“Detrás de una montaña, otra montaña”, es un dicho haitiano para referirse, no solo a la estupenda orografía del país, sino también a la vida misma: después de una dificultad a superar, otra dificultad a vencer. En estos últimos tiempos, parece que no sólo es montaña tras montaña, (de una en una), sino tras montaña y montaña y montaña, cordillera.
Primera montaña: la economía. La situación del país, que siempre ha sido complicadísima, es ahora desesperada. Haití tiene la renta más baja de todo el hemisferio occidental. Aproximadamente un 80% de la población vive en extrema pobreza. La renta per cápita no alcanza los 800 dólares anuales. Todo esto no es nuevo; forma parte de una larga historia de inestabilidad, violencia, corrupción política y una excesiva explotación forestal que ha provocado la erosión del suelo y una tremenda escasez de agua. Y a esto se añade el hecho de que es prácticamente imposible que la economía mejore por falta de profesionales. Un 80% de los haitianos con niveles educativos más altos han emigrado a otros países. Se calcula que hay un millón de haitianos en la República Dominicana, alrededor de medio millón en Estados Unidos y que cientos de miles han sido deportados al tratar de ingresar ilegalmente en otros países.
Segunda montaña: Además de la deforestación, Haití ha sufrido diversos fenómenos catastróficos, como huracanes, tormentas tropicales, terremotos e incendios imparables en un campo ya desertizado. Todo esto tiene consecuencias en la agricultura, y la población se empobrece más y más.
Tercera montaña: la corrupción. Según un análisis, la lista de personas con cargos políticos acusados (o convictos) de corrupción se parece a una lista de teléfono de todos los poderosos del país a nivel económico o político. En la lista figuran dos antiguos presidentes, dos antiguos primeros ministros, dos ministros, cuatro senadores, miembros del parlamento, empresarios y banqueros. En el pasado enero se les negó la certificación a 30 jueces haitianos a causa de su corrupción y falta de ética. Entre los casos más notables de corrupción está el escándalo Petrocaribe, que subvencionaba la compra de combustible venezolano, en el que desaparecieron dos mil millones de dólares del programa de ayuda del gobierno, así como la paralizada investigación de la muerte del presidente Jovenel Moïse, asesinado en su casa en julio de 2021. Se dice además que la policía haitiana, junto con altos cargos del gobierno, está implicada en el tráfico de drogas. Miembros del gobierno han estado también implicados en el tráfico de armas para las pandillas que invaden el país.
Tampoco esta montaña es nueva. Haití es el primer país negro libre del mundo y el primero del continente americano. Es parte de la isla La Española (Santo Domingo y Haití). El país fue primero español y luego francés. A raíz de la Revolución Francesa, se sucedieron las revueltas y los alzamientos contra los franceses de raza blanca que fueron eliminados (irónicamente, por la propia invención de la guillotina de la Revolución Francesa) casi en su totalidad. A la proclamación de independencia de Haití siguió una serie de regímenes autoritarios, culminados en la dinastía Duvalier (Papa Doc y Baby Doc), que se distinguió por su gobierno represivo y dictatorial en el que no eran infrecuentes los asesinatos de opositores y miembros de la Iglesia católica críticos con el régimen.
Después de la caída de Duvalier, con la elección de Jean Bertrand Aristide (antiguo salesiano y adepto a la Teología de la Liberación), se abrió una pequeña esperanza que pronto se vino abajo, con las acusaciones de corrupción y violencia política al propio Aristide y su posterior derrocamiento en 2004. Se produjo entonces un grave conflicto que obligó a la ONU a enviar a los cascos azules para la pacificación del país.
Después de un brevísimo tiempo de apariencia de ligero avance, Michel Martelly, centroderechista, sucedió a René Preval, (centroizquierda), en la primera transición democrática pacífica en la historia del país. En 2017, Jovenel Moïse asumió el gobierno que estuvo marcado por escándalos de corrupción, la pandemia, y su estilo dictatorial.
Cuarta montaña: las pandillas, la Baz. Como producto de todo lo anterior, surgen las pandillas violentas que en este momento tienen tomado un 80% de la capital y, de hecho, ejercen su poder por casi todo el país. Se tiene la casi total certeza de que las pandillas están financiadas y provistas de armas y recursos por la propia policía y gobierno. Las pandillas generan una enorme fuente de recursos con los continuados secuestros, mordidas, e impuestos revolucionarios. Si las familias de los secuestrados no pueden pagar, estos son automáticamente asesinados.
Quinta montaña: ¿A quién le importa? Hace ya más de 30 años visité Haití y me sorprendió ver un camino de barro donde había un enorme cartel que decía: “Esta carretera se construyó con fondos de los Estados Unidos”. ¿Dónde está la carretera y dónde están los fondos? Sencillamente, forman parte de la larga cadena de corrupción. La carretera no existe; los fondos, en los bolsillos de alguien. Haití ha sido receptor de muchísimas ayudas internacionales que, a causa de los otros elementos señalados, rara vez han resultado de verdadera ayuda y han terminado en las arcas de los corruptos.
Haití es un país muy pequeño y, aunque los intereses políticos y estratégicos de Estados Unidos en la región del Caribe incluyan al país, no es algo que pueda reportar grandes beneficios. No tiene recursos naturales y los pocos recursos humanos en términos intelectuales han salido o están ya saliendo del país.
Por otra parte, a Estados Unidos no le puede interesar, lógicamente, la violencia en un país tan cercano y, sobre todo, la amenaza que supone para el país amigo que es la República Dominicana y sí le interesa el frenar una inmigración pobre y sin altos niveles de educación que pusiera más presión sobre las infraestructuras en este momento de crisis migratoria. Pero todos esos argumentos juntos puede que no tengan fuerza como para una intervención o una inversión masiva de recursos.
La cordillera: como todas estas montañas nunca han sido del todo (y a veces ni siquiera parcialmente) franqueadas, el país se enfrenta ahora a una tremenda cordillera sin puertos de montaña. Dos días antes de su asesinato, Moïse había designado sucesor (nada democráticamente) al ahora ilegítimo presidente Ariel Henry. El propio Henry es producto del sistema corrupto.
El neurocirujano fue ministro del interior y de bienestar social y se sospecha que está implicado en el asesinato de Moïse. Henry ha gobernado durante 20 meses como primer ministro en un país donde las pandillas han aterrorizado a la población civil y se han apropiado de todo mientras que los asesinatos, violaciones y secuestros no han sido perseguidos. Los jueces han dejado de funcionar y no hay ningún oficial del gobierno que haya sido elegido democráticamente. El pueblo se ha manifestado repetidamente contra Henry, pero los haitianos se ven impotentes al no contar con ningún mecanismo para derrocar al presidente.
En esta semana pasada, la violencia se ha convertido en prácticamente una guerra civil, en la que nadie protege al pueblo. El jefe de la mayor pandilla del país, la G9, Jimmy Cherizier Barbacoa ha amenazado no sólo con guerra civil, sino con genocidio y hasta con la invasión de la vecina República Dominicana. Exigen la dimisión de Ariel Henry, y tomaron el aeropuerto internacional Touissaint Louvertoure, impidiendo el regreso de éste al país. Chérizier es un antiguo oficial de la policía y tiene conexiones con todos los poderes políticos y económicos.
La violencia dio paso a una huida masiva del pueblo que escapaba a otros lugares del país, o pretendía salir del país… pero otros lugares están también amenazados, y otros países tienen políticas migratorias hostiles… ¿A dónde podrán ir? Las bandas controlan el 80% de la capital y se extienden con gran celeridad. Asaltaron la prisión y liberaron a más de 4,000 presos, en un país con una población de 11 millones, que cuenta con apenas 9,000 agentes policiales.
¿Hay paso de montaña? Parece que más bien hay escasamente un desfiladero, aunque algunos analistas aseguran que existe una cierta esperanza.
En la memoria reciente, cada año es peor que el anterior. La precariedad es total. Más de la mitad de la población padece hambre. Como la política es totalmente disfuncional, y el crimen parece no tener brida, (y ambos se refuerzan mutuamente), es difícil saber por dónde abrir paso. El país está paralizado. Pero para algunos, incluido Henry, tal esperanza pasa por intervenciones militares extranjeras.
En los últimos días, la ONU acordó una misión de paz con tropas de Kenia. Henry acudió a las negociaciones con el país africano, pero después no pudo regresar al país. Ahora ha anunciado su renuncia como presidente, lo cual abre una pequeña puerta a un gobierno de transición y un diálogo con todas las fuerzas sociales del país (incluidas, dicen algunos, las temibles pandillas). Estados Unidos y Canadá habían animado a Henry a iniciar un diálogo político y a crear consenso. Eso supondría llegar a un acuerdo con líderes de la sociedad civil que opinan que una intervención militar solo agravaría la situación, y que insisten en la negociación.
En diciembre de 2021 se firmó un acuerdo entre Henry y organizaciones cívicas titulado: “Consenso Nacional para una Transición Inclusiva y Elecciones Transparentes”. Ese acuerdo prometía llevar al país a elecciones para finales de 2023… El acuerdo incluía la intervención militar, pero nada de eso se ha llevado a cabo.
Y en un momento en que hay muchos frentes bélicos abiertos en todo el mundo y los recursos americanos y europeos están prácticamente volcados en Ucrania e Israel, parece improbable que la comunidad internacional –y muy particularmente, Estados Unidos– decida invertir grandes cantidades en ayuda militar. Además, las intervenciones de la ONU están muy desprestigiadas, ya que a menudo se asocia su presencia a abusos sexuales, escándalos e introducción de enfermedades.
No está claro bajo qué precauciones de derechos humanos estarían las tropas de Kenia. Ya en agosto de 2021, un grupo de líderes cívicos y religiosos, junto con activistas anticorrupción, sindicalistas y campesinos presentaron unas propuestas para un gobierno de transición que diera paso eventualmente a elecciones democráticas.
El plan, llamado Acuerdo del Montana (por el hotel de Puerto Príncipe donde se fraguó) está todavía sobre la mesa, pero Henry se ha negado a negociar. En su lugar, creó su propio plan que llevaría a elecciones rápidas. Los detractores de tal plan (los del Montana) afirman que no ofrece ideas sobre cómo asegurar una elecciones pacíficas y justas.
Dicen, además, que el plan no sería duradero ya que permitiría al régimen ilegal prosperar; que las fuerzas militares extranjeras ayudarían a sofocar a las pandillas, pero que sería todo muy pasajero. Sería, simplemente, dicen, una capa de legalidad. Y en cuanto las tropas se retirasen, las pandillas volverían a actuar.
Por su parte, las fuerzas que elaboraron el Acuerdo Montana aseguran que los planes serían crear un gobierno provisional de dos años (liderado por una persona elegida por ellos), que gradualmente pusiera en marcha los mecanismos necesarios para unas elecciones libres.
El grupo se declara no partidista ni político y los miembros han prometido no aceptar cargos políticos en este tiempo. El objetivo de la transición sería apuntalar las instituciones gubernamentales, aumentar la seguridad, y crear confianza en el pueblo. Tal plan, incluso rechazando la intervención militar, solicitaría la ayuda de gobiernos extranjeros en términos económicos: con sanciones, cortando las ayudas a la policía haitianas, retirando todo viso de apoyo a Henry, y suspendiendo cualquier envío de armas. Pero a su vez, algunos líderes cívicos consideran que un plan que se basa únicamente en el diálogo parece un lujo que la presente situación de emergencia del país no se puede permitir.
Pero, al no haber acuerdo entre los dos planes de transición, es poco probable que los intentos por controlar la situación prosperen. Una sugerencia sería la creación de una oficina haitiana y de la ONU que persiguiera la corrupción y asegurara que el liderazgo político actuara con transparencia y legalidad. Pero eso necesitaría mucha voluntad política por parte de quienes han demostrado no tener más voluntad que su propio enriquecimiento. Y los donantes no estarían muy inclinados a dar sin contar con seguridades. De lo que no hay duda es que, sin la implicación internacional, militar o de otro tipo, Haití nunca podrá salir de este atolladero.
Keith Mines, del Instituto de Estados Unidos para la Paz y George Fauriol, consultor del programa de América Latina en el mismo Instituto, cifran la débil esperanza en varios posibles escenarios:
-Un compromiso político impulsado por presiones políticas internas y por parte de Estados Unidos.
-Una continuación de intentos de mejorar la seguridad haitiana y la capacidad política de Henry, lo cual incluye la presencia de Kenia y otros países.
-Seguir el modelo de Bukele en El Salvador… lo cual podría generar simpatías, pero también aumentar el nivel de violencia y la supresión de derechos humanos.
-Intervención militar internacional a gran escala.
Pero ninguna de estas opciones, aparte de la mediación, es totalmente satisfactoria o viable en términos políticos o económicos y, además presenta resultados inciertos. La mediación entre todos los líderes interesados podría llevar a una solución liderada por los propios haitianos y a conseguir la estabilidad… Pero no se sabe si detrás de una cordillera habrá otra cordillera para este pobre país.
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