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COLOMBIA, UNA PAZ INQUIETA

Durante un interminable período –más de 50 años– Colombia ocupó un lugar de referencia dentro del siniestro enclave de la geografía del dolor poblándolo con una larga ristra de víctimas cuyo número hasta hoy ocupa las páginas de un capítulo de sombras y anonimato pese a que el Centro Nacional de Memoria Histórica lo señala con 261.619 muertos desde 1958, fecha del inicio del largo conflicto –aunque liberales y conservadores llevaran años masacrándose entre sí–todo ello sin contar tanto con quienes resultaron heridos y los miles de desplazados que habiendo perdido todo buscaron en las periferias de las ciudades un mísero refugio donde huir de la violencia. También durante el mismo tiempo los castigados habitantes soñaron con una paz que nunca llegaba y agobiados por la pesadilla de una guerra de nunca acabar. El Proceso de Paz cuya culminación aplaudida por unos y denostado por otros pudiera considerarse como el inicio de un camino a recorrer en busca no solo de la pacificación, también de la estabilidad económica.

La desconfianza mutua, tanto de los defensores de la lucha armada como de aquellos que aspiran a una vida en paz y prosperidad marcan muchos hilos, entre ellos el temor constante a las venganzas y no es de extrañar porque quienes lo han perdido todo, incluido familiares, deben hilar muy fino para escapar al rencor que ha producido la violencia. 

Álvaro Uribe, artífice de los férreos combates a las diversas guerrillas y posiblemente el mandatario con mayor índice de popularidad de los último años, termina siendo imputado por algunos hechos ocurrido durante sus años de gobierno y al que sus seguidores no dejan de alabar y aplaudir por su dura e inflexible posición en contra de los diferentes grupos guerrilleros.

Como una contradicción permanente y una simbiosis no siempre fácil de asimilar los educados colombianos se apropian de la metamorfosis y se transforman y algunos vuelven a las andadas utilizando las iras de unos y la desilusión de otros para desbocarse y llenar las calles de temores. No escarmentar parece ser el atajo para llegar a ninguna parte y rememorar historias que los ciudadanos de buena fe, en general desean olvidar. Existe una línea roja que marca los límites de la coherencia, una vez traspasada difícil la vuelta atrás, esa línea roja es por la que transita en los últimos tiempos la sociedad si no toda, por lo menos una parte y también otra parte de las autoridades colombianas.

Por las razones que sean, o tal vez por sus propios temores, el largo conflicto dejó unas huellas profundas y, entre ellas, un difícil renacer de las cenizas y la facilidad con que resulta armarse forma parte del bagaje, unos con el pretexto de la defensa e imponer orden y otros para delinquir. Ello señala la violencia en las calles del país, según datos que trascienden, por Colombia circulan de manera ilegal en torno a las 700.000 armas de fuego.

Sería injusto poner en el mismo espacio, ni señalar a todos los colombianos, ante la situación que se teje en los últimos tiempos, ya había ocurrido en el pasado cuando hablar de colombianos conllevaba el San Benito de adjudicarles el nefasto apelativo de narcotraficantes, un pequeño grupo de maleantes no puede caracterizar a 54.000.000 de laboriosos colombianos. 

Sí, es cierto que la economía no resulta la más boyante y la pandemia ha agudizado la precariedad. La tasa de paro, un 15,1 % en 2021, constituye la espada que sacude los cimientos de la economía y genera descontentos, el mismo descendió con respecto al 2020, cuando se situaba en un 19,8%. El salario mínimo, 908.526 pesos, –204,96 euros– aumentó en 2021, ya que su valor anterior se situaba en 877.803 pesos –198,02 euros– y las ayudas para el transporte son 106.454 pesos –24,02 euros–.

Un país potencialmente atractivo para el turismo y con grandes posibilidades en cuanto a producciones, como bien pudiera ser la icónica industria del café, que relumbra, otros más anónimos como el petróleo, carbón, níquel y las esmeraldas, cómo no, dan lustre a la economía del país, sin olvidar el enorme caudal cultural que ha dado brillo a sus variados representantes, desde la contagiosa música hasta la muy reconocida literatura, todo ello no deja de sufrir los embates producidos como consecuencia de la pandemia y arrastra penurias milenarias atribuidas al largo conflicto bélico y a una desproporcionada distribución de las riquezas, sin olvidar el mal endémico que salpica a buena parte de gobernantes, la corrupción, patrimonio no exclusivo de Colombia, sus tentáculos llegan a buena parte de las esferas del poder planetario. 

La porosa y larga frontera con su conflictivo vecino, Venezuela, que a través de sus 2200 Km. propiciador de permanente tensión tampoco es ajeno a los avatares que aquejan al país. Desde ella surgieron los disparos que atentaron contra el helicóptero que transportaba al Presidente Iván Duque, una más de las violencias e incógnitas que sacude a la zona, compleja de dilucidar y no tan difícil de culpabilizar, ya que el Catacumbo, zona donde ocurriera, se señala como una de las más activas en el cultivo de coca. 

La saga política no deja de ser peculiar y da pie a la excusa esgrimida por los diferentes grupos insurgentes para alzarse en armas. Desde la época colonial, ilustres familias se aposentaron en la élite política no permitiendo con ello una alternancia que trajera aires frescos a la política colombiana, no significa ello que ineptos o inoperantes se apropiasen de las riendas del país y todos conocemos lo que ello conlleva.

Investigaciones que lleva a cabo la cúpula del gobierno encabezada por Iván Duque intentan esclarecer acciones policiales que produjeron fuertes enfrentamientos con manifestantes, muertes incluidas, acciones, unos con contundencias y otros aprovechando la escaramuza para delinquir y cometer actos delincuenciales. Aún puedo recordar las palabras pronunciadas ante quien firma este artículo, por el entonces jefe de las FARC Alfonso Cano: “El terrorismo como práctica de Estado legitima la rebelión y la insurgencia”. Cuando la rebelión se convierte en caldo de cultivo para propiciar el vandalismo y la delincuencia, difícilmente puede legitimar acción alguna, mucho menos reivindicar carencia social y aquellos que finalmente buscan en manifestaciones reclamar lo que se considera de Derecho en una democracia se sienten traicionados por quienes buscan lucrarse con actos delictivos aprovechando los espacios que le ofrece la legalidad. 

¿Por qué los colombianos resultan tan exquisitamente educados y terminan matándose entre sí?, pregunté en su día en la selva colombiana al ideólogo e importante líder de las FARC, Raúl Reyes, muerto poco después a manos del ejército colombiano. “Es una verdad a medias, solo combatimos por unos derechos que consideramos justos, al fin y al cabo no es de buen gusto matar a nadie y tampoco que nos maten”, dijo. Ello forma parte de la locuacidad política y de una forma de lucha que atormentó a la sociedad colombiana durante medio siglo.

Difícil administrar las herencias, el ex presidente Juan Manuel Santos lo sabe bien. Los errores y aciertos son en su conjunto elementos complejos de asumir, los errores, tal vez más difíciles de sobrellevar por la dificultad que supone reconocerlos y los aciertos por el temor a no superarlos, así se podría catalogar a la herencia legada por Álvaro Uribe, el mentor de los dos últimos Presidentes, Juan Manuel Santos, el que finalmente se saltó las normas heredadas contradiciendo a Uribe con la firma del Proceso de Paz y el actual, Iván Duque, tratando de gestionar la herencia, que algunos señalan como la cuerda que amarra sus movimientos, amen de trágicas situaciones y batallar contra la crisis económica.

Cuando la búsqueda de la justicia social llega a los oídos de manera confusa, produce acciones aún más confusas, porque resulta diferente temer que ser temido aunque las calles de Cali o Bogotá se hallasen abrazadas por ambas acepciones.

Los diferentes y variados grupos políticos  observan y ejercitan acciones con miras a las ya cercanas elecciones presidenciales de 2022, ello también pudieran ser las razones que de manera subrepticia marquen los hilos de los acontecimientos. La intriga no deja de formar parte del bagaje, jamás  se ha conocido el lugar donde fuera enterrado el fundador de las FARC, Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda, tiro fijo que durante años manejó los hilos del conflicto.

Sicarios; guerrillas varias –entre ellas narco guerrillas, que con cierto descaro se revelan y obvian el Proceso de Paz volviendo a tomar las armas, entre ellos Luciano Marín Arango, Iván Marques, líder de las FARC y uno de los firmantes y garantes del proceso–; paramilitares erigidos en justicieros y la llegada masiva de los tristes huidos venezolanos, en torno al millón, intentando hallar un hueco en la sociedad colombiana, han originado un gran desequilibrio social y forman parte de los elementos difíciles de digerir y aún más difíciles de sobrellevar. 

Pero la Colombia que prevalece no es la de la confusión, ni de la violencia, tampoco de la exclusión. Es la de aquellos que día a día procuran elevarse por encima de las penurias, de los avatares, y observan esperanzados para ver cómo finalmente la cordura, el sentido común, la solidaridad y el amor que desde siempre han desarrollado con tanta delicadeza y dulzura se aposenta en sus vidas, que finalmente es la vida que nos corresponde compartir.

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