En 2024 se cumple el centenario de la muerte de uno de los escritores más importantes y más influyentes del siglo XX, un escritor que inspiró a autores como Jorge Luis Borges, Albert Camus, Thomas Mann y Samuel Beckett. El inspirador de este grupo de creadores de ficción, Franz Kafka, murió en 1924 a los 41 años de edad.
Kafka nació en Praga en el año 1883. En aquel momento histórico, Praga, igual que el resto de lo que hoy en día se llama la república checa, perteneció al enorme imperio Austrohúngaro. Kafka vivió en el casco antiguo, una zona cuya compleja red de calles nos recuerdan sus ficciones laberínticas. La mitad de la población en esta zona de Praga era, igual que Kafka, judía, y de habla alemana.
Rodeado por una mayoría de cristianos que hablaban el idioma checo, el judío Kafka, que habló y escribió en alemán, se sintió doblemente marginado en la sociedad de Praga donde vivió. Despreciado y criticado constantemente por su padre autoritario, Kafka tampoco se sintió entendido ni cómodo dentro de su propia familia. La vida amorosa de Kafka era una historia de fracasos repetidos, aunque, en sus últimos momentos, estuvo acompañado por una amiga leal que le cuidó en el sanatorio donde, al final, murió.
Doctorado en derecho, una asignatura que no le interesó pero que estudió debido a la insistencia de su socialmente ambicioso padre, que pensó que ser abogado le confería un estatus social importante. Kafka trabajaba en una aseguradora durante el día y, durante la noche, se dedicó a su pasión, la literatura.
Según el experto en Kafka, Jeremy Adler, una de las consecuencias del trabajo en la compañía de seguros era que Kafka entró en contacto con “la industrialización, la mecanización y la burocracia”. Esta experiencia laboral resultó muy frustrante para un joven que, desde una temprana edad, estuvo empeñado en ser escritor: “El trabajo me resulta insoportable porque choca con mi único deseo y vocación, que es la literatura. Puesto que existo solamente para ella, mi trabajo nunca me puede interesar”.
Al considerar todos estos datos, quizás no es sorprendente que sus escritos estén empapados de un ambiente de alienación y frustración. Sin embargo, sería un error reduccionista atribuir este ambiente, un ambiente que ha generado el neologismo kafkiano, a los datos biográficos o a su carácter neurótico y temeroso. La complejidad y el misterio de las obras de Kafka permiten una variedad de interpretaciones, incluyendo interpretaciones psicoanalíticas, marxistas, teológicas y otras basadas en la vida personal de Kafka o la experiencia judía del siglo XX.
Durante su breve vida, se publicaron solo obras relativamente menores. Debemos la posibilidad de leer sus novelas grandes, America, El Proceso y El Castillo, a su íntimo amigo Max Brod, que ignoró la petición de Kafka de quemar sus obras después de su muerte.
Sin los esfuerzos de Brod es poco probable que la reputación literaria de Kafka se hubiera extendido más allá del selecto grupo de intelectuales que valoró sus obras durante su vida. Su fama póstuma ha sido comparada con la de Shakespeare. Hoy en día, nadie duda de su estatus como uno de los gigantes de la literatura mundial.
La ficción de Kafka posee la calidad inquietante y perturbadora que, según su autor, cualquier literatura que merece la pena leer debería poseer: “Si la literatura que leemos no nos despierta, ¿por qué leerla? Una obra de literatura debe ser como un hacha que rompe el mar helado que llevamos dentro”.
¿Por qué el título de este artículo? ¿Se puede comparar a Kafka con Jeremías, el profeta hebreo que vaticinó un futuro desastroso para su pueblo? La sensibilidad de grandes escritores a veces les permite detectar tendencias de las que los demás mortales no somos conscientes, dotándoles de una habilidad de intuir el futuro. Poetas de la época romántica como Shelley reclamaron su rol de visionarios, hablando de los poetas como “espejos de las sombras gigantescas que el futuro arroja sobre el presente”.
Según el escritor y pensador Walter Benjamin, “la obra de Kafka es una obra profética”. El dramaturgo alemán, Bertold Brecht, también pensó que Kafka poseyó el don de la profecía: “Con el poder maravilloso de la imaginación, Kafka describió los futuros campos de concentración… y el futuro absolutismo del aparato del estado”. La pensadora judía alemana Hannah Arendt experimentó en su propia carne el mundo de pesadilla escrito por Kafka: “El lector de las historias de Kafka, muy probablemente, pasará por una fase en la que estará inclinado a pensar que el mundo de pesadilla de Kafka es una predicción de un mundo por venir, trivial, aunque quizá psicológicamente interesante. Pero este mundo de hecho ha sucedido. La generación de los años 40, y especialmente aquellos que tenemos la dudosa ventaja de haber vivido en el más terrible régimen que la historia ha producido hasta ahora, sabemos que el terror de Kafka representa adecuadamente la verdadera naturaleza de esa cosa llamada burocracia –la sustitución del gobierno por la administración y de las leyes por decretos arbitrarios–. Nosotros sabemos que la construcción de Kafka no era una mera pesadilla”.
Para Primo Levi, el superviviente de campos de concentración Nazi, las primeras palabras del inicio de la novela El Proceso, que hablaron de “un arresto no previsto y no justificado”, le recordaron su propio arresto por los Nazis. El mismo Kafka estaba convencido de su capacidad profética: “El futuro ya está dentro de mí. Lo único que va a cambiar es que las heridas ocultas se harán visibles”.
La novela corta La Metamorfosis empieza con la siguiente frase inolvidable: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. Este relato, como tantas obras de Kafka, puede ser interpretado en múltiples niveles y de múltiples maneras. Teniendo en cuenta la dolorosa relación que el extremadamente sensible Kafka tuvo con su despótico padre, una relación descrita en su famosa Carta al Padre –carta que el escritor no tuvo suficiente valentía para enviarla– se puede interpretar La Metamorfosis como una alegoría de un joven despreciado y finalmente expulsado por su propia familia. Pero también se puede interpretar este relato a la luz de la terrible experiencia de los judíos, que fueron descritos por los Nazis como insectos. Trágicamente, las tres hermanas de Kafka fueron asesinados por los nazis en el Holocausto.
El arresto arbitrario sin explicación alguna del protagonista de la novela El Proceso y su ejecución sin justificación recordaron a los lectores de los años de la Guerra Fría de los juicios absurdos de la era de Stalin en la Unión Soviética.
Pero la relevancia de las obras de Kafka no se restringe a las épocas anteriores totalitarias como la era nazi o la comunista, si no nos identificamos con ellas en el día de hoy. Vivimos en sociedades altamente burocratizadas en las cuales la intervención de los gobiernos en nuestras vidas diarias es cada vez más asfixiante. Vivimos rodeados por cámaras de vigilancia en las grandes urbes y estamos constantemente espiados a través de nuestros ordenadores y teléfonos móviles por unos poderes anónimos e invisibles.
Algunos de nosotros trabajamos en empresas multinacionales, empresas impersonales, y, a veces, inhumanas, y todos, al tener que hacer algunos trámites burocráticos, hemos tenido la experiencia de perdernos en una interminable red de obstáculos absurdos. Por todo eso, la literatura de Franz Kafka nos habla directamente y elocuentemente de nuestras propias experiencias actuales.
El fin de Kafka fue triste. Pasó sus últimos días en un sanatorio cerca de Viena, sufriendo dolores terribles como consecuencia de una tuberculosis que afectó su laringe, dolores que al final no le dejaron tragar ni su propia saliva. Como ordenó a Max Brod quemar las obras que, al momento de su muerte, eran inconclusas, no podría haber imaginado que, años después de estar enterrado en el nuevo cementerio judío de Praga, su ambición de ser un escritor relevante e importante se conseguiría. La literatura puede servir para muchas cosas, desde el mero entretenimiento a la capacidad de estimular el pensamiento y de cambiar vidas. La literatura de Kafka pertenece a la categoría de literatura que nos impacta en nuestro ser más íntimo y que estimula un pensamiento profundo sobre los misterios y el sentido de la vida.
Leer las obras de Franz Kafka nos hace conscientes de las fuerzas impersonales que pueden amenazar la dignidad y libertad humanas en cualquier época histórica, fuerzas negativas que tenemos el deber moral de resistir. Por eso, su literatura, como la de Shakespeare, Cervantes o Dostoevsky, jamás perderá su relevancia, e incluso es más importante que nunca en un mundo cada vez más kafkiano.
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