LAS PROTESTAS UNIVERSITARIAS SOBRE GAZA.
Es muy fácil simplificar: unos son malos y otros buenos. En este caso, en la mente de los jóvenes universitarios que protestan, los palestinos son buenos y los israelíes malos. El mundo se divide en opresores y oprimidos y en este caso, el opresor es Israel. No hay más. Y hay que estar del lado bueno de la historia. Aquel que no esté de acuerdo, o que sugiera que habría que ir algo más profundo es, simplemente, anatema. En 2003 el filósofo español Gustavo Bueno habló del Síndrome del pacifismo fundamentalista. Se trata de “asumir una actitud ideológica incapaz de concebir siquiera la existencia de alguien que argumente, no ya a favor de la guerra, sino tratando de entender, por ejemplo, las razones antropológicas o políticas de las partes contendientes”. Es decir, la historia que llevó al conflicto.
En los últimos meses, hemos visto, como un déjà vu de los tiempos de la guerra de Vietnam, sentadas, manifestaciones y protestas universitarias en contra de Israel y su actuación en la guerra contra Hamás. Protestas que han interrumpido la vida académica, han obligado a cancelar celebraciones de graduación, han creado disturbios y violencia. En aquella ocasión, seguramente también se daba el síndrome del pacifismo fundamentalista, aunque en un principio, los estudiantes habían estado del lado de Estados Unidos frente a Vietnam. Pero el alargamiento del conflicto, el número de bajas de jóvenes americanos, la obligación de servicio militar, y la influencia de la primavera del 68, contagió a los jóvenes del síndrome.
En esta ocasión, el síndrome se agrava con el impacto woke de los últimos años. La ideología woke mezcla raza, ideología de género, clima, “derechos reproductivos” y demás causas “progresistas” y parece estar bastante generalizado entre las élites americanas como pensamiento único. Por otro lado, en esta ocasión, el sentimiento patriótico no está tan señalado, las líneas ideológicas están más confundidas, y las causas de la protesta parecen ser algo más instintivas que razonadas. Es decir, el síndrome agravado.
Según algunos medios de comunicación, las protestas son “contra la guerra”. Pero, si así fuera, también habría protestas masivas contra la guerra de Ucrania, la de Sudán, el Congo, Haití, y los muchos y diversos conflictos internacionales en los que, indirecta o directamente está implicado Estados Unidos. Las protestas parecen más bien estar motivadas y articuladas por otros grupos e intereses, ideologías que quizá no tengan mucho que ver con los propios estudiantes. Y esto lleva a lo que algunos analistas han llamado el nihilismo que acecha en todos estos movimientos, y que revela a una sociedad mundial enferma. No se trata de una división exacta de derechas o izquierdas, sino de la afiliación masiva y entusiasta a consignas de feminismo, inclusión, ecologismo, y todos los ismos, que quizá ni se entiendan ni se analicen.
Las protestas parecen, pues, tener su explicación en el síndrome, pero son, al mismo tiempo síntoma. Porque lo que revelan las protestas son aspectos sociales muy preocupantes. Según algunos analistas, no están motivadas por una genuina preocupación sobre las vidas árabes o musulmanas. Si así fuera, no sería Israel el centro único de atención, sino que las miradas se volverían a Siria, Irán, Arabia Saudita, etc… Esto está evidenciado por el alto número de personas del movimiento LGTB que apoyan a Palestina… ¿sabiendo o no que el papel de la mujer y la mirada sobre la homosexualidad de Palestina no encajan bien con la ideología de género LGTB? Y más evidenciado recientemente en España con la recepción diplomática de representantes de varios países que tienen en sus legislaciones condenas a muerte de homosexuales y que no respetan los derechos de la mujer. No hay, realmente, una coherencia de ideas o valores; simplemente hay un odio inculcado, que no razonado, a Israel y a todo lo judío.
En Estados Unidos, según los últimos censos, hay cerca de 10 millones (de los que así se declaran) de judíos. Solamente unos 2 millones de musulmanes. Irónicamente, por tanto, en las filas de estos militantes hay muchos americanos de origen judío, y personas que gozan de los mayores privilegios que ofrece América. Y por eso, para muchos jóvenes americanos judíos, como para el profesorado judío en las universidades, el posicionamiento contra Israel indica una progresiva pérdida de identidad.
Carl Trueman, profesor de Grove City, en Pensilvania, asegura: “Cuando uno se da cuenta de la locura de algunas de las protestas, queda claro que, a pesar de todas las palabras, estas personas no comparten una visión común de lo que significa ser humano. Lo que los une no es preocupación por las vidas humanas o respeto por la cultura islámica. Están unidos en el deseo de destruir… No existe una visión moral compartida. Solo hay un deseo de destruir. Solo hay consenso en el odio a los judíos, de Israel, de América…”.
Por supuesto que nadie está a favor de la guerra en sí misma y que todo ser humano anhela la paz. Y nadie en su sano juicio aseguraría que los palestinos no tienen derecho a una ciudadanía o celebraría las muertes de civiles, de niños y mujeres. Y ciertamente el gobierno Israelita tiene mucho de criticable. Seguramente habrá muchos estudiantes que protesten con razones fuertes y sólidas. Pero también es verdad que hay estudiantes que protestan porque es divertido, porque todos lo hacen, y porque hace salir de la rutina e incorpora a un grupo de presión, sin saber apenas por qué se está protestando. Así, la consigna que se grita: “Del río hasta el mar”, parece algo hueca –y extremadamente peligrosa– en boca de quienes no saben de qué río o de qué mar están hablando y la decisión destructora de todo Israel que se esconde detrás de las palabras. Es decir, no es solo la justa causa de que los palestinos puedan ser libres y vivir en paz, sino que se aniquile totalmente a Israel. Gran parte de los manifestantes no se han dado cuenta de eso, o no lo quieren ver. O, lo que sería peor, lo desean así. Es, ciertamente, lo que desea Hamas, que no admite ninguna otra solución que un único estado palestino, con la aniquilación total del estado de Israel. Y es el mismo Hamas quien ha estado usando al pueblo palestino como escudos humanos. Con lo que, la excusa de que se quiere, y se piensa viable, la solución de dos estados queda, en cierto modo, anulada.
La Yihad Islámica no es precisamente pacifista y tiene, en su carta fundacional “el compromiso de que Palestina—desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)—es una tierra árabe islámica que tiene legalmente prohibido abandonar cualquier centímetro de ella, y la presencia israelí en Palestina es una existencia nula, que tiene prohibido por ley reconocerla”.
¿Qué pasa con las universidades?
No es noticia que las principales universidades americanas (especialmente las de élite ubicadas principalmente en las dos costas) llevan bastante tiempo fomentando el pensamiento autodenominado progresista. Y tal pensamiento resulta bastante ajeno a las zonas más rurales del centro del país, que tienden a ser mucho más conservadoras. Es decir, que sufren también el síndrome, que no es solo el pacifismo fundamentalista, sino también todo el otro complejo de ideas y tendencias que se están asumiendo casi sin crítica. Pero es posible que las alarmas se desaten ante la implicación antisemita que tal progresismo parece denotar en estas manifestaciones. Gran parte del mundo intelectual, cultural, social y económico estadounidense es judío y su influencia en la economía y la política es de sobra conocida. La cuestión del antisemitismo es importante especialmente en universidades que han incluido en sus políticas el luchar contra el prejuicio y la discriminación y que están obligados bajo ley federal a facilitar el acceso a la educación de todos los estudiantes. Entonces, se preguntan algunos, cómo conciliar el diálogo, la libertad de expresión y el control de gritos que animan al terrorismo de Hamas. ¿Cómo se concilian las protestas con los derechos de algunos estudiantes judíos que se sienten amenazados, o los críticos que dicen que los sentimientos no son hechos?
Los que protestan creen, con razón, que las causas injustas no se deben permitir. Pero las universidades que reciben fondos federales están obligadas a asegurar que todos los estudiantes tienen acceso a la educación. Y en los tiempos recientes, ese derecho a protestar causas percibidas como injustas parecen estar en contra de los derechos de algunos estudiantes que no han podido asistir a sus propias graduaciones, o a quienes se les han cancelado clases necesarias para completar sus estudios.
¿Cómo afectará todo esto a las elecciones?
En 2020, la comunidad judía en Estados Unidos votó abrumadoramente demócrata, a pesar de los esfuerzos de Trump por declarar su apoyo a Israel y el cambio de la embajada americana a Jerusalén desde Tel Aviv. Algunos han visto en el movimiento pacifista algo electoralista ante las próximas elecciones de noviembre. Los progresistas, entre los que se encuentra gran parte de la población estudiantil de las protestas, votarían a Biden. Pero eso ya no está tan claro ya que quienes protestan no parecen decantarse por uno de los candidatos. Está claro que no aprueban las políticas de Biden que ha tímidamente recomendado a Netanyahu que limite o cese los ataques sobre Hamas, pero que también justifica las últimas incursiones en Rafah. Más del 80% de los jóvenes desaprueban el modo en que Biden está manejando el conflicto. Y encuesta tras encuesta, Biden parece estar perdiendo el apoyo entre los más jóvenes, el mismo grupo que lo llevó a la victoria hace cuatro años.
En 2020, Biden ganó el voto de los jóvenes entre los 18 y 29 años por 24 puntos. Ahora, algunas encuestas sugieren que el voto está igualmente dividido. Si Biden está perdiendo el apoyo de los jóvenes, se podría concluir que Gaza es la razón de la falta de apoyo. Por su parte, también curiosamente, los musulmanes, cuyos valores religiosos están en abierta contradicción con el pensamiento woke, en las últimas elecciones votaron por Biden. Ahora es más dudoso que, ante el conflicto de Gaza repitan esa intención.
E incluso si el voto no se basa en el propio conflicto, para algunas personas el caos, la falta de claridad, la ambivalencia en los actuales conflictos internacionales podría contribuir a la impresión de que Biden ha perdido el control de los asuntos exteriores y de la política internacional. Quizá en los pocos meses que faltan eso podría revertirse, pero es bastante improbable, sobre todo porque Natanyahu acaba de avisar de que la guerra en Gaza podría prolongarse hasta el año 2025, aunque esté abierto a negociar un alto el fuego y el regreso de los rehenes. Además, si se añade la situación de la economía, que según Biden va muy bien, pero que se enfrenta a una alta tasa de inflación y paro, la prospectiva de que el voto joven cambie parece algo lejana.
No hay duda de que el conflicto y las controversias anejas seguirán afectando a la política de Estados Unidos. Y no hay duda de que las cuestiones morales deben ser tenidas en cuenta, no solo por los estudiantes, sino por la población en general. Y que estos asuntos morales, si se tienen en cuenta, podrían llevar a un replanteamiento de muchas posturas más allá de las elecciones. Pero de momento, no parece que vayan a darse muchos cambios en los distintos grupos demográficos del electorado.
En cualquier caso, está claro que las ideologías ya no tienen las claras líneas de distinción que tenían en el pasado y que el síndrome (no sólo el del pacifismo fundamentalista, sino el del nihilismo de toda la sociedad), traspasa todos las categorías y contribuye a un mundo cada vez más confuso y vacío de pensamiento, como lo demuestra, entre otros, el síntoma de las protestas universitarias.
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