A propósito del éxito de un fenómeno social: ‘La sociedad de la nieve’
“No puedo imaginarme pobreza ni humillación mayor que la que vivimos en la montaña. Pero regresamos de la muerte y aquí estamos. Pregunten, que les contamos. Hay muchos que hoy están escalando sus cordilleras, y nosotros podemos prestarles los zapatos que nos ayudaron a salir de la emboscada“.
Roberto Canessa, sobreviviente, 70 años. Médico cirujano especialista en cardiología pediátrica. La sociedad de la nieve, 2008. Pág. 27.
En el presente artículo pretendemos aportar algunas ideas desde la psicología –y particularmente desde la Psicología del Desarrollo– a la comprensión de una realidad social, el fenómeno inesperado y espontáneo como es el éxito de la película La sociedad de la nieve (2023) dirigida por el cineasta español J. Bayona y basada en el libro de 2008 de Pablo Vierci, escritor uruguayo y compañero desde la infancia de los sobrevivientes de los Andes.
Si bien la primera película rodada sobre la llamada por unos “tragedia” y por otros “milagro de los Andes” se realizó con el título original en inglés Alive, en 1993, sobre el libro de Piers P. Read, publicado en 1974, tan sólo dos años después del acontecimiento de la pérdida de rumbo e impacto descontrolado de un avión de las fuerzas aéreas uruguayas con destino a Chile con los miembros jóvenes de un equipo de rugby del colegio Stella Maris de los Christian Brothers de Montevideo, y en el que fallecieron 29 (pasajeros y tripulantes) y lograron sobrevivir en condiciones indescriptibles –físicas y psicológicas– 16 tripulantes durante 72 días, en el llamado Valle de las lágrimas, un glacial en medio de la cordillera andina entre Argentina y Chile.
El primero es un film de factura norteamericana, de gran éxito en su momento, si bien se centraba en aspectos más llamativos como fue el conocimiento de la antropofagia de algunos de los cuerpos de los fallecidos por sus propios compañeros como explicación necesaria de la supervivencia y en los supervivientes y no en los que fallecieron a partir de los primeros momentos del accidente, ni en los que perdieron la vida unos días más tarde a consecuencia de una avalancha de nieve que sepultó durante horas la parte del fuselaje del avión que les servía de refugio.
La película de Bayona insiste en la creación espontánea de una sociedad de la nieve –una comunidad nueva, idiosincrática, en la que participaron antes de perder la vida todos sus componentes– presentando la resiliencia de todos ellos, la solidaridad, la generosidad y la presentación de la decisión de alimentarse a partir de algunos cuerpos de los fallecidos como una acción comunitaria –en el sentido de comunión– y generosa de los unos con los otros.
No es este el lugar para destacar los elementos cinematográficos, sino dos hechos significativos surgidos a partir del fenómeno del éxito de la película: el primero, la contemplación de las imágenes en el cine y, por primera vez, a través de una plataforma de streaming (Netflix), contando con cientos de millones de espectadores en un breve lapso de tiempo y, el segundo, la búsqueda y el visionado de contenidos relacionados –actuales o no–, lecturas, entrevistas, conferencias, encuentros… con los supervivientes hoy en día –hombres entre 70 y 75 años– que presentan una cosmovisión, una generosidad y un afrontamiento de la vida y sus vicisitudes como adultos –profesionales, padres, esposos, abuelos– y en el proceso de envejecer que hace pensar en la necesaria conexión entre el acontecimiento vivido en el año 1972 y el desarrollo personal consecuente.
Lo que aportaba el libro de Vierci, con los 16 relatos de los supervivientes, 36 años después, nos muestra un desarrollo personal llamativo de esos jóvenes ya como hombres adultos mayores, las entrevistas actuales, 52 años más tarde, nos dan la oportunidad de valorar su proceso de envejecimiento. Sin embargo, no entendemos el acontecimiento vivido como la causa de ese desarrollo –o al menos no sólo–, sino que se puede indagar acerca de los recursos psicológicos con los que contaban como jóvenes y que se implementaron con dicho acontecimiento, como ocurre o puede ocurrir con ese recurso psicológico fundamental para afrontar los acontecimientos importantes de la vida, que denominamos madurez.
Si los algoritmos tienden a presentarnos contenidos relacionados –como hoy sabemos– las imágenes más vistas, las conferencias y las entrevistas más escuchadas de estos hechos a través de sus protagonistas, vienen a configurar una Gestalt, que nos remite a una explicación psicológica en clave de madurez psicológica. Todos utilizamos este concepto –madurez– en nuestra apreciación de las personas (sea cual sea su edad)… “fue muy maduro ante este u otro acontecimiento, se hizo muy maduro después de…, es maduro para su edad, afrontó con madurez lo que le aconteció en aquellos momentos…” y, sin embargo, el constructo madurez psicológica no fue abordado como tal hasta los años 90 desde la psicología del desarrollo y, concretamente, desde los estudios de Zacarés y Serra en la Universidad de Valencia (España).
El tema se abordó desde dos aspectos complementarios: por una parte, respecto a lo que, a través de entrevistas, se consideraba ser maduro llegando a encontrar diferentes teorías o creencias implícitas sobre dicha consideración. El segundo aspecto se realizó a partir de lo que se denomina nominación de sujetos de diferentes edades sobre alguna persona que considerasen maduros –que fueran nominadas como tales– y de las que se describieran sus principales características. Estos dos métodos se habían utilizado por autores de la psicología acerca de las creencias implícitas sobre el desarrollo infantil (Rodrigo et al. 1994) o sobre la sabiduría (Sternberg, 1994) entre otros, con muy buenos resultados. Ambas aportaciones venían a dar luz sobre un constructo, el desarrollo y la sabiduría.
Según el diccionario de la RAE, un constructo es una construcción teórica para comprender un problema determinado. En nuestro caso se trata de la madurez como constructo.
Veamos los principales resultados de modo sintético sobre estas dos maneras de investigar acerca de lo que es la madurez y sus características, con el fin de poder conectar dichos resultados con la madurez de los supervivientes de los Andes.
Existían previamente a nuestro estudio, desde la psicología de la personalidad (Allport,1961), descripciones de las características de la personalidad madura:
a) Extensión del sentido de sí mismo: descentramiento psicológico y participación auténtica en actividades.
b) Relación emocional con otras personas: relaciones con altos niveles de intimidad, capacidad para la empatía.
c) Seguridad emocional: Aceptación de sí mismo mediante el equilibrio emocional y la tolerancia a la frustración.
d) Filosofía unificadora de la vida.
e) Percepción realista y aptitudes para la resolución de problemas.
f) Autoobjetivación resaltando la importancia del conocimiento de sí mismo y el sentido del humor.
Nuestro punto de vista era distinto e impelía a la búsqueda de las diferentes creencias implícitas sobre lo que cada uno consideraba ser maduro y si, a partir de las diferentes concepciones –si las había- se podían crear diferentes formas de ver y valorar la madurez de una persona. Las respuestas y la elaboración de las mismas nos permitieron crear un conjunto de teorías (o creencias implícitas) sobre la madurez donde el sujeto se ubica y que recibieron una etiqueta para su mejor explicación.
Estas teorías podían ser evaluadas por un cuestionario que denominamos Cuestionario de Creencias sobre la madurez (CCM2. 1998) de Zacarés y Serra. A partir de los resultados obtenidos –y contrastados en múltiples investigaciones a lo largo de 20 años– se encontraron cinco teorías denominadas –por su concepción de la madurez-–: Teoría de la resistencia, evolutivo-normativa, relativista-escéptica, humanista-constructivista y de Peter Pan.
En este espacio, sería demasiado extenso y por tanto no pertinente explicar cada una de las cinco concepciones encontradas, sin embargo, sus propias denominaciones pueden dar idea de los elementos que las sustentan. Baste decir que los sujetos no se sitúan exclusivamente en una teoría sino que son más afines a unas que a otras, mostrando una evidencia que, como ejemplo, podría ilustrar al lector. La teoría de la resistencia se encuentra más alejada de la teoría Peter Pan, mientras que la teoría evolutiva-normativa se encuentra más cercana a la teoría humanista-constructivista.
Por su parte, la llamada relativista-esceptica se sitúa como una cosmovisión que considera que la madurez no es algo constante y construido sino que depende de las circunstancias e incluso de las tareas humanas a las que nos refiramos laboral, familiar, social…
Podemos intuir, pero sólo es una intuición no contrastada, que en estos jóvenes, deportistas, predominaba –por el modo de comportarse ante la adversidad extrema– la teoría de la resistencia ante los eventos de la vida más que otras creencias acerca del afrontamiento de acontecimientos vitales. En segundo lugar, y a partir del método de nominación pedimos a los sujetos de diferentes edades nominar a alguien considerado, a su juicio, maduro, y definir sus características.
De dicha investigación (Zacarés y Serra, 2000) se obtuvieron seis tipos de características agrupadas en factores, cuatro de ellas asociadas positivamente con la madurez y dos asociadas negativamente con la misma: autocompetencia, empatía, generatividad y competencia social, por una parte, y tensión emocional e inseguridad personal, por otra.
“Es decir, de estos resultados se deriva que la madurez es un constructo multidimensional y, examinando cada una de las dimensiones, se puede defender que estas dimensiones se poseen y, a su vez, se van construyendo a lo largo del desarrollo según se vayan afrontando los diferentes acontecimientos que jalonan nuestra vida.
Dado que, a lo largo del desarrollo, nos acontecen sucesos esperados, normativos y no normativos de mayor o menor impacto sobre nuestras vidas, el recurso personal por excelencia que nos permite afrontar dichos acontecimientos es la madurez psicológica. Es decir, la madurez se contrasta y se construye ante los acontecimientos vitales.
Cabe preguntarse, a la luz del traumático acontecimiento que vivieron los supervivientes –y los que perdieron la vida días después de la catástrofe en la cordillera de los Andes– en su mayoría jóvenes uruguayos, estudiantes, miembros de un equipo de rugby, si poseían la madurez psicológica suficiente (al comienzo de los 72 días de odisea), si poseían dicho recurso, o fueron madurando con el paso de los días, construyendo los elementos que requieren un afrontamiento maduro ante el acontecimiento más duro que es posible para un ser humano y la toma de decisiones necesarias e imprescindibles para sobrevivir. Conocemos que los recursos de los que disponían, como jóvenes, se asentaban sobre las fortalezas que requiere la práctica de un deporte (el rugby), de equipo, la capacidad de sacrificio que requiere el esfuerzo, la disciplina, la renuncia a la individualidad, unidos a la espiritualidad cimentada tanto en su educación familiar como escolar.
Pero los jóvenes que cayeron en el accidente salieron transformados después de la puesta en marcha de recursos durante los 72 días hasta ser rescatados.
Esta evidencia llama aún más la atención en cuanto a su perdurabilidad y crecimiento a lo largo de los años, sujetos mayores que muestran –todavía más consolidadas– las características de sujetos maduros en su vejez. La autocompetencia –a nivel profesional y familiar–, la empatía hacia los compañeros en su proceso de supervivencia o su pérdida y sufrimiento previo así como la necesaria compasión hacia los familiares de los que no sobrevivieron y que han mantenido a lo largo de sus vidas y que esta película de 2023 pone de manifiesto como cierre de un círculo que había quedado abierto –no completado– y así lo valoran los sobrevivientes entrevistados hoy.
La competencia social con la productividad y disponibilidad hacia diferentes ámbitos en sus vidas a lo largo de estos 50 años y sobre todo la generatividad –cuya virtud es el cuidado de los otros, la transmisión de un legado para las siguientes generaciones que va más allá de sus profesiones y relaciones familiares. Sus relatos, podríamos decir sus historias de vida marcadas por el acontecimiento de la cordillera, muestran narrativas en clave de generatividad (McAdams 2024) como evidencia de la mayor muestra de madurez psicológica.
El acontecimiento de la cordillera es único pero en la vida de cada uno de los seres humanos, existen cordilleras –enfermedades, pérdidas, traumas inesperados…- que todos debemos afrontar y que la madurez es el recurso necesario para seguir adelante.
El cómo afrontemos dichos acontecimientos va a ir fortaleciendo –o debilitando- este recurso. De ahí la metáfora que utilizamos de la madurez como la mochila con la que nos preparamos para la vida, con la que subimos a las cordilleras que debemos traspasar todos en nuestro curso vital y los elementos que, puestos en marcha al afrontar las dificultades, van rellenando y completando el transcurrir de nuestras vidas de forma más o menos madura.
Por ello, y este es el objetivo de esta reflexión compartida, llama la atención el éxito de este mensaje de madurez ante los acontecimientos adversos y la fuerza de testimonios de vida tan alejados de influencias mediáticas y de mensajes de debilidad, de desvalorización del esfuerzo, de individualismo extremo, que predominan en los mensajes de las llamadas “redes sociales”. Este mensaje de afrontamiento maduro y construcción de una vida valiosa y “con sentido” (Frankl 1946, trad. 2015) que perdura a lo largo de los años e incluso se acrecienta y se amplía a los descendientes de todos ellos –sobrevivieran o no- es, sorprendentemente, un soplo de esperanza en el panorama a veces demasiado sombrío, de nuestra época.
(*) P. Vierci (2008). La sociedad de la nieve. Ed. Debate.
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