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TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE: GLOBALIZACIÓN, UNA HISTORIA

Dedicado a todas las personas a las que el COVID 19 segó sus vidas en soledad.

Desde hace más de 20 años un nuevo paradigma se ha abierto camino en la explicación del más inmediato presente. A principios de este siglo, teóricos de muy variadas disciplinas se daban cita en explicar la globalización. Su auge ha generado un nuevo objeto de investigación, debate y reflexión, vinculado fundamentalmente, en principio, a la economía, desde donde se extendió a la geografía y la ciencia política; de forma más modesta y reciente a la antropología y la historia (Riquer, 2020). Perspectiva multidisciplinar que contribuye a complejizar los análisis del fenómeno y a distinguir, en francés y en español, por ejemplo, las nociones de globalización y de mundialización. El término globalización inicia una nueva vía para las distintas disciplinas.

Antecedentes de la globalización: “La palabra oportuna en el momento oportuno”

“¿Estamos ante un fenómeno completamente nuevo en la historia?” (Carabias, 2015: 234). Diversos autores coinciden en distinguir varias etapas en su configuración. Sus primicias se remontan a fines del siglo XVI. En la segunda postguerra mundial, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo, de Fernand Braudel (1949) y, en la misma línea, Pierre Chaunu que formuló la “apertura planetaria marítima”, permitieron pensar a los historiadores en la existencia de una “economía-mundo” en los albores de la época moderna. Europa occidental construyó un mundo en torno a ella mediante una red de intercambios marítimos, planetaria pero europeo-céntrica, de carácter económico y también cultural. “No partiendo solamente para el Este, sino también para el Sur y sobre todo para el Oeste, los navegadores de Europa unen progresivamente todos los sectores de las rutas preexistentes” (Dollfus, 1999, cit. por Baudrand, 2002: 53). Algunos autores identifican una segunda etapa (1840-1945), que se acelera en el contexto de las revoluciones científicas (Newton, Mendel, Proust), y de la primera y segunda revoluciones industriales. En ella se intensifica el sistema de intercambios, de los que ya no escapa ninguna de las poblaciones. Se acompaña de una fuerte expansión demográfica con importantes movimientos de población, se modernizan los medios de transporte y de comunicación (vapor, electricidad, petróleo) y la revolución industrial implica efectos políticos y militares: “La colonización europea moderna constituye un potente motor de globalización”, con un centro europeo y las periferias americana, asiática y africana. 

“La interdependencia a escala mundial engendrada por la colonización se efectúa sobre un mundo muy jerarquizado y desigual” (Baudrand, 2002: 58, 63) que consagra el “advenimiento de una escena geopolítica mundial unificada” (P. Moreau Desfargues, 1998). Mundialización que no ha hecho más que profundizarse desde la II Guerra Mundial (1950-hoy), que inicia una tercera etapa, desde la Guerra Fría hasta la caída del Muro de Berlín … y hasta la pandemia globalizada. Aunque sus factores ya no son los del periodo anterior: la expansión europea no juega un papel decisivo, más bien lo contrario, y coinciden tres evoluciones inéditas que concurren conjuntamente: el crecimiento de la demanda mundial -potenciada por la explosión demográfica, la mejora de las condiciones de vida y el progreso técnico-; la reducción de los obstáculos al intercambio -descenso del coste de los transportes, avance en materia de telecomunicaciones- y la constitución de una “comunidad internacional homogénea” -descolonización y hundimiento de los imperios tradicionales-.   

En síntesis, la segunda mitad del siglo XX “reúne todas las condiciones, tanto desde el campo económico como político, demográfico, técnico y cultural favorables a una aceleración de la mundialización” (Baudrand, 2002: 77). Desde los dos conflictos mundiales, el mundo se ha convertido en una escena geopolítica unificada, con su integración en una historia común, en un “tiempo mundial” (Z. Laïdi), en el que “cada experiencia particular alcanza una resonancia universal” (P. Moreau Desfargues, 1998).

Globalización(es), concepto

“Concepto complejo, multidimensional y policéntrico, y sobre el que existen teorizaciones elaboradas desde diversidad de puntos de vista epistemológicos e ideológicos. Todas las ciencias sociales sin excepción han recurrido a utilizar la idea de globalización para sintetizar un conjunto de acontecimientos con consecuencias de distinta naturaleza para todo el globo” (Bonal, y otros, 2007). 

La RAE define esta palabra bajo cuatro acepciones, de las que citaremos las tres últimas: 

  • “Difusión mundial de modos, valores o tendencias que fomenta la uniformidad de gustos y costumbres;
  • Econ. Proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los Gobiernos; 
  • Extensión del ámbito propio de instituciones sociales, políticas y jurídicas a un plano internacional” (un ejemplo de ello: El Tribunal Penal Internacional) RAE, 20-3-2020). 

Según el Fondo Monetario Internacional, en 1997, se entiende por globalización “el proceso de acelerada integración mundial de la economía, a través de la producción, el comercio, los flujos financieros, la difusión tecnológica, las redes de información y las corrientes culturales” (Toribio, cit. por Velarde Fuertes, 2006: 414). 

En síntesis, “globalización describe de forma extensiva un periodo histórico caracterizado por dinámicas, ideologías, formas e instituciones distintivas” (Ordorika, 2006) e identifica un conjunto de transformaciones que han ocurrido en diversos ámbitos y niveles. Entre estos, destacan las cambios que ocurren en el ámbito de la producción (Castells, 1996); los intercambios financieros y comerciales increíblemente rápidos; la economización de la vida social (Wolin, 1981); la emergencia de una nueva hegemonía basada en la deificación del libre mercado (Touraine, 2000), preeminencia de prácticas administrativas y de mercado, el debilitamiento del estado–nación (Evans, Rueschemeyer y Skocpol, 1985; Castells, 1997); los cambios en la naturaleza y velocidad de las comunicaciones (Carnoy, 2000); así como un nuevo discurso que impacta en casi todos los espacios de interacción social (Touraine, 2000) (Ordorika, 2006).

De entre todas estas mutaciones, “Manuel Castells (1996, 1997, 1998) identifica al menos tres esferas significativas: la economía, la sociedad y la cultura [… sin embargo, añade], la globalización es esencialmente un nuevo orden económico (Castells, 1996). Del mismo modo, ha sido definida como una “fuerza que está reorganizando la economía mundial” (Carnoy y Rhoten, 2002: 1) (Ordorika, 2006).

En el nuevo discurso, estos conceptos ponen de relieve que la esfera de lo público pierde todo sentido y validez frente al ámbito de lo privado (Bauman, 2014). Los intercambios racionales en el mercado, lo privado, se presentan como más eficientes, baratos y de mejor calidad. Las actividades, espacios e instituciones públicas pierden así legitimidad ante los ojos de la sociedad. (Ordorika, 2006: 3). El espacio y el tiempo se redefinen por interacciones que ocurren en tiempo real y a una escala planetaria (Castells, 1996). Asistimos a la creación de nuevas relaciones espacio-temporales, producto de la relación dialéctica entre lo global y lo local.

No es esta la única perspectiva sobre la globalización. Según el concepto definido, entre otros, por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, distingue por un lado la globalización dominante, que no es otra cosa que la transnacionalización del capitalismo neoliberal. Por el otro, una globalización basada en interacciones transnacionales desde abajo que se producen con el fin de promover una globalización contra-hegemónica. (…) “Su análisis sobre los nuevos movimientos sociales y su capacidad transformadora desprende optimismo”, afirma el sociólogo. Propugna un enfoque marcadamente constructivista: promover una epistemología alternativa a la que califica de epistemología del Sur: “que se privilegie la lucha por la justicia cognitiva global”. Su análisis de la forma del sistema global no es menos sugerente: sustituye la ya clásica clasificación Centro-Semiperiferia-Periferia por un nuevo eje de estratificación mundial. Se trata del eje global–local, que le permite integrar la perspectiva geográfica, ideológica y cultural en el análisis del orden global (Santos, 2005, Bonal y otros, 2007). 

En esta línea de una concepción alternativa de la globalización se sitúa Jean Ziegler: “Asistimos hoy a un formidable movimiento de refeudalización del mundo, a la dependencia regulada de los pueblos del hemisferio Sur por las grandes sociedades transcontinentales. Dos armas de destrucción masiva actúan: la deuda y el hambre. Por la deuda, los pueblos abdican de su soberanía, por el hambre que de ella deriva los pueblos agonizan y renuncian a su libertad -o emigran. Si, es el imperio de la vergüenza que se ha implantado subrepticiamente sobre el planeta. Inmensa máquina de triturar y someter” (Ziegler, 2005, contraportada). 

En esta perspectiva, el otro polo es la globalización de los localismos o, dicho de otra manera, la globalización exitosa de fenómenos locales que encuentra su slogan en: Pensar global, hacer local. En esta segunda perspectiva las tendencias de carácter local coexisten con procesos globales: Interacción entre factores globales y factores locales  o, dicho en otras palabras, “empezar por la propia casa” (Bauman, Zygmunt 2017a: 58-81. 

Ambos elementos son interdependientes, se necesitan mutuamente. “Si se incomunica un lugar, quitándole las rutas globales de aprovisionamiento, a este lugar le faltarán los elementos que le permiten mantenerse vivo y los elementos con los que hoy se construyen las identidades autónomas. Pero paralelamente, las fuerzas globales no tendrían ningún lugar en el que aterrizar, renovar su personal, repostar combustible y reabastecerse, pues todo esto lo proporcionan los improvisados espacios locales. Así, ambos están condenados a la cohabitación. Para bien o para mal. Hasta que la muerte los separe”. (Bauman, 2017b: 151, fin del libro). Fenómeno de relaciones mutuas de amor-odio, modo de gestión a la vez global y local de la empresa-red en el marco de la economía globalizada, que algunos autores han denominado “Glocalización” (A. Morita). 

Este concepto de glocalización inaugura la lista de aquellos que, según algunos autores. Designan lo “que no es la globalización” o no la explican completamente, citamos solo algunos: deslocalización, difusión planetaria, internacionalización, liberalización y desreglamentación, mercantilización, multi-nacionalización o trans-nacionalización, regionalización o continentalización, triadización (estructuración de la economía global en torno a tres polos: Estados Unidos, Unión Europea y Japón -en el siglo XXI China-), universalización (dimensión política y cultural de la mundialización) (Baudrand, 2002, 39-42). 

Algunas consecuencias de la globalización 

Antes de fin del siglo XXI, Manuel Castells ya había analizado cómo sus consecuencias “alcanzan a todas las organizaciones (de la familia al Estado, de las empresas a los partidos políticos), actividades (laborales, culturales, políticas, sociales) y manifestaciones humanas (comenzando por el propio individuo y su genuina, dubitativa y, por ello, cambiante definición de identidad), así como sus repercusiones en las relaciones internacionales, en la crisis del modelo característico de organización política contemporánea -el Estado nacional-, en el desarrollo de la globalización económica, en el resurgimiento del nacionalismo y el fundamentalismo o en la aparición de nuevos peligros y desafíos a la seguridad internacional” (Sepúlveda, 2003: 91).

La complejidad del fenómeno de la globalización no impide reconocer algunos de sus efectos perversos, puestos ya de relieve desde principio del siglo XXI: En el terreno económico se acrecientan de forma dramática las desigualdades sociales. En los países empobrecidos suponen una auténtica marginación de colectivos humanos. Incluso en los países desarrollados los seguros sociales se pierde progresivamente, después de un siglo de dura conquista. 

En el conjunto del planeta se acrecienta el proceso de exclusión de todos los seres humanos que no tienen nada vendible que ofertar al mercado: ancianos, enfermos, parados, mujeres dedicadas al cuidado, se ven cada vez abandonadas a su suerte (Bauman, 2013 y 2017c). 

Paralelamente se consolida la división del planeta en pocas regiones económico-comerciales. Se ha asistido al nacimiento de estructuras de decisión económica de ámbito planetario: OMC, OCDE, FMI y Banco Mundial. Instancias de poder de carácter técnico y no representativas, que sustituyen en protagonismo y capacidad de decisión a otras políticas como la ONU. Proceso de internacionalización en detrimento de las soberanías estatales, que socava los conceptos de democracia y de ciudadanía. 

Explosión de problemas ambientales: deforestación, agotamiento de agua potable, de bancos de pesca y de otros recursos naturales, desertificación, contaminación del suelo, aire y agua y extinción de la biodiversidad que conducen al límite de un desarrollo sostenible. 

En el plano personal, acelerada pérdida de identidad cultural, auge de valores como la competitividad y el individualismo, extendiéndose los sentimientos de incertidumbre, (Bauman, 2007), inseguridad, soledad e, incluso, angustia (Extractado de 1ªs Jornadas, 2004: 11).  

Ante ese cúmulo de consecuencias, sería necesario, en fin, no solo pensar en la reconstrucción posterior a la crisis, sino en el modelo económico y social necesario para España y Europa ante las distintas brechas (digital, social, ecológica, norte-sur, centro-periferias, global-local) y ante una sociedad digitalizada y progresivamente des-igualizadora. 

Reflexiones, ¿comprender el año 2020?

En esta órbita globalizada, la pandemia que asola el mundo permite afirmar que las futurologías se han hundido. Continúan las predicciones sobre 2025 o 2030 mientras no somos capaces de comprender 2020. 

Estamos ante la irrupción de lo imprevisible -imprevisto- en la historia, que las conciencias no habían percibido. En todo caso era un imprevisible del que no se podía imaginar su naturaleza. Morin confiesa que “yo era de esa minoría que preveía catástrofes en cadena provocadas por el desbridamiento incontrolado de la mundialización técnico-económica, entre ellas, las provenientes de degradación de la biosfera y de la degradación de las sociedades […] pero no había previsto una catástrofe viral” (Morin. LM. 18-4-2020), aunque -recuerda- hubo un profeta de esta catástrofe (Bill Gates, abril 2012; no solo, ver también: David Quammen Contagio -EP. 19-4-2020-, OMS, o los films: Contagio, Epidemia, Virus), quien, a raíz de la epidemia de ébola, percibió un peligro mundial de un posible virus con fuerte poder de contaminación, y “anunció que el peligro inmediato de la humanidad no era nuclear, sino sanitario”, e instaba a un equipamiento hospitalario adecuado. Mientras, muchas de las economías nacionales aplicaban la doctrina liberal y se dedicaban a desmantelar redes públicas de salud, “porque el confort intelectual y el hábito tienen horror a los mensajes que les molestan”, añade Morin (Morin. LM. 18-4-2020). Quien continua: “Esta crisis debería abrir nuestros espíritus, largo tiempo confinados sobre lo inmediato” (Morin. LM. 20-4-2020). Considera que “nuestra carrera hacia la rentabilidad, junto a las carencias en nuestro modo de pensar, son responsables de innumerables desastres humanos causados por esta pandemia”. Una crisis global que le estimula a proponer la redefinición de lo que él denomina “nuevo contrato social”, como ha defendido en muchas de sus publicaciones.

Otros autores también amplían la perspectiva del dramático presente e invitan a que “el acontecimiento que estamos viviendo sea comprendido no solo como una catástrofe natural -de la que sería necesario evitar su retorno, y se propone erigir muros y fronteras por doquier- sino como una advertencia que exige una elección radical (Méda, LM 19-4-2020). La crisis sanitaria provocada por el coronavirus, a la que sucederá una crisis económica y sin duda social, cuyo impacto se hace sentir a escala planetaria (hundimiento del tráfico aéreo, del comercio mundial y de las cadenas de aprovisionamiento), impone ya desde ahora cambios mayores. Ante los efectos del Covid 19, mientras Dominique Méda defiende que “es preciso conseguir el reto de transformar esta situación en preludio de la reconversión ecológica de nuestras sociedades” (Méda, LM, 19-4-2020), Thomas Piketti propone, “la urgencia de crear una fiscalidad más justa a fin de que contribuyan los más ricos y las grandes empresas” (Piketti, LM, 11-4-2020, Bauman, 2014). Para Pablo Servigne, esta epidemia debe ayudarnos a cambiar nuestra forma de vivir en el mundo de después “yo imagino un mundo más lento, más sobrio, más solidario, menos ávido y competitivo, que deje desarrollarse a las otras especies vivientes para llegar a establecer verdaderas relaciones mutualistas, incluso simbióticas, con ellas. Esto no es solo un deseo, es una cuestión de vida o muerte, es lo que sucede cuando estamos todos en la mierda, en una situación de urgencia vital” (Les Inrockuptibles, 10-4-2020).

La crisis económica es sobradamente aireada en los medios de comunicación. El FMI estima que el PIB mundial bajará un 3% en 2020, dos veces más que en 2009. 

La crisis social: “El confinamiento de varios miles de millones de personal va a provocar un gigantesco choque social en los que no tenían reservas financieras”. La baja de un 1% del empleo puede suponer (encadenar) una bajada de un 2% del riesgo de enfermedades crónicas, según un estudio británico. Los planes masivos de sostenimiento de las empresas, emprendidos en Europa, no podrán evitar la supresión de varios millones de empleos (LM 22-4-2020, p. 1) (Bauman, 2017c). La pandemia podría hacer deslizar a más de medio millón de habitantes en la pobreza, en los países de bajos ingresos (Bauman, 2013). 

El coronavirus ha provocado un éxodo mundial inédito, avisaba Le Monde el 20 de abril de 2020. “Ante el inicio de la pandemia en el mundo occidental, “dos millones de personas han buscado volver a su país o huir de las grandes metrópolis antes que la mitad de la humanidad fuera confinada”, 500.000 europeos han sido repatriados a sus países respectivos, 200.000 estudiantes han regresado a China desde el extranjero, en India de 50 a 2.100 millones de trabajadores migrantes han atravesado el subcontinente. Se ha producido, además, un movimiento mundial inédito, en el que el éxodo rural ha sido reemplazado por el de las habitantes de las ciudades, en Francia, 1.7 millones de personas han retornado a su región mientras el 17% de la población ha dejado el Gran París”. Por el contrario, las fronteras del espacio Schengen se han cerrado y las llegadas de migrantes se han reducido a la mitad, especialmente en el Mediterráneo, añadía el diario francés (LM 20-4-2020 (Titulares), pp. 4-7 y 18 ss.). 

Otro fenómeno, ya existente en nuestras sociedades, se ha extendido en el contexto de la crisis sanitaria: La tesis del complot y las dificultades del acceso a la verdad, infodemia”. En la era de la posverdad, no es extraño el florecimiento del conspiracionismo; al grave problema sanitario se han sumado las tesis complotistas con tanta mayor virulencia, “el complotismo es un mal endémico en tiempos de pandemia”. Teorías delirantes en las redes sociales, ya que esta pandemia no ataca solamente al cuerpo, sino a los espíritus, convirtiéndoles en incapaces de discriminar la verdad de lo falso. Un mal que la OMS ha de nominado infodemia. La Fundeu explica el concepto: “En efecto, el término infodemia ha protagonizado hoy multitud de titulares en relación con la alerta de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según explica la propia OMS, la voz inglesa infodemic, que es la voz original que emplea, se refiere a una sobreabundancia de información (alguna rigurosa y otra no) que hace que para las personas sea difícil encontrar recursos fidedignos y una guía de confianza cuando la necesitan […] por lo que vendría a equivaler a una epidemia nociva de rumores que se generan durante los brotes (Fundeu 5-2-2020). Con este mismo sentido la OMS ya lo lleva empleando unos años.  

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