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MUJERES Y DEPORTE. LA LARGA CARRERA DE LA ACROBACIA AL PODIO

principios del siglo pasado, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, Pierre de Coubertin, no estaba convencido de que en ellos aparecieran mujeres y, como las mujeres no estaban dispuestas a desaparecer, decidieron en 1922 crear unos Juegos Mundiales Femeninos.   

En realidad, las mujeres podían participar en los Juegos Olímpicos en algunas especialidades elitistas como el tiro con arco, el tenis o la esgrima, pero estaban excluidas las pruebas incluidas dentro del atletismo como las carreras de velocidad, los saltos y los lanzamientos, hasta que la francesa Alice Milliat se propuso, en contra del elemento masculino, organizar la Primera Olimpiada Femenina y posteriormente los Juegos Mundiales Femeninos.

Los contrarios a que las mujeres compitieran deportivamente opinaban que, no solo no les interesaba el deporte, sino que, además, no eran buenas deportistas aparte de que era una actividad poco femenina; los médicos consideraban el deporte demasiado violento para las futuras madres; incluso algunos hombres se oponían porque las piernas desnudas de las deportistas perturbaban a los hombres, o sea, les perturbaban. Sin embargo, a pesar de tan contundentes razones, estos primeros Juegos Mundiales Femeninos contaron con la participación de 22 atletas francesas, trece británicas y otras trece estadounidenses, diez checoslovacas y siete suizas. Todas las pruebas se realizaron en un solo día y unas 20.000 personas se sintieron atraídas a verlas en el Estadio Pershing de París.   

Las especialidades fueron: carrera 60, 300 y 1000 metros; 100 metros vallas; relevos; salto de altura y de longitud, y lanzamiento de peso y de jabalina.

A estos primeros Juegos Mundiales siguieron otros tres en Gotemburgo (1926), Praga (1930) y Londres (1934); después y ante el interés que despertaban y el creciente número de deportistas femeninas, el Comité Olímpico Internacional no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y abrir sus estadios a las mujeres.

Las deportistas de la antigüedad

Quizás resulte difícil constatar la práctica del deporte por las mujeres a través de la historia, pues no hay documentos que lo justifiquen. Sin embargo, se pueden rastrear indicios teniendo en cuenta que no lo practicaban como competición, sino como juego o distracción.

En el antiguo Egipto, donde las tumbas ofrecen cantidad de escenas de la vida cotidiana, podemos contemplar los malabares y las acrobacias que solían realizar las niñas y jóvenes, como un antecedente de la gimnasia rítmica.

Teniendo tan cerca el Nilo, no hay que extrañarse de que practicaran la natación y el remo. De Sneferu, primer faraón de la dinastía IV, que gobernó del 2.613 a 2.584 a. C. y padre de Keops, el conocido faraón de la pirámide que lleva su nombre, se conserva el cuento Sneferu y la joya verde, en el que el escriba de Sneferu le aconseja curar su melancolía viendo “remar hacia arriba y hacia abajo a las bellezas que hay en tu cámara de palacio”.

De la cuna del olimpismo a 1896

A 370 kilómetros de Atenas está Olimpia, lugar donde se celebraban cada cuatro años los juegos olímpicos donde las jóvenes solteras podían asistir como espectadoras, no así las casadas. Gracias al historiador griego Pausanias sabemos que en el mismo estadio olímpico, cada cinco años, tenían lugar los juegos hereos, en honor de Hera, donde las chicas participaban en carreras ataviadas con una túnica por encima de la rodilla y el hombro derecho descubierto; el premio era, como en las competiciones masculinas, una corona de olivo, inmejorable ejemplo de la gratuidad del deporte, cualidad hoy inexistente.

Más información nos ha llegado de Roma sobre todo con el descubrimiento de los mosaicos de la villa romana del Casale en la localidad siciliana de Piazza Armerina donde un grupo de chicas en una ropa deportiva que nos resulta muy actual, practican diferentes deportes: corren, llevan pesas, lanzan objetos y se coronan con el olivo. Pocas pistas tenemos de los deportes en los siglos posteriores; el elemento masculino de buena posición ocupaba su tiempo con la guerra y la caza y los menos favorecidos, que bastante tenían con procurarse el sustento, se distraían con algún juego de pelota. Las mujeres de la alta sociedad explotaban su femineidad y quizás con sus damas echaran alguna partida de “ajedrez, dados o tablas” suponiendo que los admitamos como “deportes intelectuales”. Tampoco en siglos posteriores, encontramos muestras de deportes que vayan acompañados del componente de comparación, superación y desafío que los caracteriza.

El feminismo y la lucha por la igualdad

Aunque los movimientos feministas de finales del siglo XIX y el XX perseguían en primer lugar el derecho al voto también luchaban por la discriminación y la educación; ahí es donde se engancha el movimiento a favor del deporte de las mujeres; no solo la lucha por la discriminación se restringía al ámbito laboral, sino a otras situaciones como el deporte que también tenía una faceta educativa. Es entonces cuando Alice Milliat reúne a varias deportistas en los Juegos Mundiales Femeninos y cuando, después, en 1900, en la segunda olimpiada de la era moderna celebrada en París, participaron 22 mujeres. Destacó la triple campeona de Wimbledon, Charlotte Cooper, quien se convirtió en la primera campeona olímpica. ¡Primer hito conseguido!

28 años después, en los Juegos Olímpicos celebrados en Ámsterdam la participación de las mujeres llegó a 277 que competían en tenis, golf, esgrima, gimnasia, carreras, saltos de altura, lanzamiento de disco y natación. En las últimas Olimpiadas celebradas en 2020 en Tokio, la participación femenina era del 49%. ¡Conseguido: el deporte femenino consolidado!

Grandes olímpicas

Ya solo por llegar a participar en una Olimpiada todos los atletas merecen nuestra admiración. Pero mucho más las mujeres porque se juegan más y no solo en el terreno deportivo. Hace pocos meses la prensa rellenó páginas con el beso robado a la futbolista Jenni Hermoso que ganó para España, junto con el equipo nacional, la Copa Mundial de Futbol 2023, disputada en Australia y Nueva Zelanda. Sin ánimo de polémicas y rechazando cualquier tipo de demostración machista, un beso ante las televisiones mundiales no es comparable a las experiencias vividas por Nadia Comaneci y Simone Biles, aunque se hayan aireado menos.

La rumana Nadia Comaneci (1961) a los 13 años ya consiguió tres medallas de oro en campeonatos europeos y un año después llegó a la cumbre con nueve medallas olímpicas, cinco de ellas de oro. Por la perfección y belleza de sus ejercicios fue la primera gimnasta en obtener diez puntos de calificación en gimnasia artística. Una perfección lograda a base de insultos, malos tratos y trabajo hasta la extenuación. Perseguida por el régimen comunista de Rumanía, pudo huir a Estados Unidos donde vive en la actualidad.

Simone Biles (1997) es otro fenómeno de la gimnasia artística: 37 medallas la convierten en la que más premios ha conseguido incluyendo gimnastas masculinos de los que ha copiado algunos saltos muy complicados que realiza a la perfección. Su entrenador y de la selección estadounidense, Larry Nassar, está condenado a más de cien años de prisión por abusos sexuales de los que también fue víctima Biles; en 2022 el presidente Joe Biden otorgó a Biles la Medalla de la Libertad por dar voz a las personas que sufren acoso y abuso sexual. Por problemas de salud mental, como otros deportistas, ha estado retirada unos años aunque es muy posible que podamos ver sus increíbles piruetas en los próximos juegos de París. En la actualidad está casada con un jugador de fútbol americano.

Españolas pioneras y con oros

En la Olimpiada de París de 1924 compitió la primera española, Lilí Álvarez (1905-1998) en dobles de tenis, junto a Rosa Torras llegando hasta los cuartos de final. Aunque es más conocida como tenista –consiguió tres finales consecutivas en Wimbledon– también practicaba esquí, alpinismo, equitación e incluso carreras automovilísticas. Comprometida con el feminismo, en 1941 acusó de machista al jurado de la competición que se celebraba en Candanchú, por hacer esperar a las mujeres mientras participaban los hombres.

Bastantes años después, en 1976, la mediofondista catalana Carmen Valero (1955-2024) al llegar la primera a la meta en el Campeonato Mundial de Campo a Través, se dio el gustazo de increpar a uno de los miembros de la Federación Española de Atletismo que días antes había dicho a las deportistas: “Haced lo que podáis. Las mujeres sois unas culonas y unas pechugonas”. “Mira como ganan las culonas y pechugonas” fue su respuesta presentándole su título.

Después del paréntesis de la guerra civil y de la postguerra, el deporte femenino español empezó a cosechar importantes éxitos: la nadadora Mireia Belmonte se ha colgado un oro, dos platas y un bronce en tres Olimpiadas; la natación sincronizada cuenta con varias grandes: Andrea Fuentes, Gemma Mengual y Ona Carbonell; en el tenis han destacado Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. Y hasta en halterofilia, deporte que algunos podrían tachar de poco femenino, Lydia Valentín ha subido varias veces al podio, con un look perfecto y bien maquillada, para lucir un oro, una plata y un bronce.

La lista podría alargarse varias páginas y siempre dejaríamos a muchas fuera. También hay deportistas que circulan por senderos distintos del olimpismo, como por ejemplo la alpinista Edurne Pasabán (1973) primera mujer en escalar los catorce ochomiles, montañas superiores a los 8.000 metros en las que sufrió amputaciones por congelación. Se retiró al considerar incompatible el alpinismo con la maternidad y en la actualidad tiene dos hijos.

La maternidad ¿un escollo?

Aunque la maternidad supone un problema para las deportistas, muchas no dudan en parar su carrera unos meses o años para retomarla después de ser madres. Hace algunos años estos resultaba impensable, pero ahora la maternidad no tiene por qué retirar del deporte de competición; es otra gran competición que afrontan con mentalidad de atletas.

Blanca Manchón (1987), dos veces campeona mundial en vela perdió sus patrocinadores cuando les anunció su embarazo en 2016. Siete meses después de dar a luz se proclamó campeona el mundo en surf, por supuesto sin patrocinadores.

Otra valiente que va por su segundo hijo es la nadadora Ona Carbonell; como buena campeona, a los cuarenta días del parto ya estaba entrenando en la piscina.

Ana Peleteiro (1995), después de un periodo de recuperación tras el nacimiento de su hija ha vuelto a competir en triple salto preparándose para la próxima olimpiada de París. Ella misma ha confesado que también se ha tenido que sobreponer a insultos por el color de su piel.

Por citar alguna extranjera, recurrimos a la icónica tenista estadounidense Serena Williams, que después de ser madre ha disputado cuatro finales de Grand Slam.

En el CrossFit, nueva disciplina deportiva, Michela Rossetto es una de sus pocas entrenadoras. A pesar de haber tenido a su hijo por cesárea considera que “ser madre deportista es un privilegio. Mi consejo es no considerar… al feto como un obstáculo sino como un fan adicional”; el primer fan incondicional de su madre.

En resumen, después de los años, la presencia de las mujeres deportistas está asentada en todo tipo de disciplinas en las que, gracias a su vocación y su entrega, superan los obstáculos que se ponen en el camino de cualquier atleta y los que todavía encuentran por ser mujeres.

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