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CUIDEMOS LOS OCÉANOS

Hace ya 30 años que se estableció el 8 de junio como el Día Mundial de los Océanos en la cumbre de Río de 1992. En la actualidad probablemente se celebran días mundiales para diversas causas que preocupan a la sociedad, y eso en ocasiones, puede llegar a reducir el interés de lo que realmente se busca, sin embargo, tampoco pasa nada, no está mal que sigamos marcando en nuestros calendarios fechas concretas y así recordarnos que la humanidad necesita estar unida por causas que lo merecen.

A título personal y para el caso concreto del día Mundial de los Océanos, lo que realmente me gustaría es poder plantearlo como un día de festejos, alegría y disfrute, no en vano tres cuartas partes de la superficie de nuestro planeta están cubiertas de agua y en buena medida influye directamente o es el motor de buen número de fenómenos naturales, en definitiva, el océano es responsable en parte de nuestro propio bienestar. Sin duda, en estos 30 años la conciencia social sobre la importancia de conservar nuestros mares y océanos ha cambiado bastante y eso es, sin duda, muy buena noticia pero no debemos olvidar que son demasiadas las amenazas que les acosan, y no es menos cierto que el Homo sapiens suele estar detrás de cada una de ellas: vertidos, polución, sobrepesca, mala gestión de recursos y un largo etcétera.

En general, la sociedad ya es consciente que los océanos juegan un papel muy importante en el clima y la regulación de la temperatura en nuestro planeta. Este aspecto es de valorar puesto que la mayoría de seres humanos sólo ven el fino espejo de agua que forma la superficie de los océanos y en alguna ocasión algún reportaje o fotografía submarina que le da una idea de lo que puede haber ahí abajo, sintiéndose muy alejados de la realidad sumergida. Afortunadamente se sabe que bajo ese espejo de agua hay mucha vida y nos interesa, pero lamentablemente también abunda demasiado plástico y residuos de origen antropogénico. Todo esto ya está calando en la sociedad, somos más conscientes cada día.

Los mares y océanos son tan inmensos como desconocidos por lo que es mucho lo que se podría comentar en este día tan particular; la biodiversidad marina, el estado de nuestros mares, los problemas como la contaminación, sobrepesca, pérdida de hábitats, etc., pero a mi me llama especialmente la atención lo poco que conocemos de los mares, entre otras cosas, porque la vida en nuestro planeta surgió en este maravilloso medio. En la actualidad, los biólogos clasifican las formas de vida en cinco reinos (aunque ya podríamos hablar de seis pero hoy no debo entrar en estas cosas) que incluyen aproximadamente 34 Phyla o ramas, de las cuales hay representantes de todas ellas en los océanos y 15 de las mismas son exclusivas del medio marino, no estando presentes en la superficie atmosférica o terrestre. Así pues, existe un mayor número de taxones específicos en el medio marino con respecto a los que podemos observar en la superficie de nuestro planeta. Pero no sólo esto, también el número de ambientes diferentes y ecosistemas particulares es mucho mayor, algunos de ellos como las fuentes hidrotermales, a más de 1.000 m de profundidad albergan formas de vida en condiciones extremas que sorprenden a diario a los científicos marinos. Estos y otros ambientes extremos oceánicos albergan seres vivos capaces de ofrecer metabolitos de mucho interés para aplicaciones farmacéuticas, biomédicas, industriales, etc., por lo que la denominada biotecnología azul se considera una disciplina de gran interés y en clara expansión habida cuenta de los progresos científicos que se están realizando.

En pleno siglo XXI aún no se sabe con certeza cuántos tipos de seres vivos habitan este gran azul donde se descubren unas 1.600 nuevas especies al año en todo el mundo. Resulta curioso que conozcamos tan poco sobre los habitantes marinos de nuestro planeta, tanto por la extensión que ocupa la superficie de los océanos y porque a su vez, son la principal fuente de proteínas en muchas regiones costeras. Algunos científicos estiman que el número de especies marinas que realmente se conocen ronda el 1% de las que existen. Una cifra muy triste si además atendemos a la advertencia de la comunidad científica que habla de tasas de extinción de unas tres especies por hora. Está claro que debemos reaccionar.

Aunque el esfuerzo investigador en nuestros mares se ha incrementado estos últimos años en todo el planeta, está claro lo poco que realmente sabemos de la vida y los sistemas marinos, sin menospreciar aquello que ya se sabe, que si en principio parece poco, considero que es de vital importancia. Pero la recurrente frase “no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”, quizás de Leonardo Da Vinci, aquí nos encaja perfectamente. Necesitamos saber mucho más de los mares y océanos para poder ser más fuertes en su defensa.

Veamos algunas particularidades de la investigación oceánica. Por ejemplo, las áreas costeras y litorales son las que lógicamente más se han estudiado. La posibilidad de acceso del ser humano a este medio es muy compleja y difícil, lo que implica que su observación y estudio sea muy exigente tanto desde el punto de vista tecnológico como humano. A partir de 40 metros de profundidad, el personal científico se juega su integridad física de manera considerable por lo que la mayor parte de investigaciones directas mediante inmersión con escafandra autónoma se quedan por encima de esta cota y aunque no es el tema que hoy nos ocupa, tampoco estos científicos están del todo bien reconocidos. Si hemos de investigar a  mayor profundidad, se utilizan técnicas de muestreo indirectas (dragas, toma-testigos, botellas oceanográficas,…) y también vehículos tripulados (batiscafos o submarinos) o autónomos (ROVs, Vehículo Operado Remotamente), pero lógicamente se reduce muchísimo el campo de visión para la exploración. Es como si pretendiéramos estudiar los ecosistemas de nuestra superficie terrestre siempre nublado, por la noche y viendo sólo lo que permite observar un foco a través de una pequeña ventana. Sin duda no es fácil trabajar así.

Pues bueno, esto es lo que la ciencia actual nos permite hacer para estudiar nuestros océanos de manera directa. Siguiendo este argumento y si analizamos el globo terráqueo, nos damos cuenta de que realmente estas zonas costeras para observación directa buceando, son un pequeño trozo del océano que rodea el perfil de los continentes e islas. Está claro que estas zonas suponen una parte muy pequeña de la superficie total que supone la inmensidad oceánica. 

A todo esto debemos añadir que la investigación oceanográfica como tal, es una disciplina relativamente joven. Los primeros pasos en exploración marina tal y como la conocemos, se inician en 1.872 con la famosa (por lo menos para la gente del ramo) expedición de la corbeta británica HMS Challenger. Sí, el Challenger fue un barco muy importante, aunque es más famoso el tristemente desaparecido transbordador espacial que tomó prestado el nombre, por cierto, en su honor. 

Esta primera campaña oceanográfica supuso un antes y un después en el desarrollo de las ciencias marinas y la ecología, pero lógicamente con resultados limitados, aunque entre otras cosas se descubrió que había vida más allá de la plataforma continental, cosa que hasta la fecha se consideraba impensable. Además, los buceadores científicos no empezamos a hacer inmersiones hasta mediados del siglo XX cuando se extiende el uso de la escafandra autónoma del famoso comandante Cousteau y su compañero Gagnan. Esta tecnología nos ayudó muchísimo para estudiar de manera directa la diversidad de ecosistemas y ecosistemas poco profundos. Por fin pudimos introducirnos en el mar para investigar al igual que un entomólogo se da un paseo por el campo con su cazamariposas.

Otro dato interesante es que aproximadamente el 90% de los hábitats sumergidos en nuestros océanos, se encuentra por debajo de los 200 m. de profundidad por lo que esta inmensa área del fondo profundo la conocemos muy poco, aquí los estudios podrían considerarse puntuales y escasos. En este ámbito, estamos muy lejos del conocimiento total de los océanos. Algunos científicos aseveran que se conoce más de la superficie de la Luna que de la superficie de los fondos marinos, con una profundidad media de unos 5.000 m. y con extremos de 11.000 m. como es el caso de la conocida fosa de las Marianas. Lógicamente el camino investigador por recorrer es aún largo y complicado.

También debe considerarse que el esfuerzo invertido para investigación y conocimiento de los océanos se encuentra relacionado con el grado de desarrollo de los países bañados por las distintas aguas. No es lo mismo el empeño mostrado en países desarrollados, que en aquellos que se encuentran en vías de desarrollo, donde lógicamente son otras las prioridades que deben atenderse. Así pues, el conocimiento del mar es claramente desigual en la geografía planetaria. Por ilustrar esta situación, con un ejemplo de actualidad que me preocupa y en el que me veo implicado estos últimos años, voy a comentar brevemente el caso de la nacra (Pinna nobilis). Se trata de un molusco bivalvo endémico del mar Mediterráneo y catalogado por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) como Especie en Peligro Crítico de Extinción, siendo objeto de especial atención también en nuestro país. Para acercar esta especie a la sociedad, algunos la describen como un ‘mejillón gigante’ ya que puede llegar a superar 120 cm. de longitud y además supera los 40 años de edad. Lamentablemente desde otoño de 2016 esta especie está sufriendo una mortalidad masiva en todo nuestro mar, alcanzando valores prácticamente del 100% de ejemplares muertos en las poblaciones de los países ribereños del norte del Mediterráneo, incluyendo el Adriático, donde equipos de investigación de esos países hacemos un esfuerzo importante por conocer las causas de esta pandemia, probablemente de origen humano, y luchamos por conservar esta emblemática especie. Sin embargo, el esfuerzo que se realiza en las costas ribereñas del norte de África es testimonial, con escasos estudios en Túnez o Argelia. Sin duda se trata de verdaderos científicos, héroes, altamente concienciados y con muchas ganas ya que sin apenas medios son capaces de sacar adelante algunas investigaciones muy importantes para todos sobre el estado de las poblaciones de nacras en estas aguas. Aún así, es bastante incierta la situación de esta especie en estas costas y por tanto la posibilidad de recuperación de las poblaciones a escala global.

Algunos se preguntarán ¿para qué sirve una nacra? ¿por qué debemos conservar una especie de molusco por muy grande y longeva que pueda ser? ¿para qué tener un endemismo más o menos? Las respuestas puede ser muy diversas; algunos lo justificarían por motivos de equilibrio ecológico, razones éticas, conservación de biodiversidad, por política, porque la ley lo dice, por quedar bien…, da igual, lo importante es que cualquier persona sienta que no está bien que una especie desaparezca (y todas las que podrían encadenarse más adelante por esta causa) por una mala gestión de la naturaleza, en este caso el mar.

En este punto me gustaría hacer una llamada en favor de la educación ambiental, tan necesaria en nuestros días. En mi opinión, el futuro de los océanos, los mares y sus habitantes depende en su mayoría de la educación que recibimos en cuanto a la conservación de la naturaleza, entendiendo que los seres humanos, dotados de una inteligencia sin igual en nuestro planeta, debemos actuar como custodios o conservadores de cualquier tipo de vida. Los cambios en la formación desde las edades más tempranas invitan a ver un rayo de luz de esperanza y pensar que no todo está perdido. Cada vez son más las universidades que apuestan por formar titulados superiores en ciencias del mar, profesionales de la oceanografía, habida cuenta de la necesidad de conocer cada vez mejor cómo funciona y qué nos puede dar este gran desconocido. Por cierto, España es una nación líder en este tipo de formación cuyos profesionales se extienden por todo el mundo aportando su saber para una mejor comprensión del funcionamiento de los mares y océanos mejorando día a día el conocimiento y marcando pautas a seguir en muchos lugares del mundo.

Sí, aun queda aún mucho por saber y descubrir en nuestro medio marino y curiosamente, algunas de las cosas que conocemos, las procesamos incorrectamente. Por ilustrar este particular, veamos un hecho curioso. Si nos preguntaran cuál es el ser vivo más grande del planeta, muchos, con toda probabilidad, contestarían que la ballena azul, el conocido y querido leviatán marino de 30 m. Sin embargo, el record lo ostenta una planta marina mediterránea, disculpad por tanto ejemplo del Mare Nostrum. Esta planta habita en los fondos marinos de las Pitiuses, en Baleares, tras los pertinentes análisis genéticos, se ha visto que ocupa una extensión de cerca de 8 km cuadrados. Se trata de Posidonia oceanica, que lamentablemente también se encuentra en serio peligro y que hemos dado la espalda demasiado tiempo, también es un endemismo de este mar y su situación actual no es del todo muy adecuada. Bueno, algunos puristas discutirán si debe considerarse o no el ser vivo más grande y que realmente la ballena es quien debe tener el record. Discusión totalmente estéril y absurda, es obvio que tanto la ballena como Posidonia requieren de nuestro cuidado y atención, siendo crucial que no perdamos de vista lo importante, salvar y conservar estas y todas las especies que habitan las aguas del planeta.

No me gustaría con estas líneas mandar un mensaje catastrofista sobre la situación actual del océano, considero que es importante que todos sigamos manteniendo la esperanza que esto tiene solución, que podemos revertir y cambiar muchas de las acciones dañinas sobre este preciado bien. Qué gratificante es ver cómo ha cambiado la sociedad en estos últimos tiempos con respecto a la concienciación medioambiental y la conservación de los mares y océanos. Cada vez son más las personas que encuentran un hueco para mostrar su preocupación y ayuda a través de centenares de iniciativas. Por ejemplo, es triste ver las toneladas de residuos que todos los años recogen buceadores deportivos del fondo del mar en nuestras costas, pero qué ilusión da ver que cada vez hay más gente recogiendo basuras en nuestras playas y fondos, acompañados de niños y niñas de todas las edades, que representan el futuro de la humanidad y nos dibujan el horizonte hacia donde nos dirigimos. 

Sí, es cierto que el problema de la presencia de plásticos en los océanos no lo hemos resuelto y se han convertido en una grave amenaza. Tampoco hemos resuelto el tema de los vertidos, la sobrepesca o la pérdida de hábitats pero tengo la sensación que poco a poco estamos cambiando la manera de ver las cosas y cada vez es mayor el esfuerzo que se hace por mejorar el estado de salud de nuestros océanos. Por qué no seguir manteniendo la ilusión de que entre todos podemos conseguir unos hábitats marinos en condiciones para nosotros y para todos aquellos que se incorporen en las futuras generaciones. No decaigamos, por favor, sigamos trabajando en ello, el mar lo agradecerá. Qué gran ayuda tenemos los científicos con la colaboración ciudadana.

Esto es quizás lo más importante que deberíamos reflexionar en el Día Mundial de los Océanos. Debemos sentirnos interpelados a actuar en aquello que podamos, el mundo científico con su ciencia, los pescadores y acuicultores con su buen hacer persiguiendo el equilibrio y sostenibilidad de las especies marinas de las que viven, los turistas de las costas y playas aprendiendo a disfrutar del entorno natural, en fin, pensemos de verdad lo que podemos hacer todos y cada uno de nosotros por conservar este maravilloso medio marino, aunque sea yendo a la playa y no tirando ningún residuo. Este fantástico medio que es el mar es el lugar donde probablemente tengamos la solución a gran parte de los problemas del presente y futuro de la humanidad.

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