Con José Manuel Caballero Bonald muere también un mundo que todavía creía en sus escritores. Pero se va además o languidece una idea distinta de lo que el escritor era y su posible encaje en la sociedad: el mensaje tenía destinatarios. Ahora, en cambio, todo es una polifonía abrupta de voces encrespadas, con libros o sin libros de por medio, porque ya no hace falta, en la que cada una legitima su propio valor por el mero hecho de existir.