LITERATURA

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. PLATERO Y YO

En este artículo voy a comentar una de las obras cumbre de la literatura española. Mi generación se sabía de memoria la primera estampa porque se repetía año tras año en nuestros libros escolares. Si Juan Ramón Jiménez fuera inglés, tendría una estatua junto a su Platero en todos los parques de España y los niños conocerían al autor y su personaje. Lamentablemente no es así, pero quizás podemos hacer que algo cambie, aunque sea a pequeña escala.

La universalidad de Platero y yo es indiscutible, no sólo por las numerosas traducciones de la obra, sino por los temas tratados. Obra traducida a múltiples idiomas. Se tradujo por primera vez al euskera en 1953, al gallego en 1961 y al catalán en 1989. Por seguir con esta curiosidad de las traducciones, destacaremos que en la década de los 50 se tradujo además al alemán, finés, francés, griego, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, oriya (una de las lenguas de la India) y al servo-croata. En la década de los 60 al árabe, checo, chino, danés, galés, noruego, polaco, portugués, rumano, turco y ucraniano, en la de los 70 al bengalí, búlgaro, esloveno, japonés, moldavo, y sueco, en la de los 80 al afrikáans, estonio, tagalo, guaraní, letón, lituano, occitano, quirguiz (tártaros), ruso, en los 90 al gaélico y en 2004 al letón.

Algunas traducciones se llevaron a cabo en la época del autor, revisadas por él mismo o hechas con su beneplácito, como por ejemplo la traducción al oriya, cuya publicación se llevó a cabo en 1958. Actualmente tenemos una traducción al quechua y la 2ª traducción al ucraniano. Hay ediciones bilingües, español-chino (1968), ediciones didácticas empleadas en universidades extranjeras para la enseñanza del español (1922) y ediciones didácticas para estudiantes españoles. Es asimismo importante tener en cuenta que desde la primera edición (1914) y de forma ininterrumpida, el primer capítulo de Platero aparece de forma generalizada en los manuales escolares y antologías literarias, hasta bien entrados los años 80.

La primera edición (1914) es abreviada, realizada por el propio autor con ilustraciones en blanco y negro de Fernando Marco. La segunda edición es de 1917, de la Editorial Calleja. Es una edición íntegra sin ilustraciones, que consta de 138 capítulos precedidos del prólogo o advertencia del poeta.

Juan Ramón Jiménez. (Moguer 1881-San Juan de Puerto Rico 1958)

Juan Ramón era el menor de cuatro hermanos, de una familia acomodada que favoreció la formación intelectual del futuro poeta. Él mismo recuerda:

“Yo empecé a escribir a mis 15 años, en 1896. Mi primer poema fue en prosa y se titulaba Andén; el segundo, improvisado una noche febril en que estaba leyendo las Rimas, de Bécquer… lo envié inmediatamente a El Programa, un diario de Sevilla, donde me lo publicaron al día siguiente… Aunque yo estaba en Sevilla para pintar y para estudiar Filosofía y Letras, me pasaba el día y la noche escribiendo y leyendo en un pupitre del Ateneo sevillano… Mis lecturas de esa época eran Bécquer, Rosalía de Castro y Curros Enríquez, en gallego los dos, cuyos poemas traducía y publicaba yo frecuentemente; Mosén Jacinto Verdaguer, en catalán, y Vicente Medina, que acababa de revelarse… De los españoles antiguos lo que más leía era el Romancero, que encontré en la biblioteca de mi casa, en diversas ediciones. De los de fuera leía a Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Heine, Goethe, Schiller, traducidos o sin traducir, ya que yo entonces estudiaba, además de francés, inglés y alemán”.

En 1900 llega a Madrid con 19 años y conoce a los más importantes poetas del momento, entre ellos a Rubén Darío y Valle-Inclán, que le animarán para que realice sus primeras publicaciones. De Rubén Darío recibe una clara influencia modernista.

A finales de 1905 volverá a Moguer, donde permanecerá hasta 1912. Hay que destacar que el poeta tenía una frágil salud y caía frecuentemente en depresiones nerviosas que lo acompañaron siempre. Zenobia Camprubí, a quien conoció en 1913 en Madrid y con quien se casó en 1916 en Estados Unidos, jugó un papel fundamental en la escritura del autor.

Había empezado a escribir Platero y yo en Moguer en 1906 y seguía leyendo. Queda constancia de que las lecturas que más le marcaron en aquella época de retiro en Moguer fueron San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León. En aquellos años, envió a la imprenta ocho libros de poesía, nada menos. De vuelta a Madrid se instaló en la Residencia de Estudiantes hasta que se casó, retomando su amistad con Giner de los Ríos y Cossío y conviviendo con Unamuno, Menéndez Pidal, Azorín, Eugenio D’Ors y Ortega y Gasset, con quien le unía una gran amistad. Aun después de casado siguió frecuentando la Residencia hasta su salida de España en 1936.

Juan Ramón Jiménez no sólo escribió poesía y prosa poética, sino que tradujo del francés y del inglés, colaborando con su mujer en la traducción del poeta hindú Rabindranath Tagore (Premio Nobel Literatura 1913). Además de su afición por los idiomas hay que destacar la afición por la pintura y la música. Estos no son datos anecdóticos, sino que se reflejan poderosamente en su obra en general y en Platero y yo en particular.

Platero y Yo

La primera edición completa de esta obra data de 1917, publicada en la Biblioteca Calleja, de Madrid. Anteriormente, en 1914, el día de Navidad, salió a la luz la denominada edición menor, de la editorial La Lectura. En su origen la obra tuvo 136 escenas o capítulos, pero el autor añadió en Madrid en 1915, el capítulo 137: Platero de cartón y en Moguer en 1916 añadió: A Platero, en su tierra.

Escribe Platero a base de múltiples recuerdos, con una estructura circular que empieza y acaba en primavera, abarcando la vida del peludo y suave Platero, durante un año.

Platero y yo es un retablo que consta de 138 escenas que son cuadros pictóricos hechos con palabras.  Esta obra es un auténtico mosaico de paisajes y personajes, que cautivan al lector por su color y musicalidad. Ambos elementos dan un ritmo al texto, convirtiéndolo en poético.

Platero, ¿es infantil?

Platero y yo no es una obra infantil, aunque se la hayan apropiado los niños desde su inicio, ya que el autor en su primera edición (1914), que fue abreviada, alude a ellos. La edición fue hecha a petición de Giner de los Ríos para establecer la obra como lectura obligatoria en la Institución Libre de Enseñanza.  Juan Ramón Jiménez recurre a la propia infancia para despertar sentimientos perdidos. Esas evocaciones están teñidas de nostalgia y melancolía en la mayoría de las ocasiones, reflexionando sobre lo efímero de la existencia y sobre el valor de las emociones y de las pequeñas cosas que las provocan. Del mismo modo alude a lo eterno, a la necesidad de trascender y considerar lo verdaderamente importante en la vida. El amor, la amistad, la naturaleza, la sencillez, la bondad, el dolor, la muerte y la despiadada crítica social cobran vida de forma extraordinariamente bella y perfecta en cuanto a colorido y sonoridad. A través de las palabras el poeta traduce lo que ve la profunda mirada de Platero.

El espacio

La situación espacial de la obra es obvia. Los campos de Moguer despiertan todos y cada uno de los sentidos del lector. El tiempo se enmarca en la primavera, estación en la que nace la vida, pero en la que finalmente, Platero se apaga. El lector se asoma a las diferentes estaciones del año, teñidas de hojas, flores, agua, alegría y dolor. Juan Ramón Jiménez vincula a la naturaleza todos y cada uno de los sentimientos que experimenta cualquier ser humano, potenciándolos y tiñéndolos de color, llenándolos con el sonido y el vuelo de las aves y con el canto del agua que corre. He ahí la poesía del texto que, con un ritmo marcado, envuelve al lector.

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. (Platero y yo, I).

El poeta presenta a su universal personaje de forma sencilla, con palabras que se graban fácilmente. Traspasa el texto con sus propias lecturas, influenciado en cuanto al género por la literatura francesa. Poco a poco desgrana elementos de los clásicos que releyó en Moguer mientras escribía Platero. En esta primera escena está contenida una de las famosas expresiones de San Juan de la Cruz, a quien el poeta era tan aficionado:

“Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal” (Platero y yo, I), que recuerda irremediablemente, “un no sé qué que quedan balbuciendo” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 7).

Comienza el juego de los sentidos con el tacto y la vista, para seguir en esta primera escena, con el gusto vinculado una vez más a la vista:

“Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel […] Tiene acero. Acero y plata de luna al mismo tiempo. (Platero y yo, I). El acero habla de la fortaleza interior y exterior de Platero, considerado unas veces el alter ego del poeta y otras, la naturaleza viva con la que quiere fundirse. La cuestión es que Juan Ramón Jiménez busca a través de la creación poética, la belleza en estado puro y la armonía necesaria para enfrentarse a un mundo que está en muchos aspectos desequilibrado.

En la segunda escena en la que recurre al sentido del oído y del olfato lleno de sombras, de campanillas, de fragancia de yerba, de canciones, de cansancio y de anhelo (Mariposas blancas, 2), juega con el color morado de la noche, que caracterizará el crepúsculo, momento del día en que aparecen los niños pobres, que juegan a asustarse fingiéndose mendigos (Juegos del anochecer, 3). Inicia la crítica de la realidad social desde el sentido del oído, fundido con el de la vista en el tono morado del crepúsculo y el negro de los trajes.

La escena sexta es una dura crítica del sistema escolar de la época y de los castigos físicos. Esta escena se omite sistemáticamente en las versiones abreviadas, ya que él mismo prescinde de ella en la edición de 1914. 

Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. […] No. Doña Domitila […] te tendría, a lo mejor, dos horas de rodillas en un rincón del patio de los plátanos, o te daría con su larga caña seca en las manos […] No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las estrellas. (La miga, 6)

En el loco se retrata a sí mismo como si fuera Don Quijote cabalgando en la blandura gris de Platero. […] Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos, ¡tan lejos de mis oídos! se abren noblemente… Los niños se ríen al verlo pasar y gritan ¡El loco! ¡El loco!  (El loco, 7). Y el poeta solitario, acompañado por su único y leal amigo Platero, se refugia con la mirada en el horizonte verde y en el cielo de color añil, que es otro de los colores dominantes en la obra.

La primera vez que el autor evoca recuerdos infantiles es en La casa de enfrente, que tampoco aparece en la edición de 1914.

¡Qué encanto siempre, Platero, en mi niñez, el de la casa de enfrente a la mía! (16). En Platero y yo importan mucho los animales. Diana, que está echada entre las patas de Platero, viene a mí, bailarina, y me pone sus manos en el pecho, anhelando lamerme la boca con su lengua rosa. Subida en lo más alto del pesebre, la cabra me mira curiosa, […] con una femenina distinción. (La cuadra, 14). Su ternura contrasta con la crueldad de las personas. La mejor muestra de ello es la historia de La perra parida, que en la escena 61 conmueve al lector. Curiosamente es uno de los cuadros que se omiten en las ediciones infantiles, a excepción de la de Vicens Vives, quizás porque no aparece en la edición de 1914, que es la que todas suelen seguir. El sentimiento de tristeza jalona toda la obra, trabajado desde distintas perspectivas. Era el pueblo como un perro chico, mohoso y ya sin cambio. ¡Qué tristes y qué pequeñas las calles, las plazas, la torres, los caminos de los montes! Platero parecía, allá en el corral, un burro menos verdadero, diferente y recortado; otro burro…  (El eclipse, 4).

La naturaleza, gobernada o no por el ser humano, es decir, sea dibujando los elementos que componen el pueblo, huertos y corrales con animales de granja y personas, o sea la naturaleza abierta, el río, el sol, la luna, el campo en general, llama a la soledad y a la reflexión, al tiempo que acompaña y orienta la vida del individuo.

La luna viene con nosotros, grande, redonda, pura […] Un olor penetrante a naranjas… humedad y silencio […] Platero, no sé si con su miedo o con el mío, trota, entra en el arroyo, pisa la luna, la hace pedazos… (Escalofrío, 5)

El gusto, la vista y el oído, se unen a la risa de las niñas que, junto a Platero y Juan Ramón, comen y se arrojan brevas en el alba neblinosa y cruda […] y un diluvio blanco y azul cruzó el aire puro, en todas direcciones, como una metralla rápida.

Un doble reír, caído y cansado expresó desde el suelo el femenino rendimiento. (Las brevas, 9).

Los colores, morado, negro, blanco, verde, amarillo, rojo y azul, en toda su gama y matices, construyen potentes imágenes que están muy bien evocadas en algunas ediciones infantiles. A mi juicio, los ilustradores que consiguen reproducir el colorido de Juan Ramón Jiménez con mayor destreza son: Fillol-Roig, que realizó las ilustraciones en París entre noviembre de 1963 y junio de 1965, aunque la edición en España es de 1982, Juan Ramón Alonso, Jesús Gabán, Subi, Thomas Docherty y David González.

Además de las frutas, aparecen flores, entre ellas las rosas, en las que el poeta fija la mirada en ¡Ángelus!, donde habla a Platero en segunda persona. Podría decirse que cuando el autor emplea esta persona para narrar, se dirige al lector.

Mira, Platero, qué rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color […] ¿Qué haré yo con tantas rosas? […]Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas. (¡Ángelus!, 10). En este caso los ojos se llenan de eternidad y el fragmento evoca el poema más breve e intenso de la literatura española, del mismo autor, No le toques ya más, que así es la rosa. (Piedra y cielo, 1). El moridero es un desagradable título que contrasta con la belleza del texto, en el que destaca el sentido del oído y el sentimiento de la soledad.

Vive tranquilo, Platero. Yo te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Piña, que a ti tanto te gusta. […] Sabrás los versos que la soledad me traiga. (El Moridero, 11).

Esta escena es una de las que tampoco aparece en la primera edición y por tanto en las abreviadas posteriores. Hay que destacar que las ediciones abreviadas realizadas a lo largo del siglo XX tienen como modelo la del propio autor, de 1914, aunque a veces alteran el orden de los capítulos o ponen y quitan escenas a criterio de quien realiza la selección, cuyo texto permanece generalmente inalterable.

Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la púa; y me lo he llevado al pobre arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla. (La púa [12]). Esta escena, de gran colorido, aparece en todas las ediciones para unir el dolor físico a la confianza y la gratitud. El tema de la muerte jalona la obra de diversas formas, hasta desembocar en la de Platero, que aparece en todas las ediciones.  El sentimiento de nostalgia es otro de los más recurrentes y tiene una escena propia, posterior a la muerte del protagonista. Una vez muerto Platero, el autor formula preguntas que quedarán para siempre en la mente del lector, señalando el deseo de eternidad, Platero, tú nos ves, ¿verdad? (Nostalgia, 133) […] ¿te acuerdas aún de mí? Y, cual, contestando mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio… (Melancolía, 135).   

Temas y características

Platero y yo es una honda reflexión sobre la vida y la muerte, la amistad, el paso del tiempo y la felicidad, la nostalgia y la soledad, además de una dura crítica social a la pobreza generada por las graves desigualdades sociales de la época, extensible a otras épocas. Es igualmente una reflexión sobre la lectura y la creación literaria en general y la poética en particular.Platero y yo es una obra introspectiva, rica en matices, que admite múltiples lecturas, otro de los rasgos de su universalidad. En el prólogo a su obra, el autor deja constancia de su intención desde la primera edición, aunque puede resultar confuso y parecer que se dirigía a los niños, pero no lo es, incluso si puede leerse desde edades tempranas por la multiplicidad de lecturas que admite.

El autor busca la inspiración poética en la naturaleza y bucea en sus propios sentimientos, en los de su presente y en los de su pasado infantil, estableciendo una comparación con el periodo de la infancia que viven los niños pobres de Moguer, que en realidad no tienen infancia. Platero y yo tuvo una gran acogida desde el inicio de su publicación, tanto en España como en América. El autor reconoce que “el éxito se lo dio a Platero Don Francisco Giner cuando el librillo salió en la colección Juventud.” (Edición de Predmore, Ed. Cátedra, 1980, p. 260).

Leer Platero y yo es como ir a una exposición de pintura. Cada una de sus escenas es una imagen trazada con inigualables palabras o quizás son las palabras las que se constituyen en poderosas imágenes. El texto cobra vida cada vez que se contempla. Es una obra escrita con y para los sentidos, sus recursos lingüísticos, sonoros y sinestésicos, son inigualables.

Ediciones citadas en el artículo

JIMÉNEZ, Juan Ramón (1914): Platero y yo (Elegía JIMÉNEZ, Juan Ramón andaluza), Ilustraciones de Fernando Marco, Madrid, Ediciones La Lectura, Serie Biblioteca de Juventud.

JIMÉNEZ, Juan Ramón (1982): Platero y yo, Ilus. Vicente Fillol-Roig, Madrid: Doncel.

JIMÉNEZ, Juan Ramón (2001): Platero y yo para niños, Selec. y prólogo: José Morán, Ilus. Juan Ramón Alonso, Madrid: Susaeta.

JIMÉNEZ, Juan Ramón (2005): [Estampas de] Platero y yo, Selec. de Juan Ramón Torregrosa, Ilus. Jesús Gabán, Barcelona: Vicens Vives, [Col. Cucaña, nº33].

JIMÉNEZ, Juan Ramón (2006): Platero y yo, Pról. Juan Mata, Ilus. Thomas Docherty, Madrid: Anaya.

BORREGO, Estrella (2006): La historia de Platero, Ilus. Subi, Barcelona: Lumen.

JIMÉNEZ, Juan Ramón (2014):  Platero y yo, Ilus. David González, Madrid: Jaguar, [Col. Entintados].