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UN DÍA MÁS DE VIDA PARA MIGUEL ÁNGEL BLANCO

Miguel Ángel Blanco sale del portal de su casa en la calle Iparraguirre de Ermua el jueves 10 de julio de 1997, una tarde soleada, pero no asfixiante, sin saber que le ha sido concedido un día más de vida. No porque ese mismo jueves le estén esperando en la estación de cercanías de Eibar para secuestrarlo y dar un plazo de 48 horas al Gobierno de José María Aznar para su liberación, si accede a acercar a los presos de ETA a las cárceles vascas, sino porque el día anterior, miércoles 9, exactamente a la misma hora a la que hoy está saliendo de casa, también lo estaban esperando en Eibar. Sin embargo, el miércoles 9, Miguel Ángel no ha hecho la misma ruta que sí recorrerá al día siguiente, tras el almuerzo, de Ermua a Eibar, para ocupar su despacho en Eman Consulting, sino en otra dirección: al concesionario de Renault, porque acaba de comprarse un coche y ha ido a pagar el primer plazo. Es un Renault Megane que Miguel Ángel no llegará nunca a recoger y jamás conducirá: lo usará su hermana Marimar, durante muchos años, incluso cuando ya vivía en Madrid. Pero no Miguel Ángel: porque el día anterior, el miércoles 9, mientras está abonando ese primer pago, tres terroristas de ETA le están esperando en la estación de Eibar para secuestrarlo. Y aunque vuelven a ese piso franco en el que seguirán escondidos, otra jornada más, con las manos vacías, saben que Miguel Ángel, un joven concejal de Ermua que se mueve sin escolta, con rutas cotidianas que no se ha preocupado nunca de alterar, aparecerá en la estación de Eibar antes o después. Por eso el coche que no conducirá, de alguna forma, ha hecho posible que disfrute de un día más de vida.

Ahora podríamos hablar de lo que han supuesto estos últimos 28 años de vida que le han sido robados a Miguel Ángel. Si alguien mata a alguien, no sólo le está quitando todo lo que ha sido y ha vivido, sino cuanto le queda por vivir. Un montón de recuerdos que están por dibujarse lentamente en los ojos cada vez más borrosos, al llegar el final, le son arrebatados a quien no ha tenido tiempo de vivirlos. En estos 28 años Miguel Ángel podría haberse casado con su novia, podría haber tenido hijos, habría disfrutado de buenos momentos con su hermana Marimar, que no habría tenido que convertirse en la guardiana de la memoria que jamás tendría Miguel Ángel, y también de su propio dolor vivo, habría seguido disfrutando de tocar la batería en su grupo de música o quizá habría seguido en la política municipal de Ermua, y podría haber acompañado lentamente a sus padres los 28 años siguientes, o incluso haberles cogido las manos antes de que la pandemia acabara con ellos en 2020. Todo eso y mil momentos más se los quitaron a Miguel Ángel Blanco.

Pongamos ahora el foco en esas 24 horas más que pudo disfrutar, únicamente, por haber variado su camino el miércoles 9 de julio. Miguel Ángel vuelve del concesionario de Renault feliz, da un paseo con su novia delante de la iglesia de Santiago Apóstol de Ermua y habla con ella del concierto que el sábado próximo va a dar con su grupo, Póker, en las fiestas de un pueblo cercano. Por la noche cena con su madre y su padre: su hermana Marimar está estudiando en Londres, y nadie imagina entonces que dos días después deberá regresar urgentemente cuando le digan que ETA ha secuestrado a su hermano. Esa última cena familiar la imagino mientras paseo por la calle Iparraguirre de Ermua la noche del 9 de julio de 2025, cuando veo encendida la ventana de la tercera planta en lo que parece ser una cocina: esas últimas voces, con su normalidad, con las conversaciones de dos padres y su hijo, en esa confianza de que el día siguiente no será muy distinto, y una noche más volverán a encontrarse en esa mesa. Y la mañana siguiente, con Miguel Ángel escuchando un disco cualquiera de Héroes del Silencio mientras se pone una camisa rosa, la misma con la que se hizo una fotografía días atrás: es la fotografía que su madre entregará a la Ertzaintza, al anunciarse su secuestro con cuenta atrás, y que abrirá todos los telediarios la noche del 10 de julio, en los televisores de muchas familias españolas.

Todo esto es memoria democrática y es palabra en un tiempo mucho más próximo a nosotros que 1936. Todo esto debiera enseñarse en las escuelas, y sin embargo parece más borroso que la Guerra Civil. Para quienes vivimos esos días, con esas manos blancas y ese mar de velas encendidas la larga noche del 11 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco no es ya solamente aquel muchacho, sino el hombre que habría podido ser, con una vida toda por delante. Recordarlo es honrar a los demás: Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente o José Luis López de Lacalle, y también tantos otros, además de policías, militares y guardias civiles.

Ahora es importante recordarlo: porque ese día más de vida de Miguel Ángel Blanco y los 28 años que el terrorismo vasco y su mundo le robaron, representan el pacto nada silencioso, sino escrito y hablado con memoria, que debemos hacer con la verdad.