ¿hay que responder a todos? Y ¿de qué manera? Todo parece estar continuamente lleno de contenido. Pero si perdemos los lugares de silencio, sacrificaremos algo no solo propio, sino de nuestra cultura. Puede resultar reconfortante, porque se tiene la impresión de tener mucho conocimiento; pero es información sin instrucción, sin reflexión y adueñamiento personal de tales conocimientos.

La avalancha continua de impresiones sensoriales (auditivas y visuales principalmente) obliga a una reacción instintiva y emocional, más bien que racional. El sentimentalismo en nuestra sociedad domina a la razón y las ideologías saben utilizar tal sentimentalismo y buenismo habilísimamente, sin permitir un análisis más crítico y racional de la situación. Se va llegando así, poco a poco a un tipo de disforia de identidad. Las personas se convierten en lo que dicen los mensajes… Y los mensajes los manejan los centros de poder, tanto político como económico. ¿Tenía razón McLuhan después de todo?

Todo esto afecta, por supuesto, a la estructura del pensamiento y por tanto, a todos los aspectos de la vida humana. Es evidente que el individualismo de las culturas literarias no era ni mucho menos tan extremo como el de las tecnológicas… Todos hemos visto a familias comiendo juntas, cada persona con un teléfono en la mano. El sentido de comunidad (aunque existan comunidades virtuales, nada comprometedoras y poco conducentes a la fidelidad) parece estar desapareciendo.

Y también la fe

La fe religiosa se convierte progresivamente en fe en el progreso, la técnica, el cambio climático, la agenda 2030. Quienes intentan (a menudo tímidamente) disentir, son considerados nuevos herejes. Y afecta, peligrosamente a la liturgia. El antiguo axioma de la Iglesia lex orandi, lex credendi, lex vivendi, se ve ahora comprometido por la constante necesidad de estímulos visuales, de diversión. “La Misa debería ser más entretenida”, he oído decir a algunos. Pero una forma de orar divertida y superficial conduce a menudo a una fe superficial, sin solidez de creencias, casi sin credo y sin las raíces de la tradición ayudada por la memoria que ha sustentado a los creyentes durante dos milenios. Y, lógicamente, afecta a la manera de vivir. Se vive según se cree, según se ora…

Más allá de lo humano

En los últimos años, las tecnologías han introducido realidades virtuales, avatares, juegos en tiempo real que sacan a la persona de su sentido de identidad real. Todo esto se agrava ahora incluso más con la llegada de la inteligencia artificial, que introduce transhumanismos, tecnologías de reproducción y de ingeniería genética, nanotecnología, robótica…

La tentación original, seréis como dioses, parece en muchas ocasiones estar ganando terreno y venciendo. Las máquinas pueden tener (de hecho ya la tienen) una inteligencia mecánica superior y más rápida que los humanos. Pero no tienen capacidad de juicio ni de moralidad… Y si la tecnología ya ha logrado llevar a la persona al borde de esa estructura mental algo irracional, aunque sea sentimental, no es de extrañar que ahora pueda llevar a la amoralidad, con todas las consecuencias sociales, políticas y religiosas que puede esto conllevar.

¿Es esto reversible?

El cansancio del ruido, el agotamiento por información o diversión podría llevar a una reacción. Se dice de algunos magnates de la tecnología que no permiten a sus hijos usar internet o teléfono y que limitan su uso. En algunos países se ha empezado a restringir el uso del teléfono en las aulas. Y hay algunas señales de sed de otra cosa en grupos que buscan espacios de reflexión, o en jóvenes que instintivamente buscan lugares de adoración y contemplación. Quizá, esto sean puntos en los que se puedan reintroducir algunas de las capacidades humanas de reflexión, silencio, memoria, sentido de identidad y de comunidad. Es casi emocionante ver a algunas personas leer (¡libros!) en el metro. Pero sería un proceso largo y, lógicamente no podría pasar por el destierro de las tecnologías con todos sus elementos de eficiencia, rapidez en las comunicaciones y muchos otros aspectos positivos. Como no podríamos tampoco olvidar los beneficios que supuso el acceso a tales medios durante la pandemia de Covid-19. Pero las advertencias y los hechos sobre los cambios de estructura del cerebro, de la identidad, de los movimientos políticos e ideológicos y de la sociedad están ahí. Se cuenta a veces la parábola de la muerte de la rana en agua caliente. Si se mete a la rana en agua hirviendo, va a saltar inmediatamente. Si se la mete en agua fría y se va aumentando la temperatura lentamente, la rana no se da cuenta. Platón, Guttenberg, la televisión, internet, la realidad virtual, la inteligencia artificial…. ¿quizá haga falta echar un poco de hielo? 

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