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LA ANTÁRTIDA. LA ÚLTIMA GRAN AVENTURA

Hace dos meses Rusia encontró en la Antártida la mayor reserva de petróleo del mundo, el equivalente a 511.000 millones de barriles. Ningún país tiene tantos almacenados. El hallazgo supone un nuevo desafío para este continente preservado para la ciencia y la paz por un Tratado que muchos se temen Rusia podría incumplir. China le seguiría y después cada uno de los estados que reclaman su porción de la tarta antártica. En el año 2001 tuve el privilegio de viajar, enviada por Informe Semanal, a bordo del buque oceanográfico español Hespérides a este laboratorio natural, único en el mundo, un archivo todavía inmaculado que guarda las claves de nuestro pasado geológico, de la evolución de la vida, de los cambios climáticos sufridos por la Tierra y que es el termostato de nuestro Planeta. El sueño de cualquier científico.  El sueño, también, de cualquier multinacional: además de petróleo bajo el hielo del Polo Sur hay gas, oro, hierro, carbón…

“He visto el amanecer más bello de mi vida. Si el mundo termina en Ushuaia, como asegura el certificado que allí me dieron, (“ha visitado usted el fin del mundo”), debe de haber sido un amanecer de otro mundo. El mundo del hielo. Imaginaos: un océano mitológico, embravecido, primitivo e indomable, gris espeso. Un cielo abrumador y mentiroso, de un azul tan limpio que te tima en las distancias y te hace creer que todo está al alcance de tu mano, cuando nada es alcanzable. Islas blancas amenazantes y hermosas, muy hermosas, cubiertas por un manto helado que puede tener miles de años”.

Así describí el 20 de febrero de 2001 en mi cuaderno de bitácora, mi entrada en la Antártida por el Pórtico de la Gloria de ese continente: el Estrecho de Guerlache. Una sobredosis de belleza, de “dorados, esmeraldas, añil, naranjas, rojos, grises… mientras asoma un sol abrasador incapaz de derretir la blancura milenaria”.  Escoltados por los témpanos, entre glaciares que precipitan su nieve a las aguas descongeladas por el verano austral, navegábamos a bordo del Hésperides por el canal de Neumayer. Atrás quedaba el paralelo 60 Sur, en el que comienza el Océano Antártico, auténtico candado de este Continente: hasta las corrientes marinas cambian ahí su dirección para que ni el mundo acuático pueda entrar a esta Tierra remota, desconocida, incierta, como la llamó Ptolomeo.

Cuando el geógrafo griego dibujó la Terra Australis Incognita en su mapamundi ni siquiera tenía certeza de que hubiera tal continente. Pero pensaba que debía existir para equilibrar la balanza con las tierras conocidas del norte. Y lo incierto, un día, se hizo realidad. Una realidad fascinante y extraña…. Infierno para unos. Paraíso para otros. Fue un simple marino mercante inglés, William Smith quien el 17 de octubre de 1819 se convirtió en su descubridor oficial. Muchos otros, antes, se habían tropezado con sus hielos, nieblas y ventiscas. Incluso se cuenta que fueron navegantes españoles los primeros en pisar el continente blanco y que ese privilegio de haber llegado primero le corresponde a la tripulación de un buque de guerra español, el San Telmo, que un mes antes del descubrimiento oficial, en septiembre de 1819, naufragó en el nuevo continente. Pero la historia de aquellos hombres sigue envuelta en su propia leyenda y el capitán Smith, que vio los restos de aquel naufragio, se quedó con la gloria.

La noticia sobre las tierras rebosantes de fauna marina se propagó por todo el mundo y los cazadores de focas y ballenas escribieron la primera página de la historia antártica. Los intereses comerciales les empujaron a explorar la nueva tierra en condiciones terribles. Sus nombres bautizaron los primeros mares, estrechos, bahías, cabos, de este desierto helado. Porque la Antártida es un enorme desierto, mayor que Europa, cubierto de hielo. El peso de ese hielo es tan gigantesco que ha deformado el propio planeta y así la Tierra está más achatada por el Polo Sur. Es el lugar más frío del mundo. Ha llegado a registrar los 89 grados bajo cero. Por ella, circulan vientos que pueden alcanzar los 300 kilómetros por hora. Y aunque posee el 70 por ciento del agua dulce mundial, también es el lugar más seco: tiene un régimen de lluvias inferior al del desierto del Sáhara.

Es un continente desolado. El círculo de hielo que Dante situó en su Infierno bajo el círculo de fuego. La peor tortura de los condenados. Los nombres de algunos de sus accidentes geográficos representan un mero apunte de lo que allí se puede encontrar. Bahía del Terror, Puerto de la Muerte, Bahía Inútil, Isla Desolación, Isla del Engaño, Bahía Falsa….Pero también es fascinante. Una tierra para los últimos aventureros.

A principios del siglo XX el descubrimiento del Polo Sur se convirtió en una auténtica búsqueda del santo grial.  Diferentes expediciones se aventuraron en la inmensidad de esa terrible blancura. El noruego Roald Amundsen y el británico Robert Scott compitieron en una carrera a vida o muerte por conquistarlo. Lo consiguió Amundsen el 14 de diciembre de 1911. “Sueño de mis días, adiós”, escribió Scott cuando vio plantada en el Polo Sur la bandera de los noruegos. En su regreso, murió de hambre y frio.

El tercer gran héroe antártico fue Ernest Shackleton. Su reto, cruzar el continente blanco de mar a mar. La distancia a recorrer, a pie, era de 2.000 kilómetros, la mitad inexplorados. Ni siquiera llegó a pisar tierra firme. Su barco, el Endurance, se hundió atrapado entre los hielos. Shackleton decidió rescatar todo lo que fuera posible, entre otras cosas la cámara de cine y las películas Kodak que inmortalizaron la odisea. Navegaron sobre témpanos a la deriva y dos años después llegaron a una estación ballenera. “Lo he conseguido” —escribió en su diario el explorador— “no he perdido ni una vida, aunque hemos pasado por el infierno”.

La capa de hielo antártica encierra buena parte de la historia de nuestro Planeta. Es el único lugar donde podemos ver cómo era la Tierra en la época de las glaciaciones.  Las tormentas que soplan bajo sus cumbres de hielo regulan el clima terrestre. Posee volcanes en activo, lagos de lava inmensos, peces milenarios, bacterias que podrían explicar el porqué de la vida, una riquísima fauna de focas, aves, ballenas, peces…. En su suelo se han descubierto decenas de meteoritos, entre ellos el que podría demostrar si hay vida en Marte. Un tesoro científico que ha conseguido salvar este continente de la codicia. Por el bien de la cooperación mundial en 1959 se firmó el Tratado de la Antártida que dejó en suspenso las reclamaciones territoriales de Rusia, Australia, Francia, Argentina, Brasil, Reino Unido, Noruega, Chile, entre otros países. Pero no suspendió la explotación de los recursos minerales y petrolíferos. Los veinte países firmantes del tratado daban por hecho el inicio de esa actividad y solo se discutía cómo y cuándo empezarla. Se reconocía que existía un riesgo real de contaminación, pero se consideraba que era un riesgo aceptable a cambio de esa riqueza. En 1961 Estados Unidos llegó a instalar una central nuclear.

Los esfuerzos de los científicos y de los ecologistas consiguieron que en 1991 se firmase en Madrid un protocolo complemento del Tratado que designa a la Antártida como “una reserva natural dedicada a actividades favorables a Ciencia y Paz” y que pone en marcha una moratoria para su explotación durante 50 años. Además, establece reglas muy detalladas y obligatorias que deben aplicarse a todas las actividades humanas en el continente. Nada ni nadie puede contaminar esta frágil tierra. Sin los científicos las reclamaciones, rivalidades y enfrentamientos hubieran convertido la Antártida en un mosaico de colonias similar al africano a principios del siglo XX. No es difícil imaginar cómo se hubieran lanzado sobre él las grandes compañías petroleras si el protocolo de Madrid no las hubiese frenado.

La Antártida posee la población más culta del mundo. Científicos de más de treinta países soportan las durísimas condiciones físicas y psicológicas de ese continente para investigar biología, meteorología, sismología, vulcanología, magnetismo, la historia de la tierra o los fondos marinos…. Se han instalado más de cien bases, la mitad de las cuales funcionan de manera permanente. Incluso en una de las Islas Shetland del Sur, en la isla Rey Jorge, hay una “ciudad”, Villa las Estrellas, que constituye el primer ensayo de población humana en esa Tierra deshabitada. Ya tiene medio centenar de habitantes y en ella nació el primer bebé antártico, en 1984.

España es uno de los países que tiene el privilegio de poseer bases científicas en la Antártida. Nuestro país que se adhirió al Tratado en 1982, posee dos bases, una del CSIC, en Isla Livingston (Juan Carlos I) y otra militar, en Isla Decepción (Gabriel de Castilla), apoyadas por el buque oceanográfico Hespérides. En ninguna de las dos, la actividad es permanente y solo están habitadas durante el verano austral (entre noviembre y marzo).  En la campaña de este año, la XXVIII, han participado más de 200 personas y se han realizado 30 proyectos científicos con resultados excelentes. Entre ellos destaca el haber conseguido electricidad del suelo antártico para alimentar sensores que vigilen volcanes, el hallazgo de microorganismos que sobreviven a condiciones ambientales similares a las de Marte, el estudio de las diatomeas, unas algas unicelulares que son fuente de oxígeno.

La Antártida, coinciden los investigadores, es “un farde” para La Ciencia. Es la memoria de la Tierra. Es el termostato de nuestro Planeta. Es la respuesta a retos como el cambio climático o problemas de salud. Son muchos sus secretos y muchos sus tesoros ocultos. Un continente para la Paz que la codicia podría convertir en pretexto para la guerra. Para quien ha estado allí es un sentimiento a flor de piel. Como me dijo un viejo antártico, un aventurero que pasa sus inviernos entre estos hielos, “la Antártida es como una novia muy fea. Todo el mundo te pregunta, ¿pero que le ves? Y tú lo único que sabes es que no puedes dejar de quererla”.

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