Profesionalización y activismo en España, Francia y Reino Unido.
La historia de las mujeres no deja de sorprendernos. La obra publicada por la periodista y directora del programa Objetivo Igualdad de TVE, Carolina Pecharromán sobre Las primeras periodistas (1850-1931) es una nueva evidencia de esa emoción que nos provoca, en unos casos, lo inesperado; en otros, lo que manteníamos como sospecha muy verosímil, pero sin datos suficientes hasta ahora, para convertirla en certeza.
Las páginas de este libro nos permiten comprobar que el mundo de la prensa escrita cuenta con plumas femeninas desde hace casi dos siglos, lo cual no significa que ese sea su origen; probablemente puede irse aún más atrás, hasta casi su nacimiento. Hablan de profesionalización, del trabajo reconocido y remunerado de aquellas periodistas que utilizaron la palabra escrita para difundir, desde las columnas y artículos de periódicos o revistas, su modo de ver y de entender el mundo; y describe, además, el activismo que desarrollaron en diferentes causas.
El ejercicio del periodismo se sumó a los campos profesionales estrenados por algunas mujeres a lo largo del siglo XIX. Nadie les había hablado de antecedentes en esta manera de presencia pública. Sus relatos de hechos, opiniones y reflexiones personales habían quedado silentes hasta entonces, guardados en el cajón del escritorio en el que habían sido creados. Sin embargo, de una en una, en diferentes países, decidieron sumarse al servicio de informar a aquellos grupos de población que tenían acceso a los medios escritos. Buscaron la puerta para incorporarse a la elaboración de un producto interesante, bien recibido, que las rotativas permitían multiplicar; y lo lograron, salvando las reticencias que despertó su entrada en un espacio no pensado para ellas.
El conjunto de mujeres a las que nos acerca Carolina Pecharromán, desvela una genealogía de referencias valiosas, que enriquece al periodismo de hoy, a las periodistas y, también, a los periodistas. Presenta a las que ejercieron en España, en Francia y en Reino Unido, lo que permite establecer semejanzas y contrastes entre países muy distintos en desarrollo industrial, en marcos sociales y en situaciones políticas. Realidades diversas que es interesante poder comparar. Emilia Pardo Bazán o Matilde Cherner, Concepción Gimeno o Carmen de Burgos, Consuelo Álvarez Pool o Josefina Carabias y otras, roturaron un camino para que el periodismo llegara a ser una profesión también de mujeres, empleando su voz publicada en defensa de este derecho para ellas y de otros derechos para todas. Conociéndolas, las nuevas generaciones sabrán qué experiencias las respaldan, de dónde vienen, cuáles son los antecedentes y qué ha ido sucediendo desde entonces.
El Índice del libro es un buen señuelo que anima y justifica el adentrarse en la lectura. Después de una Introducción que describe el contexto, aparece rotulado cada capítulo con afirmaciones sugerentes: Luces, negocio y utopía: ¿Cómo nació la prensa femenina, dirigida a pocas personas en su primera época, las que podían pagarla y, además, sabían leer?
En España, el porcentaje de mujeres alfabetizadas en 1860 era del 9% y un buen número de ellas, monjas al tratarse de un aprendizaje necesario en su forma de vida. En el año 1900, había subido al 25% y continuó haciéndolo en diez puntos cada década de 1910 a 1950, hasta superar en 1960 el 70%.
En esta historia sobre las periodistas que estrenaron el oficio, encontramos como eje transversal la historia del feminismo descrita a partir de los hechos concretos que marcan su nacimiento en España. Y junto a él, otro descriptivo del contexto político, económico y social de cada etapa, poniendo el foco en la trayectoria del movimiento feminista y de su avance en cada uno de los países que se analizan en el libro.
Nos recuerda las reivindicaciones que formularon sobre derechos civiles, económicos, políticos, y sobre los modelos más plurales de mujer a los que asomaban, todo lo cual abrió grietas en la identidad femenina naturalizada. Se convirtieron en escaparate de la mujer moderna, de su imagen en el deporte, de cambios en su estética personal, de nuevos comportamientos. Fueron portavoces y también aliento, de las asociaciones de mujeres que estaban naciendo con distintas finalidades.
Nos asoma a la perspectiva social del feminismo, expuesta en columnas y artículos de crítica a una sociedad donde las mujeres vivían rodeadas de situaciones de injusticia. Feminismo de compromiso social con protagonistas como Concepción Arenal, Sofía Tartilán o María de Echarri. Los temas de los artículos publicados no solo se centraban en la moda, nos dice la autora del libro, sino igualmente en noticias sociales, en contenidos de entretenimiento, en opiniones sobre acontecimientos, escritos por mujeres atentas a las diferentes manifestaciones de la vida que las rodeaba y, en muchos casos, que no se conformaban con el statu quo de la condición femenina al uso.
Había igualmente colaboraciones sobre las tareas del hogar, sobre el eterno femenino, porque aquella prensa no dejaba de ser hija de su tiempo. Transmitía roles de mujeres y de hombres, propios de una mentalidad respecto de cada sexo, clase social y posiciones personales frente a ideologías políticas o creencias religiosas.
En el capítulo sobre Románticas y disidentes da a conocer nombres de las primeras periodistas en las distintas regiones y provincias españolas, Extremadura, Galicia, Baleares, Andalucía, Madrid, Valencia, así como de otros países.
Nos queda clara su consciencia de estar inaugurando un camino, y de que lo hacían en un clima de solidaridad femenina; porque aquellas periodistas crearon redes informarles de apoyo mutuo y también con sus lectoras, implicadas en las temáticas tratadas con el envío de cartas y comentarios. Aparecen poetas, novelistas, escritoras de distintos géneros, dirigiendo su pluma a la cada vez más numerosa prensa generalista y prensa profesional, no solo a la femenina.
Carolina Coronado, Ángela Grassi, Robustiana Armiño o Margarita Pérez de Celis. Algunas trabajando como directoras de revistas, otras viajando a América Latina, donde crearon lazos, internacionales e interculturales, compartieron informaciones y se afianzaron con evidencias que las respaldaban. Mujeres que, de acuerdo con la época, habían recibido poca instrucción escolarizada, pero contaban con un amplio bagaje cultural y mucho interés hacia todas sus expresiones.
Encontramos en el libro, análisis de algunos artículos importantes por su contenido o por las autoras de que proceden; más reivindicativas unas, más moderadas otras. En el último tercio del XIX había masonas, librepensadoras y libertarias; entre otras, Ángeles López de Ayala, las hermanas Ana y Amalia Carviá, Belén Sárrega, con una trayectoria ideológica y de compromiso en el entorno de estos movimientos. Nos informa de nombres y datos de un abundante elenco de prensa y revistas del siglo XIX y XX. Por ejemplo, una con la cabecera Ellas, Órgano Oficial del sexo femenino; revista muy combativa y, en consecuencia, ridiculizada por quienes se oponían a sus planteamientos. Fue de vida breve en su primera etapa, pero tuvo continuidad cambiando de cabecera varias veces.
En el siglo XX, en su primer tercio, aparecen nuevos títulos, nuevos modelos y nuevas periodistas con mayor formación académica; maestras, profesoras de Escuelas Normales, licenciadas. Carmen de Burgos era profesora de Escuela Normal y firmaba bien con su nombre y apellido, bien con un pseudónimo, Colombine, el más habitual.
Otros capítulos llevan los títulos de Profesionalización: convertir el periodismo en un medio de vida, en un medio de autonomía económica y de mayor libertad social. Vindicativas e integradas: la prensa de masas y la expansión del feminismo. Diversos modos de hacer política. La periodista profesional y los feminismos modernos a partir de 1900. Asociacionismo y prensa feminista en España. Y un catálogo final de periodistas españolas con un breve perfil biográfico de cada una. Las mujeres que llenan las páginas de esta obra no son excepciones; eran minoría cuando empezaron y, en cuanto tal, mujeres singulares que se arriesgaron a tener no solo presencia en espacios públicos de mujeres con autonomía, no acompañadas de un hombre de su familia, sino también una voz pública que transmitía información y aportaba opiniones. A medida que avanzamos en la lectura, comprobamos la autoridad que les reconoció una buena parte de las personas que las leían.
Comenzado el siglo XX, son más visibles en las cabeceras de la prensa generalista considerada de prestigio y con mayor difusión, donde se desvanecían las fronteras entre contenidos para mujeres y para hombres, comprada y leída por unas y por otras. En este sector destacaron, por ejemplo, Josefina Carabias y Magda Donato. Aquellas periodistas se sintieron seguras de que su deseo y su esfuerzo contaba con capacidad y cualidades personales; se apoyaron en la confianza en sí mismas y en una conciencia de justicia que, también en este campo, les abriría paso.
Carolina Pecharromán nos proporciona un contenido interesante e imprescindible. Lo ha elaborado con precisión de estudiosa, con una documentación que va entrelazando en un relato intenso en datos, narrados con fluidez y con un lenguaje preciso a la vez que sencillo. Es el fruto de una investigación rigurosa, de la que da cuenta con escritura ágil. Se entiende que haya recibido buenas críticas en diferentes medios.
Características que contribuyen, por múltiples razones, a provocar nuestra curiosidad y a estimular su lectura.
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