Elena Laura es una pintora de Granada que recientemente expuso su obra Compasión en el espacio O_Lumen, de Madrid. La persona simpática, nerviosa y expresiva, parece tener mucho que ver con la parte de la pasión del título. Nos recibe en el propio espacio de la exposición, con una amplia sonrisa.
Carmen Fernández Aguinaco: Una pregunta obligada y rutinaria, ¿cuándo y por qué empezaste a pintar?
Elena Laura: No creo que tuviera diez años, pero sería por ahí cuando un profesor del colegio se fijó en mi trabajo y les dijo a mis padres que yo “apuntaba maneras” y que era mejor que hicieran algo conmigo. Mis padres me enviaron a una escuela de arte y desde entonces estoy pintando. No sé cuando pararé. Lo llevo en mi esencia. Si no pinto, no soy. No es un trabajo, sino un modo de vivir. Esto es una pasión. Mi pasión.
C.F. A.: Pasión, dices. El título de la exposición es Com-pasión. Se trata de compasión o de con pasión?
E.L.: Creo que las dos cosas. Por un lado, es con pasión porque yo siento las cosas con mucha fuerza y a la hora de pintar también. Es con pasión, porque hago trazos enérgicos y luego voy cambiando. Pintar con pasión y vivir con pasión genera compasión. Creo que es muy humano. Todo nace, según reflexiono, porque en nuestra sociedad se mira mucho, pero no se contempla.
Hay personas que pueden venir a esta exposición y mirar y recorrerla en cinco minutos. Contemplar es otra cosa; no quiere decir que te tenga que gustar todo lo que ves, pero si contemplas, ves algo que te ha dicho algo a ti. Eso pasa con la vida en general. Por ejemplo, vamos a la calle y vemos a un pobre ahí tendido. Si los miramos, incluso podemos tener un gesto de bondad como darles una moneda. Pero eso, no es suficiente. Porque contemplar es bajarse a su altura y preguntar, interesarse por su vida. ¿Cómo te sientes? ¿Por qué estás ahí? Aunque des la moneda, ya has dado un paso más. Y contemplar directamente nos lleva a la compasión.
C.F. A.: Pero el título Com-pasión podría sugerirle a algunos algo dramático, trágico, de pena. Pero eso no es lo que se trasluce en esta exposición. No parece que vaya de eso.
E.L.: No. Efectivamente no era eso lo que buscaba. Por ahí hay un par de cuadros, que no son parte de la serie, de tema africano. Pero no dan ninguna pena tampoco. He puesto a un padre con su hijo. Y está contento. Ciertamente, el estereotipo es que es la mujer africana la que lleva todo el peso. Pero, ¡por favor! También habrá padres buenos, ¿no?.
Es que la compasión para mí no es algo trágico ni de pena. La compasión para mí es ponerte en el lugar del otro. Acercarte, encontrarte, compartir. No es pena. El otro, bastante pena tiene como para animarle a llorar más. Hay que ver la luz en las cosas. Se trata de pararse, entrar en la piel del otro. Muchas cosas de las que vivo tienen ese sentido de compasión, porque te paras, contemplas, comprendes. Es una compasión de sentir con alguien.
C.F. A.: Entonces es lo que dice Antonio Praena en el catálogo de la exposición sobre escuchar. Pero también, en la primera página del catálogo dice Ramón Eder: “Sin compasión no hay cordura. Pero tú a veces dices de ti misma que estás muy loca… ¿cuerda o loca? O se trata de una locura-cordura distinta?
E.L.: Si, estoy loca y cuerda. Esto es lo más humano y lo más natural del mundo. Yo puedo ser un desastre para muchas cosas en la vida diaria; se me puede olvidar cocinar, a veces me cuesta trabajo lidiar con los pequeños detalles de la vida, porque no me acuerdo de cosas. Pero la compasión trata precisamente de un diálogo, y de encontrar un dialogador que te entienda. Cordura tiene su raíz en cor, corazón. Se trata de mirar con el corazón. A la entrada hay un cuadro que es entradas y salidas. Se entra y se sale de lo cotidiano, de la vida y de la pasión. Ese cuadro es precisamente eso: un entrar y salir de tu mundo y entrar y salir del del otro.
C.F. A.: Y, sin embargo, son precisamente las cosas más pequeñas, las cotidianas, las que hacen su aparición en todos los cuadros y toman un especial protagonismo…
E.L.: Sí, porque la contemplación es eso. La gente hoy día mira mucho: teléfonos, redes sociales… pero pararte a mirar es contemplar. Y eso ya no se estila. Es como si fuera algo del siglo pasado. El contemplar genera amor. Si te paras, en las cosas pequeñas de cada día, contemplas, y entonces te enamoras.
C.F. A.: Bueno; eso es escuchar por dentro. Porque no es solo el oído, o la vista o el color. Son todos los sentidos.
E.L.: Ah, claro, hay que usar todos los sentidos para poder contemplar. No se pueden hacer compartimentos estancos. Tenemos los sentidos para algo, ¿no?
C.F. A.: Para ti, mucho es la palabra. La poesía.
E.L.: Ah, sí. Para mí la poesía es importantísima. Pero en un momento dado me doy cuenta de que la poesía no solamente me da más felicidad, sino que me hace más persona, más equilibrada. En un mal día, leo un poema completo y me siento distinta. Es que entiendes un poco mejor a los demás.
C.F. A.: Y ¿qué va primero, la poesía o la pintura? Es decir, ¿es la poesía inspiración para pintar, o se crea el poema ante la pintura?
E.L.: En esta serie, en todas menos en una pintura nació primero el poema, que fue inspiración para la pintura. En este otro concreto, el de la bola de oro, fue al revés. Yo había hecho la pintura y luego encontré un poema que expresaba totalmente lo que yo quería decir. Es un privilegio amanecer, despertar cada día y decir: estoy viva. Luego puede pasar cualquier cosa. Algo oscuro puede ir tirando de la luz y tratar de deshilacharlo. Pero lo que tenemos que tener en cuenta es que llevamos dentro esa bola de oro, la vida, un privilegio. Hay que mantener la luz y ser conscientes de que, aunque llegue la noche, tenemos que vivir otro día. Con esa idea hice la pintura y luego me encontré este poema con esta frase tan explícita y clara: abrazamos el oro del día. Me di cuenta de que estábamos en la misma onda.
C.F. A.: ¿Está la colección diseñada así o es parte de otra colección?
E.L.: Los cuadros grandes son de una colección de versos, de los que hay más que no están aquí expuestos. Pero luego, al revisar otros, vi que en realidad lo que quiero expresar es la compasión.
Cada uno de los cuadros representa un momento en que me enamoro de la vida, y eso me lleva al taller. Cuando estoy en el taller me relajo y de pronto siento algo y lo quiero contar. Hay muchas cosas malas en el mundo, mucha maldad y mucha fealdad. Pero a nosotros nos toca pararnos, contemplar y amar. Estamos aquí por algo. Y el bien siempre triunfa sobre el mal. Somos quizá un puntito perdido en el espacio, pero es un punto de luz.
Todos los cuadros grandes son parte de una serie. Los de los laterales son otra serie distinta que pertenece a la época de la COVID. Fueron dos años tristes, grises, pero, a la vez, también hay que dar gracias a la vida, gracias a Dios porque tenemos tanto. Yo fui afortunada porque tenía un patio, un estudio, y estaba confinada como siempre lo estoy, en mi trabajo. Pero me doy cuenta de todo el sufrimiento que causó este momento. Y a la vez, había muchos momentos de luz.
C.F. A.: ¿Hay un proceso interno en la creación que juega con elementos muy realistas y otros muy abstractos? ¿Cómo es?
E.L.: Es parte de mi propia persona. A veces, el afán es que empiezo muy realistamente. De hecho, hago trazos que parecen muy abstractos, pero luego el conjunto final puede ser muy realista, depende desde donde se mire. Paseo mucho. Hago trazos, a veces sin pensar, y luego me voy lejos a ver qué se ve. Por ejemplo, aquellas manos. De lejos son muy realistas. Si te acercas mucho, ya no se ven más que líneas y manchas. Dejo que el ojo de quien lo ve lo termine. Que quien lo mire participe del cuadro también y vea cosas que quizá ni siquiera yo misma vea.
C.F. A.: O sea, ¿es un realismo abstracto? ¿Pretende contar algo?
E.L.: Ahora estoy muy a gusto en esto de contar historias. Hay gente que dice que los cuadros no se cuentan, pero yo siempre cuento algo. Hay historias en los cuadros. Yo quiero contar muchas cosas. Quiero compartir el relato, aparte del puro poema. Aparte del poema, quiero expresar mi propia experiencia. Y quiero que el espectador descubra la suya.
C.F. A.: Por ejemplo, las salamanquesas, ¿Qué tienen que ver las salamanquesas con la compasión? ¿Qué historia cuenta?
E.L.: Pues el autor del poema está hablando de su pena por perder a su chica, y la toma con las salamanquesas que encuentra en casa, y habla con ellas.
Así hacemos todos a veces, que la tomamos con quien no tiene nada que ver en el asunto. Habla con ellas, rompe las fotos y ahí se da cuenta de que todavía la quiere. Me dio mucha ternura, porque es algo tan humano…
C.F. A.: Además de las pinturas con poemas, está toda la serie del COVID. ¿Qué cuentan?
E.L.: Es una serie que cuenta mi experiencia en los dos años de COVID. Los cuadros hablan de barreras, de aislamiento y de oscuridad, del dolor al que nos enfrentábamos, y de las rendijas de luz, de apertura que fuimos encontrando.
Cuentan la luz que se fue abriendo paso a través, y a pesar de todo eso. Cuentan la historia de esperanza del espíritu humano. No se puede negar el dolor, pero tenemos que encontrar las razones de la esperanza.
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