La historia de la humanidad se basa y se construye de acciones que antes fueron soñadas. Las ilusiones y los sueños son un recurso humano que nos permite fantasear, y muchas veces cuando se fantasea nos ponemos a buscar la forma de llevar a cabo esos sueños, buscamos la manera de poner en acción esas fantasías, es decir, vemos cómo pasar de la ilusión a la materialización.
Las fantasías son necesarias pues nos motivan para lograr metas, es muy difícil lograr aquello que no soñamos. Cuando se tiene un sueño se genera un ideal entonces los sueños se convierten en la gasolina que nos da el impulso y nos pone en marcha.
En general, la literatura sobre sueños y metas está construida desde una idea de manual de ayuda, o de patrón de “hágalo usted mismo”, es decir siempre se dictan pautas, normas pensando que quien busca cumplir sus sueños está soñando con un Ferrari, con un viaje a Cancún o con una Villa en La Toscana, mas los sueños pueden ser muy variados, pequeños o grandilocuentes, no todos soñamos lo mismo.
Es curioso el ser humano, piensa que su realidad es la única existente, y piensa que lo que a él le ocurre es lo que exuda una verdad única. Por tanto, piensa que lo que él sueña es el sueño de todos los seres humanos.
Mas si escuchamos al otro, si leemos al otro, podremos tener la certeza que hay una variedad en los sueños como variada es la sociedad.
Lo que sueña un obrero no es lo que sueña un gerente, lo que sueña un noble no es lo que sueña un conductor de trenes, lo que sueña una niña princesa no es lo que sueña una niña de la barriada, lo que sueña una mujer en Gaza no es lo que sueña una mujer en Mónaco, cada uno sueña según quien es, según su propia realidad. Nuestros sueños son únicos e intransferibles.
Si ponemos la atención en las obras colgadas en los mudos muros de los museos observaremos cómo esa diferenciación de los sueños humanos ha sido plasmada por muchos artistas plásticos.
En la obra del pintor español Antonio Pereda y Salgado El sueño del caballero, del año 1650 nos encontramos con una curiosa idea sobre los sueños. Una obra que está allí en un muro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, para decirnos que los sueños poseen jerarquías. Si bien todo nos incita y nos conduce a soñar con un bienestar material en abundancia, pues ¡¡Zas!! Allí que asoma un ángel para indicarnos que aquél es un camino a la perdición. Una obra que perteneció a la colección de Manuel Godoy, ya sabemos el Príncipe de la Paz, el siempre nombrado como el amante de la reina María Luisa, el mismo que tenía en su palacio a la Venus del espejo de Velázquez y a las majas vestida y desnuda de Goya, ni más ni menos. ¿Habrá soñado Godoy lo mismo que este caballero del lienzo? Esta obra pertenece al género vanitas, un género pictórico de amplia difusión en España en el siglo XVII.
Se muestran aquí una serie de objetos y figuras de carácter profano que conllevan una representación, una simbología de carácter moralizador y muy contradictoria, pues lo que sueña este caballero del lienzo, lo sueña mucha gente pero a su vez es un sueño maldito, un sueño que es un pecado.
Primero tenemos al sueño como una referencia a un momento ambiguo entre la realidad y la irrealidad, entre lo real y lo ilusorio e imaginario, el aludido en la obra, está sumido en ese estado.
Observamos a un caballero vestido según su época, traje, cuellos, sombreros, brocados, plumas, todo muy elegante y suntuoso. El caballero duerme mientras que un ángel le muestra el carácter efímero, transitorio e irrelevante de los placeres de la riqueza que está soñando. Este ángel porta un mensaje en que se lee “la fecha sobre el sol, que hiere, vuela raudo y mata”.
Hay un conjunto de objetos sobre la mesa, que son una suerte de derroche de símbolos y alegorías: una calavera símbolo de la muerte certera y segura, una vela humeante, la debilidad de la luz que en un instante se apaga, por ello situada entre las calaveras, la vida entre la muerte, la luz entre las sombras. También observamos una corona de laurel, una mitra y tiara papal, es decir, la fugacidad del poder.
También vemos flores, símbolo de una vida que se marchita. Partituras, libros y una máscara que nos muestran la fugacidad de los placeres que nos otorga el arte. Observamos monedas y joyas, la fugacidad de la riqueza y unos naipes que hacen referencia a lo veleidoso y cambiante que puede ser un juego de azar y los peligros que entraña el mismo. La miniatura del retrato de una dama nos hace pensar en la fugacidad del amor y un reloj en el paso del tiempo.
En definitiva, Pereda y Salgado nos ha mostrado lo que sueña un caballero de esa estirpe. El lienzo da cuenta de lo que es “una vida soñada”. El pintor español hace un despliegue muy completo de las vanidades del ser humano y a través de la obra da una lección moral muy didáctica gracias a la calidad y realismo de su composición. Es esta una de las obras maestras del siglo XVII español.
Todo sucede en la mesa, en donde se anclan todas estas riquezas materiales pertenecientes a la vanidad humana. Todos los elementos en un desorden caótico y saturado están anclados en tierra, solo el ángel está en el cielo, su cielo. El caballero duerme profundamente y aunque el serafín le mira directa e insistentemente aquel no despierta.
El pintor a través del ángel nos hace reflexionar sobre la inutilidad de las glorias mundanas ante la certeza de la muerte, y de las explicaciones que habrá que dar en el mismísimo cielo. Un asunto recurrente en la sociedad barroca.
Y aunque el espectador puede coger el testigo y hacer la reflexión propuesta por el artista también puede divagar y reflexionar que aquello que sueña el caballero, no lo soñará el labrador, o el obrero, la costurera o la sirvienta, ellos tendrán otros sueños.
Esa diferencia en los sueños la podemos observar haciendo un interesante contrapunto con Susanne. ¿Qué estará soñando Susanne? ¿Tendrá el mismo despliegue de vanidades materiales sobre su mesa?
En la obra La bebedora, retrato de Susanne Valadon del pintor francés Toulouse–Lautrec del año 1888 vemos una escena completamente diferente.
Susanne fue una pintora francesa, modelo de muchos artistas como, por ejemplo, de los pintores Degas, Renoir y del mismo Lautrec, entre otros. Mujer asidua a bares de poca monta y mala reputación, justamente de esos ambientes que trata extraordinariamente el genio pintor, dibujante, grabador y cartelista francés Henri Toulouse- Lautrec.
Susanne está sentada ante una pequeña mesa de un bar, su mirada está perdida, la acompaña una botella de vino casi vacía, y un vaso servido o consumido hasta la mitad. Hay que advertir que la botella está con el corcho en su gollete, la mujer ha decidió beber hasta un punto y no más.
Mujer y bar, figura y fondo son de los mismos colores, de los mismos trazos, de la misma vibración, pareciera que se cumple esa regla universal que dice “como es fuera es dentro y como es dentro es fuera”, todo es confuso, pobre, sucio, desordenado, todo está teñido por el ambiente de un bar de baja estopa. Este no es el espacio donde dormido sueña nuestro caballero retratado por el pintor Antonio Pereda y Salgado.
Lautrec sitúa el recorrido visual para el ojo del espectador de manera tradicional e inequívoca. El espectador no advierte nada hasta dar con los cabellos de la bella Susanne, su pelo y sus brazos hasta observar en el peso de la mesa vaso y botella.
¿Con qué sueña Suzanne? Susanne solo sueña por unos instantes gracias al alcohol, éste se ha convertido en su reprochable amigo. Es interesante cómo en ese espacio confluyen tanto la mirada de la bebedora como la dirección de la botella. Susanne mira hacia la derecha, hacia el futuro, mas allí no encuentra nada. ¿Nos dirá acaso Toulouse Lautrec que los sueños y anhelos de Susanne están siendo brevemente alcanzados pero gracias al vino?
El pintor francés como nadie recorrió y conoció esas almas humanas, por ello esta obra se vuelve universal y atemporal, ahí está el valor de Susanne quien como tantos seres humanos a ratos es una mujer que sueña con otra vida gracias a la compañía de una copa de vino.
Otro genio de la pintura que nos advirtió de los escasos sueños que pueden llegar a alcanzar los campesinos, fue Vincent van Gogh. El pintor neerlandés recorrió como pocos los campos, y también las minas de carbón, habitadas por humildes seres humanos. Por ello cabe la pregunta ¿Qué soñaban entonces los Los comedores de patatas de Vincent van Gogh, en el año 1885?
Una niña, que hace las veces de sirvienta de espaldas al espectador, hundida en una línea de horizonte que está fuera de la obra. Ella está enterrada, está en el inframundo, desde allí emerge cada noche a servir la cena. La otra línea de horizonte está en el techo, la lámpara pende generando un anclaje de peso inequívoco, todo sucede en un limbo oscuro y asfixiante. El ojo del espectador cae por esa fuente de luz, y ayudado por las diagonales de las vigas el ojo comienza a girar en una dirección circular. Los espectadores nos convertimos en una polilla en la noche volando alrededor de una bombilla. Nosotros somos la polilla que trae los presagios de momentos tristes y nuevos problemas y amarguras inminentes.
Giramos con ese ritmo de cinco personas, un equipo, una familia, que de día siembra y recoge patatas, y de noche solo tiene para cenar, patatas. Ese giro nos indica que aquello no dejará de suceder por generaciones. Son las familias de campesinos pobres que Vincent van Gogh observó y conoció de tan cerca. Los observó y los pintó de tal manera que los hizo atemporales y universales, pues esas familias y esa realidad no solo han vivido en Neunen, Países Bajos, sino en cualquier parte del mundo.
¿Qué sueñan entonces cada noche los sembradores de patatas? Quizás ellos sueñan, tener mañana una buena cosecha y así tener otro plato de patatas para poder cenar.
Quizás la obra más notable y más destacada de Federico de Madrazo sea Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches, del año 1853.
Es este el retrato de una mujer de unos 32 años de edad, llamada Amalia de Llano y Dotres condesa de Vilches y Vizcondesa de la Cervanta, en la plenitud de su belleza y de su personalidad. Ella destacó en los círculos intelectuales de Madrid isabelino a mediados del siglo XIX como mujer inquieta, defensora de la monarquía que promocionó activamente el teatro, el arte y las veladas literarias. Ella misma fue escritora y publicó dos novelas, Ledia y Berta. También incursionó en la actuación en el teatro que poseía en su propia casa y a su vez interpretaba el piano.
¿Cuáles habrán sido los sueños de Doña Amalia de Llano y Dotres? Observamos a una dama muy elegante, hermosa y que nos mira directamente a los ojos de manera absolutamente carismática e incluso pícara y con unas cautivadoras ojeras que nos transmiten melancolía.
Quizás la condesa de Vilches ha pasado la noche en vela, soñando en duermevela con quien sabe qué ocultas ilusiones. La condesa asoma sentada de medio lado, ella se acoda y se acerca a nosotros, los espectadores, nos mira, nos escudriña y nos cautiva. Su sonrisa es dulce, sus ojos color miel, su piel nácar y porcelana, y su pelo negro, todo es belleza, todo es nobleza en ella. La Condesa de Vilches tiene un abanico de pluma en su mano izquierda que descansa en el regazo, su otra mano apenas toca su rostro, todo es delicadeza.
La sensibilidad y maestría técnica de Madrazo nos permite observar las texturas de un sillón tapizado con motivos florales, la madera y su tallado, incluso las tachuelas del tapiz, el vestido de raso azul y blanco roto que se ajusta a su talle. Vestido de volantes y amplio vuelo, y también amplio escote que permite ver sus hombros, su piel, su carne aportando con ello mucho volumen y sensualidad. Doña Amalia contiene un manto de terciopelo bordado en oro y plata, dos brazaletes uno de oro otro de piedras preciosas, y todo lo vemos y casi tocamos gracias al genio del pintor español.
Con una línea pura, una pincelada suelta, una luz centrada en su rostro, y un derroche de talento para plasmar las texturas, Madrazo nos regala una exquisitez de retrato. Ese talento también está en la calidad de su luz y sombra, esa iluminación que logra unas carnaciones femeninas sensuales y opuestas al oscuro fondo. Un retrato de una composición cuidada y exquisita, y que es un tratado magistral de la textura visual, visual sí, pues todo es efecto de la maestría del pintor, nada es cierto, la veracidad de la textura es una ilusión.
Da Vinci dejó en herencia a la Gioconda y la hizo imagen de Italia, Vermeer hizo lo mismo con La joven de la perla en Países Bajos, muchos expertos opinan pues que Madrazo hizo lo propio y nos heredó nuestra propia Gioconda con su magnífico retrato de la Condesa de Vilches, ella es nuestra joven de la perla o quizás nuestra Joven del abanico. Cada una de estas mujeres retratadas soñaba, algo soñaban, desde sus espacios, desde su presente, algo soñaban.
La condesa de Vilches no soñaba con la cena de patatas para la próxima noche, quizás tampoco requería de una copa de vino para hacerlo, sus sueños fueron libres, desde una postura de confort y privilegio. Entonces todos han soñado, han tenido sueños individuales como el caballero o grupales como Los comedores de patatas, mas todos algo han soñado. Claramente la Vieja pescadora de Enrique Martínez-Cubells Ruiz-Diosayuda, año 1910, no tiene los mismos sueños que Amalia.
Vemos en primer plano a una mujer humilde que baja unas escaleras de piedra mojadas por el oleaje. En segundo plano vemos las siete negras barcas. En un tercer plano vemos las construcciones en tierra a la otra orilla.
Una composición exquisita y cuidada para otorgar un relato y un equilibrio perfecto. Diagonales de la escalera, verticalidad de la mujer, juegos horizontales y verticales de segundo y tercer plano, todo nos lleva a observar a esta apresurada mujer que baja las escaleras a por el pescado que le espera junto a alguna embarcación. La adusta pescadora vestida de riguroso negro y de pañuelo blanco en la cabeza plegado de manera tradicional, es una mujer anclada en su tarea, en su día a día, una mujer que no tiene más que presente, no tiene más sueño que su propio oficio.
Martínez–Cubells, nos regala un deleite de trazos y manchas, ligeras, dinámicas y sinuosas que nos hacen percibir un puerto vivo, una mañana ajetreada, llena de actividad. Una escalera de piedra mojada por el oleaje y por la lluvia melancólica y nostálgica que nos dice que pasará la pescadora una y otra vez uno y otro día, y que al igual que Los comedores de patatas de Vincent van Gogh es muy probable que el principal sueño de la pescadora, sea encontrar esa mañana el pescado a buen precio.
Las obras que observamos nos dicen que todos tenemos sueños, más cercanos o más distantes, pero siempre soñamos, y esos sueños son la sabia, el impulso para arrancar un nuevo día. Quizás sería interesante sentar a la Condesa de Vilches junto a Susanne a lo mejor ambas comparten sueños comunes, y es más quizás en ese intercambio de ideas y vivencias una pueda ayudar a alcanzar el sueño de la otra.
Podríamos ver que el caballero comparte, una vez retiradas las vanidades de su mesa, un buen pescado al horno comprado a La vieja pescadora y saborear una estupenda cena junto a Los comedores de patatas. Esas imágenes más que un nuevo lienzo podrían ser un muy buen sueño.
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