Una necesidad humana tan básica como intrínseca ha sido buscar la privacidad, la intimidad y la defensa, y por ello cuando el hombre salió de la caverna comenzó a construir casi de manera natural una variedad de muros. Muros simples de tierra y paja, de piedras y arcillas que luego se fueron perfeccionando, más jamás abandonando la vida humana. Si mirásemos al planeta Tierra desde lo alto veríamos que éste se constituye de una trama, de nervaduras que son múltiples y variados muros. Primero muros naturales como rocas, acantilados, ríos, montañas, desfiladeros. El ser humano solo ha copiado esa forma natural de dividir, de encerrar, de delimitar, de distanciar. Desde esa reinterpretación de la geografía el ser humano ha construido muros que han escrito nuestra historia, muros testigos de cada cultura.
Muros existen desde la antigüedad, el ser humano requirió construirlos de diversos materiales, de diversos tamaños, según fuese cada comunidad humana, siempre con la idea y la necesidad de organizar el espacio, delimitar el territorio y defenderlo, crear intimidad y privacidad, dividir las funciones y separar las clases sociales. Podríamos decir entonces que antes del muro material lo que constituye un muro es la idea. Sí, pues si la idea es dividir, el muro será más firme, si la idea es dejar pasar la luz el muro será más ligero, si la idea es defender el muro será más alto y si la idea es contener a un grupo de cabras será más bajo y curvo. Así habrá tantos tipos de muros como ideas existan. El ser humano se ha especializado en construir muros, para cada nuevo conflicto, para cada nueva batalla nace una respuesta basada en un muro.
Hay muros famosos y hay muros que son la imagen de la vergüenza. Hasta hace no tantos años un enorme muro de bloques de concreto habitaba a sus anchas en la ciudad alemana de Berlín. La materialidad del muro de alguna manera respondía a la idea que éste debía durar eternamente, pues aquella división entre alemanes había llegado para quedarse. Más hubo un día que aquello se vino abajo. Cayendo el muro se cayeron junto a él un sistema social dividido, un sistema político dividido y un sistema económico dividido. La caída del muro de Berlín tiró abajo la vergüenza más también trajo consigo un sinnúmero de problemas, que al igual que los trozos de concreto esparcidos por doquier dejaron unos vestigios y unos recuerdos tan pesados como culposos. Cuando el muro deja de ser aquel límite necesario de privacidad e intimidad, puede llegar a crecer con una arrogancia alarmante, tan destructiva como violenta, tan clasista como sectaria.
Los seres humanos vuelven una y otra vez a los muros de la vergüenza, para detener la oleada de migrantes, para dividir a Israel de Palestina, para detener a los mexicanos en sus ansias de llegar a EE.UU. y probar una mejor vida. El muro es una idea humana recurrente como solución a los problemas sociales. El ser humano no sabe vivir sin muros, quizás ello proviene de nuestra propia manera de habitar el cuerpo, nuestra piel es un muro que contiene a órganos, sangre, fluídos y complejos sistemas que nos permiten habitar la vida. Nuestro cerebro posee un muro más firme y es que al parecer nuestro pensamiento, nuestras ideas son aquellas que requieren de una mayor defensa de mayor firmeza y menor permeabilidad. Ese muro que protege nuestro cerebro, a su vez es un muro que nos defiende de ideas foráneas y pensamientos invasores. Igual que lo hace el muro de nuestro cerebro hemos defendido nuestras culturas y civilizaciones, con muros firmes. La verdad es que nada seríamos, nada existiría si no fuésemos una sociedad poblada por los muros.
En nuestra memoria y también en nuestra identidad existen muros famosos, tan famosos como el muro de Berlín. Sin duda un gran muro es la gran Muralla China, el muro más grande del mundo, de 7.000 kilómetros cuyo objetivo era que los mongoles no invadieran China. Por otro lado el emperador romano marcó el límite norte de su imperio construyendo 117 kilómetros de muralla en la isla de Gran Bretaña, para proteger y para dividir.
Ciertamente todos esos grandes muros, fueron en algún momento burlados. Igual que ha hecho el ser humano con los muros geográficos, siempre queriendo traspasarlos y conquistarlos, también ha buscado como violar y trasgredir los muros sociales y físicos, porque el muro se construye pero también se derriba.
La poeta Premio Nobel chilena Gabriela Mistral escribió un sensible poema llamado Hospital el cual comienza diciendo:
“Detrás del muro encalado
que no deja pasar el soplo
y me ciega de su blancura
arden fiebres que nunca toco…”
Mistral recuerda que en su humilde casa del pueblo llamado Monte Grande, donde vivía junto a su hermana y su madre, había un muro que dividía su vivienda del pequeño y precario hospital. Gabriela recuerda esa sensación de sentir los ruidos, los movimientos, el rechinido de los catres, el trasiego de las enfermeras, los sopores y las fiebres de los enfermos. Ese frágil muro encalado era capaz, por más débil que fuese, delimitar el sufrimiento. En una habitación se encontraban los febriles enfermos, en el otro una joven y reflexiva Gabriela. Unos versos sencillos y simples que logran crear imágenes muy nítidas y contundentes, imágenes de muros cotidianos.
La tan universalmente conocida y aplaudida obra Guernica del año 1937, del artista español Pablo Picasso, es una obra cuya escena se desarrolla en un interior, rodeado por altos muros. Este óleo mural de 349,3 x 776,6 cm. que se encuentra en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, fue un encargo del Gobierno de la Segunda República española, para el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937.
Tras una obra de arte, tras el arte plástico, lo que encontramos son ideas, el arte surge desde las ideas del artista. La obra Guernica es un claro ejemplo de ello, aquí el artista Pablo Picasso estableció sus ideas y más aún estableció una opinión política.
Guernica narra pictóricamente un episodio enmarcado en la Guerra Civil Española. El 26 de abril de 1937 la población vasca de Guernica fue bombardeada por parte de la Legión Cóndor de las fuerzas de aviación alemana, apoyadas por la Aviación Legionaria italiana. Aquello fue el primer bombardeo a una población civil que baraja según un reciente estudio de Xabier Irujo, una cifra de unos 2.000 muertos (hay que tener en cuenta que la población total del pueblo eran unas 5.000 personas). Es decir aquello fue una masacre, un infierno.
En esta obra de gran formato horizontal, los colores blancos, grises, negros y azulados, claramente nos llevan a la idea de falta de vida y alegría. Colores que a su vez representan la idea de un gran periódico, medio de comunicación en donde aparecieron las primeras imágenes de la tragedia. Observamos una escena dantesca, cargada de simbologías que muestran dolor, clamor, desesperación y muerte.
Todo sucede en el interior de una habitación, la cual se advierte destruida, por la bomba, un incidente de extrema violencia. Los muros que podrían haber protegido a la población han sido derribados, los muros no han sido lo suficientemente fuertes para una barbarie de tal magnitud.
Arriba a la izquierda donde comienza la lectura occidental, encontramos al toro, la bestia, ésta parece impasible, mira al espectador sin inmutarse por los gritos y la reciente tragedia acontecida. Vemos una serie de diagonales que nos hacen bajar hasta la zona inferior derecha, allí en tierra yace un soldado muerto con su espada rota y una flor entre sus dedos. La vida ha perdido la batalla. La mano izquierda de este hombre muerto nos lleva a observar a una mujer desgarrada de dolor con su hijo muerto en brazos, la bestia, el toro sigue impasible, no se inmuta.
Volvemos al caballo atravesado por una lanza, la batalla de los civiles está perdida. Hay quienes han visto una calavera en él, y ciertamente se ve nítidamente, pues todo es destrucción, porque la guerra es eso muerte y destrucción.
En la parte superior derecha de esta larga habitación, hay una pequeña ventana, hay una persona ardiendo en llamas, que intenta infructuosamente llegar a ella. Ciertamente ese espacio es insuficiente para que todo el horror encerrado en esa pequeña habitación, pueda escapar.
Un muro destruido, un muro fracasado que no ha podido cumplir su función de proteger contiene además a una ventana insuficiente para que todos puedan escapar. Ambos, muro y ventana han sido una total derrota en sus cometidos.
Hay más simbologías muy elocuentes, como el ave, Picasso expresó que en aquella tragedia no solo los seres humanos fueron afectados y asesinados, sino también los animales de su entorno. El ojo bombilla, ¿esperanza del final de la guerra? Una mujer herida con una pierna deforme ¿símbolo de los civiles heridos? Una mujer con una vela ¿Viene alguien a brindar auxilio o es el bando republicano mirando incrédulo lo que ocurre?
Una obra extraordinaria y tristemente universal y atemporal. Hoy en día vemos una Guernica actual narrada en directo, cada noche en el telediario. Quizás sea esta la obra más célebre que muestre el fracaso de un muro.
Por el contrario la obra llamada El Primer hijo del artista español Joaquín Sorolla Bastidas del año 1890, encarna todo lo que deseamos de un muro. En esta obra vemos a Clotilde García del Castillo, esposa del pintor, amamantando a su hija María, recién nacida. Una obra que transmite una profunda ternura. Unos muros que han logrado crear un ambiente de intimidad y protección, un cobijo permanente y seguro para la madre y la pequeña. En un soporte rectangular el pintor valenciano dispone la apacible y estable escena. La madre cuidando y alimentando a su pequeña. Todo ocurre en un ambiente calmo, sin estridencias, los marrones y los sienas hacen su festín construyendo un ambiente quieto y reposado.
La fuerza de la composición está dada por esa diagonal inmensa que surge desde el extremo superior derecho y que cae como una blanca luz protectora y divina, sobre la cunita de la recién nacida.
Los muros cubiertos de un papel decorado de flores contienen libros, retratos, dando cuenta con ello que son los muros internos de una casa acomodada, y que están allí para dar seguridad y cobijo, intimidad y privacidad. Son éstos unos muros amables, bellos, coquetos, señoriales. Muros a los que nadie se les resiste, muros que son protección y no división. Muros que están allí en estado de sosiego como el canto de una dulce nana.
El muro es un concepto físico tan arraigado en la vida humana que se extiende tanto hacia la filosofía como hacia la psicología. El muro en filosofía se relaciona con una idea de división, de separación, una distancia física que logrará por un lado dar intimidad y protección, como también algo que otorgará límites, tanto físicos como metafóricos y también emocionales. Si bien los muros pueden simbolizar división también son la imagen de la resistencia y la fortaleza. En psicología por ejemplo el muro se relaciona a conceptos de demarcación, de separación, de barrera y de protección, pero a su vez un muro ayuda en la construcción de identidad y de límites en cada individuo. Un muro es la frontera que marca la existencia propia y la de los demás.
Los muros también determinan poder, estatus o por el contrario precariedad. Están, por ejemplo, los muros que se autoconstruyen las mujeres filipinas que van a trabajar a Hong Kong. Un hecho que la artista española Marisa González ha retratado con su lente de manera profunda, sensible y elocuente en su obra llamada Ellas Filipinas. Estas mujeres filipinas construyen sus propias redes sociales y espacios de apoyo para sí mismas, como una forma de afrontar la experiencia de la migración y el trabajo doméstico.
Cada domingo en las plazas públicas crean unos habitáculos de cartón, es decir se construyen muros de cartón para sentir un espacio propio, para vivenciar la privacidad una vez por semana, al menos. Ellas necesitan ser dueñas de un espacio privado, aunque sus muros sean cajas recicladas. Esto se distancia abismalmente de los muros de las mansiones de los jeques árabes, de los multimillonarios de cualquier parte del mundo, quienes sustentarán siempre sus territorios con grandes y firmes muros. La riqueza en todas sus manifestaciones, incluso en la más inmoral y la pobreza más rotunda e inhumana se expresa siempre a través de sus muros.
Los muros ideológicos, los muros de odio, muros de intolerancia y de vergüenza se combaten derribándolos pero el ser humano construirá otro muro para contrarrestarlo. Hoy es noticia el reciente acuerdo en Bruselas, respecto de la verja de Gibraltar. Ufanos y orgullosos, políticos han declarado “se ha derribado el último muro de Europa continental”, ello refiriéndose a la desaparición de la verja que separaba Gibraltar de la Línea de la Concepción. Un muro físico justamente considerado el último que quedaba por derribar. Es difícil creer que el ser humano no construirá más muros para dividir, para detener el paso, para distanciar, para separar, para contener y para disgregar. Es difícil creer que solo se construirán muros para proteger, para sostener, para cobijar y para regalar la ansiada privacidad. Somos constructores de muros, más quizás lo que hace falta es la sensibilidad de la poeta chilena, para ser capaces de empatizar con el otro, ver el sufrimiento del otro detrás del muro.
El poema Hospital de Gabriela continúa su canto sordo diciendo:
“Hacia el cristal de mi desvelo,
adonde baja lo que ignoro,
caen dorsos que no sujeto,
rollos de parto que no recojo,
y vienen carnes estrujadas
de lagares que no conozco…
…porque yo tengo y ellos tienen
muro yerto que vuelve el torso,
Y no deja acudir los brazos,
ni se abre al amor deseoso”.
Puestos a elegir todos querríamos muros como el muro que habitó Clotilde para cobijar a su pequeña María. Junto a ello, desearíamos que cuando la vida se torne ruda y cruel los muros sean más firmes que aquellos fracasados y derrotados muros de Guernica.
